RELATO 9: TINTÍN

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad, un día más. Era la cuarta visita. Los espantosos 53 grados del primer día habían dado paso a tres días seguidos de lluvias que iban más allá de lo que podemos llamar torrencial. El cielo era de un gris tan oscuro que apenas se distinguía el día de la noche. Era como una bóveda terrorífica en constante movimiento, en la que las nubes parecían seres animados, entremezclándose y superponiéndose unas con otras, como un nido de serpientes fantasmagóricas, como queriendo compartir su energía para enviar más y más de aquella espesa cortina húmeda sobre una ciudad obligada a permanecer iluminada las veinticuatro horas, inmersa en una negrura  estremecedora.

      En un ambiente como aquel lo normal hubiera sido no ver a nadie por las calles, que todo el mundo se refugiara asustado en sus casas, esperando la clemencia de los cielos, o, simplemente, el final definitivo de todo. Pero la gente parecía continuar con sus vidas con cierta normalidad. Los vehículos circulaban, o más bien se amontonaban, por aquellos ríos urbanos, cubiertos por el agua hasta la mitad, y avanzaban como podían, sin que nadie pareciera inmutarse, sin un solo claxon. Lo mismo hacían los tranvías, cuyas catenarias no dejaban de emitir chispazos como relámpagos que explotaban de un modo casi pirotécnico y que al instante desparecían en la cortina de agua. El metro elevado se desplazaba a ritmo de funicular turístico, tal era la cantidad de gente atestada que transportaban sus vagones.

       Por las aceras andaban a paso ligero hordas de transeúntes, a quienes el estrépito de algunos truenos no parecía amedrantar, ataviados de la cabeza a los pies con extraños impermeables que brillaban a la luz de las farolas LED y de las numerosísimas luces de neón de escaparates, casas de juegos y prostíbulos, y de los omnipresentes anuncios publicitarios. A pesar de aquella tromba que caía, nadie llevaba paraguas, sin duda porque llevarlos hubiera convertido cualquier avenida en una feria de coches de choque, que imposibilitaría cualquier intento de desplazamiento. De hecho, los pocos que se veían navegaban abiertos y del revés arrastrados por la corriente de la calzada, hasta acabar aplastados por algún autobús o atascando algún desagüe.

       Pero lo más sobrecogedor no era aquella imagen apocalíptica de la vida. Ni siquiera las hordas de ratas que emergían despavoridas de las bocas de metro huyendo de un ahogamiento seguro. Ni la cantidad de individuos tumbados y cubiertos por trapos, mantas, cartones…, quién sabe si vivos o muertos, en portales, umbrales o en cualquier recoveco mínimamente resguardado por una techo, por una cornisa. No, lo aterrador era la indiferencia con que la gente pasaba ante ellos, limitándose a esquivarlos como simples piedras en el camino.

      Y de repente vi a aquella niña. Agachada, descalza, semidesnuda, tiritando, impasible en medio de la lluvia, con el pelo empapado y pegado a la cara, a un rostro escuálido del que solo se distinguían unos ojos grandes y azules, glaciales. A nadie parecía llamar la atención una imagen tan desgarradora como aquella. No solo nadie se detuvo, sino que incluso parecían sortearla con cierto desgradado, como una molestia, como un excursionista que rodea una roca o un matorral. La mirada de aquella niña se me clavó como una estaca, sabía que a pesar de que aquellos témpanos azules parecían inertes, perdidos en el vacío, yo percibí un atisbo de súplica, de desesperación.

      Pero entonces recordé las instrucciones: “No toques absolutamente nada, no intervengas en nada. Cualquier acto, por mínimo que sea, incluso tu aliento, puede cambiar el curso de las cosas, y las consecuencias serán impredecibles. Incluso tu vuelta se verá comprometida”.

      La miré. Quise hacerle entender que me apiadaba de ella, cosa que ya de por sí suponía mucho más de lo que iba a recibir en su mundo, pero que no podía hacer nada. Contacté con la central y pedí volver inmediatamente.

      Aquella fue mi última misión. No quise volver a participar en aquel programa. Si aquel era el mundo que nos encontraríamos, no quería saber nada de él.

      Nunca pude olvidar a aquella niña.

COMENTARIOS:

 

– ¿Son realmente eficaces los voluntariados?
– Quizá el relato se trate de la descripción de un Reality Show perverso no?
– Siempre esperamos un futuro mejor
– Descripción eficaz, idea original.
– Qué maravilla! Desgarrador pero maravillosamente contado

RELATO 10: LUKY LUKE

 

La lluvia caída sin piedad sobre la ciudad, y yo como siempre me había equivocado de indumentaria. Sandalias veraniegas, una camisetita, un pantalón ligero y nada en la cabeza, quiero decir nada para protegerla de la lluvia, que cosas en la cabeza sí que tenía, no paraba de darle vueltas a un asuntillo que me tenía bastante ocupada.

      Seguía lloviendo y terminé empapándome del todo. Cerca vivía mi amiga Esther y decidí ir a cogerle algo de ropa, teníamos más o menos la misma talla. Me abrió su novio Juan Carlos, alias el calladito, pobre chico, ni una palabra salía de su boca, solo te miraba fijamente y ya está.

      Le pregunté: —¿Está Ester?

      Me contestó que seguía en la facultad, que todavía no había llegado, le expliqué la situación, le señalé mi ropa mojada, mis zapatos chorreando, y la intención que tenía de pedirle algo prestado a Esther.

      Como no se movía de la puerta y no hacía ningún gesto que me pudiera dar pistas para interpretar lo que pensaba, lo aparté suavemente y me dirigí al cuarto de Esther.

      Algo había pasado: o Esther había adelgazado o yo había engordado, pero su ropa me quedaba bastante apretadita. Elegí unos pantalones vaqueros apretaditos, una camiseta también apretadita y unas botas que no me venían mal. También pillé un paraguas. Esta vez vi que Juan Carlos no tenía ni la más mínima intención de acompañarme a la puerta, ni de decirme adiós. Así que de lejos le dije: —Oye que ya me voy. Ya me pasaré a devolver la ropa, ¿vale?

