Relato 2:
EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

 

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco, así nos recibió el de recepción. Nos miramos discretamente como dudando si nos habíamos equivocado de sitio, pero en cuanto abrió la boca ya dudamos menos. El tío, que tenía una vena que se la pisaba, nos sonrió como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, como un león hambriento que se acaba de encontrar a dos gacelas.
      En cualquier caso el atuendo no parecía muy propio de un lugar como aquel… hasta que se dio la vuelta. —Seguidme amores —dijo. Y toma ya. El pantalón a cuadros ya no era de cuadros, en realidad no era ni pantalón. ¡Todo el culo al aire! Y por arriba la camisa de franela también abierta, y atada de lado a lado con un lacito. ¡Ni Pertegaz en la pasarela Cibeles!
      Le seguimos, algo titubeantes, cogidos de la mano.
   —Vaya modelito, Jijiji —le dije a mi mujer por lo bajinis. Ella miraba al frente, con la mirada como perdida. Bueno, perdida no, perdido me sentí yo cuando me di cuenta de dónde tenía la mirada puesta en cuanto nuestro anfitrión abrió aquella cortina y saludó con dos besos a un mulato de metro noventa, con un collar de púas en el cuello, chalequillo de cuero, botas de cowboy y… nada más. Bueno, nada más por decir algo, porque a Aurora se le salían los ojos de las órbitas cuando vio aquella morcilla colgando. Aquello parecía el reloj de mi abuelo, de esos con péndulo. O de cuco, porque menudo pajarito.
      Pero obviamente no me iba a rajar ahora y quedar como un pusilánime. Le puse una sonrisa que no me creí ni yo y le dije: —Jijiji, verás qué risas vamos a pasar.
      —Claro que sí cariño. Venga nos vemos luego en la salida y nos lo contamos todo —me dijo con una sonrisa de sandía y un piquito en los labios, y empezó a alejarse hacia la pista, contoneándose de una manera sensual que yo desde luego en casa no había visto nunca.
      Y allí que estábamos los dos puretas, jugando a los libertinos en un antro de intercambio de parejas. Pero claro, intercambiar parejas también significa que ella también me cambia a mí, y después de ver al del péndulo, me dio una impresión así repentina como de que no competía yo en igualdad de condiciones. Ya ves qué tontería. Qué va a tener ese que no tenga yo, me pregunté a mí mismo. No me respondí.
      El caso es que ya estaba yo arrepintiéndome del tema. Y mira que fue idea mía. Que teníamos que ponerle algo de picante a nuestra vida, que nos hemos apoltronado, que nos tenemos muy vistos, que no hay que tener miedo a nuevas experiencias, que total, solo es sexo, que nos seguiremos queriendo igual…
      Yo que me las daba de chulito y convencido de que me iba a hinchar de marisco, me pasé media hora interminable intentando localizar a mi mujer en aquella especie de mazmorra medieval, a oscuras, con fogonazos de rayos láser multicolor, llena de humo y escuchando gritos y gemidos por todas partes. Hasta un perro me pareció oír.
      Al final, alguien vino por detrás, me tapó los ojos y me susurró un lujurioso “hola guapetón”. ¡Por Dios que no sea un hombre, que no sea un hombre!
      Me di la vuelta y ahí estaba Aurora, con una sonrisa maternal:
      —Anda vámonos a casa tontín.
      —¿Ya? ¿Estás segura? Pero creo que no soné muy convincente, así que fuimos a por nuestros abrigos y saludamos cortésmente al del pantalón a cuadros.
      En el camino de vuelta, en el metro, ella apenas se limitó a bostezar, como si nada. Me cogió del brazo y se recostó en mi hombro. —Qué ganas de coger la cama —dijo solamente. Yo no dije nada. Para qué.  

      Dos días después era San Jordi. La tradición de la rosa y el libro era sagrada cada año en casa. A los dos nos gustaba Umberto Ecco.
      Yo le regalé El Nombre de la Rosa, con una dedicatoria que decía “Para la rosa más hermosa”.
      Ella a mí El Péndulo de Foucault, sin dedicatoria. Casi mejor.

