RELATO 12 – LUKY LUKE
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? ¿No se dan cuenta de lo bien que me sienta llorar? Si no lloro no duermo bien, se me cae el pelo, tengo acidez de estómago. Para mí llorar es como el eructo después de las comidas. Si al final de un día no lloro, no asimilo bien todo lo que me ha pasado, no me sienta bien ese día.
Sin embargo, desde que yo recuerdo, todo el mundo se empeña en interrumpir mis lágrimas: “No llores más, no estés triste, no pasa nada, la vida es así, confórmate, alégrate…”
¡Pero si yo estoy muy conforme! ¡Estoy casi alegre, y acepto la vida tal y como es, claro que sí! Pero me gusta llorar, mi corazón cabalga un ratito y luego se sosiega, siento una especie de abrazo íntimo y luego me recupero poco a poco.
Hay llantos y llantos. Algunos empiezan suavemente deslizándose por las mejillas. Te das cuenta de que estás llorando cuando las lágrimas se posan en tus labios, y sientes ese sabor saladito como de patata frita, ese llanto suave, silencioso, que no notas. Es muy especial.
También me gusta ese otro, el acongojado, el que va acompañado de hipidos, de lamentos, el que te deja cansada, como después de una carrera; ese tampoco es desagradable, por su aspecto sanador.
Y luego está el lleno de rabia, lleno de porqués, de sinsentido, de frustración, de pataleta. Ese tiene una lágrima seca, una lágrima falsa; ese, el de la lágrima falsa, no te deja buen cuerpo.
Pero puestos a elegir, la lágrima que más me gusta es la lágrima provocada por la nostalgia, por el recuerdo que surge a veces en una escena de película, en una mirada tierna, en un sueño interrumpido, esa lágrima que no sabes de dónde viene ni adónde va, que te deja entrever por un segundo todo lo escondido, todo lo guardado sin resolver. Esa lágrima es perturbadora, enigmática… y engancha.
Tanto me gusta llorar que recuerdo toda mi vida haciéndolo. De pequeña mi madre decía: “A esta niña le encanta un drama”. Y de mayor no cambié mucho. Lo exageraba todo, lo magnificaba todo. Calimera me decían, pero no recuerdo haberme sentido muy muy desgraciada; era simplemente mi manera de afrontar las cosas. Y ahora parece que no era una técnica muy errónea. Comentan los psicólogos que, cuando algo te angustia, hay que hacer un ejercicio de imaginación, poniéndote en la peor de las circunstancias, para luego darte cuenta de que la peor de las circunstancias no es tan mala. Pues yo siempre me ponía en lo peor. Lloraba, lloraba y luego, al final… pues todo estaba bien.
Lloré cuando nació mi primer hijo, ese bebé morenito y espabilado, que pusieron en mi barriguita de apenas 18 años. Lloré y lloré y no sabía bien por qué, por incertidumbre, por miedo, por amor, por cariño. Lloré en mi primer trabajo, por los pasillos del hospital, buscando el material para hacer una punción medular a un niño pequeño. No sé si lloraba por mí, por él, por la profesión dura que había elegido, o porque no me veía capaz de trabajar muchos años de eso.
Y aquí estoy, después de muchas lágrimas y tres hijos, encantada con mi vida y mi trabajo. Llorando no me ha ido mal. Ttampoco riendo, está claro.
No interrumpan mis lágrimas, ni mis carcajadas. De la mano van las dos, mis días acompañan. Sin su profunda humedad, no me brotaría nada.
COMENTARIOS:
– A mí también me gusta llorar
– Una maravilla. A llorar todo el mundo!
– Y que paz nos queda cuando desagüamos.
RELATO 7: MAFALDA
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? ¿Es que una no puede llorar sin que la molesten?
Llevaba toda la tarde esperando el momento perfecto para encerrarme en el baño de la oficina, deshacer el nudo de mi garganta y dar rienda suelta al torrente de lágrimas que llevaba horas acumulando en mis ojos. Pero claro, bajo la atenta mirada de mi jefa era imposible.
Era como si tuviera el culo invisiblemente grapado a la silla. Siempre tenía que terminar urgentemente alguna tarea que Noelia Fernández, mi jefa, acababa de sacarse de la manga y que, por supuesto, era para ayer. Era… la historia interminable.
—Ordéname por orden alfabético inverso esta montaña de facturas de hace 38 años —me dijo Noelia dejando una montaña de papeles sobre mi mesa.
Sonreí y asentí, a sabiendas de que me acababa de mandar un soberano sinsentido para reafirmar su papel de jefa delante del resto.
Noelia volvió a mi mesa cinco minutos después.
—¿Has terminado de ordenar las facturas? ¿Cómo vas con el listado de comidas que podrían apetecerme hoy? —dijo.
—Todavía estoy con las facturas, pero te he enviado las comidas por correo —atiné a decir.
Noelia se fue a su mesa, solo para llamarme 10 segundos después.
—Me apetece algo más vegetariano, pero menos vegetariano. Hazme una presentación y dentro de cinco minutitos me lo vuelves a enseñar. ¡Y termina de hacer lo de los albañiles! —dijo.
Yo pensé: ¿De qué albañiles me está hablando? Sentí que empezaba a ahogarme. Notaba el aire atravesando mi garganta como la brisilla que entra por debajo de la puerta. En el camino de vuelta a mi escritorio giré hacia el baño.
No era mi primera vez llorando en el trabajo, pero tengo que reconocer que era mucho más fácil cuando trabajábamos desde casa. Ahí podía llorar mientras terminaba de leer los 37 correos que Noelia me había mandado a la una de la madrugada porque en horario laboral ella había estado comprándose una vajilla nueva en el Zara Home.
