RELATO 4 – MAFALDA
—¿Puedes apagar la luz? —Le dije.
Héctor me había prometido que cerraría los ojos, pero yo quería asegurarme de que no hacía trampas y no intentaba abrirlos para ver un poquito por entre las pestañas, por lo que vi necesario que nos quedáramos a oscuras. Es curioso pero, si uno tiene los ojos cerrados y siente que va a chocarse contra una pared, los abre, y por el contrario, si uno tiene los ojos abiertos y ve que va a estamparse contra un muro, los cierra.
Para evitar la tentación de abrirlos le pedí que la apagara. No rechistó y lo hizo. Me había dado la mano y sentí que le temblaba un poco, aunque intentaba disimularlo apretándola con fuerza.
—Vamos a la cocina a por un vaso de agua —dije.
Di un paso firme hacia el frente y noté que se quedaba detrás, rezagado.
—Héctor, no pasa nada. Estoy a tu lado —dije.
—Pero no puedo verte —replicó.
—Pero puedes oírme, ¿no? Y puedes tocarme.
Noté que asintió con la cabeza y se atrevió a dar un paso hacia delante. Avanzamos por el pasillo lentamente. Podía sentir que para él era como si estuviéramos andando sobre una cuerda floja en vez de sobre un sólido suelo de tarima flotante. Llegamos a la cocina y le solté.
—Venga Héctor. Llevas 3 años viviendo en esta casa y yo solo un mes. Es imposible que la conozca mejor que tú —dije.
—No sé, Nuria. Es que me da miedo darme con el canto de la puerta en toda la cara —dijo sin moverse de mi lado.
Vaya. Le daba miedo algo que a mí me había sucedido un par de veces al día durante los últimos 30 días.
—Pero, ¿recuerdas lo que te he dicho?
—Sí, las manos hacia delante… Y luego ya lo de los cinco pasos, más o menos, hasta la nevera, y siete hasta la alacena de los vasos, ¿no?
Sí, era eso. Pero también lo de que no había que dejar las puertas a medio abrir. La verdad es que no sé cómo no se me había ocurrido proponerle esto el primer día que me mudé a esta casa. Probablemente me hubiera ahorrado muchas sorpresas desagradables.
Me quedé en el umbral de la puerta y escuché cómo llegaba hasta la nevera y la abría.
—Nuria, ¡tengo el agua! —dijo emocionado.
—Muy bien, ahora échala en un vaso, como me has visto hacer a mí —contesté.
—¿Y no puedes beber a morro?
—Sí, claro que puedo. Pero no se trata de eso.
Resopló y le escuché contar pasos en voz baja. Abrió la alacena donde guardamos los vasos y noté que palpaba con violencia el interior del mueble.
—Me he confundido de alacena. No sé cuál es esta —dijo.
—No te has confundido —dije.
—¿No? Pero si está vacía.
¿Cuántas veces le habría dicho lo importante que era para mí que las cosas estuvieran en su sitio? Llevaba toda la semana encontrándome vasos y tazas en lugares de la casa que no les correspondían. Me los encontraba cuando no los buscaba, y cuando los necesitaba, ni rastro.
—¿Y de dónde saco un vaso ahora? —dijo.
Ni contesté. Me marché al salón dejándole ahí, a oscuras, en medio de la cocina. Desamparado. Y podréis pensar que soy un monstruo, pero en su camino dejé tirados algunos obstáculos que él me dejaba a mí habitualmente: calzoncillos, calcetines, zapatos…
Escuché que se tropezó unas cuantas veces y, para rematar, que se había golpeado también con el canto de la puerta al tratar de llegar al interruptor de la luz. Gruñó. Encendió la luz, sirvió el agua en una taza que llevaba días sobre el radiador y me la trajo.
—¿Estás enfadada? —dijo—. Te he traído el agua.
—Ya has encendido la luz, ¿no? Ya no vale —dije para molestarle.
—Pero, ¿cómo lo sabes? —dijo sorprendido.
—La oigo.
—¿La oyes?
—Héctor, ¿tú te has pensado que, como soy ciega, no me entero de nada?
Sentí la cara que puso.
—¡Y a ver si bajas la tapa del W.C.! —añadí.
COMENTARIOS:
– Buena lección 👍
– Idea original para evitar el desorden pero no creo que funcione 🤔
– Muy original, y muy bien descritas las sensaciones. El mejor de la jornada 👍
– Hay que ponerse de vez en cuando los zapatos de otro
– Ingenioso, descriptivo y empático relato.
RELATO 6 – TINTÍN
—¿Puedes apagar la luz?
—Joder Carmen, ¿a estas alturas me vienes con esas?
—Ay Manuel, que sí, que me he puesto gordísima. Cuanto menos se me vea mejor.
—Que no quiere que la vea dice, pero si te tengo más vista ya…
—No, no, últimamente estoy hecha una foca. ¡Estoy envejeciendo fatal Manuel!
—Anda, anda… ¡Ven aquí y trae p’acá esas carnecitas ricaaaaas…!
—¡Ay calla! ¿Ves? ¡Tú mismo estás diciendo que estoy gorda!
—¿Pero qué gorda ni qué gorda? ¡Estás como siempre Carmen! A mí me gustas así!
—Así cómo.
—Pues así, pues como tú eres. Que me da igual como estés.
—O sea que estoy gorda.
—¡Qué no he dicho eso! ¡Joder, que te digo que a mí me gustas aunque te pongas como Moby Dick!
—Vale pero apaga la luz.
