Relato 7 – WENG WENG

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. Estaba exhausto. Literalmente no le llegaba el aire a los pulmones, y comenzó a sentir mareos. Se hubiera dejado caer para morir allí mismo, pero el chasquido del látigo le despertó del estado semiletárgico en el que se hallaba. En el mismo instante sintió la aguda punzada de su punta de cuero, que le hirió no solo en el lomo sino también en el poco orgullo que le quedaba. Pensó en sus compañeros de miserias mientras los observaba, resoplando como él por el esfuerzo, intentando sacar un último atisbo de energía para mantenerse en movimiento. Por más vueltas que le daba, no veía salida alguna al dilema: si se dejaba morir, la paz le llegaría al fin para él, pero el resto de sus compañeros deberían cargar con su parte de la pesada carga y mantener la velocidad, o recibir una lluvia de latigazos. La idea le parecía, aun en aquellas circunstancias, de un egoísmo fuera de toda discusión.
   Intentó distraer su mente con otros pensamientos, pero el problema era que no había conocido otra vida que aquella. Pensó en sus años de juventud, cuando el peso de la carga era mucho más ligero y su cuerpo más capaz. Durante los buenos viejos tiempos, la gente se contentaba con recibir pequeños y sencillos paquetes. Con frecuencia lo único que se transportaba eran simples tarjetas de felicitación, incluso mensajes sinceros de viva voz.
   Recordó como a ellos les había llegado la ola capitalista neoconservadora durante aproximadamente la primera década del siglo veintiuno: Cada vez más niñatos malcriados y acostumbrados al todo-al-instante de Amazon pedían objetos cada vez más grandes y complicados para saciar el vacío emocional de sus vidas de hijo único. Y a la misma velocidad había crecido el nivel de insatisfacción con el producto y las devoluciones, cosa que duplicaba el trabajo en el mejor de los casos.
   Sin embargo, la plantilla era la misma. Las raciones de comida y agua eran las mismas, aunque de peor calidad. El jefe siempre se escudaba en el mismo argumento: que si no podíamos fallar a los niños en aquella noche tan especial, que si había que cumplir con la magia o todo se acabaría allí mismo, que si estábamos todos en el mismo trineo… Pero desde hacía tiempo corría ya el rumor como un secreto a voces: el viejo iba a comisión con la empresa de Jeff Bezos. Se había filtrado una captura de pantalla de su contrato con la multinacional, que le otorgaba pingües beneficios por cada paquete entregado, por tamaño y peso, y por velocidad de entrega. Y de unos años a esta parte se le notaba bastante más rechoncho, cosa que por otra parte aumentaba el peso del trineo. Y literalmente, ya no sabía si iba a sobrevivir a esa noche.
   Todo ocurrió en un instante, sin premeditación ni plan alguno. Al llegar a lo alto de un repecho, de repente un crujido y un estirón en las riendas del trineo. Rudolph, nuestro compañero de fatigas, había caído. Su nariz, antes roja, era ahora de un gris pálido. Allí estaba tumbado en la nieve, todavía respirando débilmente mientras la vida se le escapaba. Aún durante su agonía estaba recibiendo golpes de látigo y patadas del patrón, que intentaba inútilmente que se levantara y siguiera.
   Se oyó un sonido seco, como el que hace un hacha al clavarse en la madera. Del pecho de nuestro torturador empezó a brotar un torrente de sangre, y junto a él se adivinaba la punta de un cuerno de reno. Detrás de Santa, nuestro camarada Comet se había quedado inmóvil con su cuerno aún atravesándole el pecho. Su mirada era una mezcla de agotamiento, rabia y alivio.
   No lo dudamos ni un instante. Al unísono, todos nos lanzamos a cornear y moler a coces al que hasta entonces había sido nuestro líder único y supremo.
   El gordo seboso hijodelagranputa aquel de la barba blanca que nos cosía a latigazos durante toda la nochebuena ya no iba a molestar a nadie, nunca más. Había nacido el Movimiento de Liberación Animal.
   ¡Larga vida al M.L.A.!»

COMENTARIOS:

– Tal cual. Me ha hablado de cómo es trabajar para el Toys R Us y es muy parecido. La noche de Reyes trabajan hasta las 5 de la mañana y no creáis que contratan ayuda extra. Simplemente entras y no sales hasta el día siguiente.Brutal.
– Nota: los hijos únicos no tenemos la culpa de ser hijos únicos. Nuestros padres sintieron que habían alcanzado la perfección con su obra y se retiraron cuando estaban ganando. Pero al margen de esto… A tope con el M.L.A!!!
– Muy bueno, mis dieses!
– Genial! Pero me has jodido las navidades 🤨
– La explotación, el consumismo, los tópicos, todo se cuestiona en este relato – Con matices Gore, un final muy made in Tarantino
– No le pongo el 10 porque hijodelagranputa me da muchísima rabia como insulto. Por lo demás, un relato excelente.