Normalmente empezaba con un ligero gimoteo al cuarto correo, y en el séptimo eso ya era la berrea del ciervo. ¡Qué placer llorar a viva voz! Cuando ya llevaba diez correos, los mocos colgaban libremente de mi nariz balanceándose peligrosamente sobre la agenda y yo ya solo emitía un sonido como de balón pinchado. Al decimosegundo correo había aceptado mi destino y estaba en paz conmigo misma. Se podría decir que ser miserable y productiva a la vez era otra de las ventajas del teletrabajo.
Normalmente me daba tiempo a llorar entre llamada y llamada de Noelia, pero alguna vez me había pillado todavía sonándome la nariz a mitad de llorera.
—¡Uy, qué roja estás! —me decía ella cuando me veía por la cámara. —¿Tienes calor? Bájate un poco la calefacción que pareces el payaso de Micolor. Es mejor que salgas guapa en la cámara aunque pases un poco de frío —añadía.
Prácticamente había dominado la cara de después de llorar, así que eso no me preocupaba, pero ahora llegaba el momento de poner en práctica mi llanto silencioso.
Me senté en el inodoro con la tapa cerrada, empecé a pensar en la futilidad de mi vida y aquello fue como abrir a tope dos grifos. Al otro lado de la puerta escuché a Noelia.
—¡Voy por un café! ¿Alguien quiere?
Yo me estaba agobiando porque empecé a escuchar sus pasos venir hacia la puerta y, mientras estaba aquí llorando, no estaba avanzando con esa pila de deberes que tenía y no paraba de crecer.
—TOC, TOC. ¿Quién está en la baño? ¿Camila? ¿Eres tú? —dijo Noelia.
¿Por qué SIEMPRE interrumpen mis lágrimas?
¡Ahora salgo! —dije
—¿Conseguiste llamar a Zuckerberg para que te mandara las fotos de mi graduación? Me gustaría verlas mientras me tomo el cafetito —dijo Noelia al otro lado de la puerta.
En ese momento me sequé las lágrimas con ese papel de culo que desde luego no era doble capa si no capa lija y con toda la cara roja me decidía a salir del baño. ¿Qué hay de malo en llorar? —pensé.
—Camila, ¿qué te pasa? —dijo Noelia.
—Tú.
COMENTARIOS:
– Hubiese preferido que saliese del baño con la escobilla en la mano para arrearle a Noelia en la cara con ella, pero me ha gustado mucho
– Me encanta las frases irónicas 🙂
– Una perfecta torturadora, muy imaginativo
– Solo para demostrar quien manda.
RELATO 10 – PANORAMIX
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? Pues porque simplemente no entienden. No entienden que yo también haya muerto un poco. O mucho. O tanto, que las lágrimas fluyen solas, que quien manda ahora no soy yo, sino el dolor. Que el mundo presente ya no existe, que solo vivo y revivo el pasado en mi mente. Que ya no comunico con el exterior, sino exclusivamente contigo, que quedaste atrapado en mi interior.
Intentan distraerme, porque en el fondo les da pena que sufra, porque están convencidos de que hay que evitar el dolor a toda costa. Pero huirle solo consigue camuflarlo. Porque la vida no está hecha de personajes multicolores e historietas rosas estilo Disney. La muerte siempre sale ganando, y esta vez, me atropelló también a mí y me redujo a un despojo. Soy solo un daño colateral en persona, un ente vacío, sin ti.
Porque tú eras el único que puede entender que este dolor salvaje me hiere, que solo quiero refugiarme en mi caverna a aullar de pena, a retorcerme de dolor. Pero si es que el duelo se vive por dentro, hombre. No se comparte hablando con los demás, solo contigo mismo. Porque el vacío que dejaste se tragó todas mis palabras. Ahora solo musito conversaciones imaginarias pero reales para mí, para sentirte aún aquí, porque te fuiste llevándote mi sueño, mi apetito, mi interés. Tu muerte me dejó plantado dentro un agujero negro lleno de insomnio, de inapetencia, y apatía.
Me robó todas mis fuerzas, mis ganas, mis ilusiones, y vago por la casa como zombi condenado a la nada. Me convirtió literalmente en un alma en pena, y necesito sacar con fórceps las pocas migajas de voluntad que me quedan, para arrastrarme fuera de la cama o del canapé donde vegeto gran parte del día y de la noche, llevando a cuestas esta tristeza viscosa, porque el único antídoto eficaz era tu amor desinteresado y siempre alegre.
Ya no logro entender la energía del mundo a mi alrededor, ni su funcionamiento. Perdí toda noción del tiempo, y duermo tan poco que me falla también la memoria. Porque se ha roto mi conexión con la realidad, y solo sigo conectado con quien se fue ya para siempre. Estoy suspendido en un limbo emocional que me envenena, sumido en una nebulosa de llanto y más llanto. Y soy incapaz de interesarme por el mundo, sus sucesos o la gente, mientras nado sin cesar en charcos de tristeza.
Sé muy bien que al intentar distraer la aflicción solo logras camuflarla. Es un engaño, porque el tormento lo llevas por dentro, el volcán de la ausencia estalla a diario en tu vientre. Y el dolor es tan real como la felicidad que ahora apenas si recuerdas. Y la muerte te duele con intensidad insoportable, en la mente y en el cuerpo. Y las punzadas que te producen su olor, sus suspiros, o escucharle caminar por casa, sabiendo que ahora solo vive en tu mente, te doblan en dos. Te queman las sienes y te arden los ojos, porque aunque las lágrimas se interrumpen, nunca se agotan. El alma dolorida grita a través de ellas, llamándote para que no termines de irte. Porque presiento que tu partida ha ido apagando el último rescoldo de ilusión que me quedaba en mi interior. Y lloro desconsolado para exorcizar el dolor que me desgarra las tripas, y fluyen a raudales mis lágrimas, hasta convertirse en un río en el que intento anegar esta pena.
