

Relato 2:
LISA SIMPSON
Se estaba echando una siesta y, de repente, sintió presión en la vulva. Aquello no encajaba con el sueño que estaba teniendo, en el que se encontraba en una habitación con su madre y su abuela. Se despertó perturbada por la sensación física mezclada con la imagen de su madre y su abuela. La presión en la vulva seguía ahí, así que se acarició la entrepierna para descubrir el origen de su turbación: el pantalón del pijama se le había subido y la costura se le estaba clavando. Tiró del pijama hacia abajo para aliviar la presión. Desde el parto tenía la zona más sensible, apenas se rozaba en la ducha con los dedos al lavarse y aún no se había atrevido a mirar cómo había quedado el escenario de aquella hazaña.
Miró a su derecha, Laura seguía dormida con los brazos hacia arriba y los puñitos apretados. Entonces fue consciente de que hacía meses que no dormía una siesta como esa, sin interrupciones, y pensó que aquello debía ser la felicidad, dormir una buena siesta pegada a su bebé.
Cerró los ojos dispuesta a seguir con aquel pequeño placer, pero el sonido estridente del timbre deshizo la felicidad como algodón de azúcar en la boca. Laura se despertó sobresaltada y la miró confusa. ¿Quién y por qué la despertaba de aquella manera?
Marta se levantó y se puso la parte de arriba del pijama cubriendo sus pechos desnudos y llenos de leche. De camino a la puerta el timbre volvió a sonar y pensó que debía ser el repartido de Amazon con los pañales que había comprado de oferta dos días antes. Ninguna persona que ella conociera llamaría al timbre con tanta insistencia sabiendo que tenía en casa a un bebé al que le costaba sudor y lágrimas dormir. Salvo Flor, su suegra, que estaba allí sonriendo con los dientes manchados de pintalabios cuando Marta abrió la puerta.
Flor entró en la casa sin esperar a que Marta la invitase. Había traído unas cositas para Laura, ¿dónde estaba la muñequita? Se dirigió al dormitorio con Marta caminando tras ella con pasos cansados, oliendo el perfume caro de su suegra y preguntándose si ella olería tan mal como creía después de dos días sin ducharse y diez sin lavarse el pelo.
Flor dejó en la cama la bolsa que había traído con las cosas para “la muñequita” y cogió a Laura en brazos, que miraba a su madre desconcertada, preguntándose seguramente qué hacía esa señora dándole besos sonoros en ambas mejillas, hasta que decidió que ya era suficiente de tanto besuqueo baboso y arrancó a berrear desconsolada.
Flor le preguntó entonces a Marta que cuándo le tocaba comer y si le había cambiado el pañal recientemente. Marta opinó que seguramente estaba cansada porque estaban echando la siesta cuando Flor llegó. Su suegra estaba segura de que la niña tenía hambre, así que puso a Laura en brazos de su madre, y mientras esta se sacaba un pecho rebosante, Flor le enseñó la ropita que le había comprado. Toda rosa, porque ya que no habían querido ponerle pendientes, la única manera de que la gente supiera que era una niña era vestirla de rosa.
El recibo estaba en la bolsa, por si había que cambiarlo. Así podría hacerlo la propia Marta y Flor no tendría que perder el tiempo volviendo a la tienda. Después de advertirle que cuidado con la mamitis, porque a los niños con mamitis les pegan en el colegio por pusilánimes, Flor se marchó alegando que tenía cosas que hacer y dejando en la casa su olor y un silencio agradable. Marta se arrepintió de no haberle dicho que la próxima vez avisase antes de ir, o que podría quedarse diez minutitos pendiente de Laura mientras ella se daba una ducha o se cortaba las uñas de los pies.
Se tumbó con su hija en la cama con la intención de retomar la siesta, pero su hija la miró con la cara roja al tiempo que producía el inconfundible sonido de una tremenda caca líquida llenando el pañal. No habría más siesta esa tarde.
COMENTARIOS:
– No soy madre, pero me lo creo todo.
– No sé si hacerme la vasectomía o matar a mi suegra…
– ¡Ay, esas suegras!
– Me suena todo mucho, está claro que una buena descripción de lo cotidiano, a mí me puede

