Relato 8
SANDOKÁN
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina. Podía distinguirlas en la oscuridad, iluminadas por la luz intermitente de las luces navideñas que se colaba por la puerta trasera. Al abrirla, Koke había quedado petrificado, empapándose bajo la lluvia. Pero enseguida, impulsado por su instinto recién estrenado de padre, detuvo a su mujer y le susurró:
     —Sole, espera en el coche, con la niña. Voy a echar un vistazo, pero prepárate para armar un escándalo de bocinazos y llamar a la policía, si no regreso en 5 minutos.
     Serían las 11 de la noche y llovía a cántaros. Aguzó el oído, pero el rumor incesante de los latigazos de viento impedía abrir los ojos normalmente o escuchar nada que no fuese la tormenta. Ella dio media vuelta sin vacilar y regresó al coche.
     Él, con la adrenalina brotándole por los poros, sigiloso y armado únicamente de sus casi 2 metros de estatura y de la luz del teléfono, fue avanzando lentamente, siguiendo las huellas. Con cada paso aumentaban el miedo que golpeaba sus sienes, y la carrera desenfrenada de su corazón. Agarró firmemente el primer cuchillo que tuvo al alcance.
     —¡Maldita la hora en que accedí a cenar fuera, y con semejante tormenta!
     Pero su madre había insistido como cada año, en celebrar un par de días antes de la fecha el cumple de su hijo, que caía justo el 24 de diciembre, para dedicarle la merecida atención, sin que se confundiese con la nochebuena, que era el cumple del tal Jesús.
     Con los nudillos blancos de tanto apretar su única arma, fue preparando el próximo movimiento. Imaginaba hipótesis, todas desalentadoras: seguramente lo habrían robado todo, también su adorada colección de sellos. ¡Qué pena! ¡Con lo que le había costado completarla! ¡Y qué rabia! Aunque se sentía muy dispuesto a infligir una buena paliza a quien encontrase dentro, preferiría no hallarles allí, porque entre el cabreo que llevaba encima, y la sobredosis de adrenalina de la paternidad, se sentía casi heroico, y un simple robo podría terminar en desastre.
     ¡Y lo que le iba a costar remplazarlo todo: la cerradura, el ordenador, la tele y la porquería de alarma! No acababa de entender por qué no había funcionado, pues él mismo había dejado todo bien cerrado tan solo unas horas antes. Desfilaban por su mente posibles escenarios: qué hacer si al abrir la puerta que daba al comedor se encontraba con una persona, o con varias… con un ladrón armado…      Sin más, decidió armarse también de la fregona, por si las moscas. Porque, a decir verdad, nunca había sentido tanto miedo en la vida. Tampoco se había sentido nunca tan valiente. Era como si su nueva responsabilidad de padre protector le confiriese poderes especiales.
     Indeciso entre si era preferible empujar la puerta lentamente o abrirla de golpe, decidió que esto último, acompañado de un atronador alarido Ninja, sería lo más conveniente y surtiría el mayor efecto sorpresa, único elemento a su favor.
     Apretando los dientes, mientras se repetía a sí mismo “Vamos Koke, tú lo tienes todo controlado”, y procurando no hacer ruido, se plantó ante la puerta. Respiró profundamente y, cuchillo y fregona en mano, de una fuerte patada abrió de par en par la puerta y saltó dentro con sus largas y finas piernas de saltamontes, listo a golpear lo primero o al primero que se encontrase por delante.
     —¡Yiiiiiaaaaaahhhhhhh! —gritó con todas sus fuerzas, y aterrizó en el comedor, con las armas en alto, en posición de ataque, y más listo que nunca para el ataque.
     De golpe se encendieron todas las luces, y quedó medio aturdido y paralizado al escuchar el “¡¡SORPRESAAAA!!” que surgía a su alrededor.
     La expresión de terror de sus ojos desorbitados, abiertos a más no poder, quedaría plasmada para siempre en esa primera foto que su cuñado tomó al aparecer el Koke guerrero ante ellos. Al ver tantas caras conocidas sonriéndole, fue lentamente comprendiendo la situación. De repente, sintió un calor tremendo, la adrenalina bajando de 100 a cero, su quijada encalambrada fue relajándose. Finalmente se escuchó su sonora carcajada mientras su familia y amigos entonaban a coro el “Cumpleaaaños feeeliz, cumpleaaaños feeeliz…”. «

COMENTARIOS:

– Esta historia podía haber acabado con más de un muerto, por sólo un segundo.
– Todo controlado.
– Seguro que al dia siguiente no madrugaba. Mejor lo dejamos a las 20.00 que ya es de noche y es más normal la fiesta sorpresa. No?
– Una de las historias que más me han gustado. Yihaaaaa!!!!
– Muy descriptivo. Con un giro al final muy simpático.