De ahí lo inútil que resulta intentar componerme el ánimo. Mientras el mundo se empeña en tirarme hacia fuera, yo solo anhelo dejarme caer por fin hasta el fondo negro del pozo profundo de tu muerte, para morir también, ahogado en mis recuerdos. Para quemarme hasta extinguirme definitivamente en la hoguera de imágenes y vivencias que me consume… Y quizás un día, renazcas como el ave fénix de entre tus cenizas, para rescatarme de esta depresión.
COMENTARIOS:
– Entre este y el poema no sé si postrarme a vuestros pies o pegarme un tiro. Tienes mis dieces. Enhorabuena!!
– Eso en psicología tiene un nombre: «El duelo».
RELATO 2 – L. LAWLIET
¿Por qué interrumpen mis lágrimas si me encuentro bien? —se preguntaba.
El caso es que ya no podía más, pero se autoconvencía una y otra vez de que todo iba a salir bien. Su exagerado optimismo no le dejaba ver más allá de la persona que quería ser, y no de la persona que era. En un momento de su vida en el que todo le iba bien, las lágrimas se apoderaban de su cerebro y se lanzaban al vacío de su cara, falta de emociones. No conseguía levantarse contento, pero aun así se obligaba a sí mismo a estar feliz. Llegaba al trabajo y, con una sonrisa falsa, saludaba a todo el mundo como si hubiese ganado la lotería. Nadie notaba nada, nunca.
Todas las personas que le rodeaban pensaban que tenía una vida llena y complaciente. Nada más lejos de la realidad, pues él no sentía lo mismo. Por eso era difícil para sus amigos y familiares entablar conversación más allá del típico «cómo va todo», porque siempre respondía: «bien». Entre sus arrebatos emocionales y su esfuerzo en seguir siendo la persona que le gustaría ser, su cuerpo dijo basta y le dejó tirado en medio de la reunión. Y fue ahí, en ese preciso instante, cuando se dio cuenta de que necesitaba ayuda profesional.
La primera sesión fue devastadora. Lloró como un niño pequeño y se dio cuenta de que nadie le obligaba a estar feliz. Que expresar sentimientos era muy sano y que, desafortunadamente, nadie puede estar feliz siempre. Varias sesiones después, Arturo empezó a aceptar, por fin, que ser triste no era quien él realmente era, sino que estar triste formaba solo una parte de él. «No puedes ser el mismo Arturo 365 días al año, porque Arturo tiene muchas facetas y sentimientos», le dijo la psicóloga en un momento. A partir de ahí, Arturo empezó a sentir la necesidad de expresar más frecuentemente sus sentimientos. Y ya no se forzaba a no llorar, sino que les daba la bienvenida a sus lágrimas. «Nuestras emociones no nos definen, nos definen nuestras acciones», recordaba con gusto un par de meses después.
Un año después de muchas lágrimas, de un trabajo emocional descomunal y de una visión nueva sobre la vida, Arturo llegaba ese día triste al trabajo. Eventos personales le llevaron a estar muy infeliz ese día. Nadie sabía lo que le pasaba, pero tenía una reunión muy importante con los jefes. Arturo cogió su portátil y le dijo a su tristeza: «mira, tú y yo tenemos que hablar, cerebro, pero no ahora, vamos a postponer esta charla, porque ahora no es el momento». Después, entró en la sala de reuniones y, al cabo de media hora, un sentimiento de tristeza recorrió todo su cuerpo, pensando en lo que le había pasado. En ese momento, se preguntó: «¿Por qué no interrumpen mis lágrimas si me encuentro mal?», y se respondió a sí mismo: «Arturo, porque lo hemos conseguido, tú y yo hemos trabajado juntos y lo hemos dado todo; date el lujo de no llorar cuando estás triste por una vez, campeón».
Ese día, Arturo volvió a casa triste, pero contento. Y es que cuando uno está en depresión, su cuerpo le dice constantemente: «Jódete, ya no quiero ser este personaje». Y, a veces… A veces hay que hacerle más caso al cuerpo, que a la mente.
COMENTARIOS:
– El texto está muy bien como reflexión sobre la depresión, pero me falta historia
– Una relato-reflexión magnífico
– Sí, eso es la depresión.
