RELATO 5 – SARAH’S SCRIBBLES

 

No había agua. Me di cuenta al tirar de la cadena para que el agua se llevase la bomba fétida que acababa de expulsar de mi cuerpo entre retortijones. Pero ahí se quedó. Me entraron calores y me empezó a temblar el párpado. No podía dejar aquello en su baño. Apenas nos conocíamos, y la verdad es que no pensaba volver a quedar, pese a haber pasado la noche en su casa. Pero tampoco quería que se quedase con aquel mal recuerdo. Recordé una historia que me habían contado, una leyenda urbana quizás, en la que en una situación similar la protagonista recogía la prueba del delito en una bolsa, pero luego se la olvidaba en la encimera de la cocina y salía de la casa sin llaves para volver a entrar. No debía cometer el mismo error. Fui a la cocina en busca de bolsas de basura, rezando para que no se despertase con ganas de ir al baño antes de haber podido arreglar aquel desaguisado. Encontré las bolsas de basura y fui a recoger aquello. No fue fácil. La consistencia, más líquida que sólida, no ayudaba. Había salpicaduras por doquier. No fui capaz de recogerlo todo, pero lo más gordo conseguí sacarlo.
   No tenía ganas de esperar a que se despertase para desayunar juntos. Intentando no hacer mucho ruido recogí todas mis cosas, que habían quedado tiradas en el suelo y el sofá del salón, mi bolsita de basura, y me fui de allí cagando leches.
   La lluvia caía sin piedad, pero se ve que la mierda de perro que pisé el día anterior al salir de casa me daba por fin un poco de suerte dentro de aquel contexto escatológico, y apareció un taxi libre. Lo llamé alzando con elegancia la mano en la que llevaba el recuerdo de la cita y me subí. En la intimidad del taxi noté que la bolsa no aislaba el olor de mis deshechos. Abrí la ventanilla. Pude ver por el retrovisor que el taxista arrugaba la nariz y me miraba con desconfianza.
   —Qué mal huele, ¿no? ¿No habrá usted pisado mierda?
   No sé si notaría mi nerviosismo, pero le dije fingiendo mirarme los zapatos que no, no llevaba mierda conmigo. Probablemente el olor vendría de fuera, le dije. Me pidió que en ese caso bajase la ventanilla. Íbamos en el taxi del infierno.
   Le dejé un billete y salí volando sin esperar por las vueltas. Estaba siendo bastante generosa. Entré corriendo en el portal sin pararme a echar la bolsa al contenedor de basura por miedo a que el taxista me descubriera. Llegados a este punto, mi mierda se venía a casa conmigo.
   Pasé de encerrarme en el ascensor con aquel paquete pestilente todavía en mis manos y subí los tres pisos por las escaleras. Al oír los ladridos del perro del segundo, recordé la mierda que había pisado el día anterior al salir de casa. Más de una vez había visto a Jacinto desde la ventana paseando al perro, mirando a un lado a otro cuando este defecaba. Si no había nadie, Jacinto seguía su camino sin mirar atrás. Vacié el contenido de mi bolsa en su felpudo y subí a casa sintiendo cierta ligereza y satisfacción. El día tampoco había empezado tan mal.

COMENTARIOS:

– Donde las dan, las toman.
– ojo por ojo… jajaja
– Esto está sospechosamente bien relatado 😆
– jajajaja
– Qué situación!!

RELATO 7: TINTÍN

 

