Relato 2:
EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

Apaga la vela, apágala de una vez. ¿Por qué tanta espera? ¿Acaso no ves lo pequeña que es? ¿No ves que es insignificante, que apenas emite ya luz? ¿Por qué esta lenta y eterna agonía? ¿Acaso disfrutas viendo cómo se consume, cómo se deteriora, lenta e irremediablemente? ¿Tan gran placer te proporciona observar la cera languidecer? ¿Por qué esta tortura? ¿No ves que mi llama ya no ilumina? Y aunque lo hiciera, ¿no ves que no queda nada ni nadie por iluminar?
    Cien largos inviernos llevo viviendo en este cuerpo, otrora tan bello y hoy oxidado, consumido. Y nada hay peor que habitarlo con tal lucidez, ser plenamente consciente de la angustiosa soledad del presente, del doloroso recuerdo del pasado, de la incertidumbre del futuro… ¿Acaso el buen Señor me ha olvidado? ¿Acaso no te envió para apagar mi vela? ¿Acaso no fue largo mi camino? Ese camino en el que se fueron quedando, año tras año, ilusiones, esperanzas, alegrías… el camino en el que perdí al amor de mi vida, a los frutos de mis entrañas, a todos los que me amaron, a todos a los que amé…
    He vivido las tres guerras. Me he calentado con brasas de carbón. Supe lo que es sobrevivir con sopas de agua caliente y pan, comí chocolate con sabor a tierra. Yo viví un tiempo en el que el aire se respiraba, en el que los ríos llevaban agua, agua limpia, en el que no faltaban árboles bajo cuya sombra sestear. Yo conocí el sol antes de que se tornara peligroso.
    He conocido todos los tiempos. Tiempos en los que las personas se encontraban, y hablaban. Tiempos en los que descubrí, maravillada, aquella primera caja de imágenes mágicas, aquella enorme ave de hierro que dejaba una estela blanca en el cielo. Hoy los hombres viajan hasta la luna, y yo sigo aquí, esperando mi turno en tierra.
    Yo que vi nacer y vi morir, yo que viví la locura y la gloria, el dolor y la tristeza. Yo que amé, que amé tanto que fundí mi corazón… ¿cuánto tiempo habré de contemplar aún tu funesto rostro, tu negra mirada, tu fantasmagórica silueta?
    Basta. Apaga de una vez mi vela. Tú, dama siniestra. Tú que decides de la vida y de la muerte, haz que mañana… no me despierte.

COMENTARIOS:

 

– Wow!
– Muy bueno. Enhorabuena, mis dieses!
– Me encanta el estilo de escritura. Muy buena prosa.
– 100 años !!! Una eternidad !!!
– Y lo peor no es eso, es que hay pagar su pensión
– Bello intento. Quizás le sobran algunos clichés, pero es un relato muy meritorio.
– Que alguien sople esa vela…
– Qué bello y triste!

 

Relato 3:
MILDRED HAYES

 