COMENTARIOS:

 

– Original y divertido
– Antología del pagafantas, volumen 1. Me da hasta pena el pobrecillo.
– El Péndulo de Foucault XDDD
– Eso pasa por tener ideas…
– Me meo con la morcilla y el péndulo!!! Eso para que te pongas a vivir experiencias.
– Experimentos, con gaseosa

 


Relato 2:

VIC VEGA

 

Camisa de franela, pantalón de cuadros y botas de baile flamenco. Algunos calificarían la elección de Macarena de atrevida, al menos para un primer día de clase; otros admirarían ese alarde de personalidad y estilo propio; y otros la tacharían de poco profesional, incluso hortera. Estos últimos eran los menos interesantes y los que menos le importaban, así que se miró por última vez en el espejo, admirando aquella extraña combinación de prendas y asintió con la cabeza en señal de autoaprobación.
      Cuando entró por la puerta de la sala de profesores no hubo cabeza que no se girase a mirarla durante un segundo. Después, cuando intentó encontrarse con otros ojos que la invitaran a acercarse e iniciar una conversación, la mayoría de las cabezas volvían a estar centradas en sus papeles. Entre aquellas nucas serias identificó a una jovencita que todavía la miraba y le estaba haciendo señas para que se sentase a su lado.
      La chica llevaba un vestido que parecía un cuadro de Miró, así que, como Macarena, habréis podido deducir que se trataba de la profesora de inglés. Se presentó como Sol, pero comentó que los chavales habían decidido llamarla Sun. Supongo que le tenían cariño porque parecía ser la profesora enrollada que siguiendo su propia metodología es capaz de cumplir con los objetivos.
      Macarena se la imaginaba poniéndoles a los chavales a los Red Hot Chili Peppers para completar la letra de la canción con palabras obscenas en vez de reproducir en el casete la típica cinta de Listening que lleva usándose 20 años.
       Sol la invitó a escanear la sala mientras le narraba en voz baja quién era cada uno. Macarena se fijó en un señor parecido a Tom Hanks y le señaló discretamente.
       —Ese es Conrado “el honrado”. Es el profe de Historia y a los chavales les cae bastante bien. Da clase a los cursos superiores y se nota mucho la mejoría cuando pasan de Beltrán “el patán” –dijo Sol señalando a un señor con cara de oficial de las SS.– a Conrado “el honrado”.
      Macarena asintió y señaló con la mirada a una mujer de avanzada edad que llevaba unos auriculares de diadema más grandes que su cabeza.
       —Esa es Antonia Naranjo, la de Música. Debería estar jubilada, pero no quiere. A veces creo que en realidad sí está jubilada y viene por costumbre porque no la he visto nunca dando clase. Los alumnos dicen que tocaba en Fleetwood Mac… —dijo Sol.
      —¡Lo dicen porque es verdad! —interrumpió Antonia. —Ahí estaba yo, codo con codo con Stevie en el escenario, pero un día Lindsey dijo que el triángulo era un instrumento menor y yo era prescindible… Instrumento menor… ¡Ja! —añadió. —Nadie toca el triángulo como yo.
      Antonia volvió a ponerse los auriculares tras la puntualización. ¡Menudo oído tenía la señora para sus casi 80 años!
       Las presentaciones continuaron hasta que unos dedos huesudos golpearon por detrás el hombro de Macarena. La cara de Sol perdió todo el color.
       —¿Podemos hablar? —dijo la mujer que acaba de interrumpirlas.
      Macarena asintió, aunque vio como Sol le hacía gestos de negación y ponía caras raras. Aquella mujer era Margarita, la directora del instituto y profesora de Filosofía. Vestía de gris de pies a cabeza, tanto era así que parecía que su cara no había conocido el Technicolor.
      Margarita examinó de arriba abajo a Macarena negando con la cabeza.
       —Es que no me gusta tu ropa. Sé que es tu primer día, pero estás en un instituto, no en el burdel de tu tía Viula. Aquí se viene a educar, no a distraer. ¿Has venido a bailar flamenco? —dijo Margarita.
       —¿Perdone?
       —Yo que tú volvería a casa antes de que me vieran los alumnos y esta vez encendería la luz para vestirme —concluyó Margarita.
       —Mire señora, con todo el respeto… Usted imparte Filosofía, ¿no? —Dijo Macarena.
       —Así es.
       —Pues como dijo Nietzsche: “Ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Váyase a la mierda.
       Sol aplaudió. Los demás se quedaron boquiabiertos. Fue el primer y último día de Macarena como profe de mates en aquel instituto.

COMENTARIOS:

 

– Siempre tu misma, sin temor al fracaso.
– Con dos c… Macarena. Aaaaaaay!
– Menudo zasca!

