

Relato 3:
EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO
Todo el mundo lo decía, todos con la misma cantinela, viejos y jóvenes, parecía que se habían puesto de acuerdo: “¡Qué pena, qué lástima, así no vale la pena vivir!”
Las lágrimas y el desconsuelo de las visitas durante el día contrastaban con la indiferencia de las enfermeras por la noche. Entraban como elefante en cacharrería, como si no hubiera nade, comentando alegremente sus problemas laborales o conyugales como si estuvieran paseando por el parque comiendo pipas. Paqui, la que parecía más veterana y con muchas guardias ya en el cuerpo, cambiaba el suero como una autómata, casi sin mirar, mientras relataba sin el más mínimo pudor a su compañera, Maribel, la nueva, la disfunción eréctil de su marido.
Maribel soltó una risita mojigata, entre divertida y escandalizada, y se puso a mi lado:
—Míralo, ahí tan tranquilo, qué lástima… si es hasta guapo.
—Uy nena, no te encariñes con los pacientes que luego se pasa fatal. Y por este además ya puedes hacer poco, es un vegetal.
No sé qué fue lo que me dolió más, si la palabra en sí, vegetal, o la forma en la que lo dijo, así, tan insensible, como si lo que había en aquella cama no fuera un ser humano, como si fuera un mueble, ahí, arrinconado, listo para que se lo lleven y lo vendan en un mercadillo de segunda mano.
—Ay Paqui, cómo eres. Ya supongo que dentro de unos años yo hablaré como tú, pero a mí me da mucha lástima. Es tan joven… —dijo Maribel, poniéndome la mano en la frente, como una madre tomándole la temperatura a su retoño.
—¿Es…? “Era” querrás decir. Esto no es estar vivo chica. Yo no sé por qué se empeñan en mantenerlos enchufados, si saben que no van a volver… —comentaba aquella enfermera insolente, mientras sacaba del carrito un juego de sábanas limpias, y a quien yo escuchaba con una mezcla de rabia y de… admitámoslo, resignación, porque en el fondo no le faltaba razón.
—Jo, pero se han dado casos de personas que han despertado después de haber estado años en coma… —exclamó la joven Maribel, que me inspiraba cada vez más ternura.
—Eso son los médicos, que a veces diagnostican con el culo. Anda ayúdame que hay que cambiarle la ropa de cama. Sujétale la cabeza, que le cambio la almohada. Y quítale la sábana. Date prisa que la planta está llena de “verduritas” por cambiar. Mierda, me acabo de acordar de que no he sacado la menestra del congelador. Tendré que llamar al inútil de mi marido, que este no sabe ni hacerse una tortilla.
Aquella falta de consideración, de respeto, de decoro… de todo, me estaba empezando a exasperar, pero Maribel me quitaba la sábana con una maravillosa dulzura, como protegiéndome, como si el menor roce pudiera dañarme la piel; me acarició muy suavemente la mejilla con el dorso de su mano, y el cuello con la yema de sus dedos, mientras respondía al comentario de su compañera, sin dejar de mirarme:
—Mujer, no será para tanto, pobre hombre…
—Qué pobre ni qué pobre. Es más inútil que la primera rebanada del pan bimbo. Si por lo menos en la cama rindiera como dios manda… ¡A pan y agua me tiene!
—¡Ja ja ja, qué cosas dices! Si este muchacho te oyera… ¿Tú crees que nos oirá? ¿Se dará cuenta de algo? —dijo mi Maribel acariciando mi muslo, ya al descubierto.
—A saber. Venga vamos a probar: ¡¿Qué pasa tío macizo?! ¡Qué buenorro estás! ¡Anda que si no estuvieras como estás, te iba yo a dejar escapar, con el hambre atrasá que tengo…!
—¡Ja ja ja ja! ¡Pero qué bruta eres por Dios!
—Bruta dice. No me seas remilgada mujer! ¡Hala! ¡Toma esto! ¡Jajajajajajaja!
—¡¡Pero…!! ¡Que le ha cogido todo el paquete la tía!! ¡Jajajajajajajajaja! ¡Estás locaaaaaaa!
—¡Oye, y bien hermoso que lo tiene! ¡¡¡Jajajajajaja!!! Anda vuelve a taparlo que se nos hace tarde. ¡Jijijiji! Ay Señor, si no fuera por estos raticos…
—Paqui…
—Qué…
—¿Tú no decías que estaba vegetal…?
—¿Por qué lo di…? ¡¡Ay mi madre!!
—¡Y tan vegetal, mira qué berenjena…!
—¡¡¡Doctoooooor, doctooooor!!! ¡El paciente de la 115! ¡¡¡El paciente de la 115!!!
COMENTARIOS:
– Jajajajaja! Mi más sincera enhorabuena!
– No todo es lo que parece.
– El contenido no me ha gustado
– Si es que no somos de piedra hombre!

Relato 1:
VIC VEGA
Todo el mundo lo decía. Es más, en el pueblo no se hablaba de otra cosa.
Entré en el bar de Anselmo, como casi todas las mañanas. La televisión no estaba encendida y reinaba un silencio sepulcral. Anselmo, detrás de la barra, me sirvió el habitual con un chorrito de licorca y me enfrasqué en la lectura del diario.
Poco duró esa tranquilidad, pues Luis entró con la carretilla para descargar las bebidas.
—¡Parece que la Catuxa se muda esta noche al barrio de los callados! —anunció.
No levanté la vista del diario, pero noté que Anselmo le hacía un gesto para que cerrara el pico.
—¿Cómo, que deja al Anxo? —preguntó Sabela saliendo de entre la cortina de puerta de la cocina.
Levanté la cabeza lo justo para que nuestras miradas coincidieran y la pobre mujer se quedó petrificada, como si en vez de con mis ojos se hubiera topado con los de Medusa. Anselmo, por otro lado, no sabía dónde meterse, así que se puso a sacar brillo a los vasos de Duralex mientras que Luis seguía a lo suyo, llenando la entrada de cajas y cajas de refrescos.
—¿No te has enterado, mujer? Lo que digo es que va a estirar la pata, pijama de madera… —aclaró Luis.
—Shhhhhh —espetó Sabela.
—A sentarse con D… —Luis enmudeció al levantar la vista y descubrir mi espalda en el lugar que Sabela señalaba. Recogí el periódico y me levanté sin decir nada.
—Anxo, a este te invito —dijo Anselmo con un hilillo de voz.
Le agradecí con la cabeza, como un japonés.
—Anxo, perdona, yo no sabía… —tartamudeó Sabela. —¿Quieres llevarte algo de comida? Espera.
Esperé y la Sabela me sacó todas las sobras que tenía del día anterior y medio puchero de la comida de hoy. Volví a agradecer con la cabeza, pero sin decir nada. Luis me regaló una gaseosa.
Mi siguiente parada era el mercado. Aquí el hilo musical era el murmurar de las señoras comentando el gravísimo estado de mi Catuxa.
—Verás tú que esta noche la viene a buscar la Santa Compaña —decía nuestra vecina, Amalia.
—No digas eso, no vaia ser o demo —respondía su hermana.
—Xurotélo. Olí la cera anoche, te digo que esta noche sale con los pies por delante —agregó Amalia.
—Amalia venga, dime qué te pongo, que no doy terminado el día contigo —apremió Carme, la tendera.
Ni siquiera se habían dado cuenta de que estaba detrás, así que carraspeé un poco para hacerme notar.
—Bruxa —musité.
Las hermanas se giraron, y aunque yo andaba cabizbajo, noté que el rubor de las mejillas se les bajaba a los pies, dejándoles la cara completamente blanca.
—Anxo, lo siento. ¿Te enfadaste? —dijo Amalia.
No dije nada.
—¿Llevas prisa? Querrás estar con la Catuxa antes de su descanso eterno… ¿Quieres pasar delante? —preguntó su hermana.
De nuevo no dije nada, simplemente pasé delante.
La Carme también andaba blanca, aunque ella no había dicho nada. La compra me costó la mitad.
Hice unas cuantas paradas más antes de llegar a casa y no fallaba. Cada vez que les pillaba hablando de la fatal situación de mi Catuxa, yo no decía nada, así asumían lo peor. Cuando descubrían mi presencia, tras haber soltado las mayores burradas, nos les quedaba otra que compadecerse de mí con regalos.
Llegué a casa con las manos llenas. Me encontré a Catuxa haciendo gimnasia en medio del salón. Hace unos días había rescatado un VHS de nuestra hija, de esos que hizo Jane Fonda para que las chicas hicieran aerobic en casa, porque se aburría en “su lecho de muerte”.
—¿Qué trajiste Anxo? —me respondió, casi sin aliento.
—¡De todo! —contesté volcando el botín sobre la mesa.
—Estaré unos días más agonizando, que me oiga la Amalia, y luego ya decimos que me he recuperado… ¡Como si fuera un milagro navideño! ¡Verás que festín! —dijo Catuxa dando saltitos.
Asentí y la abracé sabiendo que el año que viene me tocaría a mí hacerme el moribundo.
COMENTARIOS:
– Dimes y diretes.
– ¡ingenioso!
– ¡Qué «morriño»! 🙂

Relato 2:
WILSON
Todo el mundo lo decía: «estoy cansado de To Be Continued«. Y algunas se lo dejaron por el camino.
Lo siento, pero… yo no quiero ser tránsfuga. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todas si fuera posible. Roedores o anfibios. Ratas o ratones. Tenemos que ayudarnos las unas a las otras; las ratas somos así. Queremos hacer felices a las demás ratas, no hacernos desgraciadas. No queremos odiar ni despreciar a nadie, solo a los vencedores. En este mundo hay sitio para todas y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los roedores. El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado los bolis, ha levantado comentarios de odio, nos ha empujado hacia los unos y los doses como puntuaciones a relatos ajenos.
Hemos progresado muy deprisa, pero hemos encarcelado a las otras. La inteligencia artificial, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicas. Nuestra inteligencia, duras y secas. Pensamos muy poco, sentimos demasiado. Más que máquinas necesitamos más queso. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin estas cualidades las puntuaciones serán violentas, se perderá todo. Los whatsapp y los emails nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de estos inventos exige bondad rateril, exige la hermandad universal que nos una a todas nosotras.
Ahora mismo, mi voz llega a millones de ratas en todo el mundo, millones de roedores desesperados, víctimas de un sistema que hace torturar a las ratas y dejar en el último sitio de la clasificación a roedores inocentes. A los que puedan leerme, les digo: no desesperéis. La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de ratas que temen seguir el instinto de sus corazones. El odio pasará y caerá el dictador, y el poder que se le quitó a nuestra comunidad se reintegrará a la colonia de ratas, y así, mientras las ratas existan, la libertad no perecerá.
Soldados: no os entreguéis a esa rata que en realidad os desprecia, os esclaviza, reglamenta vuestros horarios de sueño para que entreguéis a tiempo y os dice qué tenéis que enviar y cuándo es la fecha límite. Os barre el cerebro, os ceba, os trata como a ganado, como a escritoras penosas. No os entreguéis a este ratón inhumano, ratón máquina, con cerebro y corazón de máquina. Vosotras no sois ganado, no sois máquinas, sois ratas. Lleváis el amor de la Rateridad en vuestros corazones, no el odio. No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad. En el capítulo 17 de San Ratón se lee: “El Reino de raDios no está en una rata, ni en un grupo de ratas, sino en todas las ratas…”. Vosotras las ratas tenéis el poder. El poder de crear relatos, el poder de crear felicidad, el poder de hacer esta vida libre y hermosa y convertirla en una maravillosa aventura. En nombre del queso, utilicemos ese poder actuando todas unidas. Luchemos por un mundo nuevo, digno y noble que garantice a las ratas un pasatiempo, a la juventud un futuro y a la vejez seguridad. Pero bajo la promesa de esas cosas, el ratón dictador subió al poder. Pero mintió; nunca ha cumplido sus promesas ni nunca las cumplirá. Los dictadores son libres solo ellos, pero esclavizan a los roedores. Luchemos ahora para hacer realidad lo prometido. Todas a luchar para derribar fechas límite, para eliminar la ambición, el odio y los votos menores de cinco. Luchemos por el mundo del queso. Un mundo donde la ciencia, el progreso, nos conduzca a todas al queso. Soldados: ¡en nombre del queso, debemos unirnos todas!
COMENTARIOS:
– Buen discurso de Chaplin, pero no un relato.
– Demasiado ratonil.
– ¡Ratas al poder!
– Jo, qué discurso
– Jajajajaja! Rebelión a bordo!!


… la pobre mujer se quedó petrificada, como si en vez de con mis ojos se hubiera topado con los de Medusa…

… La codicia ha envenenado los bolis, ha levantado comentarios de odio, nos ha empujado hacia los unos y los doses como puntuaciones a relatos ajenos…

… La desdicha que padecemos no es más que la pasajera codicia y la amargura de ratas que temen seguir el instinto de sus corazones…

… Todas a luchar para derribar fechas límite, para eliminar la ambición, el odio y los votos menores de cinco..

… Yo escuchaba con una mezcla de rabia y de… admitámoslo, resignación, porque en el fondo no le faltaba razón…

… ¡Y tan vegetal, mira qué berenjena…!

… allí la única norma la pone la naturaleza. La libertad es su bandera, el amor libre…

… es como un aura de protección que nos envía el universo para que nos envuelva y no nos permita acceder a todo aquello que no nos va a aportar nada…

… su destino fue el destierro, pero no el olvido, la huida hacia adelante de una historia que no era suya, sino impuesta…

… todo ello urdió un tejido de fatalidad que sólo podía desencadenar el mayor de los horrores…
Relato 4:
SANDOKAN
Todo el mundo lo decía: “Ese chico será famoso”. Felipe creció escuchando esa frase. Se lo decía su abuela materna, que había pasado tardes enteras enseñándole canciones populares de postguerra, para que completara el repertorio navideño con el que el chico animaba las veladas familiares.
“Serás famoso”, le decía también su madre, María, que se había quemado las pestañas cosiendo disfraces, pegando botones y remendando todo tipo de prendas para su vecina, “la Mirla” (pianista y cantante de voz cristalina), a cambio de clases de canto para el chico, pues su vecina era la directora del coro del barrio en aquel entonces.
Sus esfuerzos por ese hijo único de padre desconocido se vieron recompensados cuando Felipe, a los 10 años, empezó a hacer sus primeros pinitos en la fama: ganador del concurso de canto de la escuela del barrio y luego campeón regional, título que le valió un artículo con foto en la sección cultural del periódico local, pues la Mirla tenía conexiones en todos los periódicos. María había recortado muy orgullosa esa foto y la había colgado a la vista de todo el que se sentase en la barra del bar donde trabajaba. No sospechaba entonces que aquel lugar resultaría siendo la mejor vitrina del mundo…
El chico siguió cantando en diferentes coros, hasta convertirse, a los 18 años, en el cantante de su primer grupo musical. Empezaron tocando a cambio de comida o cañas en bares o festivales de barrio, hasta que el dueño del bar donde trabajaba María los contrató para animar la celebración de los 20 años del local. Por supuesto, al lado de la primera foto en el bar quedó colgada la foto de ese primer concierto oficial, al que acudió todo el barrio.
Entre el público se hallaba un hombre cuarentón, aspirante a estrella de la música. Tras escuchar un par de canciones y averiguar quién las había escrito, decidió ofrecerle a nuestro cantante un pequeño curro: necesitaba una persona para pulir las toscas letras de sus propias canciones. Al cabo de un tiempo, muy contento con su nuevo asistente, el hombre le ofreció trabajo fijo, promoviéndole a compositor de arreglos. Decidió que Felipe era la pieza que le hacía falta para completar su paquete artístico, y no se equivocó. El chico tenía talento y aprendía a gran velocidad.
Felipe fue asimilando uno por uno los pasos, desde la concepción hasta el lanzamiento de una canción, todas las etapas del camino al éxito musical en esta era del Internet. Cuando sintió que sabía lo suficiente, y habiendo ahorrado cuanto pudo de su salario para pagarse al fin algunas horillas de grabación en estudio, decidió lanzarse como solista, cantautor.
Para escribir se inspiró en diferentes culturas, la naturaleza, sus viajes, triunfos y desengaños amorosos. Llegó a crear un variado repertorio en español e inglés que, mes tras mes, fue colgando en la red, hasta lograr los ¡¡100 millones de seguidores!!, dato que lanzó a la fama a su antigua profesora, la Mirla, quien se autoproclamó “descubridora de talentos” en Youtube, y felicitó a Felipe, agradeciéndole “personalmente” por Twitter el haberle dado la oportunidad de contribuir personalmente a su éxito, con bombos y platillos: “Siempre supe que Felipe sería famoso”. La foto de la espléndida sonrisa de Felipe en primera página de “El País” remplazó los viejos recortes y ahora lucía enmarcada en el lugar más visible de todo el bar.
Allí mismo la había notado el extranjero que se había presentado aquella mañana en el estudio de grabación, balbuceando no sé qué historias de ADN y paternidad. Felipe aún no lograba asimilar del todo las implicaciones de tal aparición, de lo que le pedía aquel tío: ¿un mechón de pelo para convertirse en el heredero universal de Míster McDonald? Americano, oveja negra de tan célebre y rica familia, se había pasado la vida recorriendo el mundo cual marinero, dejando un hijo en cada puerto. Barcelona no había sido la excepción. Ahora, solterón, enfermo terminal, había decidido volver sobre sus pasos en búsqueda de un posible heredero… ¡Y lo había encontrado! Los había reunido el destino y … ¡cómo se le parecía! Era el vivo retrato de su padre, todo el mundo lo decía.
COMENTARIOS:
Relato 5:
MILDRED HAYES
Todo el mundo lo decía, había que ponerse bastante crema protectora para ir a la playa, sobre todo a esas horas, y sobre todo nosotros, que veníamos de los países del norte, blancos no, transparentes, pero con unas ganas de sol que nos inundaba el alma. Llevábamos en Noruega unos 10 meses, y todo eran cosas positivas, teníamos una buena casa y una terraza grande, muy grande, a la que nunca podíamos salir, pero bueno, ahí estaba, y los paisajes eran estremecedores. Solo debíamos optimizar la concentración, cualquier despiste podía tener consecuencias terribles; no quiero ni imaginar qué podía pasar si se me olvidaba un guante para ir al supermercado; congelación inmediata. Igualito que en Málaga, que acabo de ponerme las chanclas, me he echado a la calle con 10 euros en el bolsillo, y lo peor que me puede pasar es que vuelva sin los 10 euros, y algo quemada por el sol.
Claro, la mente se acostumbra a improvisar, tenemos la mentalidad mediterránea, siempre se ha hablado mucho de ella. Los que somos del sur, es como si pudiéramos vivir con poco; es que aquí se puede vivir con poco, poca ropa, pocas previsiones, poca mentalidad de futuro. Somos como cigarras, y las hormigas están más al norte, donde no se puede sobrevivir sin un buen chaquetón, sin una buena casa, sin hacer provisión de víveres, sin tener planeado algo. Todo el mundo lo decía, hay que tener un plan.
Sin embargo en Ålesund, en el hospital, me acostumbré a sus famosas libertades, a respetar la voluntad de cada uno, las voluntades son sagradas.
—Jan, no puede comer azúcar.
—Vale, pero yo quiero azúcar.
—Ah bueno, entonces si lo decide usted, así será.
Y ahí andábamos, dándoles pasteles de chocolate a los pacientes diabéticos, y claro, eso también fue un choque. Las normas en España son múltiples y muy diversas, y somos tan obedientes… Pero allí la única norma la pone la naturaleza. La libertad es su bandera, el amor libre, que no es lo que yo entendía por amor libre; es más bien basar el amor en la libertad, sin necesitarse. Si no aguantas a tus padres, te vas a vivir solo. Cada vez menos gente vive en pareja, no hace falta aguantar la convivencia diaria para quererse. También puedes elegir tener hijos, sin tener un modelo familiar al uso, incluso puedes hacerlo tú sola, hay opciones. Bendito petróleo noruego, les ha dado la libertad. Qué calor. No sé cuándo van a venir el Manu y los demás. Mira que son pesados; les sale el sarpullido cada vez que se intenta concretar una hora. Su frase favorita es “ya veremos, lo que vaya surgiendo”.
Todo el mundo lo decía, el sur es un paraíso, solo hace falta protegerse del sol.
COMENTARIOS:
– Lo siento, no me ha gustado mucho 🙁
– Yo me sé de otro que le sale un sarpullido para decir la hora también.
– Hay que venir al Sur.
– Me pregunto si estará basado en una historia real…
Relato 6:
ODA MAE BROWN
Todo el mundo lo decía, y sin embargo no llegó a sus oídos. Igual que en “Crónica de una muerte anunciada”, corría el chisme por todos los corrillos del pueblo e increíblemente nunca llegó a enterarse.
A veces las cosas son así, y más vale que así sigan siendo. Es como un aura de protección que nos envía el universo para que nos envuelva y no nos permita acceder a todo aquello que no nos va a aportar nada, y sin embargo nos pueda destrozar. Existe el dilema social entre vivir en la verdad o vivir en una ciega felicidad. Siempre encuentras algún alma caritativa que, abanderando “la verdad”, llega a destrozarte y sacarte de tu pequeña burbuja de inocente felicidad. ¿Y cuál realmente es el valor absoluto que busca el ser humano en su vida? ¿La verdad o la felicidad? ¿Es posible ser feliz viviendo envuelto en mentiras? ¿Tiene menos valor esa sensación de felicidad si está sustentada en lo falso? ¿La verdad nos hará felices? ¿Es cierto que “la verdad nos hará libres”? Todas esas cuestiones se estaban planteando en la clase de ética esa tarde, donde los alumnos no sólo estaban especialmente atentos, sino muy conmovidos.
Todo pasó muy rápido, como un huracán. Nadie pensaba que, después de semanas con el rumor circulando a una velocidad en progresión exponencial, aquello que sirvió de puro entretenimiento y chanza podría terminar de una manera tan trágica. Nunca sabemos cuándo va a girar el viento.
Nadie esperaba que él volviera, pero a pesar de los años transcurridos, nada más bajarse del tren le reconocieron. Andaba despacio, intentando reconocer con la mirada cada rincón, cada lugar guardado en el fondo de su memoria, trayendo al presente cada historia vivida. Cargaba una maleta, vieja, tan vieja como sus recuerdos, tan vieja como su vida. Empezaron a circular historias de otro tiempo, de otro mundo lejano, pero aún fresco para aquellos que tienen la venganza pendiente, el rencor sin enterrar.
Empezaron a circular las historias presentes, las especulaciones, todos ávidos de aventura, todos ávidos de noticias que les sacaran de su intrínseco aburrimiento. Unos decían que había estado en la cárcel, otros que se fue a La Habana a probar fortuna, otros que se embarcó en un barco mercante. Lo cierto es que, de una manera u otra, su destino fue el destierro, pero no el olvido, la huida hacia adelante de una historia que no era suya, sino impuesta. Quizás habría acabado en el mismo punto, en el mismo rincón sombrío de su tristeza, porque su rostro, su mirada, eran su tristeza, esa que arrastraba como una sombra y que marcaba su día a día, su luto, la sangre que corría por sus venas, esa manera ahogada de respirar, esa desazón sin causa que a veces marca nuestra rutina, que se nos pega a la piel y nos acompaña paso a paso. Pero él sí tenía causa, una causa lejana que nunca dejó de acompañarle. Nadie, en realidad, sabía de dónde venía, ni al lugar exacto al que se dirigían sus pasos. Para algunos era motivo de chanza; para otros más jóvenes, de indiferencia; pero para aquellos que habían vivido una vida de carga, de culpa, fue el despertar del miedo, ese miedo atroz que te cubre y apenas te deja respirar. Mucho tiempo había pasado desde entonces. Nadie contaba con su regreso. Los nervios y la ansiedad se unieron a la angustia de la incertidumbre y todo ello urdió un tejido de fatalidad que sólo podía desencadenar el mayor de los horrores.
Habían pasado ya algunas semanas, todo el mundo por fin se estaba relajando, su vuelta había perdido interés. Pero no, para algunos que sintieron crecer la opresión en su pecho, las horas, los días, las semanas de ese verano tórrido donde parecía que se iban a secar hasta las entrañas, aquella sed sólo podía cobrar fuerza, y en esa hora, donde el sol brillaba con más fuerza, fueron a su encuentro.
Sólo un rumor fue suficiente para cargar los ánimos, para reavivar la violencia, el despecho y ese afán de venganza tantos años acumulado.
De nuevo, ella, en su inocencia, ajena a la verdad, como hace 30 años, bailó sola.
COMENTARIOS:
– Seguro que no se había enterado de nada?
– No sé muy bien qué cuenta, pero es bonito