Relato 2:

VIC VEGA

No había sido para tanto, pero antes de que Magdalena pudiera pisar la primera baldosa del aula, las piernas parecieron volvérsele de plastilina. Consiguió engancharse al marco de la puerta para impedir dar con el culo en el suelo, pero no podía avanzar.
   Nuestros cuellos se giraron hacia la puerta. Magdalena estaba aferrada a la madera formando con el cuerpo una especie de cruz gamada encajada y, valga la redundancia, enmarcada por el marco de la puerta. No podíamos decidir si nos recordaba más a una de las señoritas de Avignon de Picasso o a una modelo del catálogo Zara.
   ¡Que alguien haga algo! —gritó una vocecilla que reverberó por la clase.
   Nosotros nos agolpábamos en las primeras filas para tener una mejor visión de la escena, pero se había trazado una línea imaginaria que una fuerza extraña nos impedía traspasar.
   —¡José Ángel! ¡Ayúdala! —gritó otra voz.
   Nos giramos todos a la vez, coordinados como nadadores de natación sincronizada.
   José Ángel, el de matemáticas, parecía petrificado todavía al lado de la pizarra con la tiza en alto, intentando terminar un límite de esos que tienden a infinito. Desde nuestro punto de vista él era el único que podía actuar, por eso de que se encontraba al otro lado de la poderosa línea ficticia.
   José Ángel nos miró sin mirarnos hasta que un proyectil de papel chupado le dio entre ceja y ceja, consiguiendo que despertara de su ensoñación de letras que son números.
   —¡Magdalena! —consiguió articular el profesor, acercándose a ella.
   La cara de Magdalena empezó a pasar por tonos de blanco que solo un esquimal sería capaz de nombrar. Sus carrillos comenzaron a hincharse y deshincharse, su abdomen se contraía y expandía como una oruga y su uñas se clavaban en la madera haciendo saltar la pintura.
   —¡Va a vomitar!—Gritó otra vocecilla.
   José Ángel dio un paso atrás y empujó la papelera al punto donde calculó que podría caer el desayuno de Magdalena.
   Nosotros seguíamos expectantes, y, puedo garantizar, nunca habíamos estado tan callados. Solo se oía el masticar de algunos que habían aprovechado el espectáculo para almorzar.
   Magdalena no vomitó y consiguió incorporarse un poco, adquiriendo una posición ahora similar a la de Cristo en la cruz.
   —¿Magdalena? –dijo el profesor, aventurándose a retirarle el pelo de la cara con una kilométrica regla de madera.
   Magdalena levantó la cabeza por un instante y logró ponerse recta, apoyándose todavía un poco en la puerta. Levantó el dedo gordo indicando que se encontraba bien y empezamos a aplaudir como locos.
   Disolvimos el corrillo y nos fuimos colocando en nuestros respectivos asientos, mientras Magdalena se dirigía en zigzag a su mesa recibiendo palmaditas y halagos por el camino. José Ángel, complacido consigo mismo, volvió a su límite y nosotros volvimos a poner el foco en esas operaciones imposibles.
   De pronto se escuchó un fuerte golpe. Magdalena había caído como un tronco antes de llegar a sentarse en la silla, y como yo era su compañero de mesa, lo vi todo mejor que el VAR.
   —Ha puesto los ojos en blanco y adiós —expliqué.
   —¡Hay que ponerle los pies en alto! —dijo alguien.
   Una sudadera voló y alguien recomendó que se la pusieran debajo de la cabeza. Otro lanzó un bocadillo envuelto en papel de aluminio. —¡Es de chorizo y lleva tres horas al radiador. Que lo huela, ya veréis como se despierta! —dijo.
   Magdalena empezó a abrir los ojos para ver un plano nadir de las caras de sus compañeros agolpadas, observándola.
   —¡Pero bueno! ¿Qué hacéis todos ahí al fondo? —dijo una voz de mujer.
   Nos giramos para ver a Carmen, la enfermera, en el umbral de aquella puerta que minutos antes había sido nuestro escenario. José Ángel permanecía en su posición original, aunque el límite había avanzado.
   —José Ángel, ¿por qué no me has mandado al siguiente? —dijo Carmen repasando su lista.
   Magdalena se incorporó y reptó hasta su asiento. Carmen levantó la mirada del papel hasta donde se encontraba Magdalena, pero sus ojos se pararon en mí.
   —Alejandro, venga que te toca —apremió Carmen.
   Miré a Magdalena, que todavía estaba recuperando su color de piel.
   —No es para tanto, de verdad —me susurró Magdalena.
   ¡Maldita campaña de vacunación! —pensé.