      Él apenas hizo algo parecido a un gruñido. Ya en la calle con mi nueva ropa seca, seguí mi camino. Empezaba a tener algo de hambre y entré en una cafetería. Varias personas se giraron a mirarme; quiero decir varios chicos. Digo yo que sería por lo embutida que iba. Uno de ellos se acercó a mi mesa y entabló una conversación medianamente aceptable. Era guapo y tenía unos dientes espectaculares. Me propuso dar un paseo, y yo acepté, más que nada porque la idea de pasear medio enamorada bajo la lluvia siempre había sido uno de mis sueños, y quién sabe si el amor podía venir de la mano de una camiseta ajustada.

      La tarde transcurría lenta, sin prisa, aclarándose poco a poco como un jersey de angora lavado con Norit, y se quedó despejada y limpia. No sé si fue el olor a tierra mojada y el ambiente fresco lo que me llenó de optimismo y me abrió a ese extraño. Terminé contándole eso que me ocupaba la cabeza. Pensaba irme a Camerún de cooperante. Ya había empezado a ponerme las vacunas. Quedaban pocas semanas para marcharme, todavía podía cambiar de opinión, pero estaba bastante decidida, el proyecto me entusiasmaba mucho, iba a estar ayudando en escuelas con niños, y bueno, a la vuelta, quizá podíamos hablar y a lo mejor yo podía empezar a escribirle, para contarle, no hay nada más chulo que conocerse en la distancia, y no hay nada que me guste más que contarle mis cosas a un verdadero desconocido. Pensé que él no iba a entrar al trapo, que simplemente me iba a considerar una ingenua más. Pero no, resultó que a él también le gustaba escribir, y resultó que a él también le atraían los extraños. Así que bueno, Esther, no sé si adelgazaste o yo engordé. No sé si la lluvia salió esa tarde para mí, no sé si me mojé a conciencia. Pero aquí estoy en Camerún, enseñando a escribir y escribiéndole.

COMENTARIOS:

 

– Nunca desaprovechar el momento, tal vez perdamos algo importante.
– Bien escrito, fluido, divertido.
– Muy muy bien!

RELATO 11: KRAZY KAT

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad. Manuela miraba angustiada al cielo. «Deja de llover, por favor. Deja de llover». Refugiada bajo el soportal, los pies calados, se aferraba al bulto que intentaba proteger entre sus ropas. Iba a perder el coche de línea, pero no podía permitir que su preciado paquete se mojara.

      «Mariquita Pérez desea a todas las niñas de España un felicísimo Año Nuevo y estar con ellas el día de Reyes.»

       Nunca había tenido una muñeca. Tantas hermanas, una familia humilde y pocas habichuelas en la cazuela. Y después la guerra, el huir con lo puesto, la destrucción y la pérdida. Nunca habla de esos años. En realidad, nunca habla de sí misma porque nadie la escucha. Su hija es pequeña, y Paco… Paco diría que eso son minucias, no como lo suyo, que eso sí que fue sufrir.

      «Desde que dejan la cuna hasta que son mujeres, las niñas del mundo entero piden… Mariquita Pérez.»

      Cinco años. Perra chica a perra chica. Privándose de esto y de aquello, sisando una vuelta de aquí, otra de allí. Cinco años escondiendo, con ilusión y determinación, ese pequeño tesoro. Recontando una y mil veces hasta conseguir las 110 pesetas —¡una fortuna!— para la muñeca.

      «Mariquita Pérez dice… ¡escuchad: algo fantástico! Sigo siendo la mejor y voy siempre hecha un primor.»

      Por fin la lluvia daba un respiro y Manuela apresuró el paso hasta la terminal de coches de línea. ¿Qué hora sería? Calmaba su preocupación imaginándose la cara de ilusión de su pequeña Lolilla al abrir el paquete. Porque su hija sí tendría una muñeca. Resoplaba. Le escocían los pies, ampollados del roce del paso ligero con el esparto empapado. Pero no podía parar. Debía estar en casa antes de que él llegara.

      «Ningún hogar infantil está realmente feliz sin la presencia de Mariquita Pérez.»

      Vio de lejos marcharse el coche de línea. Una hora de plantón, pasando frío, hasta el siguiente. Llegaría a casa muy justa. Paco no suele volver hasta la cena, ¿pero y si hoy volvía antes? Tiritando, se enfocó en su paquete, en su niña, en ese pedazo de amor materno hecho muñeca.

      «Un sueño… La muñeca de moda… Mariquita Pérez.»

      Hora y tres cuartos más tarde, Manuela entraba, exhausta, aterida y feliz, por la puerta de su pequeño piso del extrarradio madrileño. Un sonoro bofetón de Paco la hizo caer al suelo.

      «Mariquita Pérez. De venta en los mejores establecimientos.»

 

COMENTARIOS:

 

– Buen resumen de la vida de muchas mujeres de los 40
– Que historia tan triste
– Buen final, por lo sorprendente e impactante.
– Magnífico. El mejor de la jornada!

 

RELATO 1 – LADY X

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad a las once y media de la noche. Me sentía un poco pesada, porque no tenía que haber comido tanta mayonesa con las patatas fritas y un desplazamiento en bicicleta de siete kilómetros era inevitable para volver a casa. Tenía que atravesar un bosque en el que, afortunadamente, había vías para ciclistas y viandantes, pero esto no impidió que las sombras escondidas en las profundidades oscuras del follaje, y quién sabe si en los mismos cielos, se expresaran, como voy seguidamente a relatar.