No había agua, Dios, ni una mísera gota. No me podía creer que aquello me estuviera pasando. Yo que soy más púdico para esas cosas… que me encierro con siete llaves para mear, que si hago aguas mayores intento hacerlo rápido para que crean que ha sido un simple pis, y que al terminar no sé si echar desodorante o no, porque si lo echo es la prueba irrefutable de que he hecho lo que he hecho, pero si no lo echo… Y ahí me tienes, después de echar el chapapote del Prestige, por los nervios de conocer a los padres de Mireia, que comen con cubertería de plata, en una casa que parece un museo, y con criada filipina. Y sin una gota de agua en la cisterna para deshacerme de aquella catástrofe ecológica.
    Empecé a sudar. Ya empezaba a pasar más tiempo de la cuenta, ya tenía que haber vuelto a la mesa. “Piensa algo rápido por Dios”. Lo primero era justificar mi tardanza, porque encima me habían dicho que no usara el wáter, que estaban haciendo obras en aquella parte del casoplón y que habían cortado el agua. Pero a ver, yo pensaba que no habría agua para rellenar la cisterna, ¡pero que tirar una vez se podría!
    —Cariño, ¿qué haces?
   Había que reaccionar inmediatamente:
   —¡Hay que ver la maravilla de cuadros que tiene usted, don Aurelio! ¡Cómo se nota que es usted entendido! —vociferé desde el pasillo.
   —¿Te gustan, eh? —respondió mi suegro desde el salón. —Tómate tu tiempo, y vente ahora para acá que vas a ver la colección de pipas antiguas que tengo.
   Bingo. Había ganado un tiempo precioso. Me fui para la cocina como una exhalación y abrí el frigorífico. —¡Agua, agua! ¿Esta gente no bebe agua o qué? —me dije atacado de los nervios.
   —Adelaida, traiga usted el postre. —Oí decir a la madre.
   ¡Mierda! Salí zumbando con el primer líquido que encontré, dos botellas de leche, raudo al lugar del crimen, y allí que vacié las dos botellas desde bien alto. Esperé unos segundos… ¡Horror! No solo aquello no se había ido, sino que ahora había ahí un capuchino gigante, de esos que se decoran con un dibujito con la leche. Bien mirado parecía hasta estético, pero si lo de antes era difícil de explicar, a ver ahora cómo justificaba esto. Se me iba a salir el corazón.
   Salí y grité: —¡Pero don Aurelio, todo esto le habrá costado una fortuna! Esto el Thyssen se lo rifa, se lo digo yo!—, mientras volvía a entrar en la cocina y… ¡Mierda! ¡La filipina! Ahí estaba agachada sacando el pudin de arándanos con crema de castañas. Escondí las manos para que no viera las botellas de leche que acaba de vaciar y balbuceé:
   —Ho… hola… Nada que… buscaba un vaso de agua y eso…
   —No agua, oblas, fontanelo, usted no puede cocina, cocina solo mí —dijo la criada con mala uva mientras salía con el bandejón del pudin hacia el salón.
   —Bueno Eduardo, ¿vienes o qué? ¡Que ya está el postre! —gritó Mireia ya con cierto cabreo.
   La Adelaida volvió, con la intención de echarme otra bronca, pero yo ya no estaba.
   —Voy, voy. Es que no veas, no me habías contado que tu padre era… Madre mía las obras de arte que tiene usted en ese pasillo, don Aurelio, es que no se cansa uno de mirarlos —dije sonriente mientras me sentaba a la mesa.
   Mireia, me miraba desconfiada, como pensando “¿desde cuándo entiendes tú de arte, so pelota?”, y dijo: —¿Qué te pasa Eduardo? ¡Estás sudando!
   —¿Yo? Que va. Será el Síndrome de Stendhal, de admirar tanta belleza. ¡Jajajaja!
   El padre soltó también una carcajada, me dio una palmadita sonora en la espalda y soltó:
   —Chica, tráenos el champán y los licores, que estos encuentros hay que celebrarlos como se merecen, jejeje…
   Respiré. No solo me había librado del bochorno del siglo, sino que encima me había metido a los suegros en el bolsillo.
   De pronto, aparece la criada toda contrariada:
   —¡Señol, señol, no sé qué pasal! ¡No champán, no licol! ¡Yo complal hoy Melcadona pelo desapalecel cocina! ¡No entendel!
   —Eduardo, ¿estás bien? ¡Te has puesto blanco como una pared!

COMENTARIOS:

 

– Mal porvenir.
– Ese uso del verbo echar, alguna que otra coma que falta, o sobra, y algunas tildes han hecho que no pudiera darle mas puntos 🙁
– Perfecto para un sketch de Seinfeld lol!  Pero creo que el capuchino lo voy a ver diferente de aquí en adelante!! Muy bueno!!
– Leche, licor y champagne son inconfundibles, pero me he reído un rato.
– Jajajajajajaja! Dan ganas de probar a hacer mezclas en el wc 🤣
– Otra situación incómoda

RELATO 4 – JEREMÍAS

No había agua, ni una gota. Yo sentía como si una veintena de hormigas anduvieran entre mi garganta y el velo del paladar. El picor era insoportable, in crescendo, ya casi los labios dormidos. Yo no sé en qué estaría pensando cuando decidí dar ese mordisco atrevido al jalapeño.
   Me había levantado a medianoche, harto ya de dar vueltas en la cama, y por inercia y puro aburrimiento, abrí la nevera y ahí lo encontré, solo, tentador, en un pequeño plato con restos de la fiesta. Debí de estar más dormido de lo que pensaba, porque si no no le encuentro explicación a ese atrevimiento. Sí, cogí el jalapeño y, bien decidido, me lo metí en la boca. ¡Zas!, mordisco. ¡En qué momento!
   Busqué agua como alma que lleva el diablo. No recordaba que por unas obras que se realizaban en la calle, el agua estaba cortada desde las doce, pero aun así en un primer impulso instintivo abrí el grifo… ¡Quería morir!!! Efectivamente, no caía ni gota. Mi boca abrasaba, dos lagrimones bajaban ya por mis mejillas y me recorría un sudor trepidante a veces frío y otras abrasador por todo el cuerpo. Yo buscaba líquido, algún liquido con el que lograr apagar el fuego. Por supuesto, del agua de la nevera ni rastro; eso fue lo último que cayó anoche después de terminar con todas las cervezas. Desesperadamente buscaba algún resto de bebida en los vasos, pero nada, no había ni vasos. Recordé el empeño que puso Luci en dejarlo todo recogido y metido en el lavavajillas en previsión del corte de suministro.
   Por fin en esa búsqueda desesperada pude encontrar un vaso con restos de un líquido ambarino que sin pensarlo mucho eché de golpe a mi garganta. Y sí, era whisky, pero aquello en vez de aplacar mis ansias y desesperación supuso alimentar la llama como quien acerca un fuelle a las brasas. Me pitaban los oídos, la úlcera parecía que iba a reventar. Al final el instinto de supervivencia pudo más que la desesperación del momento, así que fui hasta la talega del pan y decidí coger un migajón, un gran migajón gigante. En principio me parecía que sin líquido me iba a ser imposible tragar, pero era tal mi necesidad de combatir los estragos del jalapeño que poco a poco fui engullendo el migajón, haciéndolo pasar concienzudamente por cada rincón de mi boca, como si de un estropajo se tratara.
   Poco a poco fui recobrando la serenidad, todavía la garganta se resentía, pero ya empezaba a respirar más sosegadamente y me senté. Si, me senté más tranquilo y seguí comiendo pan, pero ya pasadas las ansias, ese pan de primera necesidad se me estaba quedando un poco aburrido, así que me fui esta vez directo a la despensa y ahí estaba, provocando. Sí, ese chorizo tan bueno que me trajeron mis padres la última vez que vinieron del pueblo. ¡Qué olor! Está claro que ese olor de chorizo casero de pueblo es inigualable. De pronto ese aroma embriagó a través de mi olfato todos mis sentidos, las papilas gustativas, que por fin habían vuelto de nuevo a la vida, empezaron a salivar como si no hubiera un mañana, y decidí acompañar el pan de salvación con unas rodajitas de chorizo.
   Y ahí estaba yo, después de creer morir, a las cuatro de la mañana comiendo pan con chorizo, ¡pero qué chorizo! Sí, una extravagancia, pensé, pero mi pensamiento inquieto siguió adelante. Chorizo de pueblo y pan. ¿Y si le arrimo a esto, ya puestos, un par de huevos fritos de esos que también han venido del pueblo y que están para morir?
   Dicho y hecho, mejor morir de los huevos con chorizo que del maldito jalapeño.