COMENTARIOS:

 

– Es como si hubiese vuelto a la escuela hace… muchos años. Muy bueno!
– Las enfermeras no somos tan indiferentes al miedo de los niños, una descripción impecable.
– Jajaja, me ha recordado mi trauma infantil con las vacunas. Yo era peor que Magdalena.

 


Relato 1:

LISA SIMPSON

No había sido para tanto. Es más, Curro habría calificado la experiencia como desagradable e incómoda, muy diferente a las maravillas que contaban sus compañeros de pupitre. Al menos él sí que había terminado. No habría podido afirmar lo mismo de Nati, que más allá de algunas muecas de dolor, no había expresado sus sensaciones. Curro no se atrevía a preguntarle si le había gustado, si había terminado, porque no quería que se notase su falta total de experiencia, no quería quedar como un gañán que no tiene ni idea del tema a los 17 años. Aunque lo cierto es que no se la intuía muy satisfecha. Le habría gustado probar muchas de las cosas que había visto en las películas, pero los gestos de placer de las actrices en nada se asemejaban a lo que veía en los ojos de Nati. Aquello había sido una total decepción.
   Desde luego no tenía ganas de repetir, al menos a corto plazo ni con Nati, que le había parecido una sosa a pesar de la fama que tenía en el instituto. Se decía de ella que ya había estado con 3 o 4 tíos diferentes y que se dejaba hacer de todo, pero Curro tenía la sensación de que estaba igual de perdida que él. De hecho, habían tenido que terminar con la mano porque ella decía que le dolía. Al principio se sintió alagado pensando que si una chica con tanta experiencia sentía dolor con él, era porque su miembro era notable. Pero ahora estaba pensando que quizás Nati dijo eso porque en realidad no estaba disfrutando y quería terminar cuanto antes con aquel trámite. Porque eso había sido para él, un trámite por el que tenía que pasar si no quería pertenecer al grupo de perdedores que acaban el instituto sin haber probado aquello. Aunque si habían terminado con la mano, ¿contaba igual? No importaba, omitiría esos detalles, o incluso se inventaría algo. Lo importante era que ya estaba hecho, ya podía respirar tranquilo, ya no era de los perdedores.
   La acompañó a la parada del autobús.
   —Bueno, pues nos vemos mañana en clase.
   —Sí, hasta mañana.
   Los dos sabían que no volverían a tener otro encuentro similar, y que prácticamente ni se saludarían en el instituto, pero se despidieron con un beso torpe y rápido en los labios que a ninguno le apetecía. Lo que en realidad habrían necesitado, aunque ninguno de los dos se habría atrevido a reconocerlo, era un abrazo calentito que les hiciese sentir menos ridículos e inseguros, menos solos.

COMENTARIOS:

 

– Halagado!***
– Una triste primera vez

 


Relato 3:

MILDRED HAYES

No había sido para tanto. Había cruzado sola la puerta de la discoteca, había aguantado la mirada de todo el mundo, y no había sido para tanto. Eran mis primeras navidades sola, bueno, quiero decir sin pareja, yo siempre había tenido pareja. Creo que desde los 12 años ando enamorada del amor. Pero este año el amor había volado.
   Era fin de año, había acompañado a mi hijo a una fiesta en un polígono, le había dado dos besos, le había dicho lo guapo que iba y me había vuelto a montar en el coche. Ahora, con mi camisa de seda negra y mi falda de lentejuelas, ¿qué iba a hacer? ¿Volver a mi casa a sentirme sola? ¿O acudir a esa discoteca salsera, donde podía encontrarme a alguien conocido?
   Lo dudé mucho. Yo siempre había ido a todos lados acompañada, con alguien que me sostuviera y me apoyara. Pero ahora no había nada de eso, tenía que ponerme unas anteojeras y mirar solo al frente, para que no me entraran dudas, miedos, vergüenza.
   Abrí la puerta de la discoteca con mucho impulso; con tanto que por poco me caigo encima del negrito que cobraba las entradas.
   —Vaya guapa, sí que tenías ganas de entrar. ¿Cuántas entradas van a ser?
   Menuda preguntilla. Yo dije con un hilo de voz: —una sola.
   La sala estaba oscura. A simple vista no había nadie conocido. Me fui hacia la barra diciéndome: te pides una Coca-Cola y te vas, te la tomas y te vas.
   Pero seguí luchando contra las ganas de salir de allí corriendo. Me acordaba de las palabras de Mercedes, mi amiga salsera, que me decía: olvídate de la fantasía de que alguien te vaya a sacar a bailar, pero empieza a abrazar otra fantasía aún más chula, que es la de sacar tú a bailar, la de elegir tú. Y un día, estando con ella, me atreví a hacerlo, observé a los bailarines, y elegí a aquel que yo pensaba que podía bailar bien conmigo. Conseguí hacer realidad esa fantasía, elegir yo.
   Hoy era diferente, no estaba Mercedes, nadie me daba ánimos, yo sola no iba a tener valor. Detrás estaba toda esa historia de inseguridades y esquemas donde uno se siente cómodo.
   Pero me giré y observé. Vi a un chico unos 20 años más joven que yo, con una sonrisa limpia, una mirada relajada, una seguridad que inspiraba. Y me acerqué a él. Hay que ser rápida con estos chicos. Los buenos bailarines, los bailarines generosos, están muy cotizados; si ellos no sacan a bailar, siempre hay alguien que los saca a ellos. Esto también me lo enseñó Mercedes. No hay que dudar, hay que ser rápida y elegir.
   Me acerqué a él.
   —¿Querrías bailar conmigo esta canción?
   —Sí, claro guapa, por supuesto.
   Y sin mediar mucho más, estaba en sus brazos, sonriendo, dando vueltas, abrazándome con delicadeza. Qué flipada. Merecía la pena haber nadado en mi mar de inseguridades; no me había ahogado, y estaba rozando el cielo.
   Después de este chico vinieron otros. Estuve bailando hasta casi el amanecer. Fue una noche especial, llena de retos, y cada vez que superaba uno, me decía a mía misma que no había sido para tanto.

COMENTARIOS:

 

– Así me gusta: pisando fuerte por la vida
– Mejor sin «el negrito»

 

perlitas

… cosas que había visto en las películas, pero los gestos de placer de las actrices en nada se asemejaban a lo que veía en los ojos de Nati.

perlitas

Magdalena estaba aferrada a la madera formando con el cuerpo una especie de cruz gamada encajada y, valga la redundancia, enmarcada por el marco de la puerta.

perlitas

Nos giramos todos a la vez, coordinados como nadadores de natación sincronizada…

perlitas

José Ángel nos miró sin mirarnos hasta que un proyectil de papel chupado le dio entre ceja y ceja

perlitas

La cara de Magdalena empezó a pasar por tonos de blanco que solo un esquimal sería capaz de nombrar.

perlitas

…como yo era su compañero de mesa, lo vi todo mejor que el VAR.

perlitas

¡Es de chorizo y lleva tres horas al radiador. Que lo huela, ya veréis como se despierta!

perlitas

La maestría de las nubes hizo del cielo oscuro un rompecabezas imaginario.

perlitas

Las guarderías de los sentimientos se hallaron tristes, enmudecidas, ante los ojos de las estrellas, que no hacían más que divagar en vez de conversar.

perlitas

Ahí enseñas media teta y te denuncian por altercado público…

perlitas

…Olvídate de la fantasía de que alguien te vaya a sacar a bailar.

perlitas

Merecía la pena haber nadado en mi mar de inseguridades; no me había ahogado, y estaba rozando el cielo.

perlitas

Disculpa, antes de asaltarnos, ¿puedes aclararnos tu intención?

perlitas

…me tildó con la ya histórica coletilla de “eres peor que papá”.

perlitas

He recogido velas y amarras y puesto rumbo hacia otros mares.


Relato 3:

WILSON

 