Relato 5 – VIC VEGA

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. Abrazaba con fuerza la taza del váter, como si fuera el timón de un barco, pero todo me daba vueltas. Inhalar los vapores del WC Net que yo mismo había utilizado para limpiar esa mañana tampoco estaba ayudando.
   Una punzada en el estómago. Noté la comida volviendo al punto de partida y me preparé.
   La taza ejercía una especie de fuerza centrípeta sobre mi cabeza, que se balanceaba hacía los lados. Intenté apoyar la frente, como si estuviera en el oculista, donde en tiempos mejores apoyé el culo, pero un pequeño error de cálculo me llevó a peinar el agua del váter con el flequillo. Los expertos dicen que podríamos incluso bebernos ese agua y que es tan pura como la de un manantial, así que no me preocupó demasiado.
   Almudena irrumpió en el baño y me descubrió de rodillas, rezando al señor Roca.
   —Teo ¿qué haces? —dijo.
   Intenté contestar, pero de mi boca no salieron palabras.
   —Ay Jesús, Teófilo ¿estás bien? ¿Qué te pasa? —respondió Almudena, intentando decidir qué tenía que sentir en función de qué había provocado mi situación.
   Si me había puesto enfermo por algún virus flotante, sentiría compasión, pero si me había pasado con el Jäggermeister, se regocijaría en mi sufrimiento.
   —Almu, estoy muy mal. Llama a la ambulancia —dije con lágrimas en los ojos, intentando contener el segundo plato.
   Almudena se acercó y me acarició la cabeza mientras yo, finalmente, expulsaba el filete con patatas reconvertido en puré.
   —Pero ¿qué tienes? ¿Qué ha sido? ¿Quieres una manzanilla? ¿Agua? ¿Un Almax Forte? ¿La Biblia? —decía ella entre sarcástica y preocupada.
   Almudena se agachó y me acarició la espalda mientras yo enterraba la cara de nuevo en la taza del váter. Y con la sonoridad que me proporcionaba la convexidad de la taza, repliqué desde dentro que me moría.
   —Venga Teo, levanta que te llevo al sofá y te hago una infusión —dijo ella intentando tirar de mí hacia arriba.
   La verdad es que no estaba siendo justo. Me he pasado con el Jäggermeister más veces que programas de Saber y Ganar ha grabado Jordi Hurtado y Almudena siempre ha estado ahí para cuidarme.
   Saqué la cabeza del inodoro y me abracé a sus pantorrillas llorando como un bebé.
   —Almudena… Almudena yo es que te quiero, pero a este paso vas a ser viuda y, y… —dije balbuceando.
   —Entonces… ¿Llamo a la ambulancia o a la funeraria?
   Almudena separó mi cara de sus huesudas rodillas y sostuvo mi mentón, exponiéndose a un potencial géiser.
   —¿Has cenado? —dijo.
   Asentí con la cabeza. Reprimiendo el postre y señalando los restos líquidos y ennegrecidos de mi cena. Almudena se asomó para examinarlos.
   —¿Jägermeister?
   Asentí con los ojos vidriosos, justo antes de girarme para depositar el postre con el resto de la comida. Almudena me dio unas palmaditas en la espalda y por fin pude mirarla a los ojos sin ver dos Almudenas.
   —Tengo hambre —dije.»

COMENTARIOS:

– Es gracioso. Me ha gustado. 
– Y el premio a la metáfora del año en el certamen de poesía ToBeContinued» es para… ¡Rezar al Señor Roca!
– No sé qué será el Jagermeister ese, pero por si acaso yo mejor sigo con mi menta-poleo… 🙄
– Magnifica descripción, que buen amigo ese váter