Apaga la vela. Es muy romántico, pero me da un poco de alergia y no paro de estornudar.
    Bueno, no sé si es la vela o el frío que estoy pasando con esta malla de rejilla que llevo pegada al cuerpo. Cuando la compré en el sex shop y me lo explicó la simpática señorita, me pareció una buena idea:
    —Esto te lo pones cuando quieras tema; te pones esta malla de rejilla y nada más, sin braguitas ni sujetador ni nada; luego, encima, te colocas un vestidito, y después de la cena pues te agachas para dejar ver que no llevas bragas, y ya está, tu pareja a tope. Seguro que te coge en cualquier sitio y te hace feliz. Ya verás. Atrévete.
    Salí del sex shop, con una cajita diminuta que contenía esa rejilla que iba a envolver mi cuerpo y proporcionarme ese rato de placer y fantasía. Yo salí con la rejilla y mi amiga salió con un superpene gigante, porque no lo había más grande, o como dice el chiste, porque el siguiente en la vitrina era el extintor. Y la cosa es que no parecía que hubiéramos salido de un sex shop. Era como si hubiéramos salido de una especie de clase magistral. ¡Lo que sabía esa chica! Es más, nos dijo que los lunes daban charlas de sexo tántrico, los martes de espiritualidad y afectividad, los miércoles algo así como encontrarse a sí misma a través del sexo, los jueves venía una psicóloga para hacernos resplandecer y autoafirmarnos, todo entre mujeres y para mujeres, y a mí me dio por pensar que ¿dónde estaban los hombres?
    Qué bonitos son los primeros encuentros: las velas, la música suave y sugerente…
    Apagar una vela siempre parece un final, pero muchas veces es un principio. Hoy para mí era un principio. Empezaba a conocer su cuerpo; qué raro me resultaba; sus arrugas alrededor del cuello, su pecho firme cuando estaba recto, y un poco caído cuando se inclinaba. Y lo que más me gustaban eran sus manos, tan diferentes a las mías. Miento. Lo que más me gustaba era su deseo, cuando sentía que su piel se calentaba hasta transmitirle el calor a la mía.
    Apagó la vela y me arrancó la malla. No, es broma; puso cara de asombro y dijo: —¿Esto qué es? Y sobre todo, ¿cómo se quita?
    A mí me hizo gracia y empecé a reírme. Qué diferente era esta escena de la que me había descrito la chica del sex shop; pero esta casi me gustaba más; me gustaba la naturalidad, la complicidad, y las risas contagiosas. Después de esa catarsis, nos abrazamos, y él encontró la manera de quitarme las mallas sin muchos rodeos.
    55 y 54 años teníamos el día de nuestro primer encuentro. Ya habíamos apagado muchas velas, pero él nunca había quitado ese tipo de malla y yo nunca había amado con tanto deseo.
    En un mercadillo compramos velas sin perfumes, hechas de una forma artesanal, y esas no me dieron alergia. Durante horas se mantenían encendidas. La luz de las velas tiene algo mágico, proyecta una sombra especial. El fuego es un elemento relajante y peligroso.
    Igual que la elementa del sex shop, que tenía mucho peligro. Nos enganchó a mi amiga y a mí para unas cuantas charlas, y nos vendió algún que otro juguetito inútil, que yo compré por puro agradecimiento.

COMENTARIOS:

 

– Ningun relato minimamente sexual superara al todopoderoso sushi! (Me ha encantado)
– Buena historia erótica, sin caer en la pornografía vulgar. -Casi- apta para todos los públicos.
– Me ha gustado mucho cómo ha evolucionado la historia
– Me lo imagino y mi parto.
– Magnífico! Aunque me he puesto más caliente que el pico de una plancha
– Divertido, con un humor muy medido. Enhorabuena
– La vela de la pasión

 


Relato 7:
SANDOKÁN

¡Apaga la vela, cariño! —le urgía su madre, Irina.
   Y por supuesto, David no soplaba. Ningún bebé de un año era capaz de entender, y mucho menos de ejecutar, aquella orden. Pero su nueva abuela, paciente, insistía:
    —¡Vamos, sopla fuerte, cariño! Anda que con el nombre que llevas, tendrías que lograrlo, je, je.
    Antes de que las lágrimas salpicasen el primer pastel de cumple de su nuevo nieto, terminó soplando ella. Mientras ambas aplaudían, el niño las miraba intentando descifrar si estaban tristes porque lloraban o felices porque aplaudían, y sonreía algo maravillado.