—¿Pero quieres dejarlo ya? ¡Chiquilla, que ya no tenemos 20 años! ¡Que han salido tres críos por ese cuerpo! ¿Qué pretendes? ¿Estar como una sílfide?
—Vaya, tú sigue, sigue, que lo estás arreglando. ¡Que no quiero luz y ya está! ¡Y como insistas ni con luz ni sin luz!
Manuel, decidido, aparta la sábana de un manotazo y salta de la cama.
—¿Pero qué te crees? ¿Que por mí no pasan los años? Mira, mira que barriga —dice Manuel, en pelota picada, de pie junto a la cama y meneándose la bartola como si fuera un flan— ¿Qué te crees, que soy un anuncio de Danone?
—No, de cerveza si acaso —dice Carmen.
—¡Y mira qué pectorales, si tengo casi más tetas que tú! —añade Manuel en un desesperado ejercicio de consolación.
Carmen mira de arriba a abajo. Ya no dice nada. Manuel se da la vuelta y prosigue con su peculiar estrategia de marketing, sacando a relucir su fofo culo peludo.
—¿Y esto qué? ¿Tú crees que es el culito prieto del Brad Pitt en sus años mozos? —insiste, dándose dos sonoras palmadas en las nalgas, que acto seguido reaccionan como ondas marinas.
—Pues no, más bien parecen un postre de gelatina del Master Chef —añade Carmen, sorprendida, y sorprendida de estar sorprendiéndose.
—Y por arriba no te digo nada, si tengo menos cuello que Mortadelo —continúa Manuel agarrándose la papada.
Carmen ya no se queja, de hecho ya ni abre la boca, y se limita a escudriñar a su marido como buscando algo que se salve. Manuel empieza a dudar de la idoneidad de su plan de seducción, y a darse cuenta de que igual está haciendo más mal que bien a la libido común. Se pone los calzoncillos de Homer Simpson y vuelve a la cama mientras exclama, con una vocecilla apagada: —¿Ves? Si yo tampoco es que sea…
Se hace el silencio durante unos segundos. Carmen acaricia suavemente el brazo de su marido, en un gesto de reconocimiento a su esfuerzo, y acaba por decir:
—¿Puedes apagar la luz?
—Sí claro. Hasta mañana —responde Manuel con la voz aún más apagada.
—Hasta mañana cariño —concluye Carmen dándose la vuelta.
COMENTARIOS:
– Esto es lo que nos espera a todos, desgraciadamente!
– ¡Qué divertido! Y suena muy realista o casi “vivido”😀
– Me estaba descojonando… hasta que me he dado cuenta de que Manuel podría ser yo perfectamente. En este club deberían prohibir relatos deprimentes 😯
– Siempre es bueno dejar algo a la imaginación
RELATO 5 – LUKY LUKE
—¿Puedes apagar la luz?
Cuando apagó la luz, empezó a llenarse mi cuarto de estrellas, de unas estrellas brillantes que cubrieron el techo y la pared, con un fondo de nebulosa azul que giraba con suavidad. ¿Cómo no me había comprado este chisme antes?
El proyector de estrellas era sensacional. Mi habitación en ese momento era un trocito de espacio sideral confortable y mullido. Y yo envuelta en mis sábanas de algodón egipcio de mil hilos, con mi almohada perfumada de esencia de lavanda, mi luz de lectura, mi maravilloso libro en las manos y un pijama de Oysho que cubría mi cuerpo con suavidad. Sentía que no podía haber un sitio más perfecto, ni un momento más acogedor.
Enseguida empecé a entrar en la realidad del libro que estaba leyendo. Me sentía inmersa en la historia medieval de amor entre Michelle e Isabel, y odiaba a los señores feudales.
Dicen que hace falta mucha parafernalia para huir de la realidad. A mí con un proyector de veinte euros, unas sábanas suaves, libros que tengan alma, luz apagada, la puerta cerrada y el compartimento del dolor y el sufrimiento cerrado también —sin la mínima posibilidad de filtración o porosidad— me es suficiente.
Salir del cuarto era ya una cosa diferente: problemas, una casa fría, un trabajo agotador, un mundo hostil, hacer valer mis derechos, luchar, medirme, defenderme. Y si no lo conseguía se instauraba en mí la sensación de fracaso: yo no puedo, yo no sirvo, yo no valgo…
Pero en mi cuarto, con la luz apagada, yo podía, yo valía, yo servía, y sobre todo entendía, perfectamente, la vida de los personajes de mis libros. Qué sencillo se me hacía comprender el mundo escrito, y qué difícil el mundo digamos… real.
Hoy, al llegar a casa, no me sentí a salvo como siempre. Solamente sentía frío, un frío que llegaba de la cocina, una cocina destruida por una explosión, una explosión que me sacó repentinamente del 2023 y no me depositó en ninguna parte.
Tenía colgada la bata de la percha de la entrada para quitarme el abrigo al llegar y ponérmela inmediatamente, y no me ponía una bufanda porque resultaba un poco engorrosa, porque frío en la casa hacía para bufanda y gorro. Volví a sentir el zumbido en mis oídos. Esa explosión me había dejado un poco sonada. ¿Y qué lección había sacado de todo esto? Que el gas es peligroso, que no uses gas en tu casa, que esas revisiones maravillosas que te hacen no sirven para nada. ¿Alguna lección más? Sí. De frustración. Somos unos seres eternamente indefensos, indefensos ante el sistema, la burocracia, las compañías de seguros…
—Señorita Silvia, es que mi situación es urgente.
