Relato 9 – LISA SIMPSON

 

La despertaron los ladridos de los perros. Había conseguido que se durmiese después de casi tres horas meciéndola, cantándole nanas, contándole cuentos, hasta le hice un masaje en la tripita por si tenía cólicos. Por fin se había dormido, y 5 minutos después, los perros del vecino nos robaron el sueño a las dos.
Había perdido la cuenta de los días que llevaba sin dormir más de un par horas seguidas. Hasta entonces, me hubiese creído incapaz de aguantar durmiendo tan poco durante tantos días seguidos. Pero ahí estaba, sobreviviendo, porque aquello no era vivir.
Ella lloraba, y yo empecé a llorar también. De rabia, frustración, pero sobre todo de agotamiento. Tenía ganas de coger la almohada y cubrirle la cara con ella, que parase de llorar y me dejase dormir, solo unos minutos, necesitaba dormir, me estaba volviendo loca, aquello era insoportable.
Me levanté de la cama y fui al baño sin mirarla. Cerré la puerta despacio, me agarré al lavabo y grité. Grité con todas mis fuerzas hasta que se me doblaron las rodillas y me caí al suelo. Seguí gritando encogida en el suelo, agarrándome con fuerza las rodillas.
Después de unos minutos vaciándome de odio y frustración salí del baño temblando. Fui a buscar a mi hija, que seguía llorando desconsolada. Enormes lagrimones le empapaban el finísimo pelo encima de las orejas. Me miró con sus ojillos tristes, tomó aire y siguió llorando. La cogí en brazos apretándola fuerte contra mi pecho ¿Soy una mala madre? ¿Por qué no consigo que dejes de llorar? ¿Por qué nada de lo que hago te hace sentir mejor? Pero no me contestaba.
Empecé a caminar de un lado al otro de la habitación y eso la fue calmando poco a poco. Ella también estaba agotada, cabreada por no poder dormir. Pocos minutos después dormía por fin como una bendita con su preciosa cabecita apoyada en mi hombro.
La tumbé de nuevo en su cuna, que estaba pegada a mi cama, y yo me escurrí entre las sábanas. Qué bonita era. Quería abrazarla y cubrirla de besos, susurrarle palabras dulces al oído y asegurarle que nunca le cubriría la cara con la almohada. Pero tenía que dejarme dormir si no quería que acabase tirándome por la ventana.

COMENTARIOS:

– Tranquila, la fase de llorar sin motivo aparente acaba en unos 2 años. Luego vendrá la fase de caprichos y pataletas, luego la de discutir por todo y por último la de “he conocido un chico genial, me largo!”. Y ahí es cuando se vuelve a echar de menos los llantos de bebé a horas intempestivas. Ánimos!
– Bienvenida al club de los padres :’)
– Sí, pero la frase pichi pichi
– Muy bueno.
– Me estoy imaginando a esa niña haciendo terapia de mayor: “Mi madre intentó ahogarme con una almohada” 🙈

 

Relato 4 – HUGO CABRET

La despertaron los ladridos de los perros del vecino a las tres de la mañana. ¿Cuántos eran? Tres mínimo. Pero ella nunca los había visto. Producían el sonido de unas bestias indomables.
      Cada madrugada era lo mismo. Se despertaba entre pesadillas con el «grrrrrrr”. Sentía hasta como goteaban las babas en el techo. Debía de pesar ochenta kilos cada animal. El por qué nunca los había visto era un misterio tan grande como el de qué hacía su vecino con esos perros.
      Giorgos, el inquilino griego del tercero, trabajaba en la lonja de Marín como pescadero. Teresa se preguntaba por qué no tendría gatos, ya que al menos se comerían los restos de pescado. Pero nadie sabía de qué se alimentaban estos perros. Ni tan siquiera cómo eran.
      Teresa veía al dueño subir cada mañana unos sacos pesados por las escaleras. Aquello olía a muerto. El olor era insoportable. Sin embargo, Teresa no podía quejarse a los dueños porque sabía que eran tíos de O Grego, tal como era conocido el vecino en la zona.
      O Grego era un tipo poco hablador que llevaba asentado en Marín 15 años. Decían que había llegado por barco y que se escapó, tras un tiempo en Sicilia, donde tuvo encontronazos con la mafia. Desde entonces se había hecho al pueblo y se llevaba bien con todo el mundo aunque no fuese el ser más social de la parroquia.
      Teresa nunca se acostumbró a los ladridos ni al olor a podrido de cada mañana. Al cabo de seis meses en aquel piso decidió empezar a buscar otro apartamento. Esa misma semana, saliendo de su casa poco después de las siete, se encontró a la policía en la puerta. Venían a buscar a O Grego. Los perros no paraban de ladrar. Pasaron los días y nadie dio explicaciones. Se acabaron los ladridos. Se acabó el olor.
      El 3 de marzo Teresa recibió una carta del Juzgado de Instrucción número 2 de Marín. La habían llamado a declarar en el juicio contra Giorgos Angelopoulos, O grego, quien estaba siendo investigado por colaboración con la mafia calabresa y ocultación de cadáveres.
      El juicio se celebró el 21 de abril en Marín ante el estupor de los vecinos. Un silencio en la sala hacía el aire muy pesado. Afuera se amontonaban los perrodistas. Teresa sentía que no podía respirar. Le venía el olor familiar que había inhalado cada mañana, el olor de las víctimas de la mafia que eran enviadas en barco hasta la Ría de Pontevedra, donde después O grego se las daba como comida a su Cancerbero.