    Gracias a que Alexandra vivía aislada desde hacía décadas, nadie metía las narices en sus asuntos. Así había permanecido a salvo su secreto, nadie sabía que la madre biológica de David era otra. Vivía en una zona remota, en la Rumanía profunda, desconectada de toda burocracia administrativa. Le había resultado muy fácil adueñarse de aquella criatura. Simplemente se había presentado en la alcaldía un buen día con el crío en brazos y lo había registrado como David Ionescu, hijo suyo y de padre desconocido.
    Habían transcurrido ya 12 meses desde el día en que había regresado del bosque con sus plantas medicinales, y se había topado con aquella chica famélica frente a su cabaña, que tiritaba, empapada hasta los huesos.
    La había cargado hasta el sofá –pesaba poquísimo– y había preparado una de sus pociones sanadoras que le fue administrando día y noche, hasta que la fiebre cedió, y la chica logró hablar:
    —He escapado en cuanto he podido, porque estoy a punto de dar a luz —le dijo, acariciándose el vientre abultado.
    Le relató su espeluznante travesía desde Ucrania, de donde había salido huyendo de los bombardeos, solo para caer en manos de un desgraciado traficante que la había raptado del campo de refugiados donde esperaba transporte hacia otro país europeo. No sabía bien ni cómo ni cuándo había llegado, pues cuando despertó, se hallaba ya en una gran cabaña rodeada por un espeso bosque, junto con otras dos chicas, tan jóvenes como ella.
    Solía preparar las comidas –esa era su tarea, pues era la embarazada del grupo; las otras dos realizaban las tareas más pesadas–, y una tarde soleada había logrado vislumbrar a través de la ventana de la cocina una cabaña del otro lado del lago. Le llamó la atención su color naranja. Ese mismo día había empezado a planificar su huida, aunque no había finalizado su plan hasta que vio en la tele el documental sobre “Alexandra, la curandera de Transilvania” y su cabaña de madera naranja. ¡Y la reconoció! Un chispazo creativo había iluminado su mente, pues ella misma sabía mucho de plantas, y supo cuál sería su mejor plan: cosecharía disimuladamente los hongos que crecían al pie de la caseta exterior que servía de baño y letrina, y prepararía el polvo para mezclar en el café del chico que las vigilaba. Su instinto maternal aguzaba la suspicacia que le permitiría vencer la adversidad. Lo haría el próximo martes, día en que el jefe viajaba hasta el pueblo más cercano a por víveres, pues siempre regresaba al día siguiente.
    ¡Dicho y hecho! Irina explicó a las demás chicas la inminencia del parto, y su plan: ellas escaparían internándose en el bosque, en dirección opuesta a la suya, mientras ella atravesaba a nado el lago, para no levantar sospechas sobre su paradero.
    Llegado el día, el jefe se marchó después de comer. Ella preparó cuidadosamente la tisana somnífera que mezcló en el café, y al primer ronquido del guardián, se precipitaron fuera. Resultó más fácil de lo esperado, pues estaban solas con el joven durmiente, que el polvo de setas había noqueado en el sofá.
    En este punto, Irina había tenido que abandonar su narración para ponerse a pujar.
    —¡¡¡Aaaaahhh!!!!
    —¿Recuerdas cómo el dolor de esa contracción te dobló en dos, sin darte tiempo de terminar la historia? Nació casi de inmediato, la travesía había acelerado el proceso —dijo la abuela.
    —¿Que si lo recuerdo? ¡Semejante dolor no se olvida nunca! Pero lo que mejor recuerdo son tus palabras al ponerle en mis brazos: “Se llamará David… porque tú, tan pequeñita y débil, con tu perspicacia, hoy has logrado vencer a Goliat”.

COMENTARIOS:

 

– Yo pensando que lo llamaría Eolo por lo de la vela aun sabiendo que se llamaba David desde la línea 2…
– David y Goliat , una historia de esperanza

 