 

COMENTARIOS:

 

– Hay que beber leche en estos casos!
– Divertido
– Recursivo lol
– ¡menudo atracón! jajaja
– ¿Basado en una historia real?
– Muy divertido!
– Muy ocurrente

RELATO 11 – PROFESOR COJONCIANO

No había agua, otra vez nos habíamos vuelto a quedar sin agua. Cuando compramos el adosado en la urbanización Polaris World, todo eran palabras de júbilo y agradecimiento. Incluso aquel mozalbete rubio y regordete que siempre iba escoltado por dos valquirias de metro ochenta nos regaló un juego de ollas Magefesa y una manta de forro polar para las frías noches de invierno. ¡Como si hubiera llegado a hacer frío alguna noche!
   Nos la vendieron como una urbanización de lujo (“Porque tú no te mereces menos”…) en la que habría un lago con barquitas para pasear, un pequeño centro comercial con un carrusel y hasta un área de restauración con los mejores restaurantes de la ciudad. Éramos en total unas 12 familias las que habíamos adquirido los modernos adosados de diseño vanguardista e interiores domotizados. Las mismas que al poco de llegar nos habíamos dado cuenta de que la tierra desprendía calor y cierto olor a azufre, de que la domótica se había apoderado de nuestras almas y era quién tomaba decisiones por nosotros, y de que los de la caseta de ventas habían “salido por patas” hartos de tantas quejas y reclamaciones, dejando inconclusa la segunda fase de Polaris y la laguna de las barquitas.
   Nos costó bastante darnos cuenta de que la cosa no iba bien, pero nos costó aún más ponernos todos de acuerdo sobre a qué organismo debíamos dirigir nuestras reclamaciones. Nadie nos hacía caso, parecían no entender a qué nos referíamos cuándo decíamos que no nos gustaba vivir con esa sensación apocalíptica, en un paisaje tan desolador, que teníamos miedo porque en mitad de la noche se celebraban estruendosas fiestas rave que no nos dejaban descansar, y porque las casas que no estaban habitadas habían sido totalmente grafiteadas, y eso, claro, devaluaba mucho nuestras viviendas.
   Ese ambiente tan hostil no sacaba precisamente lo mejor de nosotros. Por eso no me costó apenas hacer lo que hice… y no me arrepiento. Al principio, me pareció todo un detalle por parte de la promotora que nos enviaran a aquella azafata rusa tan guapa para que nos explicara que se estaban llevando a cabo todas las pesquisas necesarias para poner fin a tan molesta situación. Pero es que un día me la encontré con mi Paco en el Club Social tomándose un cubata (que ya me resultó raro porque a mi Paco no lo sacas tú de casa tan fácilmente si hay fútbol). Una cosa fue llevando a otra y… al final los pillé dándose un revolcón. Yo que venía reventada de pasarme 12 horas sentada en la caja del Mercadona, no sé ni de dónde saqué las fuerzas (ni el hacha) para dejarlos reducidos a astillas. Del resto se encargó el triturador sanitario que había instalado en cada retrete. Menos mal que siempre guardaba una garrafa o dos, por si se iba el agua.
   Y cuando me preguntaban por mi Paco los vecinos, pues alguna lagrimilla se me escapaba, porque yo lo había querido mucho y nunca entendí como me pudo dejar por aquella azafata rusa que acababa de conocer. ¡Si ellos supieran!

 

COMENTARIOS:

 

– El crimen perfecto.
– Buen giro inesperado!
– Bien escrito y divertido
– Jolin con la cajera del Mercadona!!