Relato 4
LISA SIMPSON

Las pisadas de barro se adentraban en la cocina. Tenía que limpiarlo todo antes de que se despertase papá y se enfadase. A mamá seguro que le daba igual, pero papá se enfadaría. Antes se enfadaba cuando Pelusa maullaba sin parar de madrugada para que le abriésemos la puerta del jardín para salir a jugar. Ahora que tenía su puerta especial para ella, una puerta en miniatura en la puerta normal, papá se enfadaba porque Pelusa entraba los días de lluvia con las patitas manchadas y lo ponía todo guarrísimo antes de que a mamá le diese tiempo de limpiarle las patitas. Porque papá se enfadaba, pero era mamá la que limpiaba, así que lo normal habría sido que se enfadase ella. Creo que a papá nunca le gustó Pelusa y por eso siempre le enfada todo lo que hace.
     Ese día era especial y no quería aguantar a papá enfadado. Había salido ilusionada de mi habitación pensando que los ruidos que había escuchado eran sus majestades los Reyes Magos, incluso al ver el barro creí que serían huellas de los camellos. Qué tonta, eran huellas muy pequeñas y se veía que eran de gato. De gata en este caso.
     Cuando terminé de limpiar la cocina fui al salón a comprobar si los Reyes Magos habían dejado ya los regalos. ¡Qué desastre! Había regalos, pero estaban desperdigados por todo el salón, no apilados debajo del árbol como yo esperaba. A algunos les faltaba un trozo de papel de regalo y se veía la caja mordisqueada en las esquinas. Papá se iba a enfadar mucho con Pelusa por esto.
     Y ahí estaba ella, sentada muy tiesa debajo del árbol con algo en la boca. Cuando me acerqué a ella dejó lo que tenía en la boca en el suelo. ¡Un ratoncillo! Pelusa debió pillar a los Reyes Magos dejando los regalos y quiso colaborar también ella con un regalito. Porque mamá dice que cuando trae animalitos son regalos que nos hace para agradecernos que le demos de comer y la queramos mucho.
     El ratoncillo debía estar muy asustado, porque su cuerpo se inflaba y desinflaba muy rápido, pero no se movía. Mamá decía que cuando hacen eso es porque están asustados, y así Pelusa los deja tranquilos pensando que son juguetes en lugar de animales vivos.
     Lo cogí con una mano y lo acaricié con la otra diciéndole que estuviese tranquilo, que Pelusa no quería comérselo, solo jugar, y que en casa estaba a salvo, yo lo cuidaría.
     —¿Pero qué berenjenal es este? ¿Qué ha pasado aquí? ¿Y qué tienes en la mano? ¡Un ratón!
     Papá me dio un manotazo haciendo que el ratón se me cayese al suelo sin tiempo a reaccionar. Empezó a correr desesperado alrededor del árbol con Pelusa detrás, haciendo caer del árbol algunas bolas de colores. Me habría reído si no hubiese tenido miedo de la reacción de papá.
     Por fin Pelusa atrapó al ratón, justo cuando papá le lanzó una zapatilla que le dio en el culo, asustándola y haciendo que se fuese corriendo al jardín. Yo me asusté también, porque cuando papá hace eso Pelusa tarda mucho en volver a casa. No sé si es porque le da miedo papá o porque se enfada con él, pero yo me quedo muy triste hasta que vuelve, porque la echo de menos y me da miedo que no quiera volver nunca.
     —Hay que hacer algo con esa gata del demonio. No podemos seguir así, tenemos que deshacernos de ella. Mañana mismo voy al refugio y que le busquen otra familia.
     Pero, ¿de qué está hablando papá? ¿Deshacernos de ella? ¿Las familias no son para siempre? Si van a buscar otra familia para Pelusa yo quiero una familia nueva también. Una con un papá que no se enfade por manchas de barro que ni siquiera va a limpiar, y que quiera a Pelusa tanto como yo.
     Me dan igual los Reyes Magos, la Navidad y los regalos. Me voy corriendo al jardín a buscar a Pelusa, a decirle que siempre voy a ser su familia, y que me ha gustado mucho su regalo.»

COMENTARIOS:

– Este papá tiene la pinta de ser el típico personaje que acaba abriendo la portada del informativo «Primer asesinato machista de 2023». Cuidadito con él.
– Amor incondicional.
– De los productores de Fouciño… ¡Pelusa! En los mejores cines
– Toca cambiar de padre.
– Me gusta esta relato que aborda  la familia desde muchos aspectos
– ¡Pobre Pelusa! Un relato muy tierno y registro muy creíble para el personaje.