—Si lo entiendo, señora, pero no podemos hacer nada más; los plazos son los plazos, necesitamos el informe del perito y el perito se puede demorar hasta cinco días; hasta entonces no podemos hacer nada.
Y en mi casa mientras tanto, una ventana enorme abierta al infinito me chupaba para dentro, y me recordaba una y otra vez que podía haber salido por ella disparada directamente al patio de luces y que ahora mi cuerpo descansaría tranquilo. Y que todo estaba bien, que no le podía pedir al universo ni una gota más de sincronía y casualidad.
¿Puedes apagar la luz? Yo voy a rodearme de estrellas, a perfumar mi pelo con lavanda, a cubrir mi cuerpo de sábanas suaves, y voy a agradecer a esos miles de escritores pacientes, inspirados, ilusionados, el regalo que nos hacen con sus relatos.
COMENTARIOS:
– Leer te hará libre.
– La frase con calzador…
– Las malditas compañías de seguros…
– Gentil reconocimiento a los escritores con un relato muy bien escrito
– La frase está metida un poco con calzador; hay como dos historias, una muy mística y otra muy terrenal. Despista un poco pero es bonita
RELATO 10 – PROFESOR COJONCIANO
—¿Puedes apagar la luz?
—No papá, estamos en un hospital.
—A ver, ayúdame a bajar de la cama, que quiero ir al cuarto de baño.
—No puedes papá, te has roto el fémur.
—Dame un poco de agua, que tengo mucha sed.
—No puedes beber nada, papá, porque te van a operar.
Y así transcurría lentamente la madrugada, mientras Miko observaba a su padre con una mezcla de tristeza, incertidumbre y estupor. Su padre tenía 92 años y se había caído de la cama tratando de encontrar el interruptor de la luz, oculto tras una montaña de libros. Pero esto ya se veía venir desde hacía tiempo, porque había dejado de salir a la calle, y porque ya apenas quería comer. Se le veía ya vencido por la vida, a la que a veces se aferraba con fuerza, y otras, por el contrario, se dejaba llevar por el abatimiento y la melancolía. Recuerdos de tiempos pasados, siempre mucho más felices.
Fue el enfermero quién la sacó de su sopor y les anunció que subían a Pepe a planta, donde estaría más tranquilo hasta que se lo llevaran a quirófano. Así que pusieron sus escasas pertenencias encima de la cama y fueron conducidos por una serie interminable de fríos pasillos hasta un ascensor; y de allí, a la habitación. La 230, para ser más precisos.
No duró mucho la calma, pues enseguida empezó el trasiego de enfermeras, auxiliares, limpiadoras y algún que otro médico. Caras que en un principio nos resultaban frías y extrañas, pero que con el transcurso de los días se iban haciendo más familiares y agradables, caras cada vez más amigas.
—Muchacha, ponme una cerveza.
—Papá, no es una camarera, es la enfermera.
Largas y extenuantes jornadas, que también dejaban paso a alguna que otra broma o chascarrillo, hasta que un día Pepe dejó de hablar. Cada vez costaba más trabajo despertarlo, y parecía siempre inmerso en una batalla interna, balbuceando frases inconexas e intentando agarrar extrañas figuras en el aire.
Nadie sabía lo que le ocurría, pero los médicos nos advirtieron de que estaba muy grave y de que su corazón se estaba apagando. Nosotros contemplábamos impotentes cómo la vida se le iba escapando entre las manos y ya ni siquiera la presencia de nietos o biznietos podía sacarle de su letargo.
El tiempo se detuvo y las horas parecían días. Todos contábamos anécdotas de buenos momentos compartidos e intentábamos animar la velada, pero era imposible. Yo me senté en una de esas butacas reclinables típicas de hospital y le tomé la mano. De repente vi que abría los ojos y le pregunté si quería agua. Él me respondió: —Bueno, y si puede ser, dame unas natillas también.
De repente, la habitación entera se iluminó y una sonrisa de júbilo recorrió nuestras caras. Una vez más, aquel vejete nos había dado una lección de lucha y tenacidad. Escasos días después abandonábamos el hospital entre acalorados abrazos del personal sanitario que le decía: «¡Ay, Pepe, qué preocupados nos has tenido!”. Y él, taciturno y reservado, parecía pensar: «A ver, ¿qué os creéis? ¿Que yo no estaba acojonado?»
COMENTARIOS:
– Ja, ja, ja… Bonito final
– Muy bueno, buen ritmo, estresante, triste… y final feliz 😀
– Natillas, Danone, listas para gustar!! 😉
– Muy bien descrito el ambiente de hospital, un relato sencillo y honesto
Desierto
… Eso ya lo veo, así estás…
… Estela, tienes 10 dioptrías en cada ojo, ¡tú que vas a ver! …
… Al alivio y la rabia le añado culpa por pensar que mi abuela, de cuerpo presente, era un bicho…
… Me jode no haber tenido una madre por la que llorar al morirse …
… las grandes y firmes convicciones de Toñi que le impiden escuchar a cualquiera que esté fuera de su propia mente …
… Es curioso pero, si uno tiene los ojos cerrados y siente que va a chocarse contra una pared, los abre, y por el contrario, si uno tiene los ojos abiertos y ve que va a estamparse contra un muro, los cierra …
… Dicen que hace falta mucha parafernalia para huir de la realidad. A mí con un proyector de veinte euros, unas sábanas suaves, libros que tengan alma, luz apagada, la puerta cerrada y el compartimento del dolor y el sufrimiento cerrado también me es suficiente …
… no le podía pedir al universo ni una gota más de sincronía y casualidad …
… añade Carmen, sorprendida, y sorprendida de estar sorprendiéndose …
… siente que este momento es para siempre, lo que hagas esta noche para siempre quedará …
… convirtiéndose en una muñeca de trapo, en un bambi apresado, vulnerable al olor del sexo …
… dejando a Pedro con dolor de novio mirando al techo y pensando que, después de aquello, se levantaría más una cometa de hormigón …
… Se le veía ya vencido por la vida, a la que a veces se aferraba con fuerza, y otras, por el contrario, se dejaba llevar por el abatimiento y la melancolía …
RELATO 1 – L. LAWLIET
—¿Puedes apagar la luz?
