RELATO 1 – L. LAWLIET
—Hasta perdernos en la noche.
—¿Literalmente?
—Literalmente.
—Pero… ¿cómo os pudisteis perder en la noche?
—Bueno, la historia comenzó… así. Estábamos tan tranquilos tomando unas birras por uno de los suburbios de la ciudad.
—¿Qué ciudad?
—No es importante para la historia. El caso es que, de repente, en la terraza del bar donde nos encontrábamos, aparecieron unos personajes salidos de la nada que nos invitaron a seguir de farra con ellos.
—Y, obviamente, os fuisteis con ellos, ¿no?
—No. Declinamos amablemente su oferta y decidimos seguir a nuestro aire.
—Esto no pinta interesante.
—Tú calla y escúchame. Después de un largo atardecer, sentí el impulso de irnos de aventuras.
—¿De aventuras?
—Sí, de descubrir algo nuevo, ir a un lugar al que nunca habíamos ido. Y, entonces, giré la mirada hacia mi amiga y, mientras cruzaba los brazos en forma de equis, le pregunté: «¿Quieres ir a hacer una cruzada?»
—Pero, tío, ¿tú de qué año eres?
—Del 87. El caso es que, con mis gestos y mis palabros, mi amiga, que se encontraba entre la duda y la adrenalina, dijo que sí, que se apuntaba. Así que empezamos a caminar.
—¿En qué dirección?
—No es importante para la historia. Unos 40 minutos después, una pintoresca entrada a un edificio nos llamó la atención. Arriba, un rótulo de estilo gótico, pero al mismo tiempo como de los años 70, que nos estaba claramente seduciendo, rezaba… Mogambo.
—¿Mogambo?
—Mogambo.
—¿Qué es Mogambo?
—¡Oh, qué no es Mogambo! Sin pensárnoslo dos veces, decidimos bajar las escaleras de aquel edificio abierto hasta que llegamos a una puerta negra, en la cual nos esperaba un señor muy bajito y con bigote. «10 euros por persona y alma», dijo.
—¿Y alma?
—Y alma. Nos miramos a la cara y le dimos cada uno 10 euros, y el señor, muy amable, nos abrió la puerta y nos invitó a entrar con las siguientes palabras: «bienvenidos a Mogambo, donde las personas y las almas se unen para formar una comunidad única». Y entramos.
—¿Y? ¿Qué había dentro? ¿Una superfiesta con famosos, o qué?
—Todo más cerca de la ficción.
—Nada más lejos de la realidad, querrás decir.
—No, no me has entendido. Entramos y sentimos un calor humano abrumador, una fiesta sin igual. Con luces de colores, pero sin bombillas. Con música, pero sin altavoces. Con bebidas alcohólicas, pero sin bar. Con gente en la sala, pero sin personas.
—Entonces, ¿de qué era la fiesta?
—De almas. De almas perdidas que encontraron su camino hacia el entendimiento de la vida. Almas que se sentían cómodas siendo quienes eran, sin complejos, sin juicios de moral. Era como… era como estar dentro del significado libertad.
—Pero… ¿qué hicisteis?
—Lo hicimos todo, amigo mío, todo. Nos abrazamos, hablamos con mil y un almas diferentes, bailamos, bebimos, nos besamos y nos hicimos el amor. O como ellos lo llamaban, el almor. Es así como conseguimos salir de fiesta hasta, literalmente, perdernos en la noche.
—¿Cómo terminó la noche?
—Nadie lo sabe. Nadie se acuerda. Al amanecer del día siguiente, mi amiga y yo decidimos volver a seguir los pasos de la noche anterior. Cuando pensamos que habíamos conseguido llegar a Mogambo otra vez, nos encontramos con una óptica en su lugar. Nos miramos el uno a la otra con cara de decepción, de tristeza. Nos quedamos allí, sin decir una palabra, solo mirando desoladamente las gafas que había en el escaparate. Después de cinco minutos así, salió un hombre de la tienda, que asumimos era el propietario. Era un hombre muy bajito, y con bigote.
—No me jodas.
—Cuando os perdáis en la noche, venid a Mogambo —nos dijo sin esconder su media sonrisa. —Las almas siempre saben cómo encontrar su camino.
—Ehm…
—No sabemos si volveremos nunca. Pero seguro que lo hacemos.
COMENTARIOS:
– Un relato con… alma
– Excelente! el dialogo le da un ritmo muy bueno y la historia es creativa.
– Buena imaginación. El mejor de la jornada 👍
– La historia fantástica, para el remate se esfumó la inspiración. ¡A veces pasa!
– ¿Dónde habita el alma?
RELATO 11 – SARAH’S SCRIBBLES
—Hasta perdernos en la noche, así vamos a estar dando vueltas como tontos. Maldito viejo orgulloso.