No había sido para tanto. La maestría de las nubes hizo del cielo oscuro un rompecabezas imaginario y, el río, en vez de agua, portaba arena. Era el caos delirante, el cúmulo separado, el amanecer azulado, pero no, no había sido para tanto. Los animales nocturnos pasaron a alimentarse de día y, los diurnos, a no alimentarse.
   A las once de la mañana hacía un frío invernal, aunque el calendario indicaba que era agosto. Agosto, sin embargo, parecía estar muy lejos del frente de guerra y se alió con enero para establecer las nuevas relaciones estacionales entre la Tierra y el Sol. A las diez de la noche el calor era insoportable y hasta los mosquitos morían al vuelo, sin necesidad de acción humana. Aunque las temperaturas variaban más de 10 grados por hora, nuevas formas biológicas surgieron, entre virus y bacterias, que desarrollaron el poder insignificante del nuevo maligno ente mundial.
   Entre mareas y tornados, las llaves de las casas se perdieron y volaron, aunque sin alas, a una especie de jardín de la infancia demoledor para los más enanos. Las guarderías de los sentimientos se hallaron tristes, enmudecidas, ante los ojos de las estrellas, que no hacían más que divagar en vez de conversar. Las oficinas de trabajo se convirtieron en almacenes de polvo galáctico, mientras que los hospitales ya no curaban el dolor, sino que lo causaban. Atrocidades se mostraron a lo largo de la faz de la Tierra, aunque, decían, no había sido para tanto. La policía se convirtió en el nuevo radar de la ética, y la humanidad se vio condenada a volverse a favor, o en contra de ella.

Ante tal pintado futuro,
no cabía solución sino elegir,
de qué bando se pondría uno,
a menos que quisiera terminar en el embudo.

De aquellos menesteres surgió la impotencia,
y de la impotencia, la rabia.
Cuando ésta alcanzo su momento álgido,
¡revolución! —gritaron algunos.
Aunque por muchos gritos que lanzaron,
el poder nunca conquistaron.

¡Pobres! Los aliados que se unieron.
Pobres de ellos, que murieron.

Cuando los peces comenzaron a nadar sin escamas, y las montañas a moverse sin rocas, el núcleo de la Tierra empezó a temblar, y los terremotos sacudieron todos y cada uno de los continentes. No había sido para tanto, dijeron.
   No había sido para tanto, dijeron los gobernantes años atrás, cuando dejaron a la naturaleza de lado, e invirtieron en armas por duplicado.

 

COMENTARIOS:

 

– No se bien lo que describe,  tiene una especie de catastrofismo romántico  
– Uff… una peli de terror. Aunque, a veces, la realidad supera a la ficción


Relato 4:

EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

No había sido para tanto, la verdad. Pero es que se hablaba tanto de ella que yo me esperaba una auténtica obra maestra. Es verdad que fue una de las películas más taquilleras el año de su estreno, venía arrasando con todos los premios de los festivales, y que la crítica hablaba maravillas. Bueno, más que la crítica, los críticos, aunque tampoco es que en los setenta hubiera muchas críticas mujeres.
   Sí recuerdo la fotografía, muy lograda, muy sugerente, como muy nebulosa. Y la música, muy sensual. Los actores también estaban muy bien. No eran papeles fáciles. Hombre, él no era un cualquiera, aunque sus años de gloria ya empezaban a quedar lejos. Y ella era una jovencita muy prometedora, que al final se quedó sin ser jovencita y sin prometer más nada. No debió ser fácil para la pobre chica.
   El caso es que, bueno, tenía su “glamur”, a la francesa, su historia de pasión desenfrenada, un buen retrato de la madurez decadente y de la soledad, con personajes un poco perjudicaos de la azotea en el tema emocional… que también eso es muy de cine francés. Vista hoy, la película casi da risa, pero entonces fue el escándalo del siglo. En Estados Unidos le pusieron una clasificación X, aunque ahí enseñas media teta y te denuncian por altercado público, y aunque no consiguieron prohibirla, hubo gente que se agolpaba a la salida de los cines y les decía de todo a los que salían. Hasta una amenaza de bomba hubo. También en Italia se lio gorda. Los Tribunales la confiscaron y se destruyeron todas las copias, y al director le metieron un buen puro. Y en España… qué te voy a contar… Diez horas de coche nos metimos en el cuerpo, sin contar la interminable fila que nos tragamos en la frontera. Los gendarmes de la aduana se descojonaban, nos miraban como catetos. Y es que por entonces a Francia se iba en masa a ver a la virgen de Lourdes y traerse estampitas, pero aquello… Por Dios, que parecía que llevábamos cuarenta años reprimidos. Lo que era capaz de hacer la gente por ver un cacho de carne…
   —Eran otros tiempos cariño.
   —Pues sí… ¿Me pasas la mantequilla?
   —¿Pero por qué te rí…? ¡La madre que te parió! ¡¡¡Guarro, que eres un guarro!!!

COMENTARIOS:

 

– Dificil de entender si no sabes de que pelicula se esta hablando…
– Todos se quedan en la mantequilla, pero en realidad, es una grito desgarrador de tristeza y soledad.