…hasta que vuela mierda al zarzo cuando la paciencia se acaba…
…mira, tú y yo tenemos que hablar, cerebro…
…date el lujo de no llorar cuando estás triste por una vez, campeón…
…Y así transcurrieron los días, sin que nadie le diera información sobre su «cielo», su «vida», su «todo»…
…las dos gotas que se le desgranaron de sus negros ojos cual perlas rodantes que intentaban inundar sus labios con el elixir salado del amor imposible…
…soñaba con tener una aventura, deseaba mentir, sentir por un momento qué era tener amores esporádicos, amores frágiles…
…nos olvidamos de que todo es consecuencia de un ayer…
…En mi casa no se hablaba del pasado, eran historias tristes, muy tristes, que por no estar procesadas seguían siendo heridas abiertas que nadie quería ver sangrar…
…Necesito llorar sus desgracias, sus desatinos, su mala estrella, para a través de ese llanto liberar esas cadenas…
…Normalmente empezaba con un ligero gimoteo al cuarto correo, y en el séptimo eso ya era la berrea del ciervo…
…los mocos colgaban libremente de mi nariz balanceándose peligrosamente sobre la agenda y yo ya solo emitía un sonido como de balón pinchado…
…Sus ojos tristes perfectamente dibujados, expresan un desconsuelo de alma que hoy no tiene que recrear en su interior…
…ya no comunico con el exterior, sino exclusivamente contigo, que quedaste atrapado en mi interior…
…Soy solo un daño colateral en persona, un ente vacío, sin ti…
…necesito sacar con fórceps las pocas migajas de voluntad que me quedan…
…el único antídoto eficaz era tu amor desinteresado y siempre alegre…
…el volcán de la ausencia estalla a diario en tu vientre…
…Siempre tenemos que servir el plato de la falsa felicidad y de la autoproclamación a una sociedad que tiene hambre de éxito y satisfacción superficial…
…Para mí llorar es como el eructo después de las comidas…
…mi corazón cabalga un ratito y luego se sosiega, siento una especie de abrazo íntimo y luego me recupero poco a poco…
…No interrumpan mis lágrimas, ni mis carcajadas. De la mano van las dos, mis días acompañan. Sin su profunda humedad, no me brotaría nada…
RELATO 1 – OLAFO
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? ¡Manada de cabrones! —decía Emilio nueve días después de la muerte de su madre, con un grito silencioso, visceral. Se encontraba al final de la reunión con sus hermanos en donde se abrió el testamento. Estaba extenuado, desesperado, con ganas de sacarlos a todos a coñazos de la casa, pero al contrario de su naturaleza, supo conservar una aparente calma, diplomacia y resiliencia.
Raquel, de ciento un años y medio, murió el siete de julio de 2023 en su residencia, después de 17 días de cuidado paliativo. Emilio la acompañaba desde hacía más de una década por invitación de ella, y por plena convicción de él. En aquellos 17 días, la casa se veía visitada por ocho de sus hermanos y sus respectivas esposas. Eran once hermanos, dos mujeres y nueve hombres, pero dos ya habían fallecido —Patricia en el 94 y Tomás en 2014—, por 17 de sus nietos y 14 de sus bisnietos. Raquel era viuda desde hacía treinta años.
Aquellos días fueron extenuantes para Emilio. Y es que cuando el cuidado paliativo pretende la inconsciencia para alejar el dolor físico del que está muriendo, las visitas hacen ruido, hablan al oído, abrazan, se despiden… Un continuo interrumpir del buen efecto que la morfina da, hasta que vuela mierda al zarzo cuando la paciencia se acaba y la empatía se agota. De los 17 días, seis se necesitaron para que todos entendieran la forma adecuada de hacerle visita a Raquel.
Emilio supo conocerla como nadie. Él se convirtió en su sombra, conoció sus historias relatadas desde la sabiduría, el gozo de su inteligencia, su picardía… Sabía de todas sus necesidades y gustos hasta el último detalle. Diez años bastaron para que madre e hijo fueran amigos íntimos, cómplices, compañeros de batallas. Reían y lloraban juntos. Con tanto pasado vivían el hoy.
Después de un rompimiento de cadera a los 94 años, la pandemia, que finalmente alcanzó a Raquel cuando cumplió sus 101 años, y recurrentes infecciones urinarias, Emilio siempre estuvo allí con ella, haciéndose experto enfermero, mano derecha de los médicos que la atendían, asistiéndola 24/7, siempre al lado del cañón. Raquel enfrentó todos esos males como si tuviera veinte años. Explotaba con una sonrisa al verlo, y se ponía histérica cuando Emilio se ausentaba, por más enfermera y compañía que tuviera.
El día de su muerte, Raquel decidió exhalar su último suspiro a las 10:45 de la mañana, cuando solo estaba Emilio. Murió con la intimidad que deseaba. Sus lágrimas caían con la fluidez del deber cumplido. La ternura del rostro de Raquel marcaba la ausencia de dolor, y una paz absoluta embargaba los recuerdos. Emilio sentía una tristeza profunda, una tristeza iluminada. Solo nueve días pudo contemplar ese vacío. Su mente hasta ahora empezaba a entender la ausencia de esa cotidianidad de amor.
La misa fue hermosa y digna de una mujer como Raquel, querida y admirada por tantas personas. Emilio, abrazado y felicitado por todos los presentes, familia y amigos, por la dedicación a su madre. El padre también le dedicó unas palabras muy elocuentes.
Como les decía, en aquel noveno día, cuando se abrió el testamento, Emilio figuraba como el premiado, recibiendo como agradecimiento de parte de su mamá un apartamento o piso, a diferencia de sus hermanos. Esto bastó para que dentro de un grupo de tres, él dejara de ser héroe y se convirtiera en casi bandido.
Solo con el 30 % de los hermanos en su contra, la sucesión se convirtió en una piñata, el luto se transformó en repartir, negociar, avaluar, ordenar, despachar, escuchar calumnias, injurias, abogados… en fin. La familia se dividió en dos grupos, y después de mucho desgaste emocional, las cosas salieron bien para Emilio por la voluntad de su madre.
Pero Emilio no perdona porque putas interrumpieron sus lágrimas.
Mas sí entendió la reacción de sus contrincantes. Sencillo: celos, envidia y venganza, a lo telenovela mexicana.
Ahora Emilio llora con lágrimas de libertad.
Ahora hace el luto con dignidad.
Esos tres que eran amigos se quitaron sus máscaras. ¡Qué dolor! Pero nada como saber la verdad.