 


Relato 3
HUGO CABRET
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina. Las seguí hasta llegar al balcón. Venían de allí. No había duda. Los ladrones habían entrado por la terraza y habían forzado la puerta que conecta con la cocina.
     Mis plantas, ahora medio muertas, habían sido testigos del expolio. Vaya cuesta de enero me espera. Volver de pasar las fiestas con la familia, sin un euro de tantos regalos y viajes, y ahora a pagar el arreglo de la puerta y todo lo que se hubiesen llevado los delincuentes. Definitivamente, la navidad no compensa.
     Me puse a buscar por toda la casa pero no me faltaba nada. El televisor estaba en su sitio, el ordenador, la cámara, mis ahorros escondidos dentro de la olla de barro… Nada. Pero entonces, ¿qué buscaban en mi humilde casa de Schaerbeek? ¿Se habrían instalado allí durante mi ausencia para beneficiarse de mi calefacción? Aquello era muy rebuscado.
     Me fijé en las huellas y vi que no salían de la cocina sino que terminaban en el fregadero. Abrí la puerta del chinero y ahí, justo bajo la tubería del desagüe de la pileta vi más restos de fango. Toqué en la madera del fondo del mueble y sentí el hueco. Levanté la tabla y vi unas escaleras que se perdían en la oscuridad. No me quedaba otra que bajar.
     Encendí el flash del móvil y descendí un escalón tras otro hasta pisar suelo firme. Iluminé la estancia y no pude creer lo que veía. Unos extraños seres azules y blancos salían de las paredes de aquel sótano. Todos los muros estaban pintados con monumentos y calles típicas de Bruselas repletas de estos minipersonajes. Había uno que era vendedor de frites, otro que pintaba la torre de la Grand Place, otro que tocaba el acordeón… Todos ellos con la misma apariencia. Diminutos, azules y con pantalones y gorro blancos. Estaban por todas partes. Me empecé a fijar en los detalles y en una esquina vi la firma de un tal Peyo. Hice fotos de toda la sala y subí de nuevo a la cocina.
     Al día siguiente cambié la puerta del balcón y puse una puerta de seguridad. Después todo pasó muy rápido para mi suerte. Acondicioné el lugar, abrí el museo, pasé a formar parte de la ruta de la BD en Bruselas y bueno… Si quieren saber más pueden pasarse por el número 66 de la Rue Monrose.»

COMENTARIOS:

– Schaerbeek está siempre lleno de sorpresas. Aunque deberías de cambiar de marca de turrón, el que te metes te hace ver visiones.
– Sin comentarios.
– Muy buena idea! Me da que tú eres un@ de l@s bruselenses 😀
– Da que pensar lo que uno puede encontrar bajo el fregadero.


Relato 7

MILDRED HAYES
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina, y yo no las iba a limpiar, ni esas ni las del cuarto de baño, ni las del salón, ni las de ningún sitio de la casa.
     Había decidido que iba dejar de ser una controladora. Cada uno que hiciera lo que le diera la gana, y si quería dejar pistas por ahí pues que las dejara. Luego que no se sorprendiera si algún niño con disimulo cambiaba su regalo o se apropiaba de otro.
     Pienso que eso de la discreción debería de ser algo intrínseco a la profesión, y no tener que ir yo detrás rectificando errores. Cada vez estaba más pasota, otros años había puesto mucho interés en descubrir los verdaderos deseos de las personas, los que no se expresan, me esforzaba sobre todo en esas personas que siempre dicen no necesito nada. Hasta tal punto que Santa Claus me había hecho parte del comité para averiguar qué necesitan de verdad los que no necesitan nada, aunque yo también me excedía en mis funciones e intentaba mantener la magia y el secreto. Por eso lo de ir limpiando las pisadas.
     Pero a lo que vamos, mis funciones en este comité, averiguar los verdaderos deseos.
     Era una tarea difícil, había estado durante años estudiando con psicólogos, psicoterapeutas… y luego me había echado a la calle. Me pasaba horas hablando con gente muy variopinta, conversaciones intrascendentes. Al final unos me contaban sus peleas, sus desencuentros, que son normalmente las cosas que más intranquilizan, porque los momentos de felicidad casi nunca se cuentan. Y sacaba conclusiones.
     Resulta que Marina, después de haberse pasado cinco días ayudando a una compañera a aprender el nuevo sistema informático, no recibió nada, y ella quería agradecimiento, ese agradecimiento que nos rellena un hueco. Como consecuencia se convirtió en una descreída, y siempre andaba diciendo eso de “no me importa nada, no quiero nada”. Dejó de hacerle ilusión aprender cosas nuevas para enseñarlas. Así que, a Marina yo le regalaría una nueva amiga, una persona agradecida, que la llenara de ilusión.
     Esa persona seguro que la encontraba, era cuestión de mover los hilos.
     Una nota en una libreta: ¿tú sabes por qué mamá no me quiere?
     Esa era la carta de los deseos que a veces encontraba cuando fisgoneada en los cajones de los niños. Pero siempre lo hice con discreción, sin dejar pisadas de barro. Además a mí siempre me gustó dejar los zapatos en la entrada.
     No siempre pertenecí al comité de los deseos escondidos; me han ido cambiando de funciones. Un año me encargué de comprar al por mayor el carbón de caramelo, el que se le da a los niños malos. Ese año, empezó a nacer en mí esta especie de interés por el género humano, por los deseos escondidos.
     El castigo, el carbón. Pero en ese sector cada vez necesitaban menos gente. Ya a pocos niños se les hacía comprender que podían aprender un poco de sus errores, y el carbón dejó de tener sentido.
Y eso que era de caramelo.
     Quizá el año que viene le proponga a Santa Claus la creación de un nuevo comité, el de los regalos inmerecidos, los que vienen porque sí, los que parece como si el destino nos hubiera hecho un guiño, para decirnos: “no hace falta hacer nada”.
 