      Mi bicicleta comenzó a vibrar, no entendía por qué, ya que aunque con dificultad por el agua que empapaba mi cara, podía ver que el camino no era apenas  pedregoso. Con la lluvia a raudales me dispuse a verificar las ruedas, sentía los músculos de mis piernas en tensión. Me bajé de la bicicleta, encendí la linterna de mi teléfono móvil que chorreaba y, cuando estaba en cuclillas, de repente  sentí un fuerte golpe seco sobre la parte alta de mi espalda. Algo pesado había caído sobre mí. Enseguida me di la vuelta, con la respiración entrecortada y el corazón acelerado. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué era aquello? No podía ver con claridad. Por sus movimientos, vi que había algo con vida envuelto en una tela negra. En ese momento, cuando no podía distinguir de qué se trataba y sin osar tocarlo, el bosque, desde lo más profundo de sus entrañas, comenzó a gemir. Los árboles agitaban bruscamente sus ramas haciendo crujir la madera como si se quebrara y escuchaba voces en llanto que venían de algún lugar muy muy profundo y oscuro. La lluvia se volvía aún más intensa. El ser viviente caído de algún lugar también comenzó a llorar. Su llanto se asemejaba al de un bebé. Sentí que me bloqueaba y ya casi no podía respirar. No tenía el valor de tocarlo. Estaba paralizada por el miedo. Me monté en mi bicicleta y pedaleé y pedaleé sin saber a dónde me estaba dirigiendo. Me dije que en algún momento llegaría a alguna carretera asfaltada con coches.

      El café me estaba sabiendo más rico que nunca esa mañana. Al levantarme había limpiado los restos de patatas fritas en el wc, fruto de mi vómito liberador de la noche anterior. Había descansado bien y me había instalado en una vieja mesa de madera del jardín, de esas que se tambalean fácilmente. El sol suave calentaba mi sangre y la tierra, que después de tres días de una canícula que fulminaba todo lo que se ponía en su camino y habiendo recibido una buena y merecida dosis de agua durante toda la noche, rezumaba el olor de su propio regocijo. En cambio mi mente estaba agitada. Mordiéndome las uñas solo pensaba en la criatura que cayó sobre mí en el bosque la noche anterior y que presa del pánico dejé allí tirada. De pronto, con sorprendente claridad comencé a acordarme de algo que había soñado. En mi sueño aparecía una anciana vestida de negro, con la cabeza cubierta por un pañuelo y sin rostro. Me susurraba al oído que los ángeles nunca mueren.

 

COMENTARIOS:

 

– Me desagrada profundamente la mayonesa, pero eso no ha influido en la nota. Me ha gustado, pero he sentido que el final llegaba demasiado rápido. Estaba metídisima en el relato y de pronto me he llevado un hachazo como los que me da Stephen King. Creo que ese paquetito viviente era un bebé que le había caido a la cigueña (Yo me lo hubiera llevado)
– Precioso relato.
– Inquietante, el final no lo entiendo
– Interesante, original y bien escrito. Algún que otro galiscismo sobra, como el uso de los posesivos

 

perlitas

… Sacad a vuestros fantasmas del pasado a pasear, vaciad la mochila de emociones que lleváis en la espalda…

perlitas

… Sin ruta y sin norte se había ido, songo sorongo, por entre la vereda empedrada, tratando de pisar las piedras más finas para no lastimar más su ego…

perlitas

… Se pescó del pescuezo y en moción vertical haló y se dijo a sí mismo: “levántate mí mismo, tú puedes”…

perlitas

… Pasé a su despacho dejando una marca de humedad con la forma de mi culo en el sillón de la recepción…

perlitas

… La mano en la espalda con el dedo meñique casi rozando mis nalgas…

perlitas

… Recuerdo sentirme un poco como esas personas que se tapan los ojos durante una película de terror, pero siguen mirando entre los huecos de los dedos…

perlitas

… No poder evitar el magnetismo visual de escenarios grotescos de los que no podemos apartar la mirada…

perlitas

… Las gotas caían sobre mi nuca como cuchillos, pero lejos de sentir dolor era como recibir un masaje…

perlitas

… Ahora estaba sintiendo en el cuerpo los latigazos del remordimiento, al ritmo cabreado del viento…

perlitas

… Vi mi rostro demacrado reflejado en el cristal…

perlitas

… Mi reflejo es el vivo retrato de un alma en pena, pero a lo moderno, tipo imagen borrosa de vídeo en pausa…

perlitas

… El cielo era de un gris tan oscuro que apenas se distinguía el día de la noche…

perlitas

… Las nubes parecían seres animados, entremezclándose y superponiéndose unas con otras, como un nido de serpientes fantasmagóricas…

perlitas

… La idea de pasear medio enamorada bajo la lluvia siempre había sido uno de mis sueños, y quién sabe si el amor podía venir de la mano de una camiseta ajustada…

perlitas

… La tarde transcurría lenta, sin prisa, aclarándose poco a poco como un jersey de angora lavado con Norit…

perlitas

… Le escocían los pies, ampollados del roce del paso ligero con el esparto empapado…

perlitas

… Tiritando, se enfocó en su paquete, en su niña, en ese pedazo de amor materno hecho muñeca…

perlitas

… ¿Cómo iba a tener piedad? La lluvia cae y punto…

RELATO 3: L. LAWLIET

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad. Era una ciudad extraña, lúgubre, y confundida, entre otros, por los más grandes maestros del cómic. Y allí se encontraban todas, y todos. Sin saber muy bien por qué, personajes de lo más variopinto se juntaron en aquella especie de urbe apocalíptica llamada… Raticiudad. A estos personajes se les dieron unas reglas, un boli, y dos hojas de papel reciclado. ¿La misión? Escribir nada más y nada menos que 700 palabras cada dos semanas. Y, todo ello, para intentar ganar el premio más preciado: la fama mundial rateril.

      Y nadie hablaba, hasta que…

      —¡Por Tutatis! —gritó Panoramix, rompiendo el misterioso silencio que inundaba la sala.