COMENTARIOS:
– Muy buena historia! Pero me ha confundido la frase “Pero Emilio no perdona por qué putas interrumpieron las lágrimas”.
– Hay alguna cosa que no entiendo del todo, pero es una buena historia… ¿o realidad? 😊
– Preciosa compañía en el último aliento.
RELATO 3 – PROFESOR COJONCIANO
“Por qué interrumpen mis lágrimas”, pensaba mientras abrazaba a una almohada y maldecía a la enfermera Teresa. Solo quería que la dejaran en paz, que la dejaran sola con sus recuerdos, que ya era lo único que le quedaba. Recuerdos que la llevaban a aquella tarde soleada de mediados de mayo en la que conoció a Iván. Había sido su único novio. Bueno, había sido su único todo. Lo conoció en el cineclub de la facultad la semana de cine negro americano. Y no fue por casualidad; es que fueron los dos únicos asistentes a la proyección de Perdición, como si Barbara Stanwick hubiera sido su alcahueta. A partir de ese día, ya nunca más se volvieron a separar.
La familia de Natalia era ultraconservadora y tenía mucho vínculo con el Opus Dei. Eran seis hermanos y habían sido educados en los mejores colegios de su ciudad. Ella, la única niña, era el ojito derecho de su padre hasta que cumplió los 14 y empezó a contestar. Su madre decía de ella que era la más buena, pero que tenía un carácter de mil demonios, y eso, a Natalia le cabreaba aún más.
Iván, por el contrario, era el hijo de una portera de un edificio del extrarradio. Su madre siempre andaba ocupada echando horas extra por ahí (planchando ropa a domicilio e incluso haciendo algunos arreglos de ropa). No se podía decir que la mujer hubiera tenido una vida de grandes lujos, corriendo siempre de aquí para allá para poder llegar a fin de mes. E Iván había empezado a darle disgustos más bien pronto. Lo único que le mantuvo centrado fue el baloncesto, pero aquella lesión irreversible lo retiró de las canchas demasiado pronto.
Siempre decían que se tenían que haber conocido en otra vida, porque se entendían con solo mirarse. Les hacían gracia las mismas cosas y sobre todo, nunca, pero nunca, se enfadaban el uno con el otro. Por eso Natalia sufrió tanto cuando los médicos se negaron a seguir recetándole codeína. ¡Qué sabían ellos del dolor y de la angustia de Iván! ¡Que sabían ellos de la desesperación que sentía al ver su rodilla entumecida, toda amoratada e inflamada! Y ella solo podía abrazarlo y permanecer junto a él. Hasta que alguien les habló del fentanilo. Era barato, fácil de conseguir y, sobre todo, eficaz. Y así fue como comenzó el principio del fin.
Iván comenzó a pasar droga para un camello de Ciudad Lineal. Nunca dejó que Natalia se expusiera a tal peligro, pero también empezó a consumir. Los dos se fueron de casa, porque la situación era ya insostenible. Así que cuando la ambulancia se llevó a aquella «mujer de 22 años, de constitución delgada, piel fría y húmeda y con pulso muy bajo», llevaban ya viviendo por su cuenta casi un año. Tan solo recuerda que se despertó en un box de la UCI. del Gregorio Marañón, y que solo quería quitarse el respirador para preguntar por Iván. Los enfermeros, al verla tan nerviosa, la volvieron a sedar. Y así transcurrieron los días, sin que nadie le diera información sobre su «cielo», su «vida», su «todo». No se la podían dar, porque nadie sabía nada de él.
Cuando estuvo físicamente recuperada, la enviaron a un sanatorio psiquiátrico de La Obra (Opus Dei). Intentó escapar en varias ocasiones, pero no estaba tratando con novatos; siempre era interceptada. No la trataban mal, la comida estaba rica y no la obligaban a hablar, cosa que desde su ingreso se había negado a hacer. Mientras tanto, Iván llevaba ya un tiempo en el Anatómico Forense, porque nadie había reclamado su cuerpo. Esa maldita dosis de fentanilo estaba adulterada. Natalia tuvo suerte, porque a ella la encontraron inconsciente en un sucio portal, pero para Iván ya era tarde. Hacía mucho tiempo ya, que era tarde para él.
COMENTARIOS:
– Me ha gustado la historia y la reflexión sobre las drogas, pero quizás me ha resultado demasiado condensada, como si pasásemos la historia por encima.
– El creer que te ayuda a soportar la vida.
RELATO 4 – TINTÍN
Por qué interrumpen mis lágrimas, déjenlas libres brotar
Por qué he de ocultar mi pena, por qué no me dejan llorar
Mi aflicción es pura, es noble, es salada como el mar
Pues en este silente desierto, nada queda por amar
Por qué interrumpen mis lágrimas, déjenlas libres caer
No les importe mi duelo, solo así podré crecer
No volverá la alegría, nada puedo pretender
Solo me queda seguirte, morir y volver a nacer
Vuelve mi vida vuelve, no quiero sin ti vivir
Vivo cual payaso triste, mustio y sin porvenir
Solo uno es mi deseo, y no será mucho pedir
Quiero perderme contigo, quiero contigo morir
Por qué interrumpen mis lágrimas, mi grito desgarrador
No ven que son mi batalla, la prueba de mi valor
No ven que son mi consuelo, y dan a mi alma calor
Dejen de acallar mi pena, déjenme morir de amor
COMENTARIOS:
– Un texto bastante tóxico con la muerte por amor como un objetivo
– Mira que no soy muy fan de la poesia, pero… chapeau!