COMENTARIOS:

 

– Pues al precio que va la energía, recibir carbón no es tan mala cosa como antes.
– Los mejores regalos son los que se hacen porque sí.
– Magnífico! El más imaginativo de todos! Para ti mis diseses!
– Un personaje realmente interesante y original. Como su trabajo.
– Me gusta la idea, es original, pero el relato tiene algún giro extraño ..

 

– «… cualquier día me deja al crío con la cara de Louis Armstrong soplando la trompeta …»

– «… Y el hogar se iluminó con esos cuatro corazones a los que la vida acababa de dar una nueva oportunidad …»

– «… mamá dice que cuando trae animalitos son regalos que nos hace para agradecernos que le demos de comer y la queramos mucho …»

– «… yo quiero una familia nueva también. Una con un papá que no se enfade por manchas de barro que ni siquiera va a limpiar …»

– «… Santa Claus me había hecho parte del comité para averiguar qué necesitan de verdad los que no necesitan nada …»

– «… a Marina yo le regalaría una nueva amiga, una persona agradecida, que la llenara de ilusión …»

– «… empezó a nacer en mí esta especie de interés por el género humano, por los deseos escondidos …»

– «… Era como si su nueva responsabilidad de padre protector le confiriese poderes especiales …»

– «… poco a poco se ha ido asentando y acomodando a mi vivir diario hasta convertirse en una enemiga que decidió terminar de instalarse en el pecho …»


Relato 1
WILSON
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina. Nadie sabía de dónde llegaban, pero no parecían huellas humanas. Lo curioso es que desaparecían en medio de la cocina, como si se hubieran evaporado. El misterio del barro inundó de miradas sospechosas la cena de Nochebuena. El tío comunista pensaba en el hermano facha, mientras la nieta de la abuela, siempre preguntada por si ya tenía novio, sospechaba de su hermano menor. Los padres, después de tantos años juntos, hasta pasaban del tema, aunque la madre apuntaba también al pequeño.
     En un momento de silencio, entre el segundo plato y los polvorones, el niño rio. Rio tanto que toda la familia empezó a sospechar que había sido él. Y le dedicaron una mirada enfurecida que hizo que se callara ipso facto.
     —Yo no he sido —dijo.
     —¿Por qué nos arruinas todas las Nochebuenas, José Hermenegildo? —preguntó mamá.
     —Yo no he sido —respondió.
     —Te vamos a llevar al correccional, esto supera todas tus fechorías anteriores —sentenció papá.
     —Mejor al gulag —concretó el tío comunista.
     —Cómo os gusta la muerte —comentó el hermano facha.
     —Dijo el Mussolini —contraatacó la hija, mientras levantaba el brazo derecho.
     —Mussolini en realidad no fue tan malo —dijo, sin balbucear, el hermano facha.
     —¡Basta! —gritó la madre.
 —Todos los años igual. ¿No podemos dejar la política y tener una noche agradable en familia?
     —El hermano de tu marido no es mi familia —dijo el hermano facha.
     —Anda, mira, en eso estamos de acuerdo —afirmó el tío comunista.
     —Yo no estaría de acuerdo contigo ni aunque me pagasen —contestó el hermano facha.
     —¿Seguro? Porque los sobres de tu partido difieren un poco de tus ideales —hilvanó el tío comunista.
     —¡Que te calles, rojo! —exclamó el hermano facha.
     Mientras los medio insultos y el intento de golpe de estado familiar de la madre continuaban, el padre, la abuela, y el pequeño constituyeron asamblea en la cocina, decidiendo quién se comía el último trozo del turrón más caro del mundo. Y, en voz baja, comentaron la jugada.
     —Tenemos que pensar mejor la idea para el año que viene —dijo papá.
     —A mí no me miréis, yo solo tengo 10 años —alertó el pequeño.
     —Tengo la idea perfecta —señaló la abuela.
     —Como cada año, aunque nunca nos dices cómo lo consigues, mamá —dejó caer papá.
     De repente, dejaron de escuchar los gritos que acontecían en la mesa y fueron sorprendidos con las manos en la masa.
     —¿Pero… pero qué estáis haciendo aquí? —preguntó el tío comunista.
     —¡Viva el anarquismo! ¡Solidaridad entre los pueblos! —Manifestó la nieta, mientras un trozo de turrón de chocolate le fue ofrecido.
     —¿Anarquismo? ¡Te digo yo dónde metía a los antisistema piojosos de mierda como tú! —dijo el hermano facha.
     —Muy bien, hermano, haciendo gala de tu democrática empatía —ironizó mamá.
     —¿Nadie se ha dado cuenta de que las pisadas ya no están? —Preguntó la abuela.
     Y entre caras de estupefacción y sorpresa, volvieron todos a ocupar la mesa. ¿Todos? ¡No! Una irreductible abuela resistía, todavía y como siempre, al tiempo de sobremesa. Y ahí fue cuando habló con el autor del crimen.
     —Oye, que casi nos pillan esta vez, el año que viene tendremos que ir con más cuidado, ¿eh? — dijo la abuela.
     —No te preocupes, cariño, el año que viene a lo mejor hasta lo hacemos juntos de verdad — respondió el espíritu del abuelo.
     —¡Ja, ja, ja! Hasta muerto me haces reír. Si no fuera por nuestros nietos, amor, ya estaría junto a ti —finalizó la abuela.
     Después, sonrió hacia la ventana, y empezó a caminar hacia el salón, no sin antes escuchar gritar a su nieta las más sabias palabras de toda la noche:
     —¡Abuelaaa! ¡Dice mamá que traigas el anís cuando vengas!»