COMENTARIOS:

– Los albores de un nuevo género literario: A novela negra Galega.
– Me gusta el estilo policial.
– Tremendo. Muy bien narrado.

 

Relato 1 – VIC VEGA

La despertaron los ladridos de los perros desde el pasillo, dando un auténtico concierto a tres voces a las 5 de la mañana. Olivia palpó la mesilla de noche en busca del interruptor de la lámpara y con los ojos medio cerrados pudo distinguir a Cher, su perra afgana, acurrucada en su colchón. Revisando con la mirada el resto de la habitación se dio cuenta de que Cher era la única que no se había unido al coro de ángeles de cuatro patas.
      Olivia se levantó y la acarició, apresurándose para ver qué estaba ocurriendo en el pasillo. Encendió la luz y vio a Speedy, Hitch y Dalí dando saltitos y ladrando a la puerta con toda la fuerza que sus pulmones de chihuahua, bulldog y dachshund, respectivamente, les permitían. Olivia se acercó a la puerta, pero solo vio oscuridad a través de la mirilla, así que se agachó para intentar calmar a los pequeños.
      —Pero… ¿Qué os pasa? No hay nadie ahí fuera. ¿Queréis salir?
      Olivia acercó la oreja a la puerta para ver si escuchaba algo, pero entonces notó un fuerte golpe al otro lado de la madera. Agarró a los pequeños como pudo y los metió en la habitación para intentar amortiguar el sonido de sus ladridos e intentar averiguar qué estaba pasando.
      De pronto la luz del pasillo se apagó. Otro golpe en la puerta. Olivia caminó a tientas hasta la cocina siguiendo la claridad que empezaba a entrar por la ventana.
      —Batman… Batman ¿Dónde estás? —preguntó Olivia entre susurros.
      De la penumbra del salón apareció la silueta de Batman, su dóberman de 40 kilos. El perro se sentó inmóvil delante de la puerta, muy atento. Olivia volvió a poner la oreja en la puerta y esta vez escuchó dos voces masculinas.
      Otro golpe.
      Olivia miró a Batman con complicidad y se escondió en el umbral de la cocina y el pasillo.
      Otro golpe.
      Olivia agarró lo primero que encontró que pudiera servir como arma.
      Otro golpe y la puerta cedió.
      Una ráfaga de luz inundó el pasillo y los hombres se encontraron cara a cara con Batman en posición de alerta y aún inmóvil.
      —Tío, esta casa no es. Este no es el perro —Dijo uno de los hombres; —Este perro me da miedo, vámonos.
      —Es esta. Estoy seguro. La he visto en el parque con otros perros —dijo el otro.
      —No me habías dicho que había otros perros.
      Olivia permaneció tan inmóvil como Batman. Speedy, Hitch y Dalí seguían ladrando incansablemente desde el dormitorio.
      —¿Quieres una chuletita, guapo?
      La sombra del hombre cruzó el umbral de la puerta. Olivia silbó y en una milésima de segundo Batman estaba a su lado. El hombre giró la cabeza hacia la fuente de sonido, pero solo alcanzó a ver un palo de fregona que se le venía encima y le fue encajado entre ceja y ceja.
      —Batman, quieto aquí —gritó Olivia con firmeza cerrando la puerta de la cocina.
      El hombre se retorcía de dolor en el suelo, pero aún tenía fuerzas para dar órdenes a su secuaz.
      —Ahora tío, ahora —dijo.
      Olivia encajó otro fregonazo en el estómago al tipo mientras el otro se movía hacía delante y hacía atrás, dudando si entrar. Olivia amenazó con el palo como si fuera una lanza y el tipo finalmente salió corriendo.
      Esa misma mañana, Olivia y sus perros abrían todos los telediarios y aparecían en las portadas de todos los periódicos.
      —Ella es Olivia Suárez, la reina de la manada. Una mujer que, con la ayuda de sus perros, ha enviado a prisión a Agustino Ramírez, más conocido como “el afgano” por su red de tráfico de perros afganos… —Decía Matías Prats.
      —Ha sido un trabajo en equipo —decía Olivia.
      —Esta madre de perros y sus canes son unos auténticos héroes —remarcaba Matías.
      El cámara hacía un paneo de todos los perros, sentados cada uno en una silla, protagonistas de la noticia. Olivia aprovechó su minuto de fama para hacer una reivindicación:
      —Sí, sí, pero los héroes también se cansan, así que a ver si empezáis a dejarnos subir al autobús con ellos.