Relato 2:
ODA MAE BROWN

Apaga la vela. ¿Cuántas veces habré oído lo mismo? No os podéis hacer idea. Llevo no días, ni meses, ni siquiera años, ¡siglos oyendo lo mismo! No entiendo ese afán perpetuo por acabar con mi vida. Menos mal que alguna que otra vez me tomo la venganza por mi cuenta, sí sí, hago ajustes de cuentas. Ahí ya es que no puedo más, se me cruzan los cables y la lío. A veces me conformo con dar un pequeño susto, pero otras veces hasta a mí se me va el control, pierdo las riendas y empieza una lucha encarnizada entre ellos y yo. Por ahora siempre ganan ellos, pero advierto, todavía no está todo dicho. Piensan que ellos me inventaron, pero es parte de su ignorancia. Yo estaba ahí, incluso antes que ellos. Soy materia primordial de la naturaleza, más que materia, un elemento. Soy uno de los cuatro elementos que ya los filósofos presocráticos entendían como elementos constituyentes de toda la materia y que daban explicación a todo el comportamiento del mundo físico.
    Pero centrándonos, el hombre siempre ha querido dominarme, primero buscó la forma de invocarme o hacerme aparecer. Cuando lo logró no se conformó, buscó diferentes modos para poderme mantener a su antojo, llevarme de un lado a otro, e incluso hacerme desaparecer cuando ya no me necesitaba y volver a generarme cuando se les antojaba. Me usan, e incluso podría decir que me explotan miserablemente, sin ninguna consideración me quitan la vida cuando ya no les intereso, todo por temor. Siempre, a pesar de los servicios que presto, siembro la desconfianza. Tenemos históricamente una eterna relación amor-odio, hasta el punto de que no dejan de inventar artilugios para sustituirme. De la primitiva fogata, pasé a antorcha y en ese formato “utilitario” perduré muchos siglos, pero de pronto a alguien, un egipcio exactamente, se le ocurrió sumergir un papiro enrollado repetidamente en sebo derretido o en cera de abejas y vieron que era una forma cómoda de transportarme, de encenderme y apagarme. No han parado ahí, en ese afán de eliminarme y sustituirme, me han encerrado en un cristal donde no puedo respirar, pero les sigo dando luz. Ahora me llaman electricidad, pero aunque intenten engañarse, sigo siendo yo, y perduro en sus vidas.
    En ese afán de no perder raíces, de conexión con lo primario, siempre aparezco. ¿Quién no disfruta con una fogata? ¿Quién no se ha perdido mentalmente en mi contemplación cuando estoy en una chimenea?
    Formo parte de ancestrales rituales, hay quien me mantiene siempre vivo, llamándome incluso eterno. Acompaño en la muerte, pero también soy la vida, el impulso vital, y por eso cada vez que celebran la vida, cada vez que celebran año a año la vida, estoy presente.
    A mí el formato que más me gusta de existencia es a través de la vela. Me parece serena, una manera pausada de consumir mi tiempo. Ha sido muy utilizada tanto para salvar vidas en las minas, como para alumbrarse durante siglos. Con la luz de una vela se han escrito obras maestras, se han pintado grandes retablos, impresionantes frescos, o se han cosido entrañables ajuares en el seno de una familia. Y hasta no hace mucho han recurrido a mí cada vez que la maravillosa “electricidad” los dejaba tirados, en todas las casas me tenían siempre a mano.
    De todo ello, lo que peor llevo es esa forma de masacre que perdura y perdura en el tiempo:
    —¡Apaga la vela Enriquito! —y Enriquito que sopla.
    ¡Tantas babas que llevo ya aguantadas!

COMENTARIOS:

 

– Entrevista en profundidad al fuego. Que, aunque parezca extraño, tiene sus sentimientos y su corazoncito.
– Curioso relato con la vela como narradora
– Este relato es una joya de la literatura. Un 10 como un camión!!
– La idea es original, pero era muy difícil ejecutarla sin caer en la enumeración ni los tópicos. Meritorio intento
– Ardiente protagonista
– Muy gracioso y original

 

chillaba el capitán con la mirada hacia arriba, aunque Poseidón en teoría estaba más bien debajo del agua


Soy uno de los cuatro elementos que ya los filósofos presocráticos entendían como elementos constituyentes de toda la materia y que daban explicación a todo el comportamiento del mundo físico.


de pronto a alguien, un egipcio exactamente, se le ocurrió sumergir un papiro enrollado repetidamente en sebo derretido o en cera de abejas y vieron que era una forma cómoda de transportarme, de encenderme y apagarme


Acompaño en la muerte, pero también soy la vida, el impulso vital, y por eso cada vez que celebran la vida, cada vez que celebran año a año la vida, estoy presente.


Con la luz de una vela se han escrito obras maestras, se han pintado grandes retablos, impresionantes frescos, o se han cosido entrañables ajuares en el seno de una familia.


Bueno, no sé si es la vela o el frío que estoy pasando con esta malla de rejilla que llevo pegada al cuerpo.


mi amiga salió con un superpene gigante, porque no lo había más grande, o como dice el chiste, porque el siguiente en la vitrina era el extintor.


Lo que más me gustaba era su deseo, cuando sentía que su piel se calentaba hasta transmitirle el calor a la mía.


¿Eres tonto? ¡Cómo se nota que te recogimos de la basura!


se había peinado con tanta gomina que su pelo se había convertido en una especia de casco que reflejaba el sol


Tú que decides de la vida y de la muerte, haz que mañana… no me despierte.


sólo vio sonrisas y en pocos segundos la suya era una de ellas.