      —¿Por who? ¿Quién is ce mec aquí? —preguntó Krazy Kat, haciendo gala de su argot.

      —Es interesante que tú lo preguntes, Krazy Kat… Creo que necesito más azúcar en este café —dijo L. Lawliet.

      —¡Holaaa! —saludó Mickey Mouse con su agudísima voz.

      —La hostia, ¿y este de dónde coño ha salido? —saltó Jeremías, puro en mano. Quiero decir, en ala.

      Pluma Amarilla simplemente se limitó a hacer el símbolo de la paz con los dos dedos en alto, pero después de unos segundos bajó la mano. Quiero decir, el ala.

      —Eres… eres como un pitufo, pero en amarillo, ¡te atraparé! —exclamó Gargamel.

      —¿Ven? Este es el palito de abollar ideologías —apuntó Mafalda, señalando el palo que llevaba Gargamel en la mano.

      —Genial, más trabajo, voy a acurrucarme aquí en el sofá… —comentó Sarah, de Sarah’s Scribbles.

      —Cálmese Sarah, hay cosas peores que estar sobria… —reaccionó Tintin.

      —A mí, mientras me den un avión, ya me encargaré de convertirme en vuestros mejores… “amigos” —dijo la interesante Lady X.

      —Enigmática tu definición de amigos, Lady X. ¿Alguien sabe qué está pasando aquí? —dudó el Profesor Cojonciano.

      —El hombre dispara más rápido que su propia sombra —contestó Lucky Luke mientras masticaba su ramita.

      —Desde luego no hay quien te entienda, Lucky Luke, ¿os lo explico con muñequitos? —preguntó irónicamente Olafo el vikingo.

      Total, que nadie sabía de qué iba esto, ni nadie nunca lo sabrá. Y es que la primera regla de To be continued es… que nadie hable de To be continued. Y así les va…

      Roedores, ¡bienvenidos a los septuagésimos juegos del hambre! Bueno, a los terceros, pero a este ritmo quién sabe. Dejémonos llevar por el pecado y la conciencia infrahumana que alberga en todos nosotros, alarguémonos sobre el sofá para escribir, pero nunca para votar. Y recordad, aquí no gana nadie, solo la cultura, o ni siquiera eso. Así que coged las plumas, haced gala de vuestras glorias, sacad a vuestros fantasmas del pasado a pasear, vaciad la mochila de emociones que lleváis en la espalda, ¡y a escribir! Y no me seáis vagos, hostia, que solo son dos relatos al mes.

      ¡Que gane la mejor! ¡O el mejor! O yo qué sé ya, dadme un tiro, por favor, que me quiero morir de tanto escribir. Pero por qué habré dicho que sí a esto otra vez…

COMENTARIOS:

 

– Pero JC, tramposo, esto es una introducción de TBC! jajaja
– Excelente!
– Me ha gustado lo de “sacad a vuestros fantasmas del pasado a pasear”
– Creatividad y lenguaje de nivel muy alto, aunque es más une escena que un relato.
– La frase está de excusa, no tiene nada que ver con el relato. Pero el final está bien

 

RELATO 2 – OLAFO

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad, mientras yo anhelaba mirarte a los ojos una vez más con mi alma turbulenta. Despedirte fue conciencia de un abismo donde caigo desde que te rompí el corazón. Abriste la puerta presta a mojarte, a que te cayera un rayo antes de mirar para atrás, antes de confundir las gotas fulminantes de la tormenta con mis lágrimas. No te importaba nada más que salir corriendo por calles inundadas, con un paraguas rosado y unas botas amarillas, por la ciudad desolada donde había dos perros y tú. Doblaste por la esquina donde solíamos comprar el pan, perdiéndote de mi vista para saber que no te pedí perdón.

 

COMENTARIOS:

 

– Muy poético, pero me falta.
– Que difícil es pedir perdon.
– ¿Es culpabilidad?
– Falta un poco de sustancia…
– Cortito pero intenso
– 9 porque no hay 700 palabras y también por lo mismo y no me sabe a poco. Me ha encantado

RELATO 4 – MICKEY MOUSE

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad.  Ya le habían advertido de que esta no tenía compasión con aquellos que la pretendían, pero que lloviera de esa manera justo recién llegado era un aviso celestial, y allí bajo el viejo puente, soñoliento y mal comido, aprovechó para tomarse una pequeña ducha bajo el chorro de agua que caía por entre las rendijas de la madera vieja. Hoy sería un buen día, su albergue venía con ducha incluida. “Estoy de suerte”, pensó, y mientras el agua corría por su cuerpo susurraba una de sus canciones preferidas: Oh Oh ojalá que llueva café en el campo, ojalá que llueva café, tan taran tan  oh oh oh oh ojalá que llueva café… 

      Sin ruta y sin norte se había ido, songo sorongo, por entre la vereda empedrada, tratando de pisar las piedras más finas para no lastimar más su ego; sus pies ya tenían callos.  Finalmente, después de un largo recorrido, de zigzagueo más que de caminar derecho por senderos desiertos, igual que su alma, corcoveó y cayó de bruces. ¡No puedo más! Exclamó. Pero nadie lo escuchó. Aquello de que en el camino se arregla la carga le pesaba más ahora. Sus palabras retumbaron dentro de su empolvada cabeza, exhaló fuerte, esperó un par de segundos, se enderezó, estiró su brazo bueno —el otro ya se lo había jodido hacia un mes después de cruzar el rio—, lo subió y lo tiró hacia atrás, se pescó del pescuezo y en moción vertical haló y se dijo a sí mismo: “levántate mí mismo, tú puedes”. Y como halado por dos hilos de marioneta se levantó. Miró hacia al frente, se persignó, rezó a su Dios unos segundos y se dijo: “pisa suave y da un paso, solo un paso”. Y así se convenció de que llegaría, un paso a la vez.