 


Relato 6:

SANDOKÁN

 

¡No había sido para tanto, me dice! Imitando la voz del sargento, Marcos manotea furioso, mientras salen de la comisaría.
   —Pero si se nos ha lanzado encima, ¡con sus 150 kilos, joder! —chilla furiosa su mujer, imitando el gesto del agresor.
   —¡Que la próxima vez reflexione antes de actuar! ¿¿Te puedes creer??
   —En otras palabras, ¡que te quedes quietecito mientras el chico termina de herirte como dios manda! —satiriza Pilar, resoplando. ¡Vaya morro el del policía ese!
   Ella, los ojos como platos, no se lo acaba de creer, pues lo que había empezado como un romántico paseo por Central Park para admirar el atardecer, había terminado siendo una auténtica pesadilla. Y allí estaba, pagando por la libertad de su Marcos.
   —¡Síiiii! Que me apresuré, que mi reacción fue desmedida.
   —¿¿Eso te dijo?? Desmedida era la barba del tío, estilo Ben Laden pero a lo rasta —describe Pilar con una mueca de asco.
   —¡Que la próxima vez me cerciore de que el arma es de verdad! ¿Te lo puedes creer?
   —¿¿Qué dices?? ¿Qué quería, que le preguntásemos si el cuchillo era de plástico? —remata ella con ironía.
   —Sí, pues… que había juzgado mal la situación, que no era tan peligrosa como yo creía. Qué tendría que haberle preguntado qué intención tenía, antes de asestarle un golpe…
   —Pero clarooo… tendrías que haberle dicho con una sonrisa: “Disculpa, antes de asaltarnos, ¿puedes aclararnos tu intención?” ¡Qué morro tío, increíble! —concluye ella manoteando a su vez.
   —¿Verdad que es increíble? Que “la próxima vez”… como si me hubiesen quedado ganas de regresar a este país donde cualquiera compra armas como si fuesen caramelos. Y para rematar, que mi exagerada reacción había terminado costándole caro a los contribuyentes, y por eso tenía que ponerme la multa.
   —¡¡No te lo puedo creer!! ¿Fue ese el motivo?
   —Es que es increíble, tía, ¡in-cre-í-ble! Es que ya ni puedes salir tranquilo a darte una vuelta porque de repente surge de no sabes dónde un crío gigante que, entre los tatuajes y esas pintas de pandillero, aparenta veintitantos años, pero que resulta que solo tiene 15, se te planta delante, y te amenaza con un cuchillo. Vamos, ¡que la movida tenía todas las señales de ser un asalto a mano armada! O eso crees entender, porque entre el acento indescifrable del chico, la velocidad a la que escupe las palabras y la adrenalina que te borra en un segundo el patético nivel de inglés que tienes, ¿qué querías que hiciera?
   —¡Pues defenderte, defendernos, tal como has hecho, claro! —asiente ella, empática y algo orgullosa. —¿Quién, dime tú, quién en su sano juicio se habría limitado a llamar a la poli y esperar tranquilamente ahí plantado, eh?
   —¿Verdaaad? ¡Te apuesto que hasta el mismo policía habría cosido a palos al chaval!
   —¡Por supuesto que sí! —asegura solidaria Pilar.
   —Quisiera yo ver la reacción del tal sargento, si es él quien pasea tranquilamente con su mujer al caer la tarde por un parque casi desierto, en un país que no conoce, sin entender más de tres palabras seguidas de lo que le vomita el personaje que de repente le sale al encuentro, y se le lanza encima con el brazo estirado y empuñando lo que tú crees ser un puñal, o yo qué sé, y que claro, crees que te quiere acuchillar, que te está asaltando tipo “la bolsa o la vida”… ¿Qué iba a saber yo que lo que me estaba pidiendo era una firma para no sé qué organización caritativa, y que en la mano me ofrecía un boli…? Ya quisiera ver yo si el sargento no le daba también un buen puñetazo como yo, o si se quedaba tan pancho, pensando que “no era para tanto”.