Se llamará David… porque tú, tan pequeñita y débil, con tu perspicacia, hoy has logrado vencer a Goliat


¡Susórdenes, mi capitán!


Relato 1:
WILSON

Apaga la vela. Gira el timón a babor. Iza la bandera. Amarra los cabos sueltos.
—¿Por qué tengo que apagar la vela, si es de noche?
—Vale, no apagues la vela entonces.
—Pero… ¿dónde vamos?
—¡Shhhh, silencio! Ya casi hemos llegado.
—Capitán, ¿llegar a dónde?
—A nuestro destino.
—Capitán, con todo el respeto del mundo, lleva usted prometiéndonos el oro de los piratas desde hace veinte días. Y lleva veinte días diciéndonos que ya casi hemos llegado.
    —¡Silencio he dicho! ¡Vuelve a tu lugar, grumete!
   
El capitán cogió su catalejo, reposó su pierna sobre el costado, y murmuró palabras indescifrables. Nadie entendía nada, ni siquiera él. Maldecía a todos los vientos del mar y se hacía preguntas retóricas a sí mismo.
    —¿Por qué no hemos llegado todavía? ¿Dónde estamos? Por el amor de Poseidón, ¿dónde estás?
    Mientras tanto, nuestro grumete y sus amigos, que eran un leopardo, un elefante, un loro y un pirata con pata de madera, reposaban en su camarote compartido. De repente, de la nada, empezaron a avistarse las famosas montañas blancas que el capitán les prometió hacía veinte días.
    —¡Corred! ¡Salid todos de vuestro insignificante camarote, ya casi hemos llegado!
    El grumete y sus amigos salieron todos corriendo hasta llegar a cubierta y, cuando llegaron, se quedaron todos boquiabiertos. Sobre todo, sin ningún motivo especial aparente, el elefante.
    —¡Capitán! ¡Hemos llegado! ¡Lo hemos conseguido!
    Se abrazaron todos y saltaron de alegría. El tesoro estaba a punto de ser descubierto. Miles de joyas y monedas de oro se encontraban escondidas en una de esas altísimas montañas, que parecía que tuvieran miles de agujeros en ellas. Pero empezaron a caer gotas del cielo y unos ruidos muy fuertes sonaron estrepitosamente.
    —¡Es una tormenta! —gritó el capitán.
    —Rápido, recoged las velas, Tomás, ¡coge el timón! —le dijo el grumete a sus amigos y a Tomás, que era el pirata.
    —Poseidón, me encaro a ti en aras de solidaridad. ¡Protégenos de esta tormenta y serás recompensado! —chillaba el capitán con la mirada hacia arriba, aunque Poseidón en teoría estaba más bien debajo del agua.
    La tormenta terminó siendo la peor de todas las que la embarcación había sufrido en su larga vida. Pero sobrevivieron todos, aunque despertaron en una de las montañas blancas, sin barco, sin comida, y… sin loro. Después de la conmoción, intentaron hacerse camino hacia una de las minicuevas que avistaron. Menuda sorpresa se llevaron cuando, nada más entrar, vieron un cofre lleno de…
    —¡Carlooos! ¡Te he dicho mil veces que ya está bien de jugar en la bañera, es hora de cenar!
    —¡Ufff, valeee mamáaa, ahora salgooo! No pasa nada chicos, mañana continuaremos la historia. ¡Os prometo que esta vez encontraremos el tesoro!

    Carlos salió de la bañera, encendió la luz, finalmente apagó la vela que le daba ese toque de credibilidad a su historia, saludó marcialmente a sus amigos de plástico y se fue a cenar.