—¿Por qué?
—Es que me molesta al escuchar.
—¿Cómo?
—Sí, que me molesta al escuchar.
—… cómo?
—Coño, no es tan difícil, ¿no? ¿Sabes cuando estas aparcando y la música te molesta y, entonces, bajas el volumen para aparcar mejor?
—Eh… sí, sí, eso lo entiendo.
—Pues esto es lo mismo, pero con otro sentido.
—Pero…
—A ver, cuando aparcas, tu cerebro está concentrándose en la vista y, el sonido… como que despista. Pues, cuando escuchas, tu cerebro está concentrándose en el sonido y, la vista… como que molesta.
—La verdad es que nunca había pensado en eso.
—Claro que no, porque no le das al coco. Piensa un poco, a ver, ¿qué pasa cuando comes?
—Pues que me gusta.
—Eso ya lo veo, así estas.
—¿Perdona?
—A ver, a ver, cuando comes, ¿qué sentido es el que te habla?
—¡No si ahora también hablarán los sentidos!
—Joder, ¿qué pasa en tu mente mientras comes?
—Ahhhh… ¡El gusto! ¡El gusto me habla!
—Muy bien. Entonces, cuando comes… ¿qué te molesta?
—¡El olfato!
—¿Pero cómo te va a molestar el olfato si tienes la comida delante de tu nariz?
—¡Yo que se ya! ¿Qué me molesta?
—¡El tacto!
—Ah, pues sí, el tacto. Claro, porque cuando me como una pizza me da igual que sea líquido que sólido, ¡no te jode!
—Esto va a ser más difícil de lo que pensaba… A ver, al final, el que manda las señales de que algo está bueno a tu cerebro no es el tacto, es el olfato y el gusto. Entonces, el tacto no te dice nada.
—Ya veo.
—Estela, tienes 10 dioptrías en cada ojo, ¡tú que vas a ver!
—Madre mía… Bueno, qué, ¿cómo termina la historia?
—La historia termina en que, si apagas la luz, te escucho mejor. Si bajas el volumen, te veo mejor. Y si no me tocas… te como mejor, ¡sabrosona!
En ese momento, Estela se despidió de Juan con un: «Bueno, me voy, que tengo a los niños hambrientos en casa», aunque no tenía hijos, y pensó para sí misma: «Menudo cuñado. Si es que… ¡quién me mandará a mí salir con tanto gilipollas!»
COMENTARIOS:
– Jajajaja 🤣
– Me gusta, pero le falta un poco de substancia a este relato a mi modo de ver 😶
– Cuñadismo 😁
– Ah totalmente, yo aparcando no puedo oír ni una mosca o me estrello contra la farola! 😝
RELATO 2 – SARAH’S SCRIBBLES
—¿Puedes apagar la luz?
—¿Te has creído que esto es un hotel? Son ya las doce y media. Levántate y venga a la ducha, que hoy comemos en casa de la abuela.
—¿Otra vez?
—Menos queja y más movimiento. Y abre la ventana que se ventile esto, por Dios, que huele a animal enjaulado.
Pues el animal enjaulado ha debido cagarse en mi boca mientras dormía. Vaya resaca. No vuelvo a beber. Y encima aguantar a la bruja de la abuela. Siempre ha sido una amargada, pero últimamente está insoportable y no hace más que criticarme cuando vamos a verla.
Me doy una ducha rápida, me lavo los dientes con furia para intentar sacarme el horrible sabor de boca y me pongo la ropa más decente que tengo, que seguramente no será lo suficientemente decente para la abuela.
Salimos de casa apuradas. Llegamos tarde y sudorosas a casa de la abuela, pero cuando timbramos no sale a abrirnos. Parece que no hay nadie en su casa.
—¿Estás segura de que quedasteis para que viniésemos a comer hoy?
—Sí. Lo hablamos el miércoles, ayer la llamé para confirmar, pero no me cogió el teléfono. Quizá se le ha olvidado.
Mamá tiene una copia de las llaves, así que entramos con la intención de esperarla dentro. No le va a gustar que hayamos entrado sin estar ella, pero que se joda, que hubiese estado a la hora.
—Uf, ¡qué peste! ¿Qué es ese olor?
—No lo sé, pero huele como a animal enjaulado.
—¿Qué te ha dado hoy con los animales enjaulados?
—No sé hija, es que el otro día vi un documental sobre zoológicos y las condiciones insalubres en las que tienen a los animales y se me quedó grabado lo del olor nauseabundo que hay en las jaulas.
—Pues no sé a qué huele la jaula de un animal en el zoo, pero aquí huele a muerto.
Me mira muy seria y con los ojos muy abiertos, y yo me arrepiento enseguida de lo que acabo de decir. Vamos a la habitación de la abuela que está a oscuras y con las persianas bajadas. El olor se vuelve más fuerte.