– Es muy bonito, pero sigue sin ser un relato.
– Esto de verdad es tuyo?! Joder! Con rimas y todo, he tenido que leerlo más de una vez para darme cuenta de todo. Cada estrofa rima con una vocal diferente! Falta la u, pero esa debía ser muy difícil! Bravo tío/a!!
– Es necesario llorar y reir porque esa cualidad solo la poseemos los humanos.
RELATO 5 – MICKEY MOUSE
¿¡Por qué interrumpen mis lágrimas!? —pensó en voz alta Romina a la vez que se secaba rápidamente las dos gotas que se le desgranaron de sus negros ojos cual perlas rodantes que intentaban inundar sus labios con el elixir salado del amor imposible. El sonido de la puerta de la entrada del restaurante la había sorprendido. Estaba organizando los cubiertos para la comida, muy ensimismada en sus recuerdos, cuando Pedro entró y se sentó en el taburete del bar.
Ella no había podido olvidar a Santi, pero él no tenía un solo amor. Siempre tenía al menos dos; lo de la monogamia nunca se le dio. Siempre estuvo muy convencido de sus atributos físicos y su cálida personalidad eran suficientes para que a cualquiera que se le parara al frente se le humedeciera todo, incluso el pensamiento.
No era la primera vez que la soledad se metía en su corazón e interrumpía sus lágrimas, por eso trataba de no pensar mucho en eso, pero aun estando ocupada o acompañada, no dejaba de pensar: ¿adónde se fue el amor que siempre le profesó?
Sus celos eran una agonía. Se preguntaba si su vida crecería. ¿Se habrá casado? ¿Querría decirle que ahora la deseaba junto a él?
Hoy era uno de esos días en los que sentía ganas de rendirse. La nostalgia y los recuerdos, el trabajo de 10 horas diarias cuando no estudiaba, llegar a casa y que nadie la estuviera esperando, el encontrarse sola la hacía frágil, aparte de que no sabía si ya había llegado el agua.
Sentía que sus dudas eran puñaladas que no paraban en su mente, pero eran efímeras y al fin y al cabo ella era una sobreviviente del amor, y a pesar de todo lo que sentía por Santi, soñaba con tener una aventura, deseaba mentir, sentir por un momento qué era tener amores esporádicos, amores frágiles… entender porque Santi lo hacía.
Necesitaba encontrar cada mañana la lucha de vivir, encontrar sentido a su viaje repentino y, ¿por qué no?, volver a enamorarse.
Rápidamente se metió al baño, se soltó su cabello, buscó un labial rosadito en su bolso que se aplicó en sus labios y mejillas y se metió detrás del bar.
Con una sonrisa de oreja a oreja saludó a Pedro, quien la miró de arriba abajo con ojos de cordero degollado y extendiendo su mano.
—Hola, soy Pedro. ¿No vives tú en la posada cerca del puente viejo? Creo que te vi esta mañana, estuve allí por el tema del agua, soy el fontanero del barrio. Tuve que destapar una alcantarilla debajo del puente. Al parecer un loco estuvo durmiendo allí la otra noche y dejó parte de su ropa tirada y, con la corriente del agua de la torrencial, se fue la ropa al fondo y taponó las tuberías. Hay que ver cada personaje que hay por aquí… —dijo sonriendo.
—¡Qué mundo tan pequeñito! —exclamó Romina extendiendo su mano frágil y un poco temblorosa. —Hola soy Romina pero me puedes llamar Romi. ¿Qué te tomas, Pedro? —dijo en lo que se reclinaba sobre el mostrador, abriéndose la camisa disimuladamente para que su escote sobresaliera.
—Una cervecita bien fría, Romi —contestó guiñándole el ojo.
Romina volteó a buscar la cerveza del refrigerador, pensando que hay valores que, aunque los tengas no se ven, y que no podía desconfiar de toda la gente. A su regreso traía una bandeja con un vaso congelado y una cerveza fría.
Paró un minuto para subirle el volumen al parlante. En el fondo se escuchaba la salsa de Willy Colon: «Yo que pensaba: hoy no es mi día, estoy salá, pero Pedro Navaja, tú estás peor, no estás en na…»
COMENTARIOS:
– El uso de las comas (o no) me ha vuelto un poco loco :’)
– Hay frases muy bonitas y muy descriptivas
RELATO 6 – JEREMÍAS
¿Por qué interrumpen mis lágrimas si todavía no me he reencontrado con mis orígenes?
Estamos en el presente, en el aquí y ahora, y nos olvidamos de que todo es consecuencia de un ayer. Y a veces, las más de las veces, de un ayer lejano que escapa no solo de nuestra memoria, sino de nuestra capacidad de conocimiento. Vivimos inmersos en un olvido generacional. Apenas sabemos nada de aquellos que aun habiendo dejado su impronta en nuestro carácter de modo muy determinante, permanecen en una sombra de desconocimiento, de quiénes fueron, qué hicieron, cómo pasaron por esta vida. Quizás si investigáramos en nuestra historia familiar, si sacáramos a flote tantos tabúes de nuestro pasado, seríamos capaces de comprender por qué hoy somos como somos, y a partir de ahí analizar qué les dejamos de todo ello a nuestros hijos.
Pertenezco a una generación que podríamos llamar confortable, la generación del boom económico y social, la que creció con la transición, pero cuyo pasado, aquello que arrastraron los que nos educaron, no se puede denominar igualmente “confortable”. No, más bien pertenecen ellos a una generación del tabú, una generación que se obligó a olvidar o callar para sobrevivir, con la ignorancia de que lo que se olvida no desaparece, sino que se transforma. Y esas transformaciones son las que revierten en peligro por lo irreconocibles. Generaciones las que nos anteceden, de la represión, la impotencia, la violencia, la culpa, la miseria, la injusticia, la desigualdad….