—Llevamos mucho tiempo dando vueltas, ¿no? ¿Estás seguro de que conoces el camino?
—Qué sí, no seas agonías.
—Pues estaría bien que encontráramos el sendero antes de que se haga de noche.
—Que sí, no seas pesada, que me desconcentras y así es como me pierdo.
—¡Pero si ya estamos perdidos! ¡Que llevamos tres horas dando vueltas sin sentido!
—Deja de gritar, que nos van a tomar por dos viejos chochos que no pueden dar un paseo sin supervisión.
—¡Si es que eso es lo que somos! Dos viejos perdidos en el bosque. Yo no quiero pasar aquí la noche, que no tenemos ni agua ni un bocadillo. ¡Ayuda!
Parece que por fin está dispuesto a reconocer la derrota y empieza a gritar conmigo pidiendo ayuda.
—¡¿Alguien nos oye?!
—Hola
—¡Ostia! ¡Que me matas del susto! ¿Pero tú de dónde sales?
—Pues del sendero que está ahí a la derecha. Les hemos oído gritar y venía a ver si necesitan ayuda.
Miramos el sendero a la derecha y vemos a un grupo de jóvenes mirándonos con curiosidad. Jacinto enrojece.
—Aquí mi mujer, que es una dramática, y como no nos cruzamos con nadie desde hace un rato, ya me estaba dando la paliza con que nos habíamos perdido. Pero ya le estaba diciendo yo que no. Y se ha puesto a gritar porque no se fía de mí. Ya ves.
—A usted también le hemos oído gritar.
—Jajaja, pero era por hacer la broma y meterme con ella.
Quiero fulminarle con la mirada, pero me callo. Porque, aunque sea pura coincidencia, al final tenía razón y no estábamos tan lejos del sendero.
Por fin nos subimos al coche. Tengo los pies destrozados, solo puedo pensar en darme una ducha y meterme en la cama. Pongo la dirección de casa en el GPS y lo coloco en el soporte. Pero Jacinto lo apaga a los pocos segundos de arrancar.
—¿Qué haces? ¿Por qué lo apagas?
—No necesito ese trasto para llegar a casa. Me sé el camino de memoria, en veinte minutos estamos.
—¿En serio? ¿Cuántas veces habías venido a este sitio antes?
—Las suficientes para conocer el camino sin ayuda de tecnologías que te fríen el cerebro.
Me quedo mirándole alucinada. En un arrebato de ira arranco el cacharro del soporte, bajo la ventanilla y lo lanzo a la autopista.
—¿Pero qué haces Olivia? ¿Te has vuelto majareta?
—Si no necesitas ese trasto no sé por qué lo tienes ocupando sitio en la guantera. Ahora te van a caber un montón de mapas de carretera que no te frían el cerebro con tecnología.
—Si es que eres una dramática, siempre montando películas por tonterías.
—Concéntrate en la carretera que aún nos vamos a perder en la noche.
Casi cinco horas más tarde, y después de habernos confundido siete veces de salida y atravesado pueblos que hasta entonces desconocíamos, aparcamos delante de casa. Entramos en el portal y llamamos al ascensor.
—¿Lo ves? Te dije que no necesitaba el GPS para llegar a casa.
—Sí claro, pero decías que llegaríamos en veinte minutos, no cinco horas.
—Es que eres una copiloto terrible. Si te digo que me avises en tal salida y no me avisas es normal que me la salte.
Las puertas del ascensor se abren, pero antes de que Jacinto se suba, lo agarro por los hombros y lo obligo a mirarme a los ojos. Le doy un rodillazo en los testículos que lo deja retorciéndose de dolor en el rellano. Me subo al ascensor y pulso el botón del tercero.
—Tú sube por las escaleras, no sea que la tecnología del ascensor te fría el cerebro.
Se queda allí encogido gritándome, pero ya no oigo lo que me dice. Me he quitado el audífono. Quiero dormir toda la noche y no me apetece que Jacinto me despierte llamando al timbre.
COMENTARIOS:
– Jajaja, muy bueno, muy gracioso
– Las equivocaciones y la culpa es siempre de la mujer. Los hombres son perfectos.
– Me recuerda a mis abuelos
RELATO 2 – MAFALDA
Hasta perdernos en la noche anduvimos por la montaña. Y todo porque a Daniel no se le vino en gana usar la lógica y prefirió seguir los consejos de su padre Adolfo, quien, por cierto, ya había demostrado en ocasiones anteriores cierta tendencia a poner a su propio hijo en situaciones de peligro.