Relato 1 – WILSON

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. Eran días oscuros que ya ni me dejaban dormir. Mi familia me lo dio todo; mis amigos, también. La vida había estado de mi lado durante todo este tiempo y, aun así, mi cabecita seguía pensando en la misma cosa. Me entraban ganas de llorar desde que me levantaba, durante mi desayuno, entre horas de trabajo, al salir de él, nada más llegar a casa, cenando y antes de ir a dormir.
   Cada hora que pasaba en mi vida era un suplicio. Pensando llegué a la conclusión de que tenía un trabajo estable, el marido perfecto, dos hijas que me daban la vida y el aire que necesitaba respirar para sobrevivir el día a día. Y ahí fue cuando me di cuenta. Pero de esto os hablaré después. El caso es que no conseguía pararlo, los pensamientos negativos entraban en bucle y yo no sabía salir. Conocía todas y cada una de las técnicas, pero conmigo no funcionaban. Ni siquiera las pastillas cambiaron mi opinión sobre el suicidio. A lo mejor era yo, que estaba rota por dentro.
   Esa noche decidí quitarme la vida. Ya no aguantaba más la presión en el pecho, el dolor de mi cabeza, mi mente convenciéndome para que dejara atrás una vida llena de penas y glorias. No había nada que me echara para atrás. Y, entonces, pensé más, y llegué a la conclusión de que tenía un trabajo estable. Y ese era el problema. Somos el único animal que necesita un trabajo para sobrevivir. ¿Por qué? ¿Por qué nuestras vidas giran siempre alrededor del trabajo, y no al revés?
   Pero ya daba igual, no sabía si iba a sobrevivir a esa noche, la sobredosis de tranquilizantes empezó a hacer efecto y alucinaba, por momentos, en una sociedad en la que recogía a mis hijas del colegio sin problemas. En un mundo en el que pasaba tiempo con mi marido sin preocuparme por el email recibido una hora antes. Un mundo sin trabajo. Un mundo ideal, alejado de la sombra de la depresión y la penuria de ser estigmatizado por sufrir dicha enfermedad.
   Empecé a pensar que el trabajo dignifica a su puta madre. Que lo único que dignificaría al ser humano es la vida. Una vida digna, sin preocupaciones por llegar a fin de mes. Una vida que te diese lo más mínimo para vivir cómodamente. Y ahí empecé a ser feliz. Y ahí fue cuando le dije a mi marido que le quería, y que iba a dejar el trabajo. Y ahí fue cuando vi a mi marido llorar, porque no entendía lo que estaba diciendo. Y ahí fue cuando vi a varias personas corriendo hacia mí, todas vestidas de blanco.
   Y ahí fue cuando.
   Cuando yo.
   Cuan.
   C… «

COMENTARIOS:

– «El trabajo dignifica al hombre» (y enriquece al jefe de este mismo hombre))
– Jo, gracias, porque lo has descrito muy bien. Pero mejor vamos a no suicidarnos, que tenemos que ganar este concurso.
– Eso tú da ideas, que va a tener razón Rosa Montero 🙈

 

Relato 2- HUGO CABRET

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. Se había tapado hasta la cabeza, sin dejar ninguna parte de su cuerpo al descubierto. Llevaba varios días en los que le costaba dormir. Las extremidades entumecidas, temblores, insomnio y pesadillas en las escasas horas de sueño. Quería leer pero no veía, estaba todo demasiado oscuro. Ni tan siquiera se atrevía a sacar sus manos enclenques, no podría ni sujetar un catecismo.
   La televisión permanecía desenchufada en un rincón, abandonada en el suelo del cuarto. Hacía ya cuatro días desde su última conexión con el exterior, cuando Pedro Piqueras le hizo un rápido repaso por la guerra de Ucrania, la crisis energética y el Mundial en Antena 3.
   Había reducido sus comunicaciones al mínimo. Ya solo llegaban cartas a su casa por correo postal, pero él no se atrevía a abrirlas. Temblaba sólo de ver el remitente. Lo sentía como una amenaza permanente.
   ¿Cuánto tiempo iba a durar este infierno? No lo sabía. Pasaba las hojas en su calendario a la espera de días más agradables. Vivía atrincherado en su piso al que se había mudado en septiembre, cuatro meses atrás. En aquel momento le había parecido buena idea. Una casa grande, con ventanas amplias y un salón donde recibir a mucha gente. Ahora le gustaría reducirlo a una tercera parte, hacer desaparecer al menos sesenta metros cuadrados de aquel espacio muerto. Encoger el piso, como se encogía él cada noche.
   De repente le sonó el móvil. ¿Dónde estaba? ¿Por qué estaba encendido? ¡Pensaba que no le quedaba batería! Cogió el teléfono y oyó la voz de su tía:
   —Enciende la calefacción, rata, que te vas a morir congelado en esa cueva. Date prisa, que en 20 minutos baja el precio de la luz. Y carga el móvil y escríbele a tu madre, que está preocupada.