COMENTARIOS:

 

– Final de inesperado con los Clicks de Playmobil. Bien traído!
– Buen relato, aunque un poco forzado el enlace con la frase inicial.
– Refleja muy bien la imaginación de los niños
– Ay los Playmobil, eso sí que eran juguetes (no digo de Famobil porque se me va a notar la edad)
– Gran imaginación la de Carlos

 


Relato 4:
VIC VEGA

¡Apaga la vela, que ya llegamos! —dijo Jacobo, dirigiéndose a mí, emocionado. —¡Veo tierra!
    —¡Pero qué vela tenemos que apagar, atontao! —le respondió su hermano acompañando el mensaje con una pequeña colleja. —¡Si no tenemos ninguna encendida!
    Borja me miró buscando una risita de complicidad, pero no la encontró.
    —Esa vela, Borja —dijo Jacobo señalando la vela propiamente dicha.
    —¿Eres tonto? ¡Cómo se nota que te recogimos de la basura! ¡Esa vela no se apaga! —respondió Borja.
    Jacobo me miró buscando algo de apoyo.
    Entre los dos hermanos había una diferencia de 8 años y no podían ser más diferentes. Mientras el pequeño era un encanto, el mayor era insoportable. Cuando nos encontramos, Jacobo, el pequeño, vino corriendo hacia mí dejando atrás a la que pensé que era su madre. Traía un cordel en la mano y me preguntó si podría enseñarle a hacer unos nudos marineros.
    Borja, por otro lado, me miró de arriba abajo y no dijo nada, aunque minutos después no pararía de hablar de criptomonedas y casos de éxito empresarial.
    A mí me llamó la atención que ese niño tuviera 15 años, porque, la verdad, vestía como un señor de 57 y olía como uno de 92. Además se había peinado con tanta gomina que su pelo se había convertido en una especia de casco que reflejaba el sol. Él decía que era un efecto “recién salido de la ducha”, aunque a mí me recordaba a Romualdo, el churrero de mi pueblo.
    —¿Coral? —dijo la pequeña mujer que los acompañaba.
    Asentí.
    —Los recojo en 45 minutos, como hemos hablado por teléfono, ¿vale? —aclaró.
    La mujer se giró para saludar a lo lejos a figuras altas y esbeltas que esperaban al otro lado, cada una enganchada a un teléfono.
    —Te pagarán a la vuelta. Muchas gracias y buena suerte —dijo la mujer.
    Suspiré y subí al barco, donde me encontré a los niños ya acomodados.
    —Esto es una afición ¿sabes? En realidad no importa si no aprendo mucho porque siempre podré contratar a alguien como tú —saludó Borja. —Yo lo que quiero es montar una empresa y la verdad es que estoy bastante cerca de conseguirlo. Tengo metidos 2000 € en FTX y me va a ir bien porque sigo los consejos de mi trader personal, Conan McConartist.
    Le miré y asentí con la cabeza.
    —Yo quiero ser como Jacques Cousteau —dijo el pequeño.
    —¿Ah sí? —contesté. Por un momento llegué a pensar que iba a ser un paseo agradable. Hasta que Borja volvió a abrir la boca.
    —Oye Corral, ¿y tú qué has estudiado? —dijo.
    —Me llamo Coral, como el animal, y he estudiado Ingeniería marítima —le respondí.
    —Entonces, a ver… ¿Cuánta sal hay en el mar? ¿1 kg o 1000 kg? —me preguntó.
    —Depende el mar, pero vamos que… —intenté responder, pero me interrumpió.
    —Muy bien, ¿ves? Yo eso también lo sabía y no me ha hecho falta estudiar ingeniería marítima —respondió el muy repelente.
    Los siguientes 45 minutos siguió llamándome Corral, pero mi sufrimiento ya estaba llegando a su fin porque veía a la mujer bajita y las figuras esbeltas al final del puerto. Entonces me di cuenta de que Jacobo seguía mirándome, esperando paciente mi respuesta.
    —Creo que querías decir que tenemos que plegar la vela, no apagarla, ¿verdad Jacobo? Yo también me confundo muchas veceS —respondí mientras lancé una mirada asesina al mayor.
    Atracamos el barco y Jacobo corrió hacia la señora con el cordel atado.
    —¡Mira Pili! ¡Lo he atado yo! —gritaba.
    Borja se paró un segundo para dirigirse a mí de nuevo: —Bueno Corral, te llamaré si necesito un chófer de barco algún día.
    Era mi momento. Las figuras esbeltas seguían hablando por teléfono y Jacobo tenía a la mujer entretenida con su nudo en ocho. Algo se apoderó de mí y empujé a Borja al agua. Ni me vio venir. Eché a correr tan rápido que para cuando sonó el chapoteo yo ya estaba de nuevo en el barco.
    —¡Espera, tu dinero! —gritó la mujer a lo lejos.
    —¡Mis náuticos Brompton! ¡Arruinados! —escuché a Borja gritar mientras chapoteaba.