Hartos los dos de enviar cada día corazones de colores al teléfono del otro…

Faltaban dos días para recibir su sueldo, que era más flojo que un diente de leche…

Se había dado cuenta de que sus ilusiones eran solo pajaritos en el aire, la realidad de la ciudad le había pinchado los globos y su esperanza…

Le peló el diente al joven fontanero

Si lo echo es la prueba irrefutable de que he hecho lo que he hecho, pero si no lo echo…

No solo aquello no se había ido, sino que ahora había ahí un capuchino gigante, de esos que se decoran con un dibujito con la leche…

Ya conoces a Chema, a medio camino entre narciso madrileño de buena familia, —se burla Lola con el dedito meñique levantado—…

Al tercer día, el agua ya tenía un olorcillo como de caldo de pollo…

Lo primero que hice fue enfundarme el albornoz y salir al rellano en busca de respuestas…

No podía presentarme con el pelo de un troll a la cita más importante de mi vida…

Casi prefiero hacer un crucero, meterme en mi camarote y esperar que el barco no choque contra ningún iceberg…

Dice que por las noches, bajo las estrellas, podía sentir mi miedo, y eso le asustaba…

Yo que venía reventada de pasarme 12 horas sentada en la caja del Mercadona, no sé ni de dónde saqué las fuerzas (ni el hacha) para dejarlos reducidos a astillas…

El mar se tragaba al sol, sus últimos reflejos te hacían un bronce con pies perfectos…

RELATO 1 – OLAFO

 

No había agua en la mesa, solo vino.
   No había amor en la alcoba, solo sexo.
   La casa no era nuestra, era refugio secreto.
   El mar a través de la ventana, olor a ti.
   Un verano seco, tú tan húmeda, resbaladiza.
   Mis canas y tus dientes perfectos.
   Jamón Ibérico, uvas verdes, aceitunas como tus ojos.
   Adicto a ti, tú tan libre.
   No hay agua, hay vino.
   El mar se tragaba al sol, sus últimos reflejos te hacían un bronce con pies perfectos y esos dedos simulaban diez pezones, olor a caramelo.
   Ya la noche, yo dentro de ti, lento para no acabar nunca.
   No había agua, tú, una fuente de Granada.
   Yo, un adolescente con experiencia con pelos plateados que se caen.
   Como el Danubio me vengo en ti, contigo. Tu mirada me atraviesa procurándome la sensación de tocarme el alma hasta el último rincón.
   Y es que yo ya no soy yo, y tú siempre serás tú.
   No te amo por temor, no me amas por placer.
   Es mejor así, con vino y sin agua.
   Con todo, sin amor.
   Que sea un instante, un abrazo a la plenitud de hoy, no de mañana cuando salga el sol.
   Nadie traerá agua porque hay vino.
   Yo me duermo como un bebé, me pego a ti sintiendo tus nalgas duras, con mis manos en tus senos de Olympia con mi nariz en tu nuca esculpida por Miguel Ángel, tu olor es una droga que me invita a no pensar, solo a sentir mareándome en placer con sueño profundo.
   La luz atraviesa de nuevo la ventana.
   Me despierto como me dormí.
   Tengo sed pero no hay agua, bebo vino.
   Aún duermes y te despierto penetrándote con dulzura, lo aceptas con un gemido de placer.
   La madrugada no es el mañana de ayer.
   Solos tú y yo, atemporales, inconscientes, incondicionales, me pides agua, te doy vino.

 

COMENTARIOS:

 

– Perdón, pero despertar a alguien así es denunciable!
– Pura poesía.
– Por favor, no romantices el penetrar a una mujer que está durmiendo, por mucho que lo hagas «con dulzura».
– El mejor de la jornada (despues del mio, claro) en una jornada que no me ha gustado mucho. Gracias!
– Relato o poema xxx? El romanticismo del 20238
– Guauuuu… me encanta!

 

RELATO 2 – L. LAWLIET

 