—¿Puedes encender la luz?
Le doy al interruptor y vemos el cuerpo sin vida de la abuela, su cara de un color entre amarillento y grisáceo, los ojos cerrados y la boca abierta. Mamá da un suspiro, se sienta en la cama y se echa a llorar. Me impresiona ver el cadáver pestilente de mi abuela, pero lo cierto es que no siento tristeza. Lo que siento se parece más al alivio mezclado con la rabia. Rabia por no sentirme triste. Debería sentirme triste, mis amigas llorarían de pena si sus abuelas muriesen, pero yo no, porque la mía era un auténtico bicho. Al alivio y la rabia le añado culpa por pensar que mi abuela, de cuerpo presente, era un bicho.
Me siento junto a mi madre y la abrazo.
—Lo siento mamá.
—No lo sientas cariño, la abuela era una cabrona.
—Ya… pero siento que estés triste, era una cabrona, pero era tu madre.
—Eso es lo que me jode. Que era mi madre. Está aquí muerta apestando y soy incapaz de recordar un momento bonito con ella. Al ver su cadáver lo primero que he pensado ha sido «por fin». Y me jode sentir eso. Me jode no haber tenido una madre por la que llorar al morirse. Y me jode pensar si tu pensarás lo mismo cuando yo me muera.
El llanto se vuelve más intenso. La miro atónita. Las dos sabíamos el poco aprecio que la otra sentía por la abuela, pero nunca se había sincerado así al respecto.
—Mamá, eres una pesada. Pero si te mueres ahora tengo un montón de recuerdos bonitos contigo que me harían llorar.
Nos abrazamos llorando, creando otro momento bonito de los que recordaré cuando se muera. O que ella recordará si me muero yo primero. Lo que me jode, es que el recuerdo bonito quedará empañado por el olor putrefacto del cuerpo de la abuela. Dando por saco incluso muerta.
COMENTARIOS:
– Macabro con mal gusto. 😑
– Me he quedado un poco… «meh» 😶
– Bastante sórdido
– Rajando de la abuela de cuerpo presente
– Si es que hay abuelas que las carga el diablo, de verdad 😈
RELATO 3 – JEREMÍAS
—«¿Puedes apagar la luz?». Esa fue su última demanda. En principio no entendíamos, porque donde estábamos no había ninguna luz encendida. Miramos extrañados a nuestro entorno, sin entender qué quería. Nos interrogamos con la mirada los presentes, y simplemente, tras encogernos de hombros, dejó de respirar.
Al fin alcanzamos a darnos cuenta de que aquella luz no era de este plano, sino que, sin saberlo ni él mismo, era esa luz que nos debe guiar en nuestro último camino.
Fue una despedida anodina, después de varios meses de lucha con la vida en los que no nos dimos cuenta de que era nuestra oportunidad de decir adiós, de rendir franco homenaje a esa acostumbrada sonrisa que siempre tenía para todos.
Varios días antes, no sabemos por qué, en esa agonía que le tenía entre la luz y la sombra, entre el consciente —las menos de las veces— y la sedación absoluta, en un momento de vuelta, estando su hermano solo con él en la habitación, le dijo: «Saca a Toñi del grupo».
En principio Sergio no entendió, pero aun así, y como muchas veces no nos movemos por razones ni por lógica, en un impulso incuestionado de seguir la voluntad de su hermano, lo hizo: sacó a Toñi del grupo.
En esos días, Toñi, mirando su teléfono vio extrañada que le había desaparecido del whatsapp el grupo de primos. No es que fuera un grupo que en sí le aportara mucho —es más, en más de una ocasión pensó en salirse— pero no hallaba en principio explicación a que ya no apareciera, y una cosa es que ella hubiera contemplado la posibilidad de salirse, y otra quedar fuera involuntariamente.
Toñi preguntó a Sergio, y este le dijo que mirara bien, porque sí que aparecía en el grupo. Sergio realmente no sabía qué contestar, porque no tenía una explicación lógica a su acción, o sea que simplemente echó balones fuera.
Así, con la intriga y el inconformismo, al fin Toñi llamó a Luci, y le preguntó por el grupo de primos. Luci pensaba que se refería directamente a las últimas noticias, aquellas del día anterior, en que comunicaban que Jesús se había marchado, y los datos del velatorio. Pero no, Toñi no sabía nada de esas nefastas noticias, porque realmente llevaba ya fuera del grupo un par de días. Pero lo que sorprendió a Luci fue que la noticia de la muerte de Jesús le pareciera tan indiferente a Toñi. Y es que ella estaba enfrascada en la misteriosa desaparición del grupo de primos en su whatsapp, y todo su empeño y energía estaban puestos en resolver el misterio y depurar responsabilidades. Era necesario buscar un culpable.
Por supuesto, tenía sus sospechas. Todas las pistas apuntaban a que la mujer de Jesús, que en un intento de dejar al enfermo al margen de posibles comentarios poco pertinentes que le pudieran afectar anímicamente, no solo había sacado del grupo a Jesús, sino también a Toñi.
Luci intentó explicar con calma a la alterada Toñi que, en un grupo de whatsapp, solo uno mismo o el administrador pueden eliminar a alguien. Con lo cual , si Jesús no era administrador del grupo, su mujer, Gertrudis, que por supuesto no estaba en el grupo, no pudo eliminarla a través del teléfono de Jesús. Solo ella misma, o Sergio, pudieron realizar tal acción.