COMENTARIOS:

 

– Y ahora imagínate las navidades en mi casa, que encima somos catalanes…
– Como el turrón, vuelve a casa por Navidad…
– La mejor idea de todos 👍👍👍
– Je, je. Muy divertido.
– Un relato muy bronco. La mezcla de la familia y la política en Navidad es siempre arriesgada.
– Que inesperado!!! Me ha desconcertado el final pero me ha gustado. Bien hilado, es gracioso y tierno. Viva la fantasia.


Relato 2
EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina, me dice el tío haciendo aspavientos con las manos, como el que recita un poema, descojonao de risa. No si dicho así queda hasta bonito. Yo más bien habría dicho “la tía guarra no se dignó a limpiarse las botas en la entrada y se fue directa a la cocina, donde sabía que el suelo era blanco y que acababa de fregar, con el pretexto de que había que meter el besugo en la nevera”. Porque esa es otra. Mira que se lo dije bien claro: “Eugenia, que no hace falta que traiga usted nada, y menos pescado, que en casa somos de carne y a los niños no les sacas de los palitos de merluza del Lidl”. Pues nada. Ella empeñada en que una Nochebuena sin besugo y lombarda es como un jardín sin flores. Y mira que huele la jodía lombarda, que apesta toda la casa y deja el olor hasta Reyes. Por no hablar del cachondeíto de la vecina, que te la encuentras en el ascensor, te mira con esa sonrisita de triunfadora y claro, como sabe lo que has cenao, no se corta un pelo a la hora de hacerte la preguntita:
     —¿Qué tal vecina? ¿Cómo ha ido Nochebuena? ¿Qué suculentos manjares inundaron vuestra mesa? Nosotros nos metimos entre pecho y espalda un pavo trufado con salsa de dátiles que no veas. Nos salió por un pico, pero un día es un día, y en casa otra cosa no será, pero problemas económicos no tenemos gracias a Dios.
     Y a ver qué le dices tú, si olió la lombarda hasta el portero. En fin, lo que te digo, ¡el suelo de la cocina que me dejó la señora! Vamos que si entra Papá Noel con el trineo y los cuatro renos se habría notado menos. Y luego, si hubiera sido solo la cocina… porque acto seguido se fue pal salón a por los nietos, que estaban jugando a la Play, y el pasillo me lo dejó de barro y nieve que parecía que había pasao un carro de combate por Estalingrado. Pero so bruja, ¿no ves que está la fregona en medio y apoyada en la pared? ¿Por qué te crees que está ahí? ¿De adorno? ¿Vigilando el pasillo? ¿Le pongo unas bolitas y unos espumillones y lo ponemos de árbol de Navidad? La madre que la parió…
     ¿Y el escándalo que arma cuando ve a los niños? ¿Se puede ser más barriobajera?
     —¡Ay mi Crístofer qué guapo estáaaaa! ¡Ay mi Yésica que está hecha una mujercitaaaaa!. ¿Qué le habéis pedido a los Reyeeeees? ¿Habréis sido buenooos, noooooo? ¡A ver si os van a traer carbón, jijijiji! —les dice pegándoles el consabido pellizco en los mofletes, que cualquier día me deja al crío con la cara de Louis Armstrong soplando la trompeta.
     Que les van a traer carbón dice. ¡Tú sí que eres carbón, pedazo de combustible fósil, dióxido de carbono en estado puro, que lo que sale de tu boca cuando le das al trinqui es gas de efecto invernadero, que te has cargao la capa de ozono tú sola, jodía, que te tiras un pedo en el Amazonas y no queda planta viva!
     ¡¿Y cuando se toma el licorcillo y le da la llorera?! Que si “qué pena más grande… que si estuviera aquí mi Eustaquio, con lo que le gustaban los mantecaos, que si qué sola me dejaste…”. Pero si estabas to el día echándole broncas! Si era un bendito el pobre hombre! Vamos, este se murió por no verle la jeta más, con esa cara de momia que pone cuando se queda dormía dando cabezazos viendo la tele…
     Bueno Matilde, te cuelgo que ya llego al portal y con el carrito de la compra no tengo manos pa abrir. A ver si por lo menos me abre el portero…
     —Ay gracias Ramón. Que vengo de cargá…
     —Nada mujer, pa eso estamos. ¿Y qué tal las fiestas? ¿Cómo ha ido la Nochebuena?»