COMENTARIOS:

– El precio de la luz dando más bandazos que la Crypto.
– Pensé que estaba leyendo El Pico 3 y lo que estaba leyendo era la vida de un estudiante cualquiera en Burgos
– Muy bueno! 😀

 

– «… Empecé a pensar que el trabajo dignifica a su puta madre …»

– «… muy rápido caímos en la banal y clásica rutina del pretender …»

– «… Hoy por hoy, nos encontramos solo en nuestras respiraciones, en nuestros roces y en nuestros pensamientos, inaudibles y nocturnos …»

– «… los cortos periodos en que hablar no fuera incompatible con respirar …»

– «… un pequeño error de cálculo me llevó a peinar el agua del váter con el flequillo …»

– «… Me he pasado con el Jäggermeister más veces que programas de Saber y Ganar ha grabado Jordi Hurtado …»

– «… La razón y la justicia universal estaban de mi parte, pero ellos no lo entendían …»

– «… le hirió no solo en el lomo sino también en el poco orgullo que le quedaba …»

– «… los perfumes gloriosos de la cocina le fueron componiendo un poco el ánimo …»

– «… Siento el dolor inmenso de sus palabras, la pérdida infinita. Siento su sonrisa de mujer ingenua …»

– «… Si nuestras miradas se cruzaban torcían la cara con un gesto parecido a la vergüenza, o quizás pena …»

Relato 3 – MATHILDA

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. El tic toc del reloj parecía ir cada vez más lento y mis pensamientos cada vez más rápido. Al darle la espalda, mi costado derecho roza con el algodón. Mi respiración se agita al acercar mi piel a la suya. Traslado mi pierna derecha, y con ella acaricio suavemente la izquierda. Otro roce se genera.
   Mi respiración se encuentra con la suya, la cual se escucha más calma que la mía. Vuelvo a mi posición inicial, arrastrando mi peso de izquierda a derecha y rozando mi piel con la suya.
   Entre roces y respiraciones, pensamientos circulan. De esos que van y vienen, sin cesar.
   Primer pensamiento, y el más recurrente desde hace más de un año: ¿Qué mierda hago con este tipo todavía?
   Segundo pensamiento, el cual viene siempre automáticamente después del primero: Tengo que irme de esta casa.
   Y el tercero, secuencial y certero, y algo circunstancial también: Pero, ¿adónde?
   Mis pensamientos giran uno alrededor del otro, y a ellos se les van sumando otros. Otros pensamientos, otras ideas.
   De repente, me llega un recuerdo a la mente. Uno de esos que uno suele decorar imaginaria y oníricamente. Un día de verano, con treinta y pico de grados, en el que mi yo de hace más de veinte años sonreía y se bañaba en las aguas de algún río de las sierras de Córdoba.
   Giro nuevamente mi peso, esta vez de derecha a izquierda. Me acuerdo de lo que mi abuela me dijo alguna vez: Antes de casarse, una debe abrir muy, muy bien los ojos. Después, hay que cerrarlos un poquito.
   Creo que yo hice al revés. Estuve enamorada, muy enamorada de hecho. Me casé luego de apenas un año de noviazgo, nos apuramos porque se me terminaba la visa. La inocencia de dos jovenzuelos ciegamente enamorados, no vio mejor opción que jurarse en amor, fidelidad y bienes en la adversidad y la eternidad. De haber sabido que esa inocencia duraría tan solo año y medio…
   Lo intentamos, de verdad que sí. Pero muy rápido caímos en la banal y clásica rutina del pretender. Hoy por hoy, nos encontramos solo en nuestras respiraciones, en nuestros roces y en nuestros pensamientos, inaudibles y nocturnos. Nos encontramos sin saber si sobreviviremos a otra noche. Si lo nuestro, sobrevivirá a otra noche.
   Vivimos y viviremos en ese roce de mi piel contra la suya. En ese recuerdo de lo que fue y ya no será. En una promesa, con sabor a esperanza.