COMENTARIOS:

 

– Bonita historia con final revindicativo.
– Es bueno, mantiene la intriga.
– Emocionante, humor y super bien escrito, enhorabuena!
– Imaginativo, divertido y bien contado
– Está bien, pero le falta algo de gancho al final.

 

Relato 3 – WENG WENG

La despertaron los ladridos de los perros. Sonia abrió los ojos con dificultad, cegada por la luz de un sol que ya estaba casi en su cénit. Le costó unos buenos dos minutos incorporarse y reconocer el lugar y el momento en el que se hallaba.
      La cabeza aún le daba vueltas. La boca, seca y árida, parecía haberse encogido y la lengua le rascaba el paladar. Tenía dificultad para tragar. La mano derecha le dolía como si se le hubiese roto algún hueso, y estaba ligeramente hinchada.
      Mientras se acostumbraba a esta nueva normalidad llegaban a su mente memorias de la noche anterior en forma de imágenes instantáneas, siendo su cerebro incapaz de hilvanar más de un par de segundos seguidos de algún recuerdo concreto. Sonia hizo un esfuerzo para recordar algo de las últimas doce horas, tratando de ordenar sus neuronas.
      Primer flash: Con los colegas, a la entrada del festi. Con la litrona en la mano. Risas y empujones con Lola y Nacho. Nacho ya anda pedo y ni siquiera ha comenzado el Konzierto.
      Segundo flash: Bronca con los seguratas por no-sé-qué de no dejar entrar con perros. Carreras. Saltos de valla. Han pillado a Txus. ¡No sabemos nada de Txus!
      Tercer flash: Ahí viene Txus, sonriente y con la camiseta rota. Se ha colado también. Más cervezas.
      Flashes dispersos: Música, saltos, hostias, empujones. Petardos. Más música, botas, polvo. Moskatel. Solo de batería, asalto al escenario, insultos a la madera, al clero, a los milikos. Salto al público y salida del escenario en volandas. Lola me invita a pirulas. Nacho potando en una papelera, junto a él nuestros dos perros Franco y Benito. Benito me mira y parece que me habla, pero no entiendo lo que dice porque me habla en perruno.
      Más imágenes inconexas: Bajona, llanto, abrazos con Lola y Nacho. Les quiero como si fueran mis hermanos. Malestar de estómago, visita a la papelera…
      Últimos recuerdos, ya muy mezclados: Música difuminada de fondo, algo me despierta: ¡Un gilipollas con una camiseta de Bad Religion me está tocando las tetas! Gritos, empujones. Vienen Nacho y Txus. Puñetazo. Vuela un diente. Me duele la mano…
      —¡Buenos días! ¿Hace un porrito matutino? —La voz familiar de Nacho la sacó momentáneamente de su estado semicatatónico.
      —¡Hace! ¡Trae p’acá! Oye, ¿queda algo de cerveza? Tengo la garganta como un estropajo.
      Al ir a buscar el mechero en el bolsillo izquierdo de su chupa para encenderse el canuto, los dedos de Sonia palparon un pequeño objeto. Al sacarlo, se encontró con que era un diente. Debía ser del cretino ese de anoche. Y aunque no recordaba habérselo guardado tras la movida, Sonia decidió que se lo iba a colgar de la solapa a modo de trofeo.
      —Oye Nacho, ¿a ti te suena un grupo llamado Bad Religion?
      —Me suena que era un grupo de la movida grunge… o grunche, o como hostias se llamara, de los años 90 —respondió Nacho con expresión pensativa, —pero tengo entendido que eran unos vendidos…

COMENTARIOS:

– Se ha saltado la norma number 1 de que el relato vaya con la frase
– Lindo giro !
– El mejor de la jornada. Lástima ese despiste de la primera persona a la tercera
– Me encanta. He estado todo el tiempo pensando que era un relato en los años noventa y resulta que son unos boomers rememorando viejos tiempos en un festival de ahora 😀
– «Hilvanar», la de tiempo que no leia esa palabra!

 

– «… solo alcanzó a ver un palo de fregona que se le venía encima y le fue encajado entre ceja y ceja …»

– «… a partir de ese momento, ni a Linda ni a la humana les volvió a pesar tanto el alma …»

– «… junto a él nuestros dos perros Franco y Benito. Benito me mira y parece que me habla, pero no entiendo lo que dice porque me habla en perruno …»

– «… Ya no había solo perros, gatos y grillos, sino que además se unió un ejército de palomas arrullando como adolescentes en celo, dos caballos relinchando y, por último, una mosca que no hacía ruido, pero molestaba …»

– «… simplemente entreabrió la cortina para comprobar que la noche empezaba ya a no ser noche, pero el día aún no era día …»

– «… Pero por dentro hervía aún un volcán. Un cóctel explosivo de adrenalina, miedo, rabia, y valor …»