No había agua. No había electricidad. No había Internet. No había nada. Entre calles destrozadas por las bombas caminaba ella sola, con sus 14 años y su pequeña mochila, junto a tres gatos que decidieron seguirla allá donde fuera. Tenía sed, pero no podía beber, porque… no había agua.
   Cuando caía la noche buscaba refugio entre 3 paredes medio rectas, pensando que sería una buena idea dormir a la intemperie. “Las zonas que ya han sido bombardeadas no serán bombardeadas otra vez”, se decía a sí misma. Los tres gatos dormían encima de ella, dándole ese calor que cualquier guerra quita. Hacía ya muchas noches que no lloraba porque, total, se había quedado sin padres, sin hermanos, sin amigos… ¿Qué más podía perder? “Ni siquiera vale la pena llorar”, concluía.
   Pasaban los días y bebía de aguas estancadas que encontraba por su camino sin destino. Uno de los gatos murió, pero como tampoco había comida, se lo tuvo que comer asándolo con unas pocas brasas que encontró. Desde ese día, los otros dos gatos dejaron de seguirla. Unas semanas después, su rostro parecía totalmente cambiado, y es que había pasado de ser una niña a una mujer en poco menos de un mes. Ella no entendía qué era exactamente lo que la llevó a tener que pasar por una situación así. “¿Qué he hecho yo para merecerme esto? ¡Solo soy una niña, joder!”, murmuraba a la par que gritaba.
   Uno de los días más desoladores y tristes para ella fue cuando caminó hasta la cima de una montaña de ruinas. Allí, miró directamente al cielo y, con los brazos abiertos y el corazón cerrado, gritó con todas sus fuerzas, maldijo a todos los dioses de los que tenía constancia, apretó los puños, bajó la mirada, y lloró, lloró más fuerte que nunca. “¡¡¡JODEEER!!! ¡¡¡AAAAHHH!!!”, gritaba cada dos minutos. De repente, así como de la nada, escuchó unas voces que salían de lo que parecía ser un televisor que decían:
   “En el Gobierno de los EE. UU. creemos que el país invasor tiene todo el derecho a defenderse, pero solo si se trata de un país invasor amigo, todos los países no amigos son considerados terroristas y, entonces, necesitan ser democratizados”, dijo la primera voz.
   “Como en Europa no sabemos lo que es el pensamiento crítico, diremos lo que diga nuestro amo y señor, los EE. UU. Por tanto, pensamos como ellos”, dijo la segunda voz.
   “El país invadido no tiene medios para defenderse y, por tanto, nosotros apoyaremos con armas para que luchen contra los malvados invasores”, dijo una tercera voz.
   “Nosotros preferimos no pronunciarnos sobre una guerra que no nos atañe, así que vamos a pasar del tema”, dijo la última voz.
   Lo que no pudo escuchar la niña, sin embargo, era esa voz que era más importante que todas las anteriores. Más grande y fuerte, pero que ningún medio de comunicación se dignaba a retransmitir. La de millones de personas que salían a las calles en contra de cualquiera de los 32 conflictos armados que hay en este mismo momento en todo el mundo. Esa voz que, aislada por individuo parece pequeña, pero que una vez puestas todas juntas ruge como el león más fuerte de la sabana. Esa voz que sale a la calle cuando se ve impotente. Esa voz que grita libertad no solo para determinadas personas. Esa voz que todo lo lucha, que todo lo reivindica. Esa voz que nos llevó a nuestra libertad. Esa voz que nos proporcionó estas vidas tan cómodas. Esa voz que se perdió hace unos años cuando decidimos colectivamente que salir a la calle ya no tenía consecuencia alguna.
   Esa voz que, si no se hace oír, quedará muda para siempre.

 

COMENTARIOS:

 

– No me ha gustado la muerte y posterior cocinado del gato.
– Sólo la unión nos dará voz.
– muy actual

 

RELATO 3 – LADY X

 

No había agua en ninguna parte, ni en su boca, ni en su sexo, ni lágrimas en sus ojos cuando por la impotencia quería llorar. Durante meses esperando este encuentro con ella. Hartos los dos de enviar cada día corazones de colores al teléfono del otro. Sí, era genial levantarse con un te quiero en el móvil cada mañana, pero la presencia del otro ya no se podía reemplazar más con mensajitos cariñosos.
   Pedro fue a buscarla al aeropuerto. Recién duchado, con su barba recortada como a ella y a él les gustaba, dejándole un aire un poco como descuidado. Esa mañana Pedro había ido tres veces al baño; la impaciencia y las ganas no le dejaban sostener nada en sus intestinos. Qué guapa estaba. Pedro pensó que el cansancio de tantas horas de viaje le sentaba bien. Le dejaba una mirada sin resistencia, rendida, aún más sensual que de costumbre. Pedro había dejado el piso preparado para acoger el encuentro. No terminaron el aperitivo y ya estaban desnudos en la cama. ¿Por qué todo tan seco? También la lengua de Pedro estaba seca y rugosa, no tenía saliva. Los dos estaban sedientos. Pedro fue desesperado a beber del grifo de la cocina; no salía ni una gota. Miró por la ventana del salón y estaba lloviendo. Era de noche y veía las siluetas oscuras de la gente con paraguas pasar por la acera de enfrente. Se fue corriendo al baño, abrió los grifos del lavabo, bidé y bañera. ¡Ni una gota! Subió aprisa las escaleras para volver a la habitación, que se encontraba en un espacio abierto encima del salón, y contar a Marta lo que estaba ocurriendo. Marta estaba perdiendo el conocimiento, no le respondía y sus brazos estaban tan lánguidos como espaguetis muy cocidos. Pedro comenzó a desesperarse. No entendía que estaba ocurriendo y necesitaba beber inmediatamente. Alguien golpeó fuerte a la puerta. Escuchó a su madre gritando enfadada. Le decía a Pedro que estaba harta de encontrarse recién levantada por la mañana todo por medio en la cocina cada vez que Pedro se juntaba con sus amigos a comer pizza por la noche. Que estaba harta de repetírselo y le ordenaba que se levantase inmediatamente a recogerlo. A Pedro le costó unos minutos aterrizar en la realidad, y mientras tomaba conciencia de que se encontraba en su habitación, y en la casa de sus padres, donde siempre había vivido, vio su botella de agua bien llena en el suelo, al lado de su cama.

COMENTARIOS:

 

– Resaca
– La percepción de una mujer sin resistencia y rendida como «más sensual que nunca» me ha perturbado demasiado.
– Entonces, al final tiene novia o no?