COMENTARIOS:

 

– Muy fan de las patadas al diccionario tales como «pal salón» o «había pasao». Que se vaya poniendo las pilas la RAE
– Las suegras, ni en Nochebuena
– Navidad dulce Navidaaaaad
– Unas Navidades un tanto amargas
– Plot twist al final! Ja, ja. Muy bueno.
– Un clásico navideño: las visitas de familiares indeseados.


Relato 3
NORMAN BATES
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina y esta vez sí que estaba segura de haber cerrado la cancela antes de irse a trabajar. Eran unas huellas chiquititas y muy seguidas, que daban la sensación de pertenecer más a un niño que a un adulto. Se adentraban de forma atolondrada en la cocina y luego parecían salir por una ventana que habían cerrado cuidadosamente para que no volviera a entrar nadie más. Era raro, muy raro… pero la verdad es que no sabía por qué no le resultaba nada intimidante.
     Al contrario que en otras ocasiones, esta vez sí habían dejado pruebas evidentes de la intrusión: dos paquetes vacíos de galletas Oreo y una taza con leche y restos de miguitas negras. Y nada más. No se habían llevado ni la tele, ni el dinero para recibos pendientes que estaba sobre la encimera… ni siquiera el marco de plata con su foto de boda (¡que tras el divorcio, conservó semioculta en un rincón!).
     Se asomó al exterior para tratar de encontrar alguna pista más, pero lo único que pudo ver fueron los coches de los vecinos aparcados y las luces parpadeantes que engalanaban sus casas y que anunciaban la inminente llegada de la Navidad. Estábamos ya a mediados de diciembre y aunque la nieve se negaba a aparecer, el frio y las heladas ya eran la tónica habitual. Ella hacía mucho tiempo que dejó de creer en la Navidad. Sus hijas ya eran mayores y su ex compartía su vida con otra mujer. Las Navidades se habían convertido en una especie de pesadilla que esperaba pasara cuanto antes… y de repente lo escuchó. ¡Estaba absorta en sus pensamientos y de repente lo escuchó! Estaba segura, era el llanto de un bebé. Se dirigió al cobertizo del jardín y allí descubrió tres pares de ojillos negros, tan negros como el tizón. Así eran sus pieles también, casi azules. Al principio todos se asustaron y hubo un gran revuelo, pero si de algo estaba orgullosa era de saber mantener la calma en las situaciones más complicadas, así que los invitó a pasar a casa para que entraran en calor.
     Y ya nunca más se fueron. Eran tres: Dinka, Akili y Adana, y entre las tres no sumaban más de 25 años. Le contaron su triste historia, llena de pobreza y mutilaciones. Dinka huyó de una ablación y un matrimonio forzado y, sobre todo, huyó por sus dos hijas. Para que ellas sí tuvieran una oportunidad. Y Carmen les habló de su soledad, de su tristeza y del hastío que sentía. Y todo cambió, fue como un intercambio de energías en el que cada una aportó lo mejor de sí misma. Y el hogar se iluminó con esos cuatro corazones a los que la vida acababa de dar una nueva oportunidad.»