COMENTARIOS:

– Cuidado con las comas entre sujeto y predicado. Están terminantemente prohibidas.
– Me gusta mucho la historia. Solo me chirría un poco la distribución de las frases, el uso de la puntuación me parece mejorable
– Está muy bien escrito, pero me he deprimido un poquito.
– Huele a experiencia personal que no veas! No, no, si no lo digo por mí! Bueno igual un poco sí 🙄
– Es precioso este relato

 

Relato 4 – EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche, como tampoco lo sabía ayer, ni anteayer… llevaba semanas preguntándose si volvería a despertarse, sabiendo que el fin estaba próximo, por no emplear la palabra “inminente”, que nos resultaba a todos tan aterradora. Su cuerpo se había degradado tanto que debía aprovechar las pocas horas de energía que le permitía el día, los cortos periodos en que hablar no fuera incompatible con respirar, aprovechar aquel maravilloso, ahora titubeante, torbellino de creatividad.
   Las enfermedades raras, o nuevas, o desconocidas… llámenles como quieran, infunden cuando menos desconfianza, intranquilidad, o simplemente miedo. Pero no podíamos defraudarle, teníamos que estar a la altura, como lo estuvo él aquella última vez, a pesar de su aspecto, de su delgadez.
   —Se pasa el día en el gimnasio —afirmaba Roger por aquellos días para justificar el estado de su amigo ante la gente. —Le ha dado por la dieta y el ayuno depurativo —solía decir John.
   Brian, por su parte, no perdió el tiempo con excusas ni se preocupó de la rumorología. Él fue la clave, la pieza que lo movió todo, quien consiguió que lo lográramos: —Tenemos que hacerlo Jim, tenemos que hacerlo por él —me repetía.
   Y allí acudimos una vez más. A aquella mansión excéntrica pero acogedora, con aquel magnífico mobiliario, tan hermosamente decorada, con el gusto exquisito que siempre le caracterizó, aquella casa de la que siempre nos reíamos porque nos parecía un museo. —¡No lo es! ¡Es un hogar, un hogar para vivir y disfrutar! —Nos rebatía siempre, acariciando a Delilah, su gata preferida.
    Nos sentamos los cinco en aquel mastodóntico sofá cuadrado. Roger y John se miraron un instante.
   —¿Estás seguro amigo? ¿Estás seguro de que puedes hacer esto?
   —¿Cuándo no he podido yo hacer algo? Además, tengo ayuda —dijo sonriendo y sirviéndose un trago más de aquellas omnipresentes botellas de vodka, de las que parecían depender sus escasas energías.
   Brian no insistió, se limitó a esperar, expectante y confiado, la decisión de sus compañeros. Yo sí lo hice:
   —¡Vamos chicos! ¡Hagámoslo! ¡Dejemos este último legado!
   Roger sonrió levemente mirando a John y le dijo: —Bueno… los amigos son para siempre, ¿no?
   John le respondió: —… Y somos los campeones…
   Y Brian, siguiendo el juego y abriendo los brazos, añadió: —¿Quién quiere vivir para siempre?

   Freddy tenía razón: ¡Show must go on!

COMENTARIOS:

– Basado en hechos reales.
– «Como Nicholas Cage en Leaving las Vegaaaaaas» ya que va de canciones
– Me falta alguna explicación en el final

 