No es que ahora en nuestra sociedad no haya de todo eso, no. Lo que pasa es que antes todo eso era en grado superlativo, era el pan. Y con todos esos sentimientos se forjaron hombres y mujeres dispuestos a formar familias, a tener hijos, a educarlos.
En mi casa no se hablaba del pasado, eran historias tristes, muy tristes, que por no estar procesadas seguían siendo heridas abiertas que nadie quería ver sangrar, y sin embargo no éramos conscientes de que, aunque no sangraran, seguían siendo purulentas y conformaban el carácter de mis progenitores y a la vez el nuestro.
No nos hacemos idea de lo que nos marca en la vida esa abuela que no conocimos. Es increíble cómo un ser que no estuvo presente en nuestra vida puede marcarnos tanto, pero así es y es totalmente reconocible si aceptamos que no somos seres aislados, sino un eslabón más de una larga cadena de seres enlazados entre sí.
Mi abuela materna, aunque existía, no tuvo presencia real en mi vida. Era alguien lejano con el que no me tocó convivir, apenas un par de anécdotas, y sin embargo veo que también dejó su legado a través de mi madre, un legado mucho más importante de lo que yo llegué a pensar. Igualmente el resto de mis abuelos que desaparecieron de esta vida cuando todavía mis padres eran pequeños. Nunca pensé que ellos habían tenido presencia, ni en las vidas de sus hijos, ni mucho menos en la mía. Sin embargo ahora soy consciente de que su presencia es y ha sido muy importante, aunque esta en sí constituyera, no una presencia, sino una ausencia.
A partir de ahí tomo conciencia de la importancia de esos seres en mi vida y en el desarrollo de mi persona, y me veo muy impedida por la lejanía en el tiempo, por la falta de historia, la falta de datos, ese empeño constante, concienzudo del olvido, de enterrar el pasado, de tergiversar y subjetivizar historias.
Nunca hemos valorado socialmente las “batallitas” de los abuelos y hemos denigrado esas historias sin darnos cuentas que estábamos minusvalorando nuestra herencia, que en esas batallitas estaba inmersa nuestra herencia psicológica.
Quisiera saber quiénes fueron para, a través de su historia, saber quién soy. Necesito llorar sus desgracias, sus desatinos, su mala estrella, para a través de ese llanto liberar esas cadenas. No interrumpáis mis lágrimas, no interrumpas mi llanto, que he de renacer.
COMENTARIOS:
– Muy filosófico
– Ay la familia la familia…
– La herencia familiar no es sólo el ADN.
RELATO 8 – LADY X
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? —se pregunta Pablo en el momento en el que está preparado para salir. Esta vez con su cara perfectamente maquillada, ya que la base del maquillaje por fin es de color blanco opaco, como a él siempre le ha gustado, no un blanco que deje entrever el tono más oscuro de su piel. Sus ojos tristes perfectamente dibujados, expresan un desconsuelo de alma que hoy no tiene que recrear en su interior. Con un nudo en la garganta, ha de comenzar a pasearse entre el público sentado en la grada del teatro para entretenerlos durante unos diez o quince minutos, antes de que comience la función. Hará bromas que afortunadamente ya tiene más que planeadas.
Al día siguiente por la mañana, a las ocho y sin maquillaje, ocupa uno de los asientos del tren que va en dirección a Burgos, en el que viaja también el resto de la compañía. El espectáculo tendrá lugar esa misma noche, a las nueve. Durante el trayecto, Pablo maldice a todas las personas que lo rodean: mayores, niños, personas de mediana edad, personas delgadas porque son delgadas, obesas porque son obesas, personas rubias, castañas y morenas, le da igual, todo le irrita. Ha probado a quedarse en un rincón del bar del tren dando la espalda, con la esperanza de llorar a gusto haciendo parecer que mira el paisaje a través de una de las ventanas, pero una jodida pareja acaramelada no tarda en ponerse a su lado. Pablo se ve obligado a escuchar parte de su conversación. Maldición, están al principio de su relación y son sus primeras vacaciones juntos. Todo lo que emana de ellos es amor, dulzura y cumplidos recíprocos sin fin. A Pablo le están dando ganas de vomitar y vaya a donde vaya hay gente. La única esperanza que le queda es el mini wc del tren, al que tiene que entrar casi de perfil, pero descarta la posibilidad, no le apetece deprimirse aún más en el más miserable de los lugares, además de no soportar el brusco ruido de ese mecanismo del wáter que chupa todo de un golpe como en los aviones, que parece que se están poniendo de moda, piensa Pablo.
Así pasan los días, haciendo ver que nada se ve, y así acaba acostumbrándose a permitir que la tristeza lo habite.
Dos años después, su psicóloga no cesa de decirle que ha de aprender a conectar con sus emociones y expresarlas, para así trascenderlas y poder pasar a otra cosa. Pablo la escucha distraído, piensa en lo mucho que echa de menos a Marta, en cómo le gustaba apoyar su mejilla en sus senos y en que eran los más hermosos que nunca había visto.
COMENTARIOS:
– Me estaba gustando mucho hasta llegar al final.
– El payaso triste, ese gran incomprendido
– ¿Por qué menospreciamos la tristeza?