COMENTARIOS:

 

– Lagrimita al final (snif!)
– Cuento navideño.
– Bonito y muy bien escrito
– Muy Navideño. Muy bien 😀
– Un relato emotivo y una forma bonita y original de acabar el relato


Relato 5
WENG WENG

Las pisadas de barro se adentraban en la cocina. Yo tenía sólo seis años, pero lo recuerdo como si hubiera pasado ayer mismo. Fue durante la Nochebuena de 1983. Me había ido a la cama pronto, pero había pasado toda la noche con un ojo abierto, sin poder dormir de la emoción. Conocía al detalle todas las historias que mis padres me habían contado sobre el entrañable viejito de la barba blanca que se colaba por la chimenea para dejar regalos a los niños buenos. ¡Y vive Dios que aquel año yo había sido el mejor de los niños!
     Recuerdo cómo un ruido seco me sacó de mis pensamientos. Calculo que sería hacia la medianoche. Salté de la cama y bajé las escaleras en silencio, agarrando fuertemente mi osito de peluche: no quería que él tampoco se perdiera aquel momento único. Lo primero que vi fueron las pisadas que iban desde la ventana abierta hacia la cocina. Y recuerdo haber pensado que se suponía que tenía que haber entrado por la chimenea, pero que daba igual. Lo importante era que estaba dentro de casa. Precisamente en la cocina le habíamos dejado poco antes de ir a la cama un plato con galletas y un vaso de leche con Cola Cao (del bueno, del que hace grumos). Y desde la base de la escalera donde me hallaba podía ver el plato vacío y el vaso a medio beber. ¡Había funcionado!
     Seguí las pisadas sigilosamente, temiendo asustarlo y que saliera volando hacia su trineo. Las pisadas atravesaban la cocina, donde había algún cajón abierto, y seguían hacia el salón desde donde se escuchaba un rumor, como un ajetreo silencioso. Asomé media cabeza por la puerta, conteniendo la respiración…
     ¡Y allí estaba, de espaldas a mí, sin haberse percatado de mi presencia! Estaba moviendo cajas y otros objetos junto a nuestro árbol decorado, poniendo algunas en un saco, dejando otras allí mismo. Tengo aún hoy muy presente la imagen de su abrigo de color rojo, algo sucio por lo que supuse que sería el hollín de la chimenea de algún vecino. Nunca pude verle la cara porque estuvo todo el rato de espaldas, y el único momento en que se giró para mirar detrás suyo yo pude esconderme a tiempo tras el marco de la puerta. Esperé un rato prudencial para volver a entresacar la cabeza, pero ya no estaba. Había desaparecido tan mágicamente como había entrado, y sus pisadas se perdían en dirección a la puerta de la casa, que dejó medio abierta.
     Así fue mi encuentro con Santa Claus, y así lo estuve contando a mis hijos durante años, hasta que las pasadas Navidades mi hija, en su primer año de trabajo en la biblioteca del barrio, me regaló la portada enmarcada del periódico local del 26 de diciembre de 1983 que había hallado, donde se leía:
     “OLEADA DE ROBOS EN CASAS DURANTE LA PASADA NOCHEBUENA”
     “La policía busca testigos que puedan dar alguna información”.
 

COMENTARIOS:

 

– Como fan de Cola Cao no te puedo dar una mala puntuacion. (Es coña, el relato es buenisimo!)
– Adios Santa Claus.
– De los mejores que ha liado la frase.
– Desde luego entre unos y otros es como para creer en nada 😢
– Una idea original para finalizar el relato.


Relato 6
HERMIONE GRANGER

Las pisadas de barro se adentraban en la cocina, pero a ella no le importaba que Ana le pillase manchando el suelo. Lo único que quería era conseguir un aperitivo para esa noche. Rebuscó en la nevera pero nada le llamó la atención, miró en el armario sin éxito. Ahí fue cuando se percató: se oían pasos, pero no de Ana. Más bien sonaban como botas muy grandes.
     En ese momento, la perrita Molly se escondió entre la papelera y la encimera. Los pasos se acercaban y Molly cada vez estaba más asustada. No sabía si le iban a ver o no. Pensó: A lo mejor han seguido las huellas. En ese momento vio a un hombre de más de dos metros inspeccionando la casa.
     Molly sintió pánico y, con su cola entre las piernas, se le escapó un ladrido muy a su pesar. El hombre se giró hacia ella y Molly salió disparada hacia el salón. El hombre se acercaba. Buscando un escondite, se le ocurrió una idea: se subiría a la estantería y, cuando llegara el hombre, saltaría sobre él intentando morderle y arañarle como fuera.
     Así, se subió al mueble. Sin embargo, cuando iba a saltar, pensó: ¿Qué pasa si después de morderle empieza a perseguirme? Seguramente Ana se pase días buscándome y lo mismo no volvemos a vernos en nuestra vida. En ese momento, quiso bajar, pero cayendo tan mal que sintió un dolor tremendo en su espalda.
     ¿Qué pasaría si se había roto un hueso? ¿Podría huir? Molly se encontraba cansada y aterrorizada, pero no podía moverse debido al golpe. Pudo ver la silueta del hombre por unos segundos antes de cerrar los ojos.
     Pasó lo que le pareció un segundo antes de despertar. Oyó unos pasos, distintos de los que le había escuchado al desconocido, más bien eran pasos descalzos. La voz de Ana dijo:
     —¡Molly! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué está el suelo de la cocina manchado de barro y el armario abierto?
     Molly se preguntó por qué no le preguntaba sobre el ruido de las pisadas o por qué estaba la puerta de la casa abierta. Molly giró la cabeza, vio que la puerta estaba cerrada y que ella podía moverse perfectamente. Ana la cogió diciendo:
 —Venga, vamos, traviesa, que ya sé que querías picar algo.      Ana la metió amorosamente en su cama y empezó a hacerle cosquillas en la tripa.
     ¡Menuda pesadilla!
 