Relato 6 – ODA MAE BROWN

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche, la noche más larga de mi vida. Bajé todas las persianas y me situé en el último rincón de la casa, no quería escuchar nada, no soportaba escuchar el enfado, los gritos, y después, en una supuesta calma, esas razones. No me entendían, no entendían mi situación. Yo también tenía razones. Yo sí entendía sus razones, de sobra, ¿cómo no entenderlas? Por eso sabía que todo ese afán de hablar, e incluso negociar un acuerdo no era más que una patraña y no estaba en condiciones de ceder. Llegó un punto en que casi no sentía el ruido exterior, los golpes, las constantes amenazas, a veces contundentes, otras envueltas en llanto. Pero el ruido interior, ¿cómo desprenderme de él?, mi cabeza era como una cafetera a punto de explotar.
   Sí, me llamaron loca, y no les quito razón. A veces, en situaciones límites, uno tiene que tomar decisiones y eso había hecho yo esa tarde, no sé si de modo irracional; tal vez sí, pero ya tenía que seguir para adelante. No sabía cómo iba a lograr un desenlace óptimo para mí, pero no tenía más remedio que intentarlo. La verdad es que cuando me dejé guiar por el impulso no pensé en el transcurso de los acontecimientos, no pensé que la situación de por sí iba a ser insostenible, sólo pensaba en sobrevivir, y para sobrevivir, todos estarán de acuerdo en que es necesario un techo donde cobijarse, y yo no lo tenía.
   Poco a poco fue cuajando la amistad con Rebeca. Al principio los encuentros eran esporádicos, y en mi casa, pero con el tiempo decidimos que su casa estaba más cerca del trabajo, su cocina era nueva, más adecuada por la distribución y más fácil para ella conciliar con los horarios de los niños; yo ya apenas tenía obligaciones. Nos gustaba comer, nos gustaba cocinar y disfrutábamos con esa tarde a la semana que compartíamos entre sartenes, ollas y creatividad.
   Era habitual que yo me quedara algunos ratos sola en esa casa. Ella pasaba a la casa de al lado, la casa de sus padres, siempre para coger algún ingrediente que nos faltaba. Todo, yo digo que fue una confabulación de factores para llegar a esa situación. A veces parece que los astros se alinean para que suceda lo más inesperado. Sus hijos y su marido habían comido con sus suegros y luego irían a sus actividades extraescolares, y su marido de vuelta al trabajo. Sus padres no estaban, nunca estaban. Tenían otra vivienda.
   Justo esa mañana había venido el cerrajero para cambiar la cerradura. Nadie fuera de esa casa tenía llave. Yo no había dicho nada, pero hacía ya un mes que estaba prácticamente en la calle. Por fin se ejecutó la orden de desahucio y estaba malviviendo, días en un albergue y otros incluso en la calle. Nunca pensé que me iba a ver en esa situación, pero las cosas pasan y en un instante mi mente unió todos los cabos y decidí cerrar la puerta y no dejarla entrar. Me dolía por ella, era mi amiga, pero yo también tenía derecho a un techo digno, y ellos se podían quedar perfectamente en casa de sus padres, esa vivienda siempre vacía y desaprovechada. La razón y la justicia universal estaban de mi parte, pero ellos no lo entendían, ni querían entender nada más allá de su propio egoísmo.
   Fue una noche espantosa. Nadie dormía y mi corazón latía a cien. Volvieron los gritos y amenazas, y me puse fuera de mí cuando ya el marido, agobiado y desesperado, amenazó con saltar la cerradura con la escopeta de caza. No sé realmente cómo lo logran los ocupas, pero no resultaba nada fácil salir de esta situación, donde sólo un impulso momentáneo me condujo a un callejón sin salida.
   Al final rebusqué en los cajones y encontré unas pastillas. Sólo recuerdo mi determinación de acabar con todo, no sé qué pasó después. Ahora estoy en una cama de hospital, atada, y he perdido a una amiga.

COMENTARIOS:

– Hombre es que te dan la mano y agarras el brazo amiga…
– No está mal, un poco engorrosas algunas frases
– Un relato con mucho suspense , he sentido la angustia de la protagonista

 