Adolfo era un hombre de ciencia con el instinto paternal poco desarrollado. No digo que no quisiera a Daniel, pero tampoco voy a decir que lo quería, o al menos no de la manera convencional. Él veía a Daniel como un pececillo de colores que le había tocado en la feria, pero con una esperanza de vida mucho más larga.
A uno se le plantean preguntas cuando ve la relación paternofilial de estos dos, como por ejemplo… ¿Pararía Adolfo una bala por Daniel? Y yo os digo que, probablemente, sería Adolfo quien la disparara. Pero no me malinterpretéis, ya os he dicho que Adolfo es un hombre de ciencia y el objetivo de este acto sería no tanto terminar con la vida de Daniel, sino probar la resistencia de su primogénito al plomo y la pólvora.
Hasta ahora, Adolfo no había llegado hasta ese punto. Sus experimentos para medir la resistencia de su descendencia habían sido mucho más discretos. Lo suficientemente sutiles para que Daniel pudiera fingir tener un padre normal, lo suficientemente descarados para que todos los demás nos diéramos cuenta de que no era así.
Y como venía contando al principio, esta era una de esas aventuras propuestas por Adolfo en la que nosotros, los amigos de Daniel, terminábamos siendo experimentos colaterales.
Al principio, como en todas las historias, todo era perfecto. Cruzamos un prado, que olía a petricor y era de un verde que solo se puede ver en el norte, hasta llegar a la falda de la montaña que íbamos a conquistar. Hacía calor, pero no demasiado. El sol era agradable y la brisa intermitente nos refrescaba, las lagartijas nos saludaban… Era idílico.
Llevábamos la ruta perfectamente planificada y podíamos elegir cómo queríamos hacerla: circular o de ida y vuelta. Adolfo le había recomendado a Daniel que siguiéramos la ruta circular, ya que era ligeramente más rápida. Como adelanto os diré que esa ruta circular nunca había existido o, al menos, no por donde nos había enviado el padre de Daniel.
Sus palabras debieron ser algo como: «Es una ruta muy sencilla a la que podréis restarle media horilla si seguís este camino que me acabo de inventar» (estas últimas son un adorno literario que me vais a permitir).
Habíamos salido pronto, pero al llegar a la cima empezó a oscurecer rápidamente. Nos había costado llegar hasta allí algo más tiempo y esfuerzo que el que teníamos en mente. Quizá porque Adolfo había comentado que era como una paseíto por el Retiro, cuando la realidad se parecía más a un ascenso al Picu Urriellu. Mi teoría es que las indicaciones de Alfredo nos ponían más obstáculos que una prueba del Grand Prix.
Al llegar a la cima, tuvimos que dar la vuelta hasta un punto en el que el camino se bifurcaba, por lo que la ruta, efectivamente, no era circular. Hugo y yo comentamos que lo más sensato era volver por donde habíamos venido, ya que conocíamos el camino, la noche amenazaba y sabíamos con certeza cuánto tiempo tardaríamos en descender, pero no sé cómo ni por qué Daniel nos convenció para ir por el otro camino.
Empezamos a avanzar por una especie de sendero que se dibujaba más en nuestras cabezas que en el propio suelo. Era como adentrarnos en una cueva, porque a cada paso que dábamos menos se veía.
Caminamos durante horas y la montaña no terminaba nunca. La ladera era empinada y nos aferrábamos a las piedras y las ramas de la poca vegetación que encontrábamos, para no caer al vacío. Y finalmente se hizo de noche. La oscuridad nos devoró, pero imaginar la maléfica risa de Adolfo celebrando nuestro fin nos dio fuerzas.
Descendimos la montaña a oscuras, prácticamente a gatas. Dejamos nuestras rodillas en cada piedra que nos cruzamos y marcamos el camino con nuestra sangre, pero lo logramos.
¡Jódete Adolfo!
COMENTARIOS:
– Me gusta el enfoque que le da a la falta de instinto paternal
– Con otro final le daba un 10!
– Que pérdida!!😫
– La fuerza de la resistencia.
– El final así así
RELATO 6 – LUKY LUKE
Hasta perdernos en la noche, y todas las noches igual; no había manera de llegar a casa de una forma directa, por un camino sencillo, sin dar vueltas como una peonza; si no era por una causa, era por otra.
Algunos días, a la salida del trabajo, mi compañera Sofía me proponía pedir una copa en el bar de la esquina, y allí nos quedábamos horas y horas charlando. A la salida yo no sabía si tirar hacia la izquierda o hacia la derecha. Sofia me cogía de la mano y me dirigía a donde a ella le daba la gana. Unas veces era a su casa, otras veces a algún otro garito lleno de gente desconocida. Y siempre con esa sensación de estar perdida en la noche. Me orientaba por los carteles luminosos de los edificios. Cuando llegaba al de Grunding, que estaba en el tejado de un bloque de once plantas, sabía que por ahí andaba mi casa. Qué despiste.