      Después de recorrer por días muchos senderos sucios, algunos mejor nivelados que otros, después de largos días de chupar solo sol, pues el agua escaseaba, desembocó en una calle donde había ruido de risas, gritos de ambulantes y de piedra crujiendo al ritmo de llantas gastadas. “Huele a habas quemadas”, pensó. Respiró y, como pudo, apuró el paso y vio una volqueta vieja voltear la esquina echando barro negro, o asfalto que llaman. Su corazón saltó de emoción. “¡Llegué! ¡Aquí me quedaré!”, pensó. Por lo menos ya podré caminar las calles más rápido. Sería cuestión de conseguir un pedazo de pan y un buen rincón callado en la avenida ya seca, recién pavimentada, y, por qué no, un par de alpargatas tampoco caerían mal. ¡Sí! ¡Ya lo tenía! ¡Lo había conseguido! “¡Llegué!”, se dijo triunfante.

      El tiempo era ahora la esencia. Los matices del triunfo se perfilaban por cada minuto que se acercaba al puente caído bajo el cual pasaría la noche. Allí donde planearía cómo iba a encontrarla, y se ilusionaba de solo pensar que pronto la vería, por lo menos de  lejos.

COMENTARIOS:

 

– La importancia de una ilusión para superar obstáculos.
– Parece que cuenta la búsqueda de alguien, pero no me queda claro
– La idea es muy buena, pero…solo los animales corcovean y… ¿el tiempo era LA ESENCIA??
– Es uno de los mejores de la jornada. Quizá a veces contado de forma un poco liosa

 

RELATO 5 – SARAH’S SCRIBBLES

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad. Y sobre mí.

      Había salido de casa con paraguas, pero una ráfaga de viento lo había dejado inservible. Lo más inteligente hubiese sido volver a casa, cambiarme y tomar un taxi para acudir a la entrevista. Pero si hacía eso llegaría tarde. No era una opción.

      Llevaba más de año y medio enviando mi currículum a todas las empresas de mi sector y solo me habían llamado de tres. En todas me habían descartado en la primera fase del proceso de selección por falta de experiencia. Era desesperanzador. Pero en esta empresa ya había hecho dos entrevistas. La primera con Recursos Humanos y la segunda con el jefe de departamento. Ahora me tocaba entrevistarme con la persona que sería mi responsable directa. La última entrevista y la definitiva. Quería causar buena impresión. Llegar con la ropa empapada y el pelo hecho un asco no era la mejor imagen que podía ofrecer de mí, pero creí que sería peor llegar tarde. Quizás llegar con esas pintas pero puntual fuese una pequeña muestra de mi implicación con el trabajo.

      Llegué con ampollas en los talones. Iba estrenando unos zapatos elegantes, pero incomodísimos para mis pobres pies acostumbrados a zapatillas de deporte. No me habría comprado aquellas máquinas de tortura si en la última entrevista no hubiese notado la mirada desaprobadora del personal al ver mi cómodo calzado. Pero después del chaparrón que me acababa de comer, mis elegantes zapatos nuevos estaban encharcados y habían perdido elegancia.

      Me invitaron a sentarme en un cómodo sillón mientras esperaba a quien iba a entrevistarme. Tardó 20 minutos en recibirme, y cuando lo hizo me miró de arriba a abajo deteniéndose con una sonrisa en la camisa empapada pegada a mi pecho, pero sin apreciar los dichosos zapatos. Maldita la hora.

      Pasé a su despacho dejando una marca de humedad con la forma de mi culo en el sillón de la recepción. Marca que no pasó desapercibida a aquellos ojos que me seguían de una manera que estaba empezando a desagradarme. Se pasó la entrevista con una sonrisa que, lejos de relajarme, hacía que me revolviese en la silla. Me abroché el botón del cuello de la camisa ante su insistente mirada hacia mi pecho. Se mordió el labio.

      Salí de su despacho con la necesidad imperiosa de darme una ducha. Me acompañó hasta la puerta con la mano apoyada en la parte baja de mi espalda. Se ofreció a pedirme un taxi. No quería que me hiciese ningún favor, pero quería llegar a casa cuanto antes para arrancarme aquella camisa que no pensaba volver a ponerme y limpiarme la sensación de suciedad que me había dejado el encuentro. Además, seguían cayendo chuzos de punta y tenía los pies hechos polvo. Acepté el taxi.

      En el trayecto a casa recibí un correo: “Buenas noticias, empiezas el lunes. Te llamarán de Recursos Humanos para darte los detalles del contrato”. Aquello era una orden. Dejaba claro el tipo de trato que me esperaba si aceptaba el puesto, aunque en el correo parecía que no me daba la opción de rechazarlo. Ni siquiera había esperado a que me lo notificase Recursos Humanos para empezar a darme órdenes. No pintaba bien. Si aceptaba el puesto estaría validando su comportamiento como aceptable. Las miradas, las sonrisas, las bromitas fuera de lugar sobre mi camisa mojada, la mano en la espalda con el dedo meñique casi rozando mis nalgas. Pero llevaba casi dos años buscando trabajo y aquella era la única oportunidad real que se me había presentado. ¿Tenía opción de elegir?  Quizás estaba exagerando y su comportamiento no tenía nada de inapropiado. Al fin y al cabo, solo eran miradas, sonrisas, bromas, una mano en la espalda. ¿Me estaría montando una película?

      Al llegar a casa me quité los zapatos en la entrada, dejando un charco sucio en el suelo. Encontré a mi madre preparando la comida en la cocina.

      —Alex, cariño, qué pronto has vuelto. ¿Cómo ha ido la entrevista?

      —Fatal. Empiezo el lunes. Voy a darme una ducha.