RELATO 9 – SARAH’S SCRIBBLES
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? Necesito estar concentrada pero las lágrimas interrumpen mis pensamientos y me traen de vuelta a la realidad. Estoy con un cliente y no quiero que me vea llorar. Por suerte le estoy dando la espalda, lo prefiero así para no tener que fingir que me gusta lo que hago. Siempre es mejor de espaldas. Así puedo concentrarme en la lista de la compra o cualquier otra cosa que me ayude a evadirme. Pero sin quererlo he recordado la bronca con mi hijo y las lágrimas han empezado a brotar sin darme cuenta. Los adolescentes dicen muchas cosas para herir a sus madres, para que las dejemos en paz, pero lo de hoy ha sido demasiado. Eres una inútil, me ha dicho. No sirves para nada. Mejor que desaparezcas. Las lágrimas resbalan descontroladas por mis mejillas.
El cliente me da la vuelta. Al ver mis lágrimas se desconcentra él también.
—¿Qué te pasa?
—Nada nada, tú sigue.
Sigue unos segundos antes de pararse en seco y levantarse visiblemente cabreado.
—Joder tía, me has cortado el rollo, yo así no puedo seguir.
—Dame unos minutos y seguimos.
—No, se me han quitado las ganas, yo me largo.
—Bueno, pero la hora me la pagas.
—Sí, lo que me faltaba… He venido aquí por un servicio y no se me ha dado lo que venía buscando.
—El servicio se te ha dado. Que haya sido como tu esperabas es otra cosa, pero el servicio se te ha dado.
—Olvídate. Y la puntuación baja te la llevas, que encima de no cumplir pretendes estafarme y cobrarme sin haber acabado. Menuda cara.
—Al menos págame la mitad, que has estado aquí 40 minutos.
—Que te olvides. La próxima vez cúrratelo más si quieres cobrar.
Se va sin pagar. Gilipollas. Las lágrimas vuelven, pero esta vez de rabia. Me cabreo conmigo misma por aguantar situaciones como estas, por no mandarlo todo a la mierda, por no haber sabido hacer las cosas mejor.
Intento calmarme, tengo 15 minutos antes de que llegue mi próximo cliente. Pienso en mi hija pequeña. La adolescencia aún le queda lejos, todavía le gusta que le dé abrazos y le haga cosquillas, jugar conmigo, meterse por la mañana en mi cama para que le cuente historias bonitas. ¿Cuánto dura esa etapa? Demasiado poco.
Llaman a la puerta, el cliente es puntual. Le abro y se me corta la respiración. Le conozco, mi hija ha estado en su casa jugando con la suya. Las imágenes se agolpan en mi cabeza. El hombre que tengo delante levantando a mi hija en brazos, haciéndole cosquillas, acariciándole la cabeza despeinándola. Ese hombre que disfruta estando con una mujer sin importarle si ella disfruta o no, sabiendo que probablemente sienta asco. Ese hombre ha cogido a mi niña en brazos. Las lágrimas quieren volver, pero consigo retenerlas.
Él no me reconoce. Me mira de arriba a abajo y entra sin esperar a que le invite. Empieza a quitarse el abrigo.
—¿Cómo están Marcela y Camila?
Nombrar a su mujer y a su hija le ha descolocado. Me mira y ahora sí me reconoce.
—Si tú no dices nada yo tampoco lo haré.
—¿Y qué ibas a contar tú? ¿Que has visto de lo que es capaz una madre para dar de comer a sus hijos? No tengo nada de lo que avergonzarme, así que puedes contar lo que quieras. ¿Pero cuál es tu excusa para estar aquí? ¿Que Marcela no te da lo que necesitas?
—Mira, no me vengas con juicios morales, no sabes nada de mí.
—Sé que eres un pedazo de mierda que viene aquí mientras tu mujer te espera en casa con tu hija.
—¿Y tus hijos dónde están? ¿Esperándote en casa también o te los has traído al trabajo para que tomen ejemplo?
—Largo de aquí.
—Que te jodan.
—Descuida.
Se va dando un portazo. Y las lágrimas vuelven.
COMENTARIOS:
– Estos temas se repiten demasiado, ya cansan
– Todavía hay «gente» pensando que lo hacen por vicio y/o placer.
RELATO 11 – CORTO MALTESE
¿Por qué interrumpen mis lágrimas? Siempre tenemos que servir el plato de la falsa felicidad y de la autoproclamación a una sociedad que tiene hambre de éxito y satisfacción superficial. Entonces, ahora que estoy llorando, déjenme llorar, sola, o lloren conmigo. ¿Les molesta no poder compartir fotos de una persona que llora?
La vida no es la perfección que vemos en las redes sociales, sino la de la gente que está a nuestro alrededor y que expresa sus momentos, felices, tristes… los momentos de rabia, de crisis, sus defectos…
Yo no voy a juzgar lo que hacen ustedes, déjenme vivir mis emociones libremente.
No quiero volver a encerrarme en el cuarto de baño para llorar cuando me dicen que no soy como ustedes quieren que sea.
¿Qué importa si una persona es tímida o expansiva? ¿Y qué importa si una persona es delgada o gorda, baja o alta, si le gustan los perros o los gatos? ¿Les gusta hablar con ella? ¿Les gusta el tiempo que pasan con ella?
Pues piensen en eso y no interrumpan su sufrimiento. ¿Son capaces de compartir el sufrimiento o solo fotos?
Hagan gala de humanidad y lloren. Salgan a la calle y miren a la gente. Esa es la realidad.
Que nada les impida expresar sus emociones. Las emociones son nuestra vida.
COMENTARIOS:
– El texto está muy bien, pero echo de menos una historia de fondo
– Un poco simplillo pero intenso 😉
– Totalmente de acuerdo.