 



Relato 7:
ODA MAE BROWN

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco. Así salió vestido esa mañana mi vecino el rarito, y claro, ya supongo que no necesitáis que os explique por qué le llamo el rarito. Era un tipo curioso. De lunes a viernes salía todo trajeado y con maletín a cuestas, siempre a la misma hora, ocho menos veinte de la mañana, trajeao, repeinao, engominao y oliendo a esa colonia cara de varón apuesto e irresistible, seguro de sí mismo. No tengo muy claro, ni yo ni nadie en el barrio, si trabajaba en la central de un banco o en una aseguradora. En estos casos, los bulos corren como la pólvora y él no era muy comunicativo que digamos. Nunca nadie tuvo quejas de él aunque en más de una ocasión fuera la comidilla entre los vecinos.
   Hasta ahora podríamos hablar de un tipo normal, un poco estirao para vivir en un barrio de la periferia, pero normal. Lo sorprendente, que nos tenía a todos en ascuas, sucedía los sábados: este individuo serio y estirado, cuando amanecía el sábado sacaba de dentro otro yo bien diferente, totalmente opuesto a esa imagen a la que nos tenía tan acostumbrados. Los fines de semana se convertía en un ser estrafalario, incluso hortera; salía de su casa sobre las diez; siempre había un coche esperándolo, a veces una moto, y no volvíamos a saber de él hasta el siguiente lunes, cuando de nuevo aparecía a las ocho menos veinte de la mañana con su traje, su cartera y ese olor tan varonil que dejaba a su paso.
   Todos estábamos ya pendientes sábado a sábado por saber qué ropa y que combinación portaría, porque lo cierto es que las combinaciones eran muy diversas, y no por abundantes, faltas de extravagancia e incluso mal gusto. ¿Dónde iba? Todo un misterio.
    Este vecino nunca vimos que tuviera visitas. Llegó a vivir al bloque hará aproximadamente cinco años. Es más, creo recordar que fue una fría mañana de enero cuando lo vi por primera vez, acabábamos de regresar de las vacaciones de Navidad en casa de mis suegros, y volvíamos a la rutina. Yo bajaba deprisa y corriendo a la panadería para comprar el pan para los bocadillos de los niños, y me sorprendió cruzármelo en la escalera. Nunca lo había visto antes; debió trasladarse allí en los días que estuvimos fuera. El bloque era muy pequeño, apenas 4 pisos y 2 puertas por planta. Nos conocíamos todos, algunos incluso desde niños. Es cierto que el tercero izquierda llevaba ya varios años vacíos; ya por fin los hijos de Maruja, que no necesitaron ocuparlo, se pusieron de acuerdo y hacía como un mes que lo habían puesto en venta.
    Llegó un extraño a nuestro pequeño círculo vecinal, y aunque nunca provocó el más mínimo inconveniente, después de cinco años seguía siendo un extraño para todos.
    No nos esperábamos esa mañana luminosa de domingo, desayunando tranquilamente en la cocina, que apareciera su foto en el periódico. Efectivamente, era él, camisa de franela, pantalón de cuadros y botas de baile flamenco. Había aparecido muerto en la cuneta, el coche destrozado, justo a la salida de un pueblo a unos cien kilómetros de donde vivíamos. Se debió saltar el stop. Nos quedamos fríos.
    Hoy apareció una muchacha de unos veinte años. Al cruzarme con ella en la escalera, me hizo algunas preguntas a las que no supe responder. Me dijo que era la hija del vecino, que venía a recoger todas sus cosas para poner el piso en venta.

COMENTARIOS:

 

– Joe qué bajonazo!
– Joer, qué mala pata. Me he quedado de piedra.
– Muy misterioso todo
– El frío anonimato de la vecindad.

 

A la vergüenza por el amor que una vez sentí se une ahora el alivio al verles juntos.

 

A Aurora se le salían los ojos de las órbitas cuando vio aquella morcilla colgando


Aquello parecía el reloj de mi abuelo, de esos con péndulo. O de cuco, porque menudo pajarito.

 

seguir una ilusión, una ilusión en forma de melena rubia, cuerpo dorado, carne trémula


ya comprendo un poco más a mi amiga, que se viste con trocitos de almas ajenas.
.

Su carácter amable despertaba la docilidad de ovejas y cabras, que le seguían hipnotizadas.


las damas se pellizcan y las fulanas usan colorete


Escapando a las convenciones normales del mundo y su sinrazón, aprendieron a amarse el uno al otro como lo que eran: personas.


parecía que su cara no había conocido el Technicolor.


estás en un instituto, no en el burdel de tu tía Viula.