Relato 3:
VIC VEGA
Se estaba echando una siesta y, de repente, una pera se desprendió de la rama más alta para caerle a Gabriel justo en el centro de la frente. Éste abrió los ojos de golpe y, como si tuviera un resorte, elevó bruscamente la mitad superior de su cuerpo hasta sentarse en un perfecto ángulo de 90º.
—¡Au! —exclamó Gabriel tocándose la frente. Confundido todavía, escudriñó aquella hierba que había sido su colchón y a su lado solo vio a Benito, el perro pastor de su abuela, durmiendo plácidamente. Sin embargo, detrás de Benito, que no se había enterado de nada, se escondía la pera proyectil que había impactado sobre su preciosa cabecita soñadora.
Gabriel se estiró para alcanzar la fruta y examinarla con cuidado. A juzgar por la fuerza con la que aquella pera común se había estampado sobre la parte superior de su cara y la impasibilidad de Benito, parecía que ese árbol tenía algo personal contra él.
Se imaginó siendo atacado por el árbol, como en ese documental de tenis que había visto con su madre en el que la máquina lanzapelotas de Alexandra Králová se volvía loca durante un entrenamiento y empezaba a lanzar pelotas a lo loco hasta que una de ellas impactaba brutalmente en la nariz de la tenista. En este caso, Gabriel estaba convencido de que, en cualquier momento, le empezarían a llover peras hasta noquearlo.
Recordando el resultado fatal del documental, Gabriel se cubrió la nariz y gateó como pudo para salir de lo que él consideraba el territorio del árbol, intentando a la vez proteger sus puntos débiles de un posible perazo, pero a mitad de camino se dio cuenta de que Benito seguía durmiendo, ajeno al peligro.
Era extraño que el árbol no hubiera arremetido contra el can en primer lugar, pues no eran pocas las veces que Gabriel le había visto marcando territorio en el tronco. En cambio él nunca había hecho tal cosa.
Aún con la pera en la mano a Gabriel se le ocurrió algo.
—Benito, Benito… —dijo Gabriel, intentado despertar al perro. —¡Ve a por ella!
Gabriel lanzó la pera tan lejos como pudo, pero Benito abrió un ojo y decidió que aquella pera no podía importarle menos. Resopló y se puso a dormir panza arriba.
—¿Pero qué estoy haciendo? —se preguntó Gabriel en voz alta, todavía arrodillado sobre la hierba.
El chico se levantó mirando al árbol cara a tronco, preparado para un enfrentamiento inminente, pero una brisa suave agitó las ramas del peral y el recuerdo intermitente del dichoso documental de tenis le llevó a salir escopetado hacia los brazos de su abuela, que estaba concentradísima haciendo bolillos en la sombra del porche.
—Abuela, el árbol me ha tirado una pera —dijo Gabriel señalándose la frente.
Eutiquia levantó la mirada, primero para examinar la frente de su nieto, después las manos.
—¿Y dónde está la pera? —preguntó.
Gabriel agachó la cabeza: —La he tirado.
Eutiquia se levantó para examinar el peral, preocupada, y Gabriel la siguió, preocupado también, aunque por otras razones.
—Tráeme aquel palo rojo —dijo Eutiquia señalando un palo con forma de garra.
Gabriel obedeció y entregó el palo a su abuela.
—Pero abuela ¿qué vas a hacer? Este peral me odia. ¡Nos va a atacar! —dijo Gabriel protegiéndose la cabeza.
—¿¡Pero cómo nos va a atacar un árbol!? —dijo Eutiquia dándole una suave colleja a su nieto.
—¡Hombre que lo he visto en una peli! —Se defendió Gabriel.
Eutiquia recogió entonces una pera y se la ofreció al niño.
—Es el final del verano y las peras están maduras ya, pero no se caen, porque si caen es que están pochas —dijo.
—¿Entonces? —preguntó Gabriel.
Su abuela señaló entre las ramas a un pajarito chiquitito.
—Quizá quería hacerte un regalo —dijo.
Era otra forma de verlo.
—Y ahora vamos a la cocina, que te voy a poner algo para ese chichón —añadió ella, tocándole la frente.
—¡Au abuela! —protestó éste.
De seguro una cosa había aprendido, y era que de todos los árboles que tenía su abuela en el jardín y daban buena sombra, jamás volvería a acostarse debajo de un frutal.
COMENTARIOS:
– No es la jornada de las grandes ideas, pero al menos este tiene sus puntos simpáticos. Espero que la próxima vez Gabriel no se cobije a la sombra de una chumbera!
– Plácidas tardes de verano, en las que la bondad de la naturaleza se te ofrece.
– La imaginación y la ingenuidad del niño, lo gracioso y simpático de sus impulsos, y la sabiduría de la abuela, me han subyugado