– «… se filtraba el aire en un susurro sibilante, produciendo ese sonido tan peculiar que ya habíamos bautizado siniestramente como …”la niña de la flauta” …»

– «… tenía que dejarme dormir si no quería que acabase tirándome por la ventana …»

– «… el umbral sonoro de roedores que fornican es casi imperceptible por el oído humano y se asemeja y casi compite en niveles de horripilancia con el sonido de Chema jadeándole en la oreja cualquiera de esas noches frecuentes en las que él se autoproclamaba emperador de la seducción …»

– «… sin salir de la habitación del Hostal París cuya semejanza a la ciudad de la luz era la de un Rembrandt a un grafiti del Chirri, el yonqui del barrio …»

– «… Y de un día para el otro, se le chifla el moño y PAM …»

– «… Yo no le cuento que hace más de tres años que Alberto no me toca, que María no me habla si no es para pedirme dinero o que hoy, me siento más sola que nunca en mi casa. …»

Relato 2 – NORMAN BATES

La despertaron los ladridos de los perros aquella desapacible noche de noviembre. Estaba sola en casa, como casi siempre últimamente, porque su padre había cogido el turno de noche para poder ahorrar un poco de dinero de cara a la Navidad. Solía acostarse pronto para así poder mitigar el dolor de la ausencia con el sueño. Le dolían muchas cosas, pero lo que más le quitaba el sueño era el miedo a la soledad al que se enfrentaban cada noche su padre y ella. Ya hacía casi un año que su madre se había marchado a vivir a la ciudad aduciendo que no soportaba la vida rural y que ella necesitaba el ruido de la gente casi tanto como el respirar. Y ahí se habían quedado ellos dos, que nunca habían sido ni tan urbanitas ni tan triunfadores como su madre. Claro que se veían, y además con bastante frecuencia, siempre y cuando las imperiosas obligaciones laborales de Eugenia lo permitían… ¡que lo primero es lo primero!
      —Pero bueno, ¿qué les pasa esta noche a los perros del vecino? —se preguntó mientras se asomaba tímidamente a través de los visillos. Y volvió a la calidez de su refugio de mantas y sábanas calentitas. Mientras que en la calle, esa fría y triste noche de noviembre, Linda se preguntaba cómo podía haberle pasado esto. Su madre le había dicho a ella y a todos sus hermanos que nunca se alejaran de ella, pero no había podido evitar perseguir a una preciosa mariposa de colores y cuando quiso darse cuenta ya era demasiado tarde. Ahora todo estaba oscuro y los ladridos de los perros retumbaban en su cabeza. Y eso no es bueno para una gatita de apenas 2 meses , que se escondía entre dos macetas de geranios y que no podía parar de temblar, no sabía si de miedo o de frío.
      Por eso, cuando vio que se abría esa puerta, pensó que nada podía ir a peor y se acercó tímidamente a esa humana que parecía tan asustada como ella. Y la humana descubrió un pequeño ser calentito y ronroneante al que inmediatamente ofreció un poco de leche templada y acurrucó junto a ella en la cama. Y a partir de ese momento, ni a Linda ni a la humana les volvió a pesar tanto el alma.

COMENTARIOS:

– Esta es la precuela de Fouciño: The Origins.
– Sorprendente
– Excelentemente escrito, solo me pierdo un poco entre la gata y la humana
– Precioso. Dos soledades que se encuentran mutuamente.

 

Relato 5 – WILSON

La despertaron los ladridos de los perros. Abrió solo un ojo para ver la hora. Eran las 2 de la noche en un frío lunes de invierno. A partir de ese momento, ya no pudo dormir más. Los perros seguían ladrando. Ella pensaba que pararían, pero no. A los perros se le sumaron los maullidos de los gatos, y, pasados unos minutos, el grillar de los grillos. Por muchas vueltas que daba en la cama, no había quien pegara ojo. De repente, todos los animales pararon. “Por fin”, pensó. Se acurrucó de nuevo, e intentó dormir. Pero no pudo…
      Pasadas las 3 de la noche, los ladridos se mezclaron con los maullidos y el grillar, sintetizando una amalgama de sonidos que impedían que pudiese volver a dormir. Hasta que pensó que esto debía terminar. Se levantó de la cama y se vistió para salir a la calle. La sinfonía animal seguía con sus ritmos, sus notas y sus propios arreglos. Era la orquestra de la calle. Ya no había solo perros, gatos y grillos, sino que además se unió un ejército de palomas arrullando como adolescentes en celo, dos caballos relinchando y, por último, una mosca que no hacía ruido, pero molestaba.
      Para su sorpresa, cuando abrió la puerta y salió de su casa, se encontró con una calle totalmente vacía. Sin personas, ni animales. Ni siquiera coches. Solo música infernal que le entraba por una oreja y no salía por la otra. Decidió explorar e intentar entender de dónde demonios venía la música. Giró la esquina… y nada. Subió las escaleras del puente… y nada. Y caminó. Y luego caminó más. Y luego todavía más. Hasta que llegó.
      —Por fin has llegado —escuchó, sin saber quién lo dijo.
      —¿Dónde estoy? —preguntó.
      —¿Adónde vas? Esa es la pregunta correcta —le respondieron al unísono, más de una voz.
      —Busco los animales que producen tan bella obra maestra para mis oídos que ni siquiera me deja dormir —dijo, con tono irónico.
      —Tu camino debes seguir, ahora eres un alma libre. Apodérate de tu conocimiento —comentaron las voces, mientras una cortina de humo aparecía, y desaparecía, de la nada.
      —Me cago en la hostia —murmuró. Siguió su camino sin rumbo definido hasta encontrar un muro. En él, una inscripción rezaba: “si los animales quieres dejar de escuchar, tu paz interior debes hallar”. Al leer esto pensó: “¿pero qué paz voy a encontrar, si ni siquiera puedo dormir? Además, esta mosca de mierda que no para de revolotear me está sacando de quicio”. Así que decidió volver a su casa, para intentar conciliar el sueño. Con un rostro cansado y pálido, hizo caso omiso de la sinfonía animal y llegó a su habitación. Entró en su cama. Se tapó. Apoyó la cabeza en la almohada y pensó: “¿pero yo, al final, aprobé la última asignatura de la carrera, o no? Ah, sí, sí, la aprobé”. Y con este pensamiento, la mosca se fue, los caballos dejaron de relinchar, las palomas de arrullar, los grillos de grillar, los gatos de maullar, y los perros de ladrar.
      Y, por fin, el sueño se hizo realidad.
      Y durmió.