COMENTARIOS:

 

– El miedo es libre
– Qué carácter! Mejor no cruzarme contigo por la calle, jajaja
– Ja, ja, ja…

 

Relato 7:
ODA MAE BROWN

«No había sido para tanto»eso dicen siempre. Lo cierto es que yo estaba ya hasta los mismísimos y no sé qué pasó, pero se me fue la olla y la lie parda. Lo reconozco, que quizás la reacción fue desmedida, pero lo cierto es que yo me despaché bien a gusto y me quedé más suave que un guante, vacía, relajada.
   Desde que han inventado los WhatsApp y todos nos subimos a ese carro porque nos parece uno de los grandes descubrimientos de la humanidad, nuestra vida no vale nada, tu tiempo no vale nada. Siempre hay un imbécil, que precisamente por imbécil no tiene nada que hacer, insertado en cada grupo que se dedica a subir tonterías, vídeos gilipollezcos, que es cierto que no duran media hora, faltaría más, pero con tan solo minuto y medio o cinco minutos, uno tras otro sumados hacen una cantidad preciosa de tiempo que tú has perdido esperando que pase algo interesante, por esa fe que todavía tenemos en el género humano.
   Llevaba tiempo sin abrir la media docena de vídeos diarios que subían a ese afable grupo de «primos» –y nunca mejor puesto el nombre–, y en un momento de flaqueza voy y abro uno de esos maravillosos vídeos. De verdad, no puedo más. ¿Por qué, Señor, por qué? Se desató toda mi ira acumulada desde hace tiempo, no sé cuánto, pero debe ser bastante para haber logrado acumular tanta. Podría haber optado sencillamente por estrellar el móvil contra la pared, pero tenía claro que la culpa no era del móvil precisamente, así que más bien cogí la sartén por el mango y me puse a escribir en el grupo.
   Lo primero era comunicarles que me iba a salir del grupo, que no me aportaba nada, que estaba harta de vídeos absurdos y sobre todo de soflamas cargadas de ideología política que nada tenían que ver con mi manera de pensar; que mantener un contacto a través de un grupo de WhatsApp con gente prácticamente desconocida, que tampoco hacen nada en su mayoría por darse a conocer, y los que lo hacen más vale que no se les viera tanto el plumero, sobre todo el plumero de la falta de respeto hacia lo diferente, no tenía ningún sentido.
   Pues efectivamente un simple vídeo fue el desencadenante de una lucha sin cuartel, porque a raíz de mis palabras se revolvió todo el personal. Muy indignados algunos. Otros por lo bajini sé que me daban la razón. Y por supuesto hubo quien me tachó de salvaje, y me tildó con la ya histórica coletilla de “eres peor que papá”. He recogido velas y amarras y puesto rumbo hacia otros mares.
   Bueno pues todo esto realmente no pasó. Solo en mi imaginación. No por falta de ganas verdaderamente, pero uno tiene que aprender a “ser correcto” y en ese ser correcto parece ser que los grupos de WhatsApp se convierten en las cárceles virtuales de estos días. A no ser que sea un grupo creado exprofeso para un cometido concreto, ¿quién se atreve a salir de un grupo de WhatsApp? Yo todavía no he encontrado la forma, y bien que me gustaría. Aunque he de confesar que alguna vez lo he hecho y como resultado se deshizo el grupo, lo cual quiere decir que nadie le veía sentido, pero nadie se atrevía a decirlo claramente.
   Una vez alguien, muy correctamente, nos comunicó que se iba a salir del grupo por una semana aproximadamente porque tenía no sé qué problema y le iban a revisar el móvil. Y la verdad es que de eso puede hacer ya más de 5 años, no hemos vuelto a saber de ella, y lo que es peor, tampoco a nadie le ha importado.
   Todos queremos estar en el grupo, todos queremos ser parte integrante de la manada, pocos quieren excluirse, y esos pocos son mal vistos por el resto de la manada. Los seres humanos somos seres gregarios, necesitamos el grupo para desarrollar nuestras capacidades, nacemos y vivimos como miembros de una agrupación de personas que llamamos sociedad. Hasta ahí está bien. Necesitamos ese sentido de integración y pertenencia. Con los nuevos tiempos, nuestro grupo es el de WhatsApp, cuantos más mejor. Los hay discretos, nostálgicos, otros funcionales… pero me consta que hay muchos absurdos que no aportan nada, salvo restar tiempo e incluso neuronas, y nos tienen atrapados.

COMENTARIOS:

 

– Ya te digo, estoy en uno que se llama «To be continued» que me da una pereza…
– Aveces no sabemos muy bien el porqué de nuestras reacciones, me ha gustado esta parte
– El absurdo grupo de los «primos». Yo… lo tengo silenciado, jajaja
– A eso le llamo yo, dar en el clavo.