Relato 1:
WILSON
Se estaba echando una siesta y, de repente, la despertaron los ladridos de los perros y un temblor recorrió todo su cuerpo. Vio la hora y se dio cuenta de que había dormido más de la cuenta. Petra no sabía si iba a sobrevivir esa noche. Sentía que algo no iba bien, no era sólo lo que había escuchado sobre el asesino en las noticias y en las tertulias mañaneras, sino, también, que había algo, como un no sé qué, que no la dejaba tranquila. Al levantarse de la cama, vio una especie de huella en el suelo del pasillo. Se agachó a tocarla para saber si era real y se dio cuenta de que era humana y, de hecho, de barro. Y había muchas. Como si alguien hubiese estado dando vueltas por su jardín.
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina y, Petra, con un rosario en su puño, puso la mirada hacia el techo de su casa y dijo: “una palabra tuya bastará para salvarme”. Pero Dios no se andaba con tonterías, y sabía que el asesino no estaba en su casa, así que no dijo nada. Petra, que era muy hecha a la antigua, encendió una vela de un viejo candelabro que tenía en su mesita de noche y se dispuso a caminar hacia la cocina. Nada más abrió la puerta, una voz calmada y grave dijo: “Apaga la vela”.
Petra se asustó, pero no gritó. Simplemente le hizo caso a aquella voz, y cumplió órdenes.
—¡No te tengo miedo, ladrón! —exclamó Petra.
—¿Pero cómo me vas a tener miedo, Petra? ¿Pero tú me has visto? —respondió la voz.
En ese momento, Petra encendió la luz y vio a su compañero de piso, Ramón, que llevaba camisa de franela, pantalón a cuadros y botas de baile flamenco.
—Joder, Ramón, que te tengo dicho que me avises antes de llegar, que a veces me asustas —dijo Petra.
—La felicidad consiste básicamente en aparecer medio borracho y lleno de barro a casa en un día cualquiera entre semana, Petra. Deberías probarlo alguna vez. Y a ver si te echas novio, que ya te hace falta —argumentó Ramón.
—A ti sí que te hace falta, que siempre me llegas borracho y sin compañía. Anda, anda vete a dormir, que mañana trabajas —sentenció Petra.
Petra volvió a su cama entre sonrisas y agradecimientos a Dios por seguir viva un día más. Una vez entre las sábanas, sonrió y pensó que, al final, no había sido para tanto.
COMENTARIOS:
– Uy ese laismo… Un viejo rara vez da las gracias por seguir vivo.
– Tengo un dilema: ¿me gusta el homenaje a las otras frases? ¿O más bien me parece un recurso fácil porque no sabías qué inventarte?
– Muy bien hiladas todas las frases, todo/a una artista. ¿se convertirá en un clásico de todas las ediciones de «To be continued»?
– Muy original la manera de enlazar todas las frases, me ha gustado mucho
– Una siesta por la noche? Un poco raro, jajaja