COMENTARIOS:

 

– Me he partido de la risa en el momento en que Borja ha sido empujado al agua XD
– Me recuerda a un tema de rabiosa actualidad en Antena 3
– Hay satisfacciones mejores que el dinero
– Original e imaginativo
– Jodío niñato pijo
– ¡Hombre al agua!

 


Relato 6:
HUGO CABRET

Apaga la vela, Tula —le susurró.
Ella no lo escuchó y le siguió besando.
Se habían conocido esta misma semana pero a ella no le importó, por una vez, invitar a un desconocido a pasar la noche. Tula había vuelto a bailar después de varios años amarrada en sus propios nudos, tiesa de frío.
    Aquella noche había entrado en el Habana sabiendo que nunca más querría cerrar aquella puerta de nuevo. Al poner un pie dentro del club, sólo vio sonrisas y en pocos segundos la suya era una de ellas. Salió a la pista a bailar. Su cuerpo se soltó en perfecto orden, de los pies a la cabeza. Le costó mover los pies al principio, la cadera, luego el vientre… Al rato estaba ondeando los hombros.
    Tula bailó y bailó hasta que se cansó. Y volvió a bailar. Nunca dejó de hacerlo desde entonces. La salsa le hacía sentir ligera. Le despertaba el cuerpo y le congelaba el pensamiento. Le soplaba el miedo y le daba aliento. Empezó a vivir de noche y, cada madrugada, al entrar en su portal un muchacho le cantaba:
    Ay mamá, ¿qué pasó?
    Ay mamá, ¿qué pasó?
    El cuarto de Tula, le cogió candela.
    Se quedó dormida y no apagó la vela.

COMENTARIOS:

 

– Desconozco si es una canción famosa porque soy más heavy que Conan. Pero de ser una salsa famosa, está bien escogida.
– La canción debe ser muy conocida en tu tierra pero a mí me sacas del Fary y me pierdo
– Muy bien traída esa línea hacia el barrio de la Cachimba 😉
– Toda historia tiene su origen


Relato 8:
WENG WENG

—¡Apaga la vela! ¡Por Dios, apaga la maldita vela!
    —¡Imposible, mi capitán! ¡El fuego está cogiendo por toda la vela mayor y se está propagando también hacia el palo de mesana!
    —¡Si no apagas la vela, Pacheco, nos iremos a pique! ¡Y con nosotros, toda la Armada! ¿Tengo acaso que recordarte que llevamos en la bodega la mitad del cargamento de pólvora de toda la escuadra? ¿A qué cabeza de chorlito se le ha ocurrido hacer señales con una antorcha bajo la vela mayor?
    —¡A Bohórquez, señor! Dijo que con esta niebla era imposible ver nada, y que corríamos el riesgo de colisionar con alguno de los nuestros. Lo he hecho bajar al calabozo, señor.
    —¡Madre mía! ¡Estoy rodeado de inútiles! ¡Haz lo que sea para apagar esta maldita vela o serás tú el que acabe en el calabozo!
    —¡Susórdenes, mi capitán! ¡Permiso para cortar el palo mayor!
    —Pero… ¿Cómo que cortar el palo mayor? ¿Te has vuelto majara, Pacheco? ¿Con qué nos vamos a impulsar entonces?