 

COMENTARIOS:

 

– A veces hay que arriesgar.
– Me gusta que la historia la protagonice un hombre, o no?
– Una realidad actual
– Relato claro, decripción minuciosa, y bastante divertido
– Muy bien escrito

 

RELATO 6: MAFALDA

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad desde hacía horas, formando charcos burbujeantes que indicaban que no escamparía pronto. El agua golpeaba con violencia los cristales de las ventanas amenazando con hacerlos añicos, pero, de alguna forma, esa noche ese sonido constante era reconfortante, casi conseguía enmascarar el ruido de las sirenas acercándose.

      Los cristales se habían empañado ligeramente como preparándose para enmarcar una fotografía mental que todavía no había tomado. Recuerdo sentirme un poco como esas personas que se tapan los ojos durante una película de terror, pero siguen mirando entre los huecos de los dedos. Teniendo la capacidad de cerrar los ojos, creo que el acto de tapárnoslos solo indica que queremos ver sin que nos vean, sin que nos juzguen por no poder evitar el magnetismo visual de escenarios grotescos de los que no podemos apartar la mirada.

      Escudriñé la fachada del edificio de enfrente hasta dar con una única ventana ligeramente iluminada. Distinguí a un hombre en la ventana, proyectando una larguísima sombra en la pared del fondo de su habitación. Tenía la cara pegada al cristal y miraba hacia abajo, por un momento debió sentir mis ojos clavándose en él. Levantó la vista y cuando su mirada se cruzó con la mía apagó la única lámpara que le iluminaba.

      No se apartó de la ventana, simplemente se ocultó. No quería que le vieran, pero quería seguir mirando. Entonces me di cuenta de que en el resto de ventanas había muchas más siluetas curiosas.

      Las sirenas se escuchaban mucho más cerca.

      Me arrodillé frente a la ventana, como en un reclinatorio imaginario, y junté las manos como si fuera a rezar, pero en ese momento solo me ponía cómoda. Estaba muy lejos de entablar una conversación con Dios.

      La lluvia lavaba el asfalto. Por la carretera descendía un reguero de agua teñido de rojo y marrón. Sangre y mierda que desaparecían por un desagüe incansable. Abrí la ventana, y la lluvia, bienvenida, entró enseguida en mi casa empapándolo todo. La calle olía a metal y ozono, pero nunca había olido mejor. Las ratas chillaban refugiadas entre escombros, pero nunca había habido tanta paz.

      Pronto el salón se tiñó de luces rojas y azules. Me asomé, porque sabía que si no me asomaba en ese momento ya no podría tener una vista cenital de la escena. Las gotas caían sobre mi nuca como cuchillos, pero lejos de sentir dolor era como recibir un masaje. Entonces noté que alguien tiraba de mí hacia dentro y no me resistí.

      —Me arrastrasteis hacia el coche, con las manos atadas a la espalda, e intentasteis bloquearme la vista para que no pudiera ver, pero vi.

      —¿Y qué viste?

      —Vi su sucia mano aferrada al bordillo. Luchando por no ser arrastrada calle abajo por la lluvia. Vi la forma de lo que quedaba de su patético cuerpo tapado con una sábana empapada… Habían puesto una ridícula sábana sobre esa montaña de basura y, ¿para qué? La gente quería ver.

       —Pero, ¿por qué lo hiciste?

       —Porque vosotros no hicisteis nada. 

COMENTARIOS:

 

– Entiendo que mato a alguien, pero me falta… Me falta bastante relato para entender mejor 🙁   Aun asi, muy bien escrito.
– ¿Quién es más culpable?
– Me ha gustado la reflexión sobre cerrar los ojos y taparse los ojos
– Triste 😢
– Muy buen comienzo, suspenso interesante. Sin embargo, el diálogo del final es un poco confuso.
– Está muy bien, pero no puedo darle más puntos porque no consigo saber de qué va 🤔

 

RELATO 7: PANORAMIX

 

La lluvia caía sin piedad sobre la cuidad. Sin piedad, ni compasión, castigaba con ráfagas violentas los costados del edificio, la calle, y hacía temblar la frágil escalera del gato… y de paso, a mí, absorto frente al ventanal de este segundo piso. Es fascinante cómo la naturaleza puede llegar a compenetrarse con la conciencia. Porque en este instante, era ese mi problema. Bueno, eso y el asco. Llevaba muchas noches sin dormir, y ahora estaba sintiendo en el cuerpo los latigazos del remordimiento, al ritmo cabreado del viento.

      Me sacó de mi semiensoñación un estrepitoso rayo. Vi mi rostro demacrado reflejado en el cristal. Los ojos hinchados, la mirada cansada, ojeras que nunca tuve, barba de no sé cuántos días… Mi reflejo es el vivo retrato de un alma en pena, pero a lo moderno, tipo imagen borrosa de vídeo en pausa. Un estado vegetativo intermedio, en el que careces de la fuerza física o la claridad mental suficientes para darle al play y activarte de nuevo. Es impresionante el poder de la depresión, que te quita las ganas de todo: comer, dormir, bañarte, salir, por supuesto trabajar, y hasta respirar. Aunque las ganas de vivir sí que las tengo aún. Algo muy profundo me mantiene aferrado al mundo, impidiendo que me apague del todo. Pensándolo bien, es quizás el sentido de la responsabilidad, como si mi subconsciente supiese que existe una criatura cuya vida depende de mí. Bueno, y mi consciente también, pues el desasosiego se había apoderado de mí tan pronto le eché fuera.

      ¡Pero es que no era para menos, coño! No todos los días sacas a tu pareja a empujones, dejándole con todas sus pertenencias en medio del vestíbulo del edificio —¡que se enteren de una vez todos los vecinos!—, quedándote tú con el gato que te mira asustado, como único compañero. Sí, descubrir de repente una infidelidad puede llevarte a protagonizar episodios bastante dramáticos, a lo Desperate Housewives, con su sana dosis de histeria y gritos, pero sin tanto maquillaje. Me había temblado de rabia la mandíbula, pero no le di el gusto de verme llorar. Le quité las llaves y regresé al 2F, bufando.