Yo que tú volvería a casa antes de que me vieran los alumnos y esta vez encendería la luz para vestirme

Ningún precio es demasiado alto por el privilegio de ser uno mismo”. Váyase a la mierda.


Relato 1:
LISA SIMPSON

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco. Madre mía vaya pintas, y no solo por la ropa. Mechones de pelo graso le caen delante de los ojos legañosos, tiene la cara pálida y llena de arrugas, y los labios cuarteados. ¿Le dará a las drogas? ¿Tendré yo la misma pinta patética para quien lleva tantos años sin verme? No puedo evitar sentir vergüenza al pensar que hace algunos años fue mi pareja y que me hundí en un pozo de tristeza cuando me dejó. ¿Pero qué le veía yo entonces? Me sonríe con unos dientes amarillentos y cubiertos de sarro en el borde de la encía. Lleva un rato hablándome de lo bien que le ha ido en la vida, aunque a mí lo que me cuenta me parece todo bastante penoso. Su pareja actual está a su lado, tiene la misma pinta desaliñada y deprimente. A la vergüenza por el amor que una vez sentí se une ahora el alivio al verles juntos. ¿Qué habría sido de mí si no hubiese acabado la relación? ¿Llevaría yo ahora esas pintas? Siento un escalofrío solo de pensarlo. Estuve muchos meses sintiendo que había caído en la mayor desgracia, mirando constantemente el teléfono buscando una llamada perdida suya o un mensaje diciéndome que me echaba de menos y llorando al ver la bandeja de notificaciones vacía. Perdí amistades que no soportaron mi patetismo, todo el día hablando del amor perdido y lo poco que valía ya mi vida sin ese amor. Me presentaba en los lugares donde pensaba que estaría para simular un encuentro casual. Y si aparecía con compañía me escondía vigilándoles desde una distancia prudente. Ahora me doy cuenta del gran favor que me hizo dejándome.
      Nos despedimos prometiéndonos llamarnos, aunque ambos sabemos que no lo haremos. Mi hija me pregunta quién era, y cuando le digo que fuimos pareja hace muchos años me mira con ojos de sorpresa y un poco de asco, lo que me hace sonreír y agradecerle a la vida que tuviese otros planes para mí.

 

COMENTARIOS:

 

– ¡Niñaaaa, si es tu padre!!!
– Me siento muy identificado, aunque no con la protagonista sino con el ex-novio.
– Si es que no somos nadie…
– La vida pone a cada uno en su lugar

 


Relato 3:
MILDRED HAYES

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco, esto fue lo que me encontré, así, a vista de pájaro, en una de las tiendas de segunda mano que visitamos ese ajetreado fin de semana en Bristol. No había nada que llamara la atención más de mi amiga que las tiendas de segunda mano, y sobre todo, en una ciudad que no conocía. Para ella no había museos, ni cafeterías, ni parques, ni flores, ni esquinas, había tiendas de segunda mano. En ellas estaba toda la esencia de la ciudades. Ahí podías investigar, deducir, ampliar, profundizar, crear historias increíbles, solo con los objetos de las tiendas de segunda mano, y bueno, a ver, sí, sería así, pero a mí me estaba resultando un poco cansino. No dejo de reconocer que lo de las botas de baile flamenco me subyugaba un poco, y se me ocurrió crear una historia con esas tres prendas, camisa de franela, pantalón de cuadros, y botas de baile flamenco.
   Me imaginé que corrían los años 80. Un chico malagueño, de Torremolinos, consiguió el dinero para volar a Bristol, y seguir una ilusión, una ilusión en forma de melena rubia, cuerpo dorado, carne trémula… Eran los recuerdos que atesoraba de ese último verano. Lily se llamaba la chica.
   Voló y la buscó. En un papelito, llevaba apuntada la dirección, papelito que guardó en el bolsillo de su camisa de franela.
   Encontró la casa, encontró a la chica, pasearon, subieron y bajaron. Desde el puente colgante de Clifton divisaron la lluvia de globos aerostáticos, conquistaron algunos pubs, y así pasaron unos cuantos días que luego se convirtieron en semanas y más tarde en años. Y un día, cuando la cotidianidad se instauró en sus vidas, Lily empezó a hacer limpieza. ¿Qué hacían ahí esas botas de baile flamenco? Ya él no las usaba, no tenía sentido mantenerlas ocupando espacio, hace mucho tiempo que dejó de taconear, y bueno, si alguna vez podía hacerlo, si alguna vez los vecinos de abajo se mudaban, si llegaban otros más comprensivos, pues podrían conseguir otras. Y la camisa y el pantalón… ¿Dónde se quedó la talla 36? Ya por lo menos debía de tener la 42. Eso fuera, fuera.
   Y así, en un plis plas, se fue la esencia de esta historia.
   Porque aunque no seamos lo que vestimos, aunque la envoltura no importe, la envoltura refleja, refleja un momento, una ilusión, una manera de ser. Por eso guardamos, guardamos esa ropa que nos hizo sentir especiales, aunque no quepamos en ella, aunque nunca vayamos a caber ni física ni emocionalmente en ella, pero la guardamos, y cuando es lanzada al cesto de la ropa para dar, llega aquí, al museo de las prendas olvidadas.
   Bueno, pues no está mal la historia; ya comprendo un poco más a mi amiga, que se viste con trocitos de almaajenas.