Relato 8 – SANDOKÁN

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche, porque las 3 o 4 horas de banalidades y críticas, del antipático pero insoportable alarde por parte de ambos personajes, ¡eran para suicidarse! Que el trabajo de Alex y la galería de Bea, fenomenales siempre, que “un horror el vestido de fulanita, ¿os fijasteis? Pobrecilla, no dispone de nuestro presupuesto… lógico cuando no has estudiado en las mejores universidades, como nosotros”, que bla bla bla y másbla.
   Nunca llegó a entender por qué su mujer cedía cada mes ante los ruegos de su amiga de infancia de quedar para cenar en pareja. Ante sus protestas, su mujer argumentaba “que no era el fin del mundo”, ¡pero ella tampoco los soportaba, vamos! Las interminables cenas los dejaban exhaustos de tanta diatriba y pavoneo. Luego comentaban lo mal que lo habían pasado, ella crispada, él encabronado por haberse sometido a semejante tortura. ¡Vaya masoquismo!
   Sin embargo, hoy ella estaba radiante, sin asomo de tensión, cariñosa incluso. Avanzaba con paso ligero, casi festivo, camino al restaurante. Él en cambio se había vestido de mal humor y su enojo era bastante evidente.
   Al llegar, los perfumes gloriosos de la cocina le fueron componiendo un poco el ánimo. Le esperaba un cocido maravilloso, así que sonrió.
   —Verás como hoy sí te diviertes, cariño —le dijo ella. Y la verdad, así fue.
   Nada más llegar, le sorprendió el mozo anunciándole que le había reservado una botella de su vino favorito. Los pesados de sus amigos siempre elegían el vino, sin consultarles, por supuesto, pues “ellos sabían lo que era bueno”, se decían al corriente de lo último en restaurantes, tiendas, paraísos vacacionales y demás. Y claro, se pasaban media cena enseñándoles las fotos para demostrarlo: el cóctel de moda, la exposición en el Museo X, tapas en el bar Y, y el magnífico spa del hotel Z.
   Sin salir de su asombro se giró y vio como su mujer le sonreía complacida, y algo maliciosa.
   —Pero.. pero… —alcanzó a balbucear antes que ella le plantase un beso, susurrándole al oído: —¡Disfruta!
   Tomó asiento. ¡De modo que había sido idea suya! ¡Qué grande! Esto empezaba mejor que nunca, podía relajarse. Disfrutaría de una deliciosa cena y del vino que el mozo ya le estaba sirviendo con un guiño de complicidad.
   La cena prosiguió como de costumbre. Él, muy a gusto dentro de la burbuja aislante de tantas delicias y atenciones, apenas escuchaba el bla bla de fondo de los amigos que gesticulaban contando atropelladamente sus innumerables aventuras, por toda España, pero sobre todo, en el extranjero, que según ellos era “más chic”, claro.
   Observó que su mujer apenas participaba en la conversación –resultaba casi imposible encajar cualquier comentario–, hasta que Alex tuvo la cortesía de preguntarle por la conferencia a la que debía asistir en Canarias… a lo que ella contestó que, a decir verdad, los ponentes no habían sido ninguna maravilla, y al final era un poco lejos para quedarse sólo dos días, de modo que…
   —No, no me fue tan bien como esperaba. Pero cuéntanos tú, ¿cómo te fue a ti? El hotel era de categoría un poco inferior a lo que estás acostumbrado, ¿no?
   Yo, la verdad, seguía sin entender nada, pero tampoco es que estuviese muy atento. El cocido, que cautivaba toda mi atención, estaba mucho mejor que la conversación. Sin embargo, al ver el rostro desencajado de Manuel, algo en mi mente me alertó a estar atento a lo que decía mi mujer, pues la mirada de Alex la fulminaban y Bea, frunciendo el ceño, le interpelaba:
   —Alex, no hemos estado en Canarias este año… ¿de qué hotel hablamos?
   —¿El hotel? —se adelantó mi mujer. —Pues no recuerdo el nombre, pero mira, tengo un par de fotos. Siempre resultan útiles a la hora de recordar algo, ¿no creéis? Justamente, aquí estás tú Alex, en el bar de la piscina, con tu prima, la que me presentaste el otro día, cuando nos encontramos en el centro, ¿recuerdas?
   —Pero ¿qué dices? —chilló Bea. —¡Si Alex no tiene primos! Tanto su madre, como su padre son hijos únicos…
   —Pues yo qué sé… pregúntaselo a él…

COMENTARIOS:

– Le han pillao con el carrito del helao.
– Me ha parecido un poco lioso, al final no sé muy bien lo que ha pasado

Relato 9 – MILDRED HAYES

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche, la morfina caía con un ritmo pausado y sedante, alejándolo cada vez más del dolor y de la realidad, y del lento discurrir de los pensamientos:
   La marisma de Huelva, abril de 1960, con su abrigo de solapa ancha.
   Le faltó tiempo para quitárselo. Qué calor. Qué lejos quedaba ese frío de hace dos días cuando cogió el tren en Ponferrada. Durante muchos años no se lo volvería a poner. El calor de Andalucía inundó su vida, la llenó de alegría, y le quitó ese otro sentimiento extraño que le había acompañado durante tantos años, el de pertenencia a un sitio que le asfixiada.
   La conoció una tarde por la calle Concepción, donde se conocía casi todo el mundo. Qué guapa era, con su pelito corto, sus piernas largas, su sonrisa tierna y esa forma de vestir tan particular, tan elegante y sensual. Cómo le gustaba su sonrisa.
   En su pensión, donde los días pasaban lentamente, como semanas, como años, maduró la idea. Huirían, la convencería, entre los dos decidirían su futuro, tenía un magnetismo especial, no podía vivir sin ella, cada día estaba más seguro.
   Lo siguiente que recuerda es su paso lento por la escalera y esa foto que pasó de mano en mano, de bolsa en bolsa, de hijo en hijo, esos dos jóvenes guapos, enamorados, bajando del avión que les llevaba a su nueva vida.
   Antes siempre había un fotógrafo apostado en cada esquina, para inmortalizar esos momentos. Nos hacían parecer artistas.
   La morfina lo alejaba cada vez más y más de los recuerdos. ¿Qué ha pasado? ¿Qué pasará esta noche? ¿Dónde se irán todos los días perdidos?
   Siento el lento caminar de las horas, siento el calor bochornoso del abril choquero. Siento el ruido metálico, el olor azufrado, el roce de mi mono de trabajo. Siento el dolor inmenso de sus palabras, la pérdida infinita. Siento su sonrisa de mujer ingenua, sus manos suaves.
   Y ya no siento nada.
   No sé si llego tarde o temprano.
   Dibujé mi mapa en la solapa de mi abrigo gris.
   Esto ya no tiene sentido.
   Gracias pequeña ninfa, dulce hada misericordiosa. Siempre cuidaste de mí.