 

RELATO 6 – MICKEY MOUSE

 

No había agua, y el ruido del grifo oxidado le hizo abrir bien los ojos en frente del espejo del baño. ¡Mierda! Otra vez iba a llegar tarde oliendo la cobija pegada y sin tomar café. Lo de madrugadora no se le daba. ¡Justo hoy!, refunfuñó. ¡No, no, no! No iba a entrar en pánico.
   Lo primero que hizo fue correr a la cocina a revisar el grifo del lavaplatos; pudiera ser que fuera solo el grifo del baño el que estaba defectuoso, ¡pero no!… Del grifo de la cocina salió solo un chorro de aire con chispas de agua sucia.
   —¡Que cagada! —se dijo. Ojalá pase algo que te borre de pronto… —cantó en baja voz irónicamente.
   Miró en la nevera casi desocupada y se enjuagó la boca con jugo de naranja. Por lo menos estaría hiper por un rato y así su aliento mañanero no mataría a ningún mortal… Romina sabía que no iba a dar pie con bola en el examen, su día no empezaba sin cafeína en las venas. Era increíble saber que después de haber pasado toda la noche estudiando, llegaría tarde a su último examen. El tema no era de los grifos, el tema era el pago que no había hecho y faltaban dos días para recibir su sueldo, que era más flojo que un diente de leche. Se había olvidado de que el agua no estaba incluida en su arriendo de piso. Se había arrendado aquel cuchitril cuando había llegado a la ciudad con los bolsillos casi desocupados pero con su corazón lleno de esperanza e ilusiones. Hoy ya no sabía si todavía seguían allí, pues se había dado cuenta de que sus ilusiones eran solo pajaritos en el aire, la realidad de la ciudad le había pinchado los globos y su esperanza, que estaba bien acurrucada en su corazón, y hoy no iba a ser el día que le ofreciera una mano para que se estirase.
   No se iba a amedrentar. ¿Qué podría pasar si no se bañaba en dos días o no tomaba café?, se preguntó. Eran solo dos letras y un número, H2O. ¡Nada! Y lo importante era terminar su semestre de enfermería.
   Ya había dejado todo atrás, su pueblo, su familia y a él, Santi. ¡Oh Dios! Cuánto extrañaba no tenerlo cerca para que le dijera lo que ella ya sabía (que no había agua, ¡ja!), pero escucharlo de su varonil voz le volvía loca y siempre le hacía sonreír; o que sus manos le recorrieran su cuerpo en aquellos momentos de soledad en la montaña. Sí, lo extrañaba, pero estaba segura de que él no tendría los cojones de venir a buscarla, ni en las etapas iniciales de su idilio los tuvo, y menos los tendría ahora que su orgullo insano lo cegaba. Y mucho menos después de la última insultada. En fin…
   El solo pensar en eso le fracturó el corazón otra vez y se le debilitaron las piernas. ¡Que mierda! Era muy temprano para andar cachonda, dolida de alma, sin café y para colmo tarde. Se metió en sus blujeans viejos, que le forraban bien sus redondeadas nalgas y sus firmes muslos, y sacó una camiseta blanca de algodón suave que le quedaba bastante holgada, con el signo de paz que decía «Peace to the World«. Recogió su largo ondulado y negro cabello dentro de una gorra, calzó unos tenis ya carcomidos en el carcañal, pescó su backpack y salió corriendo a ver si alcanzaba el bus de la estación de la plaza.
   Al salir por el pasillo se cruzó al fontanero, que hablaba con su vecina. ¿Sería que ella tampoco pagó el agua este mes? ¿No se le dañaría el grifo?
   Le peló el diente al joven fontanero por si acaso tuviese que llamarle a la tarde. Él también volteó la cabeza y por el rabo del ojo le miró el trasero.
   Se metió una galguería a la boca en lo que corría como loca por la calle empedrada que pasaba por el puente viejo, resbalando con sus tenis, que chirriaban en cada piedra mojada cual pista de jabón, pues había llovido sin piedad la noche anterior.

COMENTARIOS:

 

– Me han gustado la frase y palabra de otra cultura y que desconocía.
– Me falta un… un final…
– Bien relatado pero algo lioso, frases muy largas. Algunas expresiones he tenido que buscarlas. He aprendido cosas nuevas 😀

 

RELATO 8 – PANORAMIX

 