Pero eso se acabó; yo lo acabé; Sofia y sus salidas nocturnas terminaron. Ahora me pierdo en la noche por distintos motivos, normalmente para ayudar.
Dentro de la ambulancia, perdidos en la noche, mi compañero y yo transitamos de casa en casa, sin saber muy bien a dónde nos llevará la próxima llamada. Esta noche hemos entrado en una casa cubierta de una pintura con purpurina. Nos ha abierto la puerta una señora con los ojos excesivamente pintados y las uñas muy largas. Debía tener unos ochenta años. Nos ha recibido llorando.
—¡Ay, hijos, entrad, entrad! Es mi marido. Aunque en realidad no es mi marido, pero como si lo fuera. Es que tiene el culo abierto; lo operaron, y mira lo que le ha pasado, se le ha abierto.
Al pobre paciente le habían intervenido hacía doce días, le habían retirado la sutura por la mañana, y por la noche esa herida, mal cicatrizada, se había abierto de par en par. Y bueno, la labor de una enfermera es estar ahí, ayudando, socorriendo, empatizando. Y eso hicimos, le dijimos que no pasaba nada, que todo se iba a solucionar. Pero mi compañero y yo nos miramos y supimos que teníamos que ir al hospital rápidamente. Les dejamos en urgencias y nosotros seguimos perdidos en la noche.
Empezábamos a tener hambre, y decidimos pararnos a tomar algo. Los sitios que permanecen abiertos durante toda la noche para dar comida tienen algo distinto, y tétrico, que transmiten nada más entrar. Es como si en cualquier momento pudiera suceder cualquier cosa.
Algunos borrachos trasnochados estaban apoyados en la barra. En una mesa al fondo, dos chicos miraban para abajo, como con miedo a ser reconocidos. A nuestro lado, un hombre triste con mochila, que parecía no tener ningún sitio a donde ir. La escena la completábamos nosotros, una enfermera y un médico, perdidos también en la noche, esperando la próxima llamada.
—Roberto, ¿qué te parece si tú y yo, esta noche, nos encontráramos a nosotros mismos?
—¿Pero qué dices Maricarmen? ¿No me estarás proponiendo nada guarro, no? Que tú sabes que yo estoy fatal de la próstata y me cuesta mucho… ya sabes. Para mí es muy estresante. Yo prefiero la relación que tenemos de confianza y respeto.
—Anda que eres tontaina. ¡Encontrarnos a nosotros mismos! Hacer un ejercicio de reflexión y plantearnos si verdaderamente nos gusta esto que hacemos.
—Pues casi peor, Maricarmen. ¿Y si descubro que no me gusta? ¿Cómo me gano la vida entonces? No, deja, deja, prefiero seguir perdido en todos los sentidos. Casi me hace más ilusión eso de tener un rollo contigo. Por lo demás, ya sabes que yo elijo siempre el turno de noche, y no es nada casual. Elijo esto para no tener que seguir eligiendo en los distintos aspectos de mi vida. Ya sabes, un huir hacia adelante.
Jolín, qué perdido estaba mi compañero. Pensé que uno nunca deja de perderse en la noche, en su noche, en la noche de otros, por distintos motivos, existenciales, laborales, emocionales…
Roberto y yo nos comimos nuestras hamburguesas, y nos metimos en nuestro cochecito con luces, que nos transportaba raudo y veloz de casa en casa, en una noche como todas las noches.
COMENTARIOS:
– Estuve todo el relato esperando a que os encontraseis con Sofía en uno de esos tétricos lugares 🙁
– Creo que ganaría mucho si las diferentes historias, ideas, temáticas, tuvieran más relación entre ellas
– ¿Quién no está desorientado alguna vez?
– Me he liado un poco; no sé qué quieres contar
Desierto
…De almas. De almas perdidas que encontraron su camino hacia el entendimiento de la vida. Almas que se sentían cómodas siendo quienes eran, sin complejos, sin juicios de moral. Era como… era como estar dentro del significado libertad…
…Él veía a Daniel como un pececillo de colores que le había tocado en la feria, pero con una esperanza de vida mucho más larga…
…Sentíamos cómo desde nuestro interior irradiaba un calor que abrasaba más que el sol, pero que no quemaba nunca…
…Que nos otorgue permiso antes de comenzar para que el hermano jaguar solo nos mire y la hermana serpiente nos ignore…
…Caminemos por el pulmón del planeta sin rumbo y descubramos todos los sonidos de la vida mientras vamos muriendo…
…Hagamos el amor frente a ojos brillantes de criaturas ocultas, poderosas y envidiables…
…Moriremos juntos, mi amor, sin ojos que nos lloren, con el concierto de las aves más hermosas…
…Creo que es hora de perdernos en la noche, amor mío…
…Tú sube por las escaleras, no sea que la tecnología del ascensor te fría el cerebro…
RELATO 3 – JEREMÍAS
Hasta perdernos en la noche, sí, no podía ser de otra manera. Estábamos abocados al abismo, a caer en ese profundo silencio, en esa profunda oscuridad que siempre marca la noche, en esa profunda oscuridad en la que se te diluye el alma, y más una noche cerrada en la que no había ninguna luna; todo era niebla, todo tristeza, y un frío sepulcral arropaba nuestros recuerdos. No había palabras, ni una mirada cómplice, solo el sonido de nuestras pisadas entre las hojas caídas, pisadas extrañas que no reconocíamos como propias, el olor a hierba recién cortada, a tierra mojada, a otoño y añoranza.