    ¡Clonk!
    —¿Qué ha sido eso?
    —¡Ha sido Zúñiga el vigía, mi capitán! ¡He visto como saltaba desde la cofa envuelto en llamas!
    —¡Mi capitán! ¡Arf!… ¡Cof!… El… ¡buf!… El juanete de proa también está ahora en llamas, me manda el contramaestre para solicitar permiso para cortar los foques y la trinquetilla y salvar al menos alguna vela… ¡Cof! ¡Cof!
    —¡Demonios! ¡Hay que salvar el palo de trinquete como sea! ¡Corre a cortarlo todo!
    —… ¡Susór… Cof… susórdenes, mi capitán… Arf!…
    —¡Mi capitán! ¡El palo mayor ya ha caído! ¡Y el de mesana está a punto!
    —¡Cortadlo! ¡Maldita sea!
    —¡El fuego remite a proa, mi capitán! ¡Estamos controlando el incendio!
    —¡A popa también, vuecencia! Pero hemos perdido dos palos y casi todo el velamen. Apenas hemos salvado un par de trinquetillas y un juanete de reserva.
    —Está todo perdido… snif. Por culpa de un petimetre de tres al cuarto se van por la borda la gloria, mi ascenso, mi carrera. Lo teníamos al alcance de la mano, una batalla ganada desde el principio… snif. Y ahora será otro el que se lleve el honor de la victoria en combate…
    —Los caminos de Dios son inescrutables, nuestro Señor lo ha querido así. ¿Ponemos rumbo a puerto, mi capitán?
    —Si, contramaestre. Volvemos a Cádiz. Adiós a la gloria de Trafalgar… snif.

COMENTARIOS:

 

– No he entendido ni la mitad del relato :’)
– Una historia compleja llena de términos marítimos , ¿el juanete que es?
– La de terminología marítima que he aprendido!
– Demasiado bien ha acabado la historia del capitán

 


Relato 9:
LISA SIMPSON

Apaga la vela. Debería estar contenta, pero tiene ganas de llorar. Sus amigas aplauden sonrientes. Él también sonríe, la mira con esos ojos que a ella le dan miedo, aunque no sabe muy bien por qué.
   Al soplar la vela pidió un deseo. Que él se marchase, que la dejase disfrutar de ese día con sus amigas. No sabía que iba a venir hasta que apareció allí con su prima Ainhoa. A él nadie le había invitado, ella invitó a su prima, no a él. ¿Por qué tenía que quedarse?
   Ainhoa era unos años mayor que ella, pero siempre se habían llevado muy bien. Y a ella le gusta presumir de prima mayor que les explica cosas de las que sus madres nunca les hablan.
   Coge la vela y chupa los restos de tarta que han quedado en la base. Deja a sus amigas repartiéndose los trozos de tarta que va cortando su madre y se va a su habitación con la vela en la mano. Debajo de su cama tiene una caja de zapatos donde guarda recuerdos de todos sus cumpleaños y quiere guardar la vela. Cuando está sacando la caja entra él.
   —¿Qué haces aquí escondida mientras tus amigas están divirtiéndose?
   Se asusta, no quiere que él esté allí.
   —Todavía tengo que darte tu regalo. Es muy especial, y prefiero dártelo aquí, será nuestro secreto.
   Le acaricia muy despacio la mejilla y ella no es capaz de apartarse, aunque está muy incómoda.
   —Mireia, te estamos esperando para abrir los regalos.
   Él se da la vuelta sorprendido, Ainhoa está mirándoles muy seria desde el pasillo y debe notar la incomodidad de su prima, porque entra en la habitación y le dice que primero quiere darle su regalo a solas y le dice a él que las espere fuera. Cuando se quedan solas Ainhoa la mira con gesto preocupado.
   —¿Te ha hecho algo?
   No contesta. Agacha la cabeza y se mira la mano, donde todavía tiene la vela con el número 8. Ainhoa mira la vela que sujeta su prima pequeña.
   —Joder, que solo tienes 8 años. Es un puto monstruo.
   A Ainhoa se le llenan los ojos de lágrimas al decirlo.
   —Es tu padre, no puedes decir que tu padre es un monstruo.
   Su prima la abraza con fuerza.
   — Sí puedo decirlo, porque lo es. Pero no voy a dejar que te haga lo que me hizo a mí.
    Entonces entiende que lo que le hace su tío no está bien, no es normal. Y también entiende que no está sola, tiene a su prima. Lloran las dos en silencio llenas de rabia, miedo, y amor la una por la otra.

COMENTARIOS:

 

– Ay, por Dios!, qué grima!
– Que historia más triste !!
– Te habría puesto más puntos si le hubieras metido la vela por el culo al tío (encendida)
– La idea es buena y está bien escrito. Mi problema es que no me resulta creíble la reacción de la prima y un relato es imprescindible que sea verosímil.