…Apenas se rozaba en la ducha con los dedos al lavarse y aún no se había atrevido a mirar cómo había quedado el escenario de aquella hazaña…

…El sonido estridente del timbre deshizo la felicidad como algodón de azúcar en la boca…

…Cuidado con la mamitis, porque a los niños con mamitis les pegan en el colegio por pusilánimes…

…Gabriel lanzó la pera tan lejos como pudo, pero Benito abrió un ojo y decidió que aquella pera no podía importarle menos…

…No sabía muy bien cómo de mayor era la gente mayor…

…Ese silencio tórrido de las tardes de verano, sólo roto por el ruido sórdido y lejano de las chicharras…
Relato 4:
MILDRED HAYES
Se estaba echando una siesta y, de repente, escuchó el carrito de los helados. Su tía todavía permanecía dormida junto a su lado, pero le había prometido un helado, y no había modo de despertarla, así que corrió escaleras abajo y empezó a gritar:
—¡Oiga, oiga, el de los helados!
Nunca se había fijado en el aspecto del heladero, pero ahora lo miró un poco más detenidamente. Era un hombre moreno como su tía, quizás mayor, no sabía muy bien cómo de mayor era la gente mayor.
Al verlo tan de cerca sintió un poco de vergüenza, porque la miraba fijamente y ella no sabía, si con las prisas llevaba la falda remangada, o las coletas deshechas. Él siguió mirándola fijamente.
—¿Qué quieres niña? ¿Estás sola?
—Bueno mi tía todavía está en el cuarto descansando.
Empezó a ser muy simpático: que si qué sabor de helado quieres, que si la galleta está muy rica, muy crujiente…
—Venga, toma, no hace falta que me des el dinero ya me lo darás después.
La invitó a acompañarlo, le dijo que cuando se acabara ese helado le daría a probar un nuevo sabor mucho más rico, todo era desenfadado y divertido. Ella olvidó que su tía podía estar preocupada, que se podía haber despertado, y siguió charlando con él.
Todo se mezclaba en su cabeza, las sensaciones se fueron sucediendo. Ella dejó de preguntar cuándo volvería a su casa. Se acostumbró a ese nuevo entorno, a esas nuevas costumbres. Él decía que cuando creciera, cuando fuera mayor, sería su mujer, y así pasaron los días.
Hoy la puerta se había quedado abierta. Siempre la cerraba al salir, pero hacía semanas que le había dicho que confiaba en ella, y hoy había dejado la puerta abierta.
Salió corriendo, no sabía dónde, no sabía cómo de lejos quedaba su casa, pero quería volver a ese momento, a esa siesta al lado de su tía, a ese despertar tranquilo. Se decía una y otra vez que no volvería a tomar helado, que nunca nadie más la engañaría con la promesa de un sabor nuevo. Ya había probado todos los sabores. Solo quería regresar. Corrió, corrió, y esta vez despertó de verdad de la siesta. El sonido del heladero seguía allí.
—¡Helado de fresa, helado de chocolate, helado de vainilla, crujientes cucuruchos!
Su tía seguía dormida, a ella no se le ocurrió despegarse de su lado, se acurrucó a su costado y calmó su corazón. Ha sido un sueño, solo ha sido un sueño.
COMENTARIOS:
– Pobre heladero, el de mi pueblo era un bueno. Nuevo trauma para la lista + la frase «junto a su lado», que no sé si es correcta, pero suena fatal.
– A saber de qué era el nuevo sabor…
Relato 5:
ODA MAE BROWN
Se estaba echando una siesta y, de repente, sintió el típico zumbido cerca de la oreja, sí, ese que todos conocemos y nos ha amargado ya no una siesta, sino toda una noche de muchos veranos. Aun así, estaba tan cansado que decidió dar media vuelta e intentar seguir durmiendo. Poco a poco el sueño de nuevo le venció, pero nada, otra vez aquel mosquito decidió que aquel ser era un buen botín como para dejarlo escapar.