El contacto cálido de nuestras manos entrelazadas mientras recorríamos las calles de esa ciudad fantasma, que un día fue para nosotros ciudad de luz, de esperanza y de proyectos compartidos, y ahora sentíamos ajena, distante e incluso agresiva en la indiferencia. Aún, a pesar de todo, recordaba el sabor de esos labios, de tu boca, a trigo y avellana, el recuerdo de los míos recorriendo tu piel, cada rincón de tu presencia. Mil universos se abrían ante mí, y solo una posibilidad, amarte.
No sabíamos cómo habíamos llegado a ese punto en el camino. A veces el amor se rompe, sin siquiera percibirlo, y va creciendo en la sombra, de manera oculta, como raíces de grama, la desafección.
Cuando despiertas, descubres que esa realidad sórdida que te envuelve no es un sueño, es tu vida, es el rumbo que han tomado tus pasos hacia un destino incierto, desvalido. Seguimos caminando, en silencio, aunque en nuestras cabezas retumban gritos, quejas, risas, conversaciones íntimas, otras triviales. Los recuerdos se dan la mano y nos recorren palmo a palmo hasta la planta de los pies.
La ciudad cada vez queda más atrás, dando los últimos coletazos. Un perro aúlla en la distancia rasgando el silencio. El viento levanta en remolino las hojas caídas y una suave lluvia va empapando nuestro destino… hasta perdernos en la noche.
COMENTARIOS:
– Muy bien escrito
– Me hubiera encantado que fuera un poco más largo
RELATO 4 – TINTÍN
Hasta perdernos en la noche, porque la noche, que debería haber sido el principio, en realidad fue el final. ¿Cuántas veces soñé con perderme en la noche con aquella criatura de ensueño? ¿Cuántas veces imaginé lo inimaginable? ¿Cuántas veces me forcé a despertar de mi ensoñación, absurda de puro imposible? ¿Cómo pude siquiera atreverme a imaginar que aquel ser pudiera reparar un instante en mi mediocre presencia? ¿Acaso los dioses tratan con mortales? ¿Acaso la luna puede besar al sol? ¿Puede una gota de agua aspirar a convertirse en mar?
Dicen que soñar es gratis, pero no lo es. Hay sueños que son inofensivos, que de pura irracionalidad se desvanecen por sí solos. Yo, desde la protección que me procuraba lo inconcebible, me atreví a soñar. Y soñé tanto que olvidé la realidad. Con los ojos cerrados quise prolongar mi ensoñación, y dejé plena libertad al resto de mis sentidos. Mis manos acariciaron una piel perturbadoramente ajena, una piel que, por desconocida, aturdía mi olfato; mis oídos no acostumbraban a oír palabras, solo pequeños y dulces gemidos y susurros, el ritmo de otra respiración; y mi lengua recorrió una piel irreconociblemente salada.
Mecánicamente terminé lo que empecé, sin especial fervor ni dedicación, con respeto y corrección, con generosidad a falta de placer.
No nos volvimos a ver.
Aquella fue mi única infidelidad.
COMENTARIOS:
– No sé si es sueño o realidad
– Esto lo sabe tu pareja? Aquí cada vez más «escritores» necesitan un psicólogo!
– Demasiadas expectativas.
– Me gustaría saber si es un hombre o una mujer
RELATO 5 – PANORAMIX
Hasta perdernos en la noche, en el tiempo y en el espacio; perdimos toda noción de las distancias, del antes y del después de todos los tiempos. Ese abrazo eterno que puede haber durado uno o cien minutos, nos había transportado tan lejos, que el mundo a nuestro alrededor simplemente dejó de existir. Solo existíamos los dos, fundidos el uno en el otro. Y a la vez, éramos uno solo con el universo. Despojados de nuestros cuerpos, flotábamos en algún punto de la galaxia, o en todos. Habitábamos esta dimensión y todas las demás.