COMENTARIOS:

 

– Los perros también sueñan. Pesadillas, versión canina.
– Sin comentarios.
– ¿Un perro que busca aperitivos en la nevera y los armarios? No estamos bien, eh?!
– Estos perros son cada vez más listos. Ya abren la nevera y se ponen a picar algo en plena noche. Adónde vamos a llegar!
– Se te ha olvidado el tema navideño
– Si eres quien creo que eres, cada vez lo haces mejor. Muy bueno.
– Molly tiene pesadillas muy vívidas. Pero sobre todo, mucha hambre.


Relato 10
ODA MAE BROWN
Las pisadas de barro se adentraban en la cocina, pero a ella no le importaba que Ana le pillase manchando el suelo. Lo único que quería era conseguir un aperitivo para esa noche. Rebuscó en la nevera pero nada le llamó la atención, miró en el armario sin éxito. Ahí fue cuando se percató: se oían pasos, pero no de Ana. Más bien sonaban como botas muy grandes.
     En ese momento, la perrita Molly se escondió entre la papelera y la encimera. Los pasos se acercaban y Molly cada vez estaba más asustada. No sabía si le iban a ver o no. Pensó: A lo mejor han seguido las huellas. En ese momento vio a un hombre de más de dos metros inspeccionando la casa.
     Molly sintió pánico y, con su cola entre las piernas, se le escapó un ladrido muy a su pesar. El hombre se giró hacia ella y Molly salió disparada hacia el salón. El hombre se acercaba. Buscando un escondite, se le ocurrió una idea: se subiría a la estantería y, cuando llegara el hombre, saltaría sobre él intentando morderle y arañarle como fuera.
     Así, se subió al mueble. Sin embargo, cuando iba a saltar, pensó: ¿Qué pasa si después de morderle empieza a perseguirme? Seguramente Ana se pase días buscándome y lo mismo no volvemos a vernos en nuestra vida. En ese momento, quiso bajar, pero cayendo tan mal que sintió un dolor tremendo en su espalda.
     ¿Qué pasaría si se había roto un hueso? ¿Podría huir? Molly se encontraba cansada y aterrorizada, pero no podía moverse debido al golpe. Pudo ver la silueta del hombre por unos segundos antes de cerrar los ojos.
     Pasó lo que le pareció un segundo antes de despertar. Oyó unos pasos, distintos de los que le había escuchado al desconocido, más bien eran pasos descalzos. La voz de Ana dijo:
     —¡Molly! ¿Qué haces aquí? ¿Por qué está el suelo de la cocina manchado de barro y el armario abierto?
     Molly se preguntó por qué no le preguntaba sobre el ruido de las pisadas o por qué estaba la puerta de la casa abierta. Molly giró la cabeza, vio que la puerta estaba cerrada y que ella podía moverse perfectamente. Ana la cogió diciendo:
 —Venga, vamos, traviesa, que ya sé que querías picar algo.      Ana la metió amorosamente en su cama y empezó a hacerle cosquillas en la tripa.
     ¡Menuda pesadilla! » inieron después parecieron sencillas, aunque cada una de ellas me iba arrancando las ganas de vivir. Pero no podía dejarlo, tenía que conseguir dinero para poder salir de allí.
 

COMENTARIOS:

 

– Pues qué queréis que os diga? Yo me siento identificado con el relato. Ya era hora de una historia sobre nosotros, pobres roedores.
– Sin comentarios.
– Cualquier excusa es buena para enlazar un relato con la frase. Pero te quito un puntillo porque te has olvidado del tema navideño
– Más de una hemos tenido instalada a esa enemiga en el pecho estas Navidades

– Buen intento, pero no cuela 😀
– Te deseo una pronta recuperación.
– Me ha gustado el desvario y lo he sentido muy cercano a mi experiencia!