Toñi, persona de grandes y firmes convicciones, estaba completamente convencida de que ella no había sido el brazo ejecutor de tamaña patraña, y si Sergio le había ya manifestado que tampoco lo había sido él, no había más remedio que pensar que las reglas del juego en whatsapp habían cambiado: cualquier miembro de un grupo, fuera o no administrador, no solo podía cambiar las fotos de perfil —acción que, por cierto, periódicamente había venido haciendo Luci— sino que también podía sacar a cualquier miembro. Dijeran lo que dijeran, seguramente había sido Gertrudis, en un acto de negligencia absoluta, la responsable del acto.
Luci, que tenía ciertos estudios, intentó por todos los medios explicar a Toñi el funcionamiento de whatsapp. El primer y principal medio fue hacerse escuchar por Toñi, labor por cierto titánica, no por sordera, sino por las grandes y firmes convicciones de Toñi que le impiden escuchar a cualquiera que esté fuera de su propia mente.
No consiguiendo su propósito, fue subiendo el tono de la dialéctica hasta que por fin, mientras todos velaban el cuerpo del difunto, Luci y Toñi, a más de quinientos kilómetros de distancia, se mandaban a la mierda, tras algunos improperios fuera de tono.
Y así fue como Jesús vio cumplido su propósito de venganza después de cinco años.
COMENTARIOS:
– Luci, Toñi, Gertrudis, Jesús…, muy lioso.
– Un relato un poco retorcido
– Muy lioso, está contado con tantos detalles que al final te pierdes. Hay que leerlo varias veces para entenderlo. Y aun así no me queda claro quién es quién. Pero tiene partes divertidas 😉
– Que bueno!! Que gracioso!! Una forma fresca de reflejar la obtusidad del ser humano
RELATO 7 – PANORAMIX
—¿Puedes apagar la luz, Carmen? —pregunta la viejecita parpadeando coqueta.
La enfermera abre grandes los ojos, sorprendida.
—¿Te he escuchado bien, Pilar? —pregunta mientras le acomoda los almohadones para la noche—. ¿Me pides que la apague, cuando sabes de sobra que en oncología el reglamento exige dejarla encendida? ¡Esto sí que es una novedad!
—Ya, pero Carmen, nos conocemos desde hace tanto tiempo, que podríamos hacer una pequeña excepción, ¿no crees? —argumenta Pilar, poniendo ojitos de ternero y cobijándose hasta el cuello con la sábana de la cama—. ¡Nunca es demasiado tarde para cambiar! Ni siquiera a mi edad…
—¡No dejas de sorprenderme, cariño!
—Los viejos estamos llenos de sorpresas, je, je.
—¡Y yo que pensaba que estabais llenos pero de sabiduría! —ríe la enfermera mientras termina de preparar la habitación para la noche.
—A veces es lo mismo. Ya verás —dice la abuela impartiendo sabiduría.
—Vamos, que yo te complazco, mujer, si es lo que quieres, por supuesto. Pero… ¿sabrás encontrar el interruptor en plena noche, cuando te levantes al baño? —insiste con dulzura, llevándose las manos a la cintura.
—Te aseguro que no me levantaré —replica la viejecita con mirada convincente de alumna aplicada.
—Ay, Pilar, cariño, sabes de sobra que para tus riñones es vital evacuar lo máximo posible durante la noche —le recuerda la enfermera reprimiéndole con el índice, cual maestra de escuela.
—No me hará falta esta noche. ¡Créeme!
—Vale, vale, te creo. ¡Pues bien sería la primera vez!
—… Y la última, te lo prometo —añade la menuda mujer, poniendo la mano sobre el corazón.
—¿Nos estamos poniendo caprichosas a estas alturas? —bromea Carmen cariñosamente.
—¡Que no son caprichos! ¡Es pura sabiduría!
—¡Ja, ja, ja! ¡Vaya, vaya! Pues si tanto insistes, apago la luz, pero no sabrás avanzar sin tropezar en la oscuridad.
—No te preocupes. Te aseguro que no lo necesitaré.
—Vale, pues dulces sueños y que descanses, cariño —dice Carmen apagando finalmente la luz.
—Gracias Carmen, gracias por todo —le dice la viejecita dulcemente y le lanza un beso— Te quiero mucho.
—¡Y yo a ti, Pilarica! Venga, un besito y a dormir —le dice Carmen al retirarse.
Pilar suspira lenta y profundamente, relaja uno por uno todos los músculos de su cuerpo, y se dispone a descansar como se merece. Cierra los ojos, dejando caer, pesados sus párpados, sin ninguna tensión. Sabe que no los volverá a abrir, pues esta vez ha encontrado el camino, ha visto la
COMENTARIOS:
– Muy tierna la descripción de la relación entre la enfermera y la viejita
– Es una buena idea, pero está contada con poca sutileza. Sospechaba desde el principio el desenlace. Das demasiadas pistas y con ello te cargas la posible sorpresa final 😉
RELATO 6 – MICKEY MOUSE
—¿Puedes apagar la luz? —le pidió Romina a Pedro.
Él era un chico apuesto y de buenos modales, que cuidaba de su madre enferma y desde muy joven trabajaba la plumería. A pesar de los tequilas, Pedro, caballerosamente, y tambaleándose, le revisó los grifos y comprobó que había agua, mientras Romina se tiró al sillón después de quitarse los zapatos y ponerse la pijama de algodón. Él se recostó a su lado.