 

COMENTARIOS:

 

– La idea es buena, pero se me ha hecho larga la historia que se imagina al ver las prendas
– No está mal la historia.

 


Relato 4:

SANDOKÁN

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco. ¡Vaya pinta, Pepe! “Como vestido por sus enemigos” dirían algunos, pero se equivocarían de plano. A nuestro amigo, lo habían vestido sus mejores amigos, Manolo y Elisa, para la famosa foto, ¡pues no todos los días te sacabas el súper Gordo de Navidad!
    A primera vista, el conjunto parecía un simple capricho de gusto bastante dudoso, pero nada había sido elegido al azar: las rayas verticales de la camisa, sugerencia de Doña Elisa, adelgazaban un poco su figura algo regordeta (un truco aprendido en la tele, fuente principal de conocimiento en el minúsculo pueblo). Los pantalones en cambio eran un homenaje a su profesión de pastor (Manolo conocía su fascinación por los concursos de pastores escoceses, con perros increíbles, donde todos lucían esos mismos cuadros coloridos, que habían conquistado su corazón (y agujereado su bolsillo, ¡pues le habían costado una pasta!). Y las botas, pues… una pizca de vanidad. Él era bajito y esos tacones discretos le ayudarían al menos para llegarle al hombro a Carmencita… Y en homenaje a la filosofía solidaria del pueblo donde vivía feliz, decidió completar su atuendo con un abrigo rojo de lana gruesa para protegerse de las heladas noches de invierno. Todo lo anterior, fruto de cuanto había podido absorber de los libros de la biblioteca itinerante y de la escuela desierta, de este pueblo ahora catalogado como fantasma.
   Se equivocaron quienes creyeron que los ojos chispeantes y la magnífica sonrisa de oreja a oreja de este ser tan entrañable anhelaban riquezas y lujos. ¡Nada más lejano de la realidad! Lo único que nuestro Pepe ansiaba, era el bienestar de su pueblo de 259 habitantes, y de sus rebaños. Su carácter amable despertaba la docilidad de ovejas y cabras, que le seguían hipnotizadas.
    Nadie sabía cuándo había llegado Pepe al pueblo ni de dónde, ni quiénes eran sus padres, pero ahora, era como hijo de todos. Había sido un chico simpático y curioso, un adolescente afable y bonachón, siempre dispuesto a ayudar, el hijo favorito del pueblo, siempre de buen genio, inteligente y generoso, que compartía su bondad, pues no tenía mucho más. Sus pertenencias se reducían al bastón labrado por el carpintero, en agradecimiento por la ayuda que le brindó al fallecer su esposa; al zurrón de cuero cuarteado, heredado del difunto marido de Doña Elisa, y al sombrero, que le regaló el quesero cuando su hijo se marchó definitivamente del pueblo, convirtiendo a nuestro Pepe, de la noche a la mañana en el pastor oficial.
    Manolo, su autoproclamado padrino, le había enseñado a leer y escribir, abriéndole la ventana al mundo de la literatura. Doña Elisa le había enseñado matemáticas y contabilidad, indispensables para controlar la mercancía que llegaba a la tienda. Lejos estaba de imaginarse que Pepe poseía la inteligencia superior que le había permitido calcular estadísticamente cuáles serían los números ganadores…
    En un simple giro del destino, nuestro pastor del pueblo pasó a ser su personaje más ilustre, gracias a su generosidad. Había invertido gran parte del Gordo en financiar la instalación de internet para todos; había comprado ordenadores para la biblioteca, el bar y la tienda de Doña Elisa, la viuda, que lo había mimado como si fuese su propio hijo, o nieto. Había trabajado para ella desde que tenía memoria: descargaba los víveres que llegaban de la ciudad semanalmente, los colocaba con primor en las estanterías, barría y limpiaba, a cambio del cotidiano plato de comida caliente que compartían en la trastienda, viendo la tele. También hacía todos los mandados, ayudando sobre todo a Manolo, el dueño del bar, en cuyo sótano dormía en invierno; en verano, prefería dormir fuera con sus adoradas cabras. Nuestro Pepe, eternamente agradecido con quienes le habían enseñado casi todo, sabía que ambos soñaban con conectarse al fin a la red que les facilitaría tanto la vida, de modo que, con el primer dinerillo del premio, había regalado a cada uno su ordenador.
    Y para agradecérselo, ellos dedicaron horas a escogerle el atuendo más adecuado para aparecer en diarios y redes sociales. Es así como recibió radiante y sonriente a los fotógrafos que lo inmortalizaron como el pastor mejor vestido de Europa.