La oscuridad era total, y el frío del invierno seguramente reinaba en torno, pero así abrazados sentíamos cómo desde nuestro interior irradiaba un calor que abrasaba más que el sol, pero que no quemaba nunca. Éramos el magma de este y de todos los planetas, su centro y su vida. Ligeros y etéreos, lo envolvíamos todo, extasiados ante esta plenitud total que nos acariciaba el alma. Era el estado ideal, ese que no quieres abandonar jamás.
Lenta y casi imperceptiblemente, una brisa suave me fue trayendo de vuelta al aquí, al ahora. A través de mis párpados cerrados percibí la luz que brillaba con intensidad. Sentí el silencio a mi alrededor, y un olor conocido despertó mi olfato. Y cuando empezaba a percatarme de las dimensiones de mi cuerpo, a sentir que el abrazo mágico se había deshecho, de repente, un pegajoso y rápido lametazo me devolvió de sopetón a la realidad de mi cama, donde Pecas, que había retirado delicadamente la manta, me miraba casi sonriendo, batiendo alegremente su peluda cola, y me decía con su joven mirada que ¡basta ya de abrazos!, que era la hora de salir a mear.
No tuve más remedio que levantarme y salir. Pero fue un paseo feliz.
COMENTARIOS:
– Otro sueño
– Pecas? Esperanza? Eres tú?
– Irrealidad feliz
– Joder qué anticlímax!
RELATO 7 – PROFESOR COJONCIANO
«Hasta perdernos en la noche, la noche de los tiempos, y que nadie nos encuentre ni vuelva a saber nada de nosotros». Eso decía la letra de la canción que tanto les gustaba. Pero las cosas no eran tan sencillas, porque Vicente vivía con su madre y su hermano pequeño en una vivienda del extrarradio, y Rosi tenía que terminar la carrera de Filología, porque si no sus padres la iban a matar.
Casi siempre empezaban el finde de la misma forma: unas birras y un par de bolsas del Piponazo en los billares del centro, luego un bocata en el bar Safari, y por último las copas en el Garito, el único pub en el que ponían música medio decente.
Vicente era muy buena gente, el típico muchacho que nunca se había metido en broncas y que además gozaba de una posición económica mejor que la de los demás, porque había hecho un módulo de fontanería y se ganaba bastante bien la vida. Tenía que echar una mano en casa y algunas veces le tocaba «cargar» con su hermano pequeño, porque su madre tenía el turno de noche y no se podía quedar solo en casa.
Rosi vivía la vida sin miedo ni preocupaciones. Era un soplo de aire fresco y alegría, contagiando su entusiasmo a todo el que se le acercaba. Era la mediana de una familia numerosa, y si bien era cierto que nunca se había tenido que enfrentar a grandes dificultades, tampoco estas hubieran podido arrebatarle esa pasión por la vida que la caracterizaba.
Vicente siempre se preguntaba qué podía haber visto en él esa chica con la que cualquiera hubiera querido estar, y Rosi siempre contaba a sus amigas más cercanas que Vicente era el único chico del que se había enamorado de verdad en su vida. Y así transcurrían los días, felices y siempre esperando el finde, para poder estar juntos.
Esperaban al cercanías en Atocha cogidos de la mano y tiritando de frío, porque todavía hacía frío en Madrid aquel 11 de marzo. Cumplía años la «yaya Maricarmen», que era en realidad quien había criado a Vicente cuando su madre se tuvo que marchar a trabajar a una conservera en Marsella.
—Cari, me vas a matar, pero me he dejado las torrijas que le hice anoche a tu abuela en la cocina.
Así que se dieron la vuelta, y subiendo los escalones de dos en dos, emprendieron camino a la casa de Rosi.
Todavía no habían salido de la estación cuando escucharon la primera explosión, y luego la segunda y la tercera. Consiguieron ponerse en pie y miraron el desastre a su alrededor. Todo era humo negro, angustia y desesperación, pero no lo dudaron ni un momento y corrieron escaleras abajo a ayudar a todos aquellos que pudieran mientras llegaban los servicios de emergencias.
Luego les dijeron que habían sido unos locos, que podría haberles pasado cualquier cosa, que podría haber habido más explosiones. Pero ellos siempre tuvieron claro lo que tenían que hacer.
COMENTARIOS:
– Mi cara cuando leí Atocha 11 de marzo…
– La frase metida un poco con calzador…
– Me parece confuso
– In Memoriam
RELATO 8 – LADY X
«Hasta perdernos en la noche y volver a encontrarnos», se llama el juego que hago con otras personas a las que también les encanta ir al bosque por la noche. Aunque a veces nos juntamos para ir a pasear, preferiblemente cuando hay luna llena, lo que más nos gusta es jugar a perdernos y encontrarnos, aunque a veces el precio a pagar, por tener un buen subidón de adrenalina, es muy caro.