—Bailamos mucho —sonrió, coqueta. Y así se quedaron besándose por unos largos minutos.
Cuando Pedro le acarició los pezones, ella le apartó la mano y le pidió que la abrazara. Pedro accedió sorprendido y cabreado. «Esta chica es un termo», pensó, por aquello de que lo mantiene todo caliente…
Romina se abrazó a él y susurró en su oído «siente que este momento es para siempre, lo que hagas esta noche para siempre quedará».
Pedro, por su lado, sintió el palpitar del corazón de Romina, y por primera vez en su vida, sintió el flechazo de Cupido, como un balde de deliciosa agua tibia. Él la abrazó también, sintiendo una gran ternura por aquella chica que hasta esa mañana era completamente extraña.
Así fue como, lentamente, y envueltos en el estupor de besos, abrazos y caricias, terminaron en la cama, él arriba de ella, desnuda. Romina no podía controlar su deseo de ser poseída y perdió su fortaleza mental, convirtiéndose en una muñeca de trapo, en un bambi apresado, vulnerable al olor del sexo, al peso de su cuerpo sobre ella, a sentirlo en medio de sus piernas, a sentirse amada y a que su cuerpo perteneciera a esas manos que le recorrían sus secretos, sus muslos, y a que, probablemente, también su sífilis pronto iba a pertenecer a ese cuerpo monumental, si ella seguía guardando silencio.
Y así vivió ese momento, intensamente, como si fuera la última vez en su vida, justo antes de que él se apoderara de sus rotas entrañas. Más que placer físico, sentía el éxtasis de la libertad de su mentira, la que la hacía completamente dueña de él, de su cuerpo y de su ingenuidad. Se sentía ella la cazadora del bambi.
Allí, como trueno en su conciencia, entre gemidos, recordó su última visita ginecológica y sintió el pinchazo de la aguja que le inyectaba vida con antibióticos, que extendían su tortura y prevenían el avance de la enfermedad. Empujó a Pedro y saltó como trompo corriendo por el pasillo diciendo «tengo que orinar, disculpa», dejando a Pedro con dolor de novio mirando al techo y pensando que, después de aquello, se levantaría más una cometa de hormigón.
En el baño, Romina abrió el grifo para disimular que orinaba mientras pensaba qué hacer. No tenía condones ni nada para proteger a Pedro de sus llagas sifilíticas que estaban latentes. ¿Qué haría si él prendía la otra lámpara y preguntaba qué era eso en su vagina?
En eso Pedro le preguntó desde afuera: —¿Estás bien, muñeca?
Ella tiró de la cisterna del baño y respondió:
—Sí, solo estoy un poco mareada. Creo que tomé un tequila de más —dijo soltando una risita nerviosa— Ya salgo.
Al salir del baño caminó lentamente, como queriendo detener el tiempo. Se detuvo frente a la ventana y miró hacia afuera. De pronto sintió que su cuerpo se congelaba totalmente. Afuera, abajo, en la acera contraria, mirando hacia arriba, estaba Santi. Pudo sentir su presencia. Sí, era él. Romina brincó como resorte nuevo y se metió temblando a la cama. No podía modular.
—¿Estás bien? ¿Qué pasa, cariño? —preguntó Pedro.
—Creo que el tequila estaba alterado. Estoy viendo fantasmas. Hay un hombre afuera mirando para arriba.
Pedro saltó de la cama, corrió la cortina y miró para abajo. No había nadie en la calle, solo un par de hojas secas bailaban al ritmo del viento de diciembre bajo la sombra del viejo puente.
—No hay nadie, no te preocupes. Estás segura conmigo —le dijo Pedro, metiéndose de nuevo a la cama y abrazándola.
Ella fingió dolor y entre dientes susurró: «sí, pero tú no conmigo».
—¿Cómo dices, preciosa?
—Que apagues la luz, por favor.
COMENTARIOS:
– ¿Muñeca?
– ¿Otra vez Romina?
– Muy bien escrito, si no fuera por el tema (escabroso) le hubiera puesto un 10
– Muy lioso. Las frases pueden simplificarse muchísimo más. La sensualidad está bien contada, pero choca con lo escabroso de la sífilis, las llagas en la vagina… 🤢.Algunas ideas son muy buenas, pero están contadas de manera tan engorrosa que resultan difíciles de entender, como lo de la cometa de hormigón. Y luego, como es la misma historia contada en fascículos, pues ya no te acuerdas de quiénes eran los personajes ni del porqué de algunas reacciones. Pero bueno, cada uno escribe lo que quiere, ¿no? 😉
– Qué relato más extraño
RELATO 9 – LADY X
«¿Puedes apagar la luz?» fue lo que me dijo en aquel momento de calma impregnada de incertidumbre y miedo. Era el final de la tarde. La luz entraba suavemente en la habitación a través del «velux». Nosotras estábamos tendidas boca arriba en la cama, desnudas, una al lado de la otra, mirando al techo. Acabábamos por fin de hacer el amor. Hacía varios meses que ella esquivaba que nos encontrásemos íntimamente. No sé qué ocurrió en el universo para que aquel domingo por la tarde ocurriera. Al acabar, como de costumbre, se puso a mirar su smartphone y yo, como de costumbre, me encontré sola, con ella ausente a mi lado. Le pedí que dejara su teléfono a un lado, porque quería hablarle. Cuando acabé ese monólogo en el que tragué varias veces saliva, para facilitar la salida de palabras para las que reuní todo el coraje del que disponía para expresarlas, hasta agotar todas las reservas, nos quedamos en silencio unos minutos y esas fueron las palabras que, acompañadas de toda la decepción que existe en el mundo, llegaron a mis oídos. Apagué la luz, y me quedé durante un buen rato petrificada, casi sin parpadear, aún mirando al techo.