—¡No había agua! ¿Te lo puedes creer, Mari?
   —¿Cómo que no había agua? ¿Pero no me dices que él había escogido el mejor campamento de Safari de todo Kenia? —pregunta Mari con su vozarrón de fumadora.
   —¡Pues así como te lo digo! Ni una gota, ni el primer día, ni el segundo, ni el tercero. ¡Jajajajaja! —ríe Lola, divertida.
   —¡Vaya vacaciones románticas, Lola!
   —Pues yo, aunque fingía estar afligida como él, me mataba de risa por dentro, te confieso.
   —¿Risa? No sé si a mí me causaría risa… —replica Mari en tono dudoso.
   —Te explico. Ya conoces a Chema, a medio camino entre narciso madrileño de buena familia, —se burla Lola con el dedito meñique levantado—, y maniaco de la higiene, que desde la pandemia no le pillan nunca sin gel desinfectante. Y yo, previsiva, ya me conoces, por si las moscas, pensando en que íbamos lejos de la civilización, había empacado una docena de paquetitos de pañitos húmedos que Chema había comprado.
   —¡Claro!
   —Pues me sirvieron para bandearme esos días: aseo corporal matutino y… —describe Lola con un gesto de lavarse.
   —¡Espera, espera, Lola! Sin agua no tenían baño… ni ducha… no podían…
   —… ¿Ni mear en wáter, ni limpiarnos el culo? Pues eso. ¡Así es! ¡Jajaja! Pero si es que eso era lo más divertido, Mari.
   —¿¿¿Que qué??? ¿Divertido te parece? ¡Qué disparates dices, Lola!
   —Tú solo imagínatelo: Chema, el “Pashá”, con sus cremitas faciales, su corte de pelo impecable, su manicura semanal, —Lola posa dándose aires de modelo ante fotógrafo— su barba rasurada perfectamente, que te juro que hasta tiene la maquinilla graduada de por vida, ¡bloqueada exactamente en 4 milímetros!
   —Pues… si me lo pones así…Jijiji, sí, sí, me lo imagino —añade Mari con risita burlona—. Seguro que sufría, el hombre.
   —¿Ves por qué me divertía? Pues ahora, imagínatelo allí. Era cómico verle paseándose, sin parar, de un lado para otro en la carpa elegantísima del campamento. ¡Si parecía enjaulado, como si fuese uno de los animales salvajes que habíamos ido a observar! Él queriendo estrenar sus pantalones y chaleco de camuflaje comprados a propósito para la ocasión, queriendo pavonearse cual rey de la jungla… —Lola le imita hinchando el pecho, llevándose las manos a la cadera— pero forzado a permanecer en la bendita carpa la mayor parte del tiempo. Él queriendo ser siempre tan sofisticado… Y la falta de agua, el elemento más básico, elemental… ¡Lo volvió loco! ¡Ja ja!
   —¿¿Pero qué hacía, qué decía??
   —¡¡Nada, si ni siquiera hablaba!! ¡Ja ja ja! Gruñía como un animal la mayor parte del tiempo. El primer día se había dado un remojón en el jacuzzi privado. Pero al tercer día, el agua ya tenía un olorcillo como de caldo de pollo… y el pobre Chema lloriqueaba de asco, suspiraba por su adorada ducha de chorritos de masaje.
   —¡Qué dices! ¡¿Tres días?! ¡Madre mía!
   —Sí, el camión que trajo al plomero desde la capital llegó al cuarto.
   —¡Menos mal! Pero… ¿no te daba pena?
   —¡Qué va! ¿Sabes lo cómico que era verle acurrucado sobre el hoyo “al fresco”, detrás de los matorrales, mientras yo le hacía de biombo con el pareo keniano que usábamos para simular un cubículo de baño? ¡Ja ja! Cu-bí-CULO —enfatiza Lola con lágrimas en los ojos.
   —¡Jajaja! ¡Puedo verlo probando su puntería!
   —¡Síiiiii, e intentando no salpicarse los pantalones nuevos con el chorro! —Lola se pone de pie imitando el gesto de la manguera en mano.
   —¡¡Jajaja!! —llora Mari carcajeándose.
   —Pues fue tal su desespero, que tan pronto repararon la avería, se duchó, me ordenó prácticamente que me duchara de prisa mientras él empacaba, y exigió que nos llevasen de vuelta a la capital con el plomero.
   —¡No me digas!
   —Ni te cuento las 3 horas apretujados en el camión, con el equipaje entre las cabras. ¡Ja ja! Tendría que haberle sacado una foto —suspira Lola recordando la escena.
   —¿Regresaron al campamento anterior?
   —¡Qué va! Chema juró que no volvería jamás a uno, y terminamos la semana en un Resort de lujo. ¿No ves el bronceado tan guay que llevo?

COMENTARIOS:

 

– La aventura es lo que tiene.
– Bien detallado! Me Gusta
– Me encanta cómo describes los gestos; parece que los estoy viendo 😁

 

RELATO 9 – MAFALDA

 