Me lo contó mi amiga Marta, el día después de una de las veces que jugamos. Vino a casa por la mañana e insistió para que tomásemos un café juntas y charlásemos un rato. Me dije que aplazaría una hora todo lo que tenía que hacer ese día.
—Lo vi todo —dijo Marta.
—¿Que viste qué? —pregunté asustada.
—Estaba escondida en el espesor de unos arbustos —relataba Marta con el café humeante entre sus manos blancas y delicadas. Me encantan sus manos.
—Puse todo mi empeño en encontrar un buen escondite para ganar de una vez por todas esa noche. Estaba segura de que nadie me podía ver. Llevaba unos cinco minutos en silencio, apreciando los sonidos que tanto me gustan del bosque nocturno, cuando vi el reflejo de una luz en unas hojas próximas a mí. Cuando levanté la mirada, había un tipo con orejas empinadas, como un ciervo, hocico de caballo y ojos brillantes con luz dorada. Era muy alto. Me miraba petrificado y petrificada me quedé yo también.
Marta me pidió un segundo café con leche de almendras. Mientras se lo preparaba, siguió contándome.
—Después de varios minutos en silencio y sintiendo que mi corazón iba a estallar, el tipo dijo con voz ronca y profunda que íbamos a morir todos, y se fue. No dije nada aquella noche porque sabes que no tengo buen feeling con algunas personas del grupo, y no quería que me tomaran por loca. El caso es que desde ese día, el tipo está todas las noches debajo de mi ventana masticando yo no sé qué, quizá sea alfalfa, y mirando en dirección a mi habitación. Me siento paralizada por el miedo, no sé qué hacer.
—Voy a venir a dormir a tu casa esta noche. ¿Te parece? —le dije.
En efecto, cuando oscureció allí estaba el ser, mirando hacia la ventana de la habitación de Marta. Con talante calmado, salí de la casa y me acerqué a él. Llevaba una cuerda de dos metros en mi mano.
—Quiero atarte y que te adentres conmigo en el bosque hasta perdernos en la noche —le dije con actitud amable y determinada.
Dócil, agachó la cabeza poniendo su cuello a mi disposición. Lo até y me siguió.
Una vez bien adentrados en el bosque, lo liberé y de repente aparecieron un montón de puntitos dorados en la oscuridad. ¡Era el momento de volver sin perder un instante!
COMENTARIOS:
– Yo sí que me he perdido, pero no en la noche, en el relato…
– Un ser de otro mundo, una historia extraña
– No he entendido el final 🙁
– Bonito cuento
– Me falla el final
RELATO 9 – OLAFO
Hasta perdernos en la noche penetremos la selva tú y yo hasta algún confín.
Que nos otorgue permiso antes de comenzar para que el hermano jaguar solo nos mire y la hermana serpiente nos ignore. Visitemos al abuelo indígena Ticuna, pidámosle consejo y que el chamán con su magia nos proteja.
Empecemos, demos el primer paso, entreguémonos a la madre Tierra, dejemos a Dios atrás.
La belleza más pura nos cobrará factura, no hay duda, somos blancos. No importa el dolor, ya lo conocemos tú y yo desde nuestro primer abrazo.
En la selva está la medicina, en la selva está el veneno.
Caminemos por el pulmón del planeta sin rumbo y descubramos todos los sonidos de la vida mientras vamos muriendo.
Que nos arrodille la belleza de la tierra, el agua y el fuego, mientras los monos se burlan de nosotros y le pidamos piedad al zancudo en una noche eterna.
Ya batallamos nuestro cáncer y estamos vencidos, pero como fruto está nuestro amor, un regalo curioso en el ocaso.
Hagamos el amor frente a ojos brillantes de criaturas ocultas, poderosas y envidiables.
La caza, la pesca y la recolección de frutos y hojas medicinales que tal vez nos salven distraerán el tiempo con arco, lanza y nuestras propias manos en el cuchillo.
Ahora solo importa el espíritu que se alimenta de la humildad.
No sabemos cuándo reiniciará el dolor de nuestro cáncer, si seré yo el primero o serás tú. ¿Aparecerá? En todo caso, si aparece insoportable ambos caeremos bajo el efecto de la brugmansia o trompeta de ángel.
Alucinaremos con la belleza en la memoria, lo que indica que el viaje a la muerte será magnífico, tendidos, de la mano, con la luz atravesando las copas de los árboles, o con las estrellas interrumpidas por las ramas.