COMENTARIOS:

– Bonito relato lisérgico-psicotrópico con un toque a lo Buñuel.
– Me ha gustado mucho el final, una de mis pesadillas recurrentes es tener que volver al colegio porque no aprobé alguna asignatura
– Muy original y real
– Buen sentido del humor
– No le pongo el 10 porque me ha desconcertado un poco lo de la asignatura
– La vieja pesadilla de no haber terminado la carrera 😀

 

Relato 6 – EN PIE CON EL PUÑO EN ALTO

La despertaron los ladridos de los perros y ya no pudo volver a dormirse. Se deshizo del edredón perezosamente, se sentó en el borde de la cama y, bostezando y a tientas, buscó torpemente las zapatillas con los pies. Se levantó y si dirigió a la ventana que se encontraba apenas a metro y medio de la cama. No tuvo ningún interés en mirar la hora, simplemente entreabrió la cortina para comprobar que la noche empezaba ya a no ser noche, pero el día aún no era día.
Cogió el albornoz y se lo puso mientras salía de la habitación. El baño se encontraba inmediatamente a la derecha de un corto pasillo que llevaba al salón, y hacia él se dirigió directamente, pues allí se encontraba la ingente faena que le esperaba ese día. Encendió la luz, se cerró el albornoz y se frotó los brazos como quien tiene frío, como dándose un abrazo de ánimo, de consuelo, como si fuera frío lo que tuviera, que asusta menos que el miedo.
Ante el panorama desolador de todas esas cajas apiladas y que se apoderaban de su espacio vital, de pronto tuvo la sensación de que todos sus sentidos la traicionaban. Ya no oía los perros, pero oía el que a veces puede ser el más aterrador de los sonidos, el sonido del silencio, ese silencio que puede hacerte sentir una soledad e indefensión desesperantes. El desagradable tacto del cartón corrugado, áspero, polvoriento. Siempre fue una persona especialmente sensible a los olores, así que quizá fuera el olfato el sentido que más le perturbó. Hay olores que, sin ser objetivamente desagradables, pueden llegarte al alma, y aquel era el olor de lo desconocido, desconcertante, hostil, el olor de un lugar del que aún no te has apropiado, que aún no has hecho tuyo, un olor que podía ser de cualquier cosa menos de un hogar.
Y la vista, por supuesto, pues al abrirse camino entre aquel laberinto de cartón, todo aquello parecía mirarla atentamente, como la multitud que observa imperturbable el lento y agónico caminar del reo que se dirige a la horca.
Decidió dedicarse por completo al único sentido que aún parecía no haberle abandonado, y se dirigió a la cocina a degustar su imprescindible café matinal. Ya tendría tiempo de empezar a enfrentarse a su nueva vida.

COMENTARIOS:

 

– La tragedia en toda mudanza. Quién no la ha vivido al menos una vez?
– Y los perros?
– Hermoso relato sobre algo tan simple y verdadero! Apropiarse de nuevos muros, espacios, etc. para hacerlos poco a poco nuestro nuevo hogar y lugar seguro!
– Me falta contenido, trama
– Me gustó mucho la frase de «la noche empezaba ya a no ser noche, pero el día aún no era día.»
– Este relato es excelente, y no es porque lo haya escrito yo
– Está bien escrito, pero no hay desarrollo ni desenlace.