Vueltas y más vueltas, manotazo tras manotazo y la lucha no paraba. Imposible taparse con aquel calor sofocante que caía a esas horas. La sábana como otras veces no era una opción.
Al final no tuvo otra que levantarse. La habitación, al encender la luz, le pareció algo extraña, pero no le dio demasiada importancia, pensando que esa sensación podía ser fruto del cansancio y del sueño del que todavía no había logrado desprenderse.
Salió al salón, pero fue abriendo más y más los ojos al comprobar que ese no era su salón. No salía de su asombro. Algo aturdido se dirigió directamente al cuarto de baño, necesitaba con urgencia echarse agua fresca a la cara. Efectivamente, el cuarto de baño estaba donde siempre, pero aquel… no era su cuarto de baño. ¡Esos azulejos! ¿Dónde estaba la bañera? ¿Y de dónde había salido ese plato de ducha con una puerta de cristal? ¿Qué estaba pasando? Sólo se había echado una siesta, apenas un par de horas, y todo a su alrededor había cambiado. En el salón pudo reconocer algunas fotos, otras no, pero ni mucho menos esos muebles, ese sofá; ni siquiera las ventanas eran las mismas, las cortinas, las lámparas, el color de las paredes.
Poco a poco un desasosiego fue cubriendo su alma, al tiempo que un frío seco fue recorriendo cada poro de su piel. Se estaba volviendo loco.
Hoy había tenido un día duro en el trabajo, quizá demasiado estrés, pensó. Iba a proponer a Lola que tuvieran unos días de descanso, de vacaciones; al fin y al cabo llevaban varios años sin salir, sólo pensando en sacar adelante el negocio familiar. Sí, quizá era eso, demasiado cansancio acumulado, demasiadas preocupaciones. Todo, se dijo, seguro que tenía una fácil explicación.
Aun así no lograba recuperar la calma. Tan solo un par de horas antes había dejado en el salón, que por supuesto no era ese salón, a su mujer recogiendo la mesa y a su hijo pequeño ensimismado con los dibujos del Correcaminos, mientras él se echaba un rato como todos los días antes de volver a abrir el negocio.
Nervioso, con cierta angustia, fue al cuarto de Miguel. Nada había de aquellos juguetes con los que él había pasado tantos ratos con su hijo. Abrió desesperado el armario. Ni rastro de prendas infantiles.
Frío intenso y calor sofocante se alternaban constantemente en menos de un minuto. Aun así, intentaba mantener la calma y pensar. De pronto recordó lo que habían comido ese mediodía. Fue rápido a la cocina, una cocina ajena, sin esos quemadores de gas que tanto coraje le daba a Lola tener que limpiar. A cambio un cristal negro. Tampoco reconoció el frigorífico, demasiado grande, nada que ver con el suyo; lo abrió y nada había reconocible. Desesperado buscó restos de la ensaladilla rusa, e incluso rastreó en el cubo de la basura sin encontrar ni una sola raspa de los salmonetillos que recordaba que habían devorado con fruición; eran los preferidos de Miguel y de Lola, su mujer.
No había nadie, sólo silencio, ese silencio tórrido de las tardes de verano, sólo roto por el ruido sórdido y lejano de las chicharras.
Algo tenía que hacer, esto no podía ser un sueño. Fue de nuevo hasta el lavabo y se echó más agua. Esa toalla no la había visto nunca. Se miró al espejo y encontró un rostro conocido, pero no era él. Aquella imagen que le devolvía el espejo se parecía más a la de su padre, o quizás a su tío Manuel. Se sentó al filo del bidé y con el rostro entre las manos empezó a llorar, un llanto desconsolado, íntimo, desde lo más profundo.
COMENTARIOS:
– No me gusta que Lola limpie sola los quemadores.
– El único que se lo ha currado un poquito esta semana
– Lo he tenido que leer 3 veces para comprender lo que pasó, y… no, ni aun así lo entiendo… :s
– …y no era una pesadilla.
– No sé muy bien cómo interpretarlo, pero me ha sobrecogido