Moriremos juntos, mi amor, sin ojos que nos lloren, con el concierto de las aves más hermosas, y nuestros cuerpos entregaremos a la madre selva para convertirnos en parte de ella.
Polvo somos y en polvo nos convertiremos.
COMENTARIOS:
– Un relato muy intenso
– Muy bonito, pero narrado de manera un poco liosa, entre poesía y relato. También hubiera estado mejor tratar la enfermedad de manera más sutil, sin desvelarla.
RELATO 10 – MICKEY MOUSE
«Hasta perdernos en la noche», era la frase que Aminta y Santi tenían como código de despedida. Aminta vivía en la casa de citas de la plaza, en la última pieza del corredor, donde trabajaba. Desde muy joven era el ángel de la noche, pues poseía la habilidad de sacar lo mejor de un hombre. Sabía cómo hacerle sentir bien, amado y entendido. Con Aminta sus clientes se sentían amados, escuchados, y les realizaba sus fantasías sexuales. Ella sabía cómo entrar en su alma, sacar todos sus miedos y deseos reprimidos y transformarlos en creatividad. Una creatividad de la que ellos mismos se asombraban, pues no pensaban que fuera posible que hubieran encontrado su musa.
Santi se había refugiado en uno de los cuartos del prostíbulo de la plaza, después de haberse amistado con Aminta, amiga del pueblo. Después de fumar un porro juntos, le pidió quedarse unos días allí mientras conseguía trabajo. Aminta vivía en aquel cuarto. En la noche salía a la calle a trabajar y no regresaba hasta la mañana siguiente. Para Aminta, Santi era un cable a tierra, como un ángel de la guarda que había llegado del mismo cielo para ella. Para Santi era fácil conversar con las mujeres de la noche. Había pasado la mayor parte de su juventud en ese ambiente. Para él también quedarse allí era mucho mejor que dormir debajo del puente. Santi se había cuidado de no contarle el propósito de su viaje a Aminta, y mientras ella dormía en el día, él buscaba a Romina.
Mientras Santi estaba en su búsqueda, sin mirar por trabajo, Aminta se esmeraba por mantener su cuarto limpio y tener comida para su invitado. Algunas tardes, en medio de la oscuridad y el olor de flores silvestres, los dos dormían la siesta juntos. Ella con su delicada silueta, labios deliciosos y su innegable belleza que bordeaba la línea del peligro, por la combinación de dulzura y su actitud salvaje de atreverse a lo que fuera para satisfacer sin límites a sus clientes.
Aminta se había empezado a enamorar de Santi, y cada vez se le hacía más difícil salir en las noches a trabajar, pues al regresar, Santi cuestionaba sus ligas y horas de llegada. Después de una tarde de sexo salvaje, ella le propuso que cada vez que salieran en la noche se perderían cada uno en su mundo, que no habría contacto ni preguntas al día siguiente. Así podrían continuar su relación de amigos con beneficios, a lo cual Santi respondió que sí, que sería su ángel de la guarda «hasta perdernos en la noche», donde los dos se convertirían en ángeles negros.
Desde ese momento, todas las noches, antes de salir, ella le besaba y decía: «creo que es hora de perdernos en la noche, amor mío». Y así, cada uno salía por su lado, sin temor a ser encontrado.
En la noche que Santi finalmente encontró a Romina, mirando por todas las ventanas de los restaurantes abiertos, y después de haberla seguido con su nuevo amor a su edificio, empezó a planear cómo acercarse a ella, a conquistarla de nuevo. Saberla con otro hombre no le había dejado dormir ni comer por varios días. Pasaba las noches conspirando cómo se acercaría a ella y cómo sacaría a su nuevo amante del camino. Y es así como Santi decidió volver al edificio de Romina una mañana después de haber pasado varias noches mirando hacia arriba durante horas, sin saber cuál de los pisos era en el que Romina había dejado de amarlo.
En la mañana de ese lunes siguiente, Pedro se había levantado temprano para ir a saludar a Romina y cuidar de algunos asuntos de plumería, aprovechando que la vecina del 403 le había contactado para que mirara si su tina estaba tapada. Santi salió a pararse directamente al frente del edificio donde Romina. Cuando Pedro entró al edificio y presionó el timbre, sintió la presencia de alguien detrás. Volteó y Santi le saludó muy amable, haciendo amague de buscar sus llaves.
—Buen día, amigo —le dijo— pase usted primero.
Cuando la puerta se abrió, Pedro contestó: —Buen día.
Y los dos entraron al edificio.
COMENTARIOS:
– Otra vez Romina? Romina tiene peligro entre las piernas.
– Muy buena narración, pero no encontré el final.
– Esclavitud en la mujer/machismo posesivo en el hombre.
– Está contado de forma muy rara, como con prisas y sin cuidar los detalles.