 

 

Relato 7- SANDOKÁN

La despertaron los ladridos de los perros. De un salto estuvo de pie. Empuñando el bate de béisbol a dos manos llegó hasta las escaleras. Siguiendo la mirada de los perros, miró hacia abajo. Lo sabía, lo sentía: algo malo estaba pasando. Los pelos erizados en el lomo de sus dos perros lo confirmaban. Estaba claro: tenía que preparase para lo peor.
      Inhaló profundamente, exhaló lentamente y gritando «¡¡¡al ataaaaaqueeeee!!!», saltó los dos escalones, acompañada por sus perros que ladraban desquiciados ante la orden de batalla.
      En menos de dos segundos atravesó el piso de lado a lado, encendiendo las luces de cada habitación, y tras inspeccionar cada una, siguiendo a sus guías, los perros que olisqueaban todos los resquicios y husmeaban cada rincón, quedó satisfecha, segura de que no se hallaba nadie escondido en su piso.
      Se detuvo entonces bufando, cayendo en cuenta de repente que había registrado toda su casa boleando a diestra y siniestra el bate de béisbol, una ninja yanqui enfurecida, y que la búsqueda había terminado. Se habló a sí misma:
      —Calma cariño, que solo fue un susto, aquí no pasó nada.
      Tras un gran suspiro, aliviada, bajó los brazos, dejando caer el bate. Los perros se sentaron a su lado, como esperando la siguiente orden.
      —Vamos, a dormir, ya basta de sobresaltos, ¿vale?
      Tirada en la cama, a la vez sobrexcitada y exhausta, sentía mucho frío en la piel. La humedad del invierno en su pueblo solía pegarse a tus huesos y no soltarte en muchos meses. Pero por dentro hervía aún un volcán. Un cóctel explosivo de adrenalina, miedo, rabia, y valor. Pura lava, se le salía por los poros, con cada uno de los latidos ensordecedores de su corazón, a 200 por hora, cada bombeo como un golpe de tambor retumbando en su vientre, sus mejillas, sus sienes y sus tímpanos. ¡¿Quién iba a poder dormir con semejante orquesta en la cabeza?! Contó hasta 77 y cayó dormida, su cabeza pesada y estallando, sumida poco a poco en suaves algodones de sueño…
      ¡Qué alivio… qué placidez…!
      Hasta que a las 8 en punto de la mañana, la despertaron de un patadón los golpes, cuando el vecino tocó frenético a su puerta.
      —¡¿Pero quién coños se cree este, que puede venir a despertarme así un sábado?!
      Abrió la puerta con la mirada asesina lista para partirlo en dos, pero se detuvo ante la expresión histérica y preocupada de su vecino.
      —Pepi: siento molestar a estas horas, pero me he encontrado tu bolso en mi balcón hace un momento, y me ha parecido taaaaan raro, que he venido a decírtelo inmediatamente.
      —¿Quéeeee? ¿En TU balcón?
      Efectivamente, Miguel le estaba entregando su propio bolso, ¿pero cómo había ido a parar allí?
      De repente un fogonazo en su mente, la imagen de la noche anterior, los perros nerviosos… Habían recorrido todo el piso, salvo… ¡el balcón!
      Entendiéndolo todo de repente, agarró a Miguel por el brazo y le dijo: ¡llama YA a la policía! Y empuñando de nuevo el bate, su arma única de defensa, se dirigió a los perros:
      —¡Vamos!
      Los perros, gruñendo, con el pelo erizado y los colmillos a la vista, tras comprender la gravedad de la situación, le siguieron con paso sigiloso. Resuelta, furiosa y sin un ápice de miedo, Pepi abrió de un solo tirón la puerta corredera del balcón… y encontró al tipo agazapado detrás de una maceta. Se había quedado dormido, y saltó cual resorte al abrirse la puerta.
      —¿¿¿Conque eres tú quien se atreve a entrar en MI casa, a interrumpir MI sueño, y además pensabas llevarte las míseras propinas que me tocaron anoche???
      Abriendo los ojos a más no poder, ante la mirada asesina de los perros, y la pose amenazadora de su ama, permaneció petrificado unos segundos. Pero de repente, el miedo venció a la prudencia, se dio la vuelta, y saltó. Con prudencia y lentamente, Pepi se inclinó por encima de la barandilla, miró hacia abajo y le vio tendido allí, 4 plantas más abajo, en una pose torcida, antinatural… No se movía. No se volvió a mover nunca más, y todo por unos míseros 17 euros de propinas…

COMENTARIOS:

 

– Yo por 17 Euros haría cosas aún más salvajes. Que la crisis pega duro.
– Inicio potente
– Genial! El final un poco cruel…
– Vamos, mejor que Securitas Direct!