Al día siguiente tuve suerte, porque era el día de la salida del papel y cartón para la basura en mi barrio. Encontré un montón de cajas en buen estado y comencé a preparar mi mudanza.
COMENTARIOS:
– El daño que puede hacer la falta de comunicación.
– Ouch, pero buen relato!
– Corto pero intenso y con excelente final.
– Como la vida misma. Oye si quieres te dejo unas cajas que tengo yo por ahí… 😁
– Algo corto
RELATO 11 – OLAFO
—¿Puedes apagar la luz? —me dijo Alejandra en medio del desierto de la Tatacoa.
En realidad no es un desierto, sino un bosque seco tropical con un área de 330 km cuadrados, en el departamento del Huila Colombia, un lugar mágico desde donde se pueden observar las estrellas como desean los astrónomos.
Estábamos en un glanping, una burbuja francesa diseñada para ver el cielo y dormir, o todo lo que se pueda hacer en una cama. Estábamos acampando con glamour.
Acostados, mirando para arriba, apagué la luz y se prendió el cielo en medio de un silencio total. Parecíamos en una nave espacial, suspendidos, sin movimiento.
Extasiados, en ropa interior y sobrios, Alejandra y yo entramos en otra dimensión, en un silencio mutuo. Lo desconocido era nuestro. No queríamos interrumpir nuestro asombro y la contemplación de esa inmensidad tan lejana.
Tras una hora en ese estado maravilloso, Alejandra alcanzó su celular para activar una aplicación que te ilustra con exactitud qué estás observando. Apuntando con la cámara hacia donde están las estrellas, te delinea la constelación, entre otras cosas. Sin tener la sabiduría, ni telescopio, teníamos toda la información al alcance de la mano. Yo me sentía Carl Sagan.
De pronto, una lluvia de meteoritos apareció, como si fuera poco. Dejamos el teléfono a un lado y de nuevo optamos por la observación inocente: cambiamos los datos por la imaginación y la contemplación.
Con el cansancio del viaje, transcurridos los 286 kilómetros desde Bogotá, se me fueron cerrando los ojos en paz. En mi mente, millones de estrellas. A pesar de mis preocupaciones, inicio abrí los ojos para cambiar de posición y vi la silueta de un zorro al frente de la cama, curioso, olfateando, alerta. Maravillado, quise salir a verlo bien, pero sabía que lo espantaría, así que me quedé quieto, avisé a Alejandra, que seguía mirando para arriba, y apenas lo vio. Se fue. A mí los zorros me fascinan. Con millones de estrellas y la silueta de un zorro me quedé profundo. Y con Alejandra a mi lado.
La mitad de mi sueño fue como si estuviera muerto. En la mitad final tuve un sueño marcado por la realidad de mi inconsciente, que representó mi situación con Alejandra. Y es que le puse los cachos hace un mes, con mi nueva secretaria, que está como quiere y, no sé cómo, se enteró. Quisiera matar al sapo, pero aparte de sospechas no tengo ni idea de quién fue.
Alejandra está destrozada. Estamos en una crisis horrible. Amo a Alejandra; mi falta no contiene nada contra ella, para mí es solo sexo, pero qué bruto meter el pene en la nómina, y qué desgracia que lo sepa.
Ahora pongo en riesgo mi matrimonio y estoy sujeto a una demanda por acoso laboral. Abro los ojos con el cantar de un gallo al amanecer, con guayabo de preocupaciones. Estar acá marca la voluntad de conciliación entre Alejandra y yo, y eso es aliviador.
Alejandra ya estaba en la ducha, así que salí a reconocer el lugar. A unos cuarenta metros de distancia encontré el origen del gallo, un gallinero muy bien enmallado. Regresé. Alejandra ya estaba vestida, me saludó amorosamente y yo le di un beso de culpa.
A las siete salimos a desayunar, atendidos por el dueño del lugar, Ignacio, muy coqueto con Alejandra. De entrada me cayó mal. Le comenté que anoche había visto un zorro y me respondió: «¡Malditos zorros! Se han comido mis gallinas más de una vez». Se retiró, y a los cinco minutos me trajo al zorro muerto; lo había envenenado.
—¡Deje al zorro en el suelo que yo a usted lo mato, imbécil de mierda! —le dije.
Ignacio, sorprendido, no soltó al zorro y no quiso pelear conmigo; se retiró y no volvió. Alejandra estaba nerviosa y solo me dijo que me calmara. Resolvimos irnos a un hotel en el pueblo. En el trayecto, Alejandra me dijo que perdonaba mi infidelidad solo si yo aceptaba que ella tuviera la oportunidad de echarse una canita al aire, sin amor, solo sexo.
Le dije que aceptaba. No fue liberador, quedé como ella se sentía.
COMENTARIOS:
– Un poco confuso, entre las estrellas, el zorro y los cuernos. Falta homogeneidad 🤷♀️
– Interesante aunque un poco confuso por anécdotas que no aportan al relato
– Bueno bueno, no sé muy bien qué decir… 🤔
– ¡Fantástico! Lo tiene todo: una descripción de un paisaje espectacular y de una historia llena de detalles, con el trasfondo de unos cuernos
– “Glamping” de juntar glamour y camping. Empezó muy bien, pero…