 

COMENTARIOS:

 

– Ser pastor no está reñido con el gusto en el vestir. O quizás si.
– Bonita historia. Todavía hay gente guena… al menos en la literatura
– Un grande, ese Pepe

 


Relato 5:
WILSON

Camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco. Y, todo ello, en rojo. Se lo habían regalado por San Valentín. Solo que San Valentín coincidía con el día en que nació. Harto de cumplir años el mismo día cada 365 días, Diego se preguntaba si habría alguna manera legal de cambiar su fecha de nacimiento, pero después de indagar no encontró solución alguna. Todos los catorce de febrero se cogía el día libre en el trabajo y salía a la calle. Le gustaba ver a todo tipo de personas llevando rosas o ramos de flores variadas a sus pertinentes citas con sus parejas, citas o vete tú a saber qué. Algún día, pensaba, él también tendría una de esas cosas. Pero no este año. No a sus 35 años.
    Diego se consideraba demasiado viejo para jugar a las aplicaciones de citas y, al mismo tiempo, demasiado joven como para darse por vencido en el amor. Después de dudar durante más de una hora, ese catorce de febrero decidió vestirse con todo lo que le habían regalado. A su edad, le importaba más bien poco lo que la gente pensaba de él. Ya fuesen sus vecinos, su familia, sus amigos, o los extraños que paseaban por las calles de su ciudad. La gente lo miraba con risillas por lo bajini, comentando su apariencia con sus acompañantes. Pero a él le daba igual. Se sentía cómodo con la camisa y, aunque hubiese preferido no tener el pantalón del mismo color, las botas con tacón le sentaban divinamente.
    Diego se había maquillado a la antigua, porque, como bien sabía: “las damas se pellizcan y las fulanas usan colorete”. Esto no hacía más que provocar más risas entre los peatones, pero Diego se sentía seguro y animado. Después de una hora yendo de aquí para allí con su silla de ruedas motorizada, un chico alto y esbelto salió de la biblioteca. Era guapo, muy guapo. A Diego se le paralizó el corazón por un momento, y su mirada fija y penetrante llamó la atención del chico.
    —Hola, ¿estás bien? —preguntó el chico.
    —Ehm… sí, sí… todo bien, es solo que… —respondió Diego, preguntándose si debía terminar la frase o no.
   —¿Sí? —insistió el chico.
   —Eres muy guapo —afirmó Diego.
    El chico sonrió y, acto seguido, le tendió la mano a Diego y se introdujo como Pablo. Diego apretó su mano y su confianza en sí mismo le hizo seguir adelante en la conversación.
    —Oye, Pablo, sé que no nos conocemos de nada, pero ¿te gustaría tomar algo conmigo algún día? —preguntó Diego.
    —¡Por supuesto! —exclamó Pablo.

   Después de un par de citas y, conscientes de que los dos eran personas amadas al sombrío de la sociedad, Diego y Pablo empezaron una relación basada en el amor y el respeto. Escapando a las convenciones normales del mundo y su sinrazón, aprendieron a amarse el uno al otro como lo que eran: personas. Y finalmente, Diego se convenció a sí mismo de que, aunque no le gustaba mucho su cumpleaños, a lo mejor nacer el catorce de febrero no fue tan malo.

COMENTARIOS:

 

– Bonito.