 

Relato 8- ODA MAE BROWN

La despertaron los ladridos de los perros. No teníamos perros, ni uno, ni dos, sencillamente ninguno. Todo el mundo que iba a la casa era lo primero que echaba en falta. Viviendo aquí, en el campo, en un sitio tan aislado ¿Cómo es que no tenéis un perro? Siempre la misma pregunta, siempre la misma respuesta: no nos gustan los perros. Sin embargo, sin duda, lo que le hizo estremecer entre las sábanas era el ladrido de los perros, no sabía cuántos, pero ese alboroto no era solo de la Canela, esa perra mastín que siempre nos recibía en el camino y nos acompañaba hasta la verja. Eran más perros y estaban fuera de sí, descontrolados.
      Seguramente había trapicheo de drogas en el entorno. Desde que llegó ese vecino eran habituales las idas y venidas a horas intempestivas. Esta vez le había costado mucho trabajo conciliar el sueño. Era una noche cerrada, lluviosa, de finales de noviembre y, desde que oscureció, el viento soplaba con insistencia, y en esos ventanales, no muy bien ajustados, se filtraba el aire en un susurro sibilante, produciendo ese sonido tan peculiar que ya habíamos bautizado siniestramente como …”la niña de la flauta”.
      No sabía qué era mejor, si encender todas las luces, externas e internas, o permanecer en silencio, a oscuras. Solo algo, el instinto, le dijo qué debía hacer: se levantó sigilosa, fue hasta la cocina y agarró el cuchillo más grande que encontró, y asida fuertemente a él se volvió a su cama, lo acomodó debajo de la almohada e intentó volver a conciliar el sueño.
      —No pasa nada, Sueñitos, yo te protegeré.
      Y así, agarrada a su muñeca consiguió desconectar del miedo, de esos ladridos ya lejanos que irrumpieron en el silencio, que rasgaron el sueño, desconectar de la espera incierta y caer de nuevo en un profundo sueño, dejarse envolver por esa pesada noche y trascenderla.
      Por la mañana el día estaba despejado, el sol lucía con fuerza evaporando los restos de la tormenta, aniquilando los restos pegados al cuerpo, al alma, palpitantes en la memoria de esa mala noche, de los ladridos de los perros que eran a su vez los ladridos del miedo y la incertidumbre, los ladridos de la soledad y el abandono.
      De esa historia y algunas más, salió una mujer valiente, segura y decidida, pero en mi recuerdo planea como una sombra un sentimiento de culpa, una conciencia de lucha entre el amor y el egoísmo, una necesidad constante de conciliar la supervivencia y la responsabilidad, la entrega incondicional y la libertad.
      Todos vivimos expuestos, no solo a los peligros externos que anuncian los ladridos de unos perros en una mala noche, también al desequilibrio en nuestro entorno, a las proyecciones del otro, del más cercano, expuestos a nuestras propias taras, esas que nos persiguen y que no siempre sabemos controlar, y a veces, las más de las veces, ni siquiera queremos ver, ni siquiera queremos vernos en esa parte oscura del yo que nos persigue e instiga contantemente, sin tregua.
      Y es posible que el tiempo sea esos ladridos de perro que nos hacen despertar del sueño profundo de la inconciencia… ¿Hay segundas oportunidades?

COMENTARIOS:

 

– Doctor, en ocasiones oigo ladridos…
– ¿Cómo que no les gustaban los perros?
– Se mezcla la narración en primera y tercera persona, me ha costado entenderlo
– A todos nos persiguen esos ladridos alguna que otra noche… Buen relato
– Me gusta, muy filosofico!
– Qué mal rollo la niña de la flauta, no?

 

 

Relato 10 – SR. MIYAGI

La despertaron los ladridos de los perros follando con los gatos que a su vez se follaban a las ratas que a su vez se follaban entre ellas, pero por suerte ya no pudo oírlas pues el umbral sonoro de roedores que fornican es casi imperceptible por el oído humano y se asemeja y casi compite en niveles de horripilancia con el sonido de Chema jadeándole en la oreja cualquiera de esas noches frecuentes en las que él se autoproclamaba emperador de la seducción sin ni siquiera despojarse de sus calcetines blancos y su calzoncillo de la semana. Escupió en el lavabo saliva con sangre como siempre y se espantó de su propio aliento de hiena enferma como siempre. Se rascó bien aliviando el picor del coño, recolocó su nalga derecha dentro de las bragas y de paso se rascó también la raja del culo que escocía como mil demonios. Se sorprendió más que ayer pero menos que mañana de las bolsas bajo sus ojos pesadas como las del Carrefour Express de la esquina repletas de latas de Cruzcampo y bolsas de quicos, pesadas como todo ese desencanto acumulado en tres días interminables, como los pañales meados y cagados apilados en esos tres días eternos sin salir de la habitación del Hostal París cuya semejanza a la ciudad de la luz era la de un Rembrandt a un grafiti del Chirri, el yonqui del barrio, o un Boticcelli a las meadas de perro en el muro de enfrente que era la única vista disponible desde la única ventana de la habitación 33 del Hostal París, “tan parisino como mi pepino”, según afirmaba Chema día sí y día también alardeando de su imaginativa capacidad para la comedia de “alto standing”.
      Los perros seguirían ladrando y la Vane berreando y meando y cagando, que es lo único que había aprendido a hacer en sus tres larguísimos días de vida. No quería teta. No quería nada más que morirse y eso que sólo llevaba aquí tres días. No quería teta. Le asqueaba tanto como la cara de su madre y el hedor a ceniza de su padre. Por tanto ambos habían tomado la sabía decisión de alimentarla a base de Candy Crush. Horas y horas hasta que se quedaba dormidita y entonces los perros volvían a ladrar y vuelta a empezar.