No había agua en mi edificio, y digo edificio porque sé a ciencia cierta que no era solo en mi casa, y yo tenía que aclararme el pelo con urgencia.
   Es verdad que una vez, solo una vez en cinco años, me retrasé con el pago de la factura del agua unos días y la compañía no se anduvo con tonterías y me cortó el agua, pero no era el caso. Lo sé porque en mi cuenta corriente se veía rápido y porque lo primero que hice fue enfundarme el albornoz y salir al rellano en busca de respuestas.
   Con la cabeza llena de espuma y en forma de torre Eiffel timbré a la Luisi, mi vecina de confianza, para que confirmara mis sospechas. Efectivamente, ella tampoco tenía agua y sabía de buena fe que los del quinto tampoco. Vamos, todo el edificio.
   Es que esto solo me podía pasar a mí. Llevaba media semana aguantando el pelo con una suciedad escandalosa, al punto que la coleta ya se me aguantaba sin goma, solo para poder lavármelo hoy, el día más importante de mi vida. Encima me había enjabonado a conciencia, que eso como luego no aclares bien se queda más tieso que con la gomina más potente del supermercado.
   Era una situación de emergencia, es importante que entendáis esto. En mi horario mental había tenido en cuenta todos y cada uno de los desastres que podían ocurrir y que, efectivamente, ocurrieron. O bueno, tengo que decir “casi” todos, porque desde luego un corte de agua sorpresa no entraba en mis planes.
   Había estado una hora probándome prácticamente toda la ropa de mi armario, solo para terminar poniéndome el modelito de siempre. Como predije.
   Había estado experimentando con una paleta de maquillaje que, calculo, llevaría caducada un par de años. Todo para terminar lavándome la cara en la ducha, de ahí que me maquillara antes y no después, como bien sabía que terminaría haciendo.
   Todo eso entraba dentro de mi horario, pero esto… esto no. Estaba segura de que no había leído ninguna nota en el portal sobre un corte de agua, ni había recibido una circular en el buzón, ni me había encontrado con un post-it mal puesto en el ascensor, ni tenía en la bandeja de entrada un correo electrónico del administrador…
   Me senté en la cocina a reflexionar. Yo no podía bajar en albornoz a ponerme a revisar tuberías, en primer lugar porque no tenía ni idea de fontanería, y en segundo lugar porque el tiempo pasaba y yo tenía que estar en otro lugar a una hora concreta.
   —¿Qué hago? ¿Qué hago? Venga Paula, piensa… ¿Dónde hay agua? —me repetía.
   Automáticamente mi cuerpo respondió abriendo la puerta de la nevera. Bonita colección de botellas vacías que tenía ahí almacenadas. Quedaría digamos que un chupito de agua, lo justo para aclararme el flequillo. Así lo hice y os garantizo que esa agua estaba más fría que la del Atlántico.
   —¿Dónde más hay agua? —pensé. No podía presentarme con el pelo de un troll a la cita más importante de mi vida. Tenía que causar la mejor impresión. Estaba dispuesta a meter la cabeza en un charco si era necesario.
   Os he dicho ya lo importante que era para mí este día, ¿no? Ni corta ni perezosa agarré una de esas botellas vacías que guardaba en la nevera, la metí en la cisterna del inodoro y terminé de aclararme el pelo. Fue una operación limpia, aunque penséis que no. Unas discretas gotas de colonia Nenuco camuflaron el olor a sanitario.
   Y llegué a mi cita justo a tiempo, ni un minuto antes, ni un minuto después. No sin antes pasar por el supermercado para abastecerme de todas las garrafas de 5 litros que me cupieran en el maletero. Causé una buenísima tercera impresión a las de la perrera, y por fin pude llevarme a Sacarino a casa.
   Nunca llegué a saber por qué se cortó el agua en el edificio ese día, pero ahora estaba preparada… ¡Y a Dios pongo por testigo que Sacarino nunca pasará sed, frío o falta de higiene! Qué suerte que no cundió el pánico ¿eh?

COMENTARIOS:

 

– Improvisación
– jajajajaja
– Todo eso para ir a la perrera? Bueno, me ha gustado 😊
– Una persona con recursos

RELATO 10 – LUKY LUKE

 

No había agua, podíamos pasar. Atravesamos ese río seco y nos adentramos en el bosque. Hacía días que caminábamos. José llevaba una brújula y todos confiábamos en él, aunque nuestras fuerzas eran cada vez menos, sobre todo las de los que tenían que transportar los víveres. Felipe llevaba a cuestas una gran mochila llena de latas, y María Jesús las pocas patatas que nos quedaban. Además, cada uno llevaba parte del agua.
   Lo que había empezado siendo una especie de excursión emocionante se había convertido en toda una tortura. Ninguno de los que íbamos éramos montañeros, tampoco senderistas experimentados. Sin embargo, en un afán de salirnos de la rutina y vivir una aventura, nos habíamos empeñado en formar ese grupo absurdo, liderado por el de la brujulita. ¡Maldita sea! ¡Con lo tranquilo que podía haber estado yo en mi casa!
   Esa noche nos tocaba otra vez dormir al raso, aunque esa era la parte que menos me desagradaba, debajo del manto de estrellas, acurrucado junto a mi amigo Ismael, sintiendo su respiración, sintiéndome cómplice con él en medio del universo. Esos momentos me reconfortaban, pero a la mañana siguiente siempre encontraba mi cuerpo lleno de picaduras molestas. ¿Cuánto más iba a resistir mi fina piel acostumbrada a hidratación diaria? Desde luego no iba a confiar nunca más en esta agencia de viajes: “Viajes personalizados”, o como ellos decían: “La magnitud transcendental del viaje”. Casi prefiero hacer un crucero, meterme en mi camarote y esperar que el barco no choque contra ningún iceberg.
   No sé en qué parte de la selva amazónica estábamos, no sé si aquello era simplemente una especie de jueguecito de supervivencia y si el de la brujulita sabía lo que estaba haciendo. Hasta el momento era yo el más suspicaz. Todos los demás andaban jiji jaja, poniéndose a prueba y pensando que estaba muy chulo lo que estábamos haciendo, y a mí me temblaban las carnes.
   En teoría pronto encontraríamos un pueblecito con un helipuerto y nuestra superaventura acabaría, o no. Yo seguí abrazado a mi compañero bajo las estrellas, y por un momento había dejado de pensar en mi sofá, en mi serie de Netflix, en mis cremas, en mi pijama de algodón tan cómodo…
   Amanecía en ese claro del bosque. Nos despertó el vientecito fresco y el ruido del helicóptero. Pues sí que la agencia de viajes sabía bien lo que hacía, y sí que estaba todo bien organizado, tan organizado que hasta los más escépticos como yo habían vivido la experiencia de sentirse casi en peligro, y casi abandonados. Nuestro Indiana Jones rescatador apareció triunfante, luciendo en su solapa el emblema de la agencia de viajes: “Viajes tú mismo”.
   Todavía me pregunto si alguna vez volveré a repetir. Desde luego a Ismael se le quitaron todas las ganas. Dice que por las noches, bajo las estrellas, podía sentir mi miedo, y eso le asustaba.

COMENTARIOS:

 

– Las agencias de viajes te venden lo que quieren.
– Está bien contado, pero me falta trama 🤔