COMENTARIOS:

– Parece más poesía que prosa, tanto que al final no se entiende bien la historia

 

Relato 10 – LISA SIMPSON

 

No sabía si iba a sobrevivir a esa noche. La llamaban “El bautizo”. Imaginé que le daban ese nombre por ser el inicio, mi primer día de trabajo. Mi primera noche en realidad. Sabía cuál era el trabajo que iba a realizar, pero no lo había hecho nunca y no sabía muy bien para qué debía estar preparada. Supuse que por ser la primera vez y no tener experiencia tendría que atender a dos o tres clientes como mucho, ir aprendiendo poco a poco.
   A medida que se acercaba la hora de apertura me iba poniendo más nerviosa. ¿Lo haría bien? ¿Se quejarían los clientes? ¿Me dejarían quedarme si cometía algún error? Necesitaba aquel trabajo, no quería volver a dormir en la calle. “Niña, tómate esto, aguantarás mejor el bautizo”. Rechacé el polvo blanco que me ofrecía mi compañera, la más seria de todas, pero que me ofreciera aquello me puso nerviosa.
   El resto de las chicas evitaban mirarme. Si nuestras miradas se cruzaban torcían la cara con un gesto parecido a la vergüenza, o quizás pena. Intenté pedirles consejos para aquella primera noche de trabajo. “Imagina que estás en otro sitio y concéntrate en eso” fue el único consejo que conseguí. ¿Tan horrible iba a ser aquello? “No te preocupes Niña, que la primera noche siempre es la peor, lo bueno es que las noches que vendrán después no serán tan horribles”. Al principio me llamaban Niña, hasta que otra más joven que yo entró a trabajar unos meses después.
   Cuando entré en el salón privado aquella noche entendí las miradas y consejos de las chicas. Había por lo menos 40 clientes. Miré a mi jefa intentando entender, pero ella también evitaba mirarme. No podía creerme que todos aquellos clientes estuviesen allí por mí. Pero sí, lo estaban. Estaban allí para mi “bautizo”. Después de atender a los 10 primeros, dejé de contar.
   Cerraba los ojos intentando visualizarme en otro lugar, en una playa de arena fina como la harina y agua cristalina. Pero seguía escuchando sus gemidos, sintiendo sus dedos clavándose en mi piel, oliendo sus alientos pestilentes y el sudor rancio que desprendían sus cuerpos. Me dolía todo el cuerpo, no creía que aguantaría toda la noche, era mejor estar muerta que seguir soportando aquel infierno.
   En algún momento de la noche fue como si mi mente se desconectase de mi cuerpo y dejé de sentir, era una muñeca de trapo en manos de todos aquellos hombres que jugaban conmigo un rato y me pasaban al siguiente.
   Sobreviví a aquella tortura, pero la noche siguiente no pude trabajar. No pude ni salir de la cama en la que mis compañeras me ayudaban a hacerme las curas de los desgarros que me había provocado la noche del bautizo, aunque nada me curaría las heridas internas.
   Cuando mi jefa vino a verme para comprobar si podía trabajar, le pregunté por el dinero que me había ganado la primera noche. “Niña, lo de anoche llega justito para cubrir los gastos de la semana que estuviste aquí de formación, durmiendo en una cama limpia, duchándote y comiendo caliente. A ver si te crees que todo eso es gratis. Y ponte las pilas para incorporarte al trabajo que, aunque no tengas clientes, hay que pagar la cama y la comida”. No tuve fuerzas para responderle.
   Mis compañeras tenían razón, la noche del bautizo fue tan espantosa que las noches que vinieron después parecieron sencillas, aunque cada una de ellas me iba arrancando las ganas de vivir. Pero no podía dejarlo, tenía que conseguir dinero para poder salir de allí.

COMENTARIOS:

– Desagradable pero lamentablemente muy verosímil
– Muy bien escrito pero es tan duro…
– No hay nada de divertido en la prostitución, un relato valiente
– Me permito comentar mi relato para decir que está basado en el testimonio de Sonia Sánchez que me impactó cuando lo escuché hace un par de años.