COMENTARIOS:

 

– Preciosa historia de amor romántico, verdaderamente llega al corazón. Lágrimas de emoción.
– Por fin otro/a concursante gamberro/a!
– No estaba preparada para leer este texto a las 9 de la mañana, se me ha atragantado el desayuno
– Ha dado para tema esta vez la maternidad/paternindad…
– Las comas son tus amigas, utízalas. De todas formas es impresentable, puro mal gusto y provocación gratuita. Un auténtico despilfarro porque se ve que imaginación tiene y escribe bien
– No entiendo por qué este es tan guarro.
– Noticias frescas: los puntos existen. Y usarlos es gratis.

 

Relato 11 – MATHILDA

La despertaron los ladridos de los perros. Otra vez. Cada semana lo mismo y otra vez se decía: la próxima tengo que llamar a la policía.
      Pero, ¿para qué? La primera vez lo había hecho. Tan pronto como se despertó y escuchó, marcó el 112. Tardaron cuarenta minutos en llegar, hicieron unas cuantas preguntas de rutina y se fueron al completar el formulario. Inútil.
      ¿Qué podía hacer entonces? Nada. Y es que uno no puede tampoco meterse así sin más en la vida de los otros. Uno no sabe qué problemas estarán sobrellevando, qué historia habrá detrás…
      Según Alberto, ella es la que empieza. Dice que tiene muy mal carácter y que una vez la vio discutir febrilmente en el Mercadona. Parece ser que la cajera se había equivocado al escanear los productos y le había cobrado dos euros más el paquete de jamón. Estaba más barato porque caducaba en dos días y la pobre cajera se había olvidado de escanear el código de rebaja. ¡Vaya escena le montó!
      Y en su opinión, él, en cambio, es inofensivo y más bueno que el pan. Más de una vez se ha ofrecido llevarlo al trabajo en coche. Tiene un cliente no lejos de Alcalá, a tres cuadras de donde Alberto tiene la oficina.
      Yo no sé… Este cuento de que el marido es el tranquilo y que la mujer es la histérica ya nos lo han vendido tantas veces… Los hombres son así, se hacen… y yo pienso, si la mujer es siempre la histérica será por algo. ¿O no?
      Hace poco, vi una crónica en la tele. El hombre, era un divino. Queridísimo por todo el barrio. Y de un día para el otro, se le chifla el moño y PAM… encuentran a la esposa ensangrentada en la cama, muerta. Y él, muy cobarde, escapó. Un animal, nada justifica semejante barbaridad.
      Yo al final, estoy tranquila porque mi Alberto es un amargo. Él no pretende nada, ni conmigo ni con nadie, es un sincero infeliz.
      Los perros siguen ladrando.
      Uno, al final, sabe poco sobre sus vecinos. Entre nuestros jardines hay solo una medianera de metro y treinta de alto. Si me acerco a ella, tengo una vista perfecta de su piscina de doce metros de largo, decorada con cerámicos azules y su espectacular huerta con tomates cereza perfectamente redondos. En este espacio coincidimos una vez al mes como mucho. Cuando yo riego el pasto y ella se ocupa de su huerta. Yo desde mi jardín y ella desde el suyo, nos hacemos señas para acercarnos a la medianera y charlamos. Nuestras conversaciones suelen ser banales y durar máximo treinta minutos. El promedio básico correspondiente a los buenos códigos de educación y respeto entre vecinas.
      Por lo general, yo inicio la conversación y le cuento que María obtuvo la mejor nota de la clase en su último examen y se mantiene en el cuadro de honor de la facultad y que a la empresa de Alberto le va bien a pesar de la inflación. Luego le recomiendo algún restaurante al que hayamos ido hace poco. La última vez, por ejemplo, le conté de un japonés del centro que nos había encantado. Por su parte, me cuenta cómo le va a Julito, su hijo mayor, en Miami y que a su marido le va mejor desde el último cambio de gobierno, más clientes quieren invertir ahora. Nunca hablamos de nuestros problemas. Yo no le cuento que hace más de tres años que Alberto no me toca, que María no me habla si no es para pedirme dinero o que hoy, me siento más sola que nunca en mi casa. Todo eso queda al interior, en la intimidad del hogar.
      Los perros siguen ladrando, ellos siguen discutiendo y yo me vuelvo a dormir.

COMENTARIOS:

 

– Bueno, pero por qué ladraban?
– Hay un cambio de la tercera a la primera persona que desconcierta un poco, pero me encanta lo de «se le chifla el moño» 😁