      Quizás me estaba pasando, pero entre la pena moral que me invadía, la falta de sueño y que ni sabía cuándo había comido por última vez… Supongo que no puedo pasar el resto de mis días encerrado y sucio. Algo me dice que necesito empezar por recrearme una rutina, para darle un nuevo ritmo al caos actual. Algo sencillo, como comer, pues como no he querido hablar con ningún amigo, solo las tripas me hablan, hambrientas, supongo. Además, eso resolvería probablemente mis dolores de cabeza. De pura debilidad, prácticamente me arrastro por la casa. A falta de energía y ánimo, me acuesto con el gato en el suelo cuando me busca. Por eso no logré soportar, encima de todo, el olor pestilente del arenero del gato que inundaba el ambiente, y a la calle fue a dar él también. No sé cuántos días llevo solo, perdí a noción del tiempo.

      Vale, mientras llueve, prepararé algo de comer. Tremendo esfuerzo, pero por algo hay que empezar. Y si me siento mejor, intentaré poner un poco de orden. Al sacar sus cosas lo revolví todo, cajones, armarios, cocina… Y claro, lo que no se fue, yace aún en cualquier lugar, esparcido por todo el apartamento. Sí, creo que me vendrá bien un poco de orden, y si reúno el suficiente ánimo gracias a las calorías ingeridas, puede ser que limpie también. ¡Buena falta que hace!

      Y si todo va bien, quizás hasta me duche y salga a buscarle. Pues analizándolo un poco —o mucho, pues desde que permanezco encerrado e inútil, no hago otra cosa— me hace mucha falta su compañía, y no fue su culpa, a decir verdad.

      Eso sí, si salgo, le advertiré a mi amigo Mario del 2B que, si el gato regresa en mi ausencia, lo guarde en su propia casa hasta que yo regrese, y sobre todo, que por ningún motivo se le ocurra abrirle a ella, pues si a él lo necesito perdidamente, ¡a ella no quiero volver a verla nunca más!

COMENTARIOS:

 

– Ya lo tengo claro.
– Me gustan las metas básicas, primero comer
– Los animales son mejores que muchos seres humanos 😻
– Bravo, de los mejores de la jornada

 

RELATO 8 – PROFESOR COJONCIANO

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad. Había estado lloviendo toda la noche y no tenía pinta de querer parar, así que todos los planes que tenía previsto hacer en mi primer día de vacaciones quedaban temporalmente aplazados. Después de darme una buena ducha y con el pelo aún goteando sobre los hombros, me senté en el ordenador y tecleé el nombre de Javier Martínez de Ayala, que había sido compañero mío en la facultad y ahora había escuchado que se barajaba su nombre para presidir el TSJ. “¡Menudo gilipollas!”, pensé mientras contemplaba un par de fotografías suyas en las que aparecía muy sonriente con El Emérito, con Isabel Díaz Ayuso y ¡hasta con Fernando Alonso!

      No sé cómo todavía me sorprendo con estas cosas. Si ya se veía venir en la facultad que este cretino llegaría lejos… Era esa clase de persona dotada de una memoria privilegiada pero también con escasos, por no decir ninguno, escrúpulos. No dudaba en hacer un chiste o chascarrillo cuando alguno de sus humildes compañeros de aula confundía un artículo del código penal o algún atribulado profesor se atascaba al pronunciar una palabra en latín. Y lo peor de todo es que me llegó a gustar cuando estábamos en tercero de carrera y, aún a sabiendas de que un tipo como él jamás se fijaría en alguien como yo, le permití que entrara en mis sueños durante un tiempo. ¡Y mira que nunca me saludaba cuando nos cruzábamos por los pasillos!

      Alguna vez me lo había encontrado por Madrid, en unos famosos grandes almacenes, acompañado de su rubísima mujer, sus cinco hijos y la nurse filipina. También habíamos coincidido en alguna cena del colegio de abogados y siempre me decía lo mismo: “¡Nati, estás igual! Ya me dirás como lo haces, hija, pero el tiempo no pasa por ti…”. Tampoco lo hacía por él, aunque las sesiones de rayos UVA y el implante capilar le ayudaban bastante a parecer más joven.

      La lluvia golpeaba insistentemente la ventana de mi dormitorio cuando el sonido del teléfono me sacó de mis pensamientos para devolverme a la triste realidad: Carmen Rodríguez creó el grupo “Amigos de Javier Martínez de Ayala”, ¡y eso ya sí que no! Llevaba 25 años permitiendo que ese capullo se saliera con la suya, pero esto ya era demasiado. Así que inmediatamente me di de baja en ese grupo, porque Javier y yo nunca habíamos sido amigos.

      Sí conservaba algunos amigos de aquella época a los que no me costó demasiado convencer para enviarle el regalo que se merecía el tal Javier. Digo que no me costó nada convencerlos, porque eran aquellos a los que llamaba cariñosamente “El Pancetas”, “La Casi guapa” y lindezas por el estilo. Así que esa misma noche entre risas y cervezas enterramos nuestros rencores, creamos un perfil de Instagram falso y le enviamos por mensajería a su despacho una caja enorme de la pastelería más cara de Madrid, “Maison Kaiser” o algo así. En su interior, no queráis saber lo que contenía. Solo os diré que olía muy mal y que la prensa lo definió como una broma muy escatológica y de mal gusto.

      Por nuestra parte, nada que añadir. El subidón y las risas nos duraron bastante tiempo. Hasta que al canalla este le hicieron presidente del TSJ.

COMENTARIOS:

 

– Gilipollas es con G y los rayos envejecen!
– Buen regalo para ponerlo en su lugar.
– Divertido, bien escrito, el mejor de la semana.
– Uno de los mejores. Suena un pelín a vivencia personal, no? 😁💩

RELATO 12 – JEREMÍAS

 

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad. Los alumnos llegaban alterados después de una carrera para evitar mojarse. Nosotros observábamos desde la ventana el tráfico denso, cómo los coches se agolpaban y obstruían todas las calles, provocando un infierno, como si las bocinas constantes pudieran solucionar algo. La gente, unos cubiertos con paraguas y otros resguardados bajo soportales, intentaban avanzar hacia sus destinos. Los niños, felices, como si de un juego nuevo se tratara.

      Hacía ya muchos meses que no caía ni una gota de lluvia en el lugar. Los campos estaban agostados, la cosecha era muy escasa y de frutos pequeños, los árboles mostraban un aspecto estresado, con esa falta de vitalidad de la deshidratación constante. Eso, aunque lejos de lo rural, repercutía en el ambiente urbano, además de las inevitables restricciones de agua. Después de meses de sol intenso, esa falta de humedad hacía que el aire fuera denso, pesado, la atmósfera tenía falta de energía. Y así con ese ánimo, que parecía que nos estaba secando hasta el carácter, íbamos arrastrando día tras día nuestra rutina.

      En esa tarde, ver llover era una verdadera fiesta, era la fiesta de la vida, pues sabíamos que por las consecuencias del cambio climático, ese que algunos se atreven a desmentir y despreciar, los períodos de larga sequía cada vez serían más frecuentes.

      Mientras, la tarde caía. El reciente cambio de hora era palpable, la luz iba perdiendo intensidad, las sombras iban imponiéndose, en un juego de claroscuros. Parecía ahí fuera que reinara un caos absoluto. Todo era desbordante en un día que, de por sí, había sido igualmente desbordante.

      Hacía ya un buen rato que había llegado al lugar. Al final mi cita de última hora se había cancelado y, dada la situación meteorológica, decidí llegar directamente. Fue un acierto, después de un día intenso llegaba la calma.

      Estaba completamente embelesado cuando nos llegó el sonido de la campana. Algunos ya esperaban en sus esterillas. El resto nos colocamos ocupando todo el espacio de la sala. La luz era cálida y tenue. Cesó la música. La lluvia había inundado toda la atmósfera de ozono, y con unas pequeñas pautas de respiración, el profesor nos fue guiando paso a paso por toda la secuencia de asanas. Cada uno concentrado en su respiración, en su postura, con la mirada dirigida hacia el interior, estirando los músculos, elongando las extremidades, presionando puntos estratégicos de nuestra propia anatomía, realizando torsiones, en una danza intimista de diálogo con tus propios límites y posibilidades.

      El tiempo se había interrumpido. Todo el trajín del día había quedado fuera, los atascos, las prisas, los desencuentros en el trabajo. Todo ello permanecía relegado en un profundo pozo. Ahora todo fluía en perfecta armonía.

      Terminada la sesión de asanas, tomamos una postura que nos permitía tener la espalda firme, erguida y a la vez cómoda. Todos dirigimos la postura y la mirada hacia el poniente, identificado con esa pequeña llama de una vela, como si del sol se tratara. La luz era más tenue si cabe, la llama tintineaba, y después de tres toques de campana, nos fuimos adentrando a través de la respiración en el silencio, en el vacío y en el todo, en una conjunción perfecta de percepciones y de falta de ellas. Solo respirar, solo ser y no ser… solo veinte minutos. De nuevo sonó la campana. Aterrizas, despiertas, te centras en el aquí y ahora, y de fondo, a través del silencio… se oía llover.

 

COMENTARIOS:

 

– Relajarse es vital para seguir.
– Me la gustado con describe las sensaciones cuando te relajas
– Yoga más lluvia, que pareja de tranquilidad!
– Bien escrito y sentido, pero le falta chicha a la historia

 

RELATO 13 – GARGAMEL

La lluvia caía sin piedad sobre la ciudad, porque, francamente, ¿cómo iba a tener piedad? La lluvia cae y punto.

      —Es que no tienes fantasía.

      —Y a otros les sobra.

      —La lluvia es agua, vale, y cae. Pero también es tinta, son lágrimas, es diluvio, es fuente de vida, origen, es bíblica y cósmica, es juicio final.

      —Es que eres un exagerado, un dramático. El cerebro humano es trágico. Nunca se ahorrará ninguna metáfora para exorcizar y canalizar su propio desequilibrio mental. Siempre que pueda, proyectará sus propios fallos en algo ajeno: el tiempo —lluvia, frío, sequedad, calor—, los microbios, los hongos, el jefe, la madre, el hijo, la pareja, el hermano, la suegra, el cuñado…

      —Ya, ya, te oigo.

      —… el vecino o cualquier humano de otra clase, otro origen, otro color… o mejor aún: en un dios malo y vengativo. Adora fijarse en lo negativo y quejarse. Refugiándose en la negación de su propio ser.

      —Entiendo. Muy interesante. Pero ahora, dime: ¿no te estarás quejando tú…? ¿…de los defectos de los pobres fantasiosos como yo?

      —Perdona mi verbosidad, Ernesto. No. Solo quise destacar los fallos antropocéntricos de nuestra especie.

      —Parece que te molestan un poco.

      —Soy un abogado de las piedras, de los cerdos, de…

      —¿Del diablo?

      —Diría más bien de la lluvia. El diablo solo existe como concepto en el cerebro humano.

      —Amén, querido Modesto. Eres todo un ángel.

      Modesto, con un gesto flojo de su mano siniestra, daba de lado el comentario y, en un mismo movimiento, llamó al camarero para pedir más cerveza. Refugiados sin paraguas, bajo un toldo, los tertulianos entablaron un largo silencio. Y entretanto la lluvia seguía cayendo sin piedad.

COMENTARIOS:

 

– Demasiado cerebral para sentir la belleza.
– My Bonita la atmósfera de intimidad que solo la lluvia te da cuando estás en un lugar esperando que termine
– Así empezaron los filósofos griegos
– Pero… ¡Qué preciosidad! 🙂 (